Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 10 de marzo de 2014

EL OJO QUE TODO LO VE
(abril 2013)
Hasta hace solo unos días, las hermanísimas seguían ancladas en lo más recóndito del pasado tecnológico. De hecho, creo que todavía Brígida llama “el UHF” a la 2 de TVE, como cuando Fraga era ministro. Lo de Úrsula también es de juzgado de guardia. Tiene móvil desde hace apenas un año pero no le entra en la cabeza el sentido de la palabra “móvil”, pues de la mesita de la entrada no lo mueve. Tanto es así que el día que llamó al 112 porque su hermana, que se había caído de la cama, estaba inconsciente y ella era incapaz de levantarla sin ayuda, a punto estuvo de batir el récord del absurdo pero quedó desierto porque supongo que saben que todavía tiene posibilidades de superarlo. El caso es que el técnico le preguntó si su hermana aun respiraba y ella, angustiada, le pidió que esperase un momento, que no estaba a su lado y que tenía que acercarse al cuarto para averiguarlo. La mujer dejó el aparato en la mesita y no escuchó cuando desde el otro lado del auricular le gritó que fuera contando lo que veía pero nada, ella ya había cruzado el largo pasillo dejando su móvil inmóvil y a su hermana tirada, cuando regresó a decirle que por suerte respiraba. Pero con estas dos mujeres, la realidad siempre supera la ficción. 

El pasado martes me las encontré en el portal toqueteando un iPhone 5. Cuando se dieron cuenta de que las había visto, me dijeron que por favor les guardara el secreto. “Es que nos vamos a Caracas a cuidar a nuestro hermano Terencio que está malito y Marisabelina, su hija, está en el partido de Capriles haciendo campaña por todo el país y necesita que le echemos una mano hasta el día de las elecciones”. La verdad es que no entendí qué tenía que ver todo eso con el móvil pero Úrsula, que sería capaz de delatarse a si misma en un asesinato, me lo aclaró. “Mira, niña, resulta que no voy a poder aguantar estar fuera tanto tiempo sin saber qué pasa en este edificio”. A duras penas entendí que lo que trataba de hacer tocando todas aquellas teclas del móvil era conectar -no sé cómo- la cámara de seguridad del edificio a su sistema operativo para así controlar cada movimiento desde el otro lado del Atlántico. “En la tienda nos dijeron que nos descargáramos una aplicación pero yo ya no estoy para cargar peso, así que estoy tratando de coger la señal de la cámara para guardarla en el teléfono. Se lo he visto hacer al hijo de la Padilla”, me confesó. Cuando su hermana ya se había ido, cansada de tanta modernidad, Úrsula me pidió que la mantuviera al tanto de todo lo que ocurriese durante su ausencia y me prometió darme un puesto importante cuando recupere la presidencia del edificio que, según me adelantó, será muy pronto, a la vuelta del viaje. Antes de marcharse, bajó a dejarme las llaves de su piso y me pidió que por favor le regara las plantas los jueves y domingos y que los sábados, si no era mucho pedir, le pasara un trapito a la casa. Y aquí estoy, pasando el maldito trapito.

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