Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

miércoles, 28 de octubre de 2020

HECHO A MANO

Se veía venir. La sobrecarga a la que la presidenta ha sometido a Yeison desde el desconfinamiento terminó causándole un latigazo cervical de tal calibre al pobre chico que se pasó más de seis días sin poder moverse de la postura en la que se quedó atascado. Los intentos para devolverle a su estado bípedo habitual no sirvieron de nada y menos las súplicas de todos los vecinos para que lo viera un médico. Doña Monsi no quiere que nadie ajeno al edificio se acerque a menos de tres metros y medio. 
 
-Pues acabo de pedir una bombona de butano. Me dirá usted entonces qué hago con ella- le gritó la Padilla por el hueco de la escalera a la presidenta.
 
Las palabras de la pregunta formulada por la Padilla bajaron una detrás de otra por las escaleras, bien pegaditas a la pared como si no quisieran pisar lo mojado, llegaron al portal, entraron por la oreja derecha de doña Monsi, cruzaron a la de la izquierda sin tropezar con nada, salieron y se estrellaron contra la pared de los buzones donde se mezclaron unas con otra y cayeron al suelo justo detrás de la presidenta que, al darse la vuelta, las pisó y se las llevó arrastrándolas escaleras arriba. 



 
La postura de Yeison fue emperorando con los días y para hablar con él teníamos que agacharnos. Eso, en un edificio donde la media de edad ronda los 60, es un auténtico peligro. El pobre chico para todo estaba tan encorvado que a Carmela no se le ocurrió otra cosa que pedirle el favor de que le avisara cada vez que viera alguna pelusa.  
 
- Yo no me lo tomaría a broma. Creo que deberíamos llamar a un médico- insistió Brígida pasándole la mano por la curvatura dorsal como si fuera un caballo.
 
El sonido que emitió Yeison me pareció un relinche pero creo que se debió más a una asociación de imágenes. En realidad, soltó una mezcla de consonantes impronunciables que, según él, al vomitarlas de golpe le aliviaban el intenso dolor. 
 
- Deberías acostarte y descansar- le recomendó María Victoria haciendo contorsionismo dentro de sus leggins estilo Halloween para poder verle la cara.
 
- ¿Acostarse? ¿Pero tú has visto cómo está el pobre hombre? Si lo hace va a parecer un grillo patas arriba- apuntó Eisi sin levantar la vista mientras recontaba la recaudación del día de los viajes en ascensor. 
 
¡Se acabó!- interrumpió la Padilla- Ahora mismo llamo a mi primo para que le eche un vistazo.
 
- ¿Es médico?- preguntó Carmela.
 
- No. Es escultor. Tiene unas manos increíbles.
 
Nadie se atrevió a llevarle la contraria. Los quejidos en código morse que emitía un Yeison cuya cara se acercaba peligrosamente cada vez más a sus pies nos impulsó a tomar una decisión, aunque fuera equivocada, impruedente e incluso mortífera.
 
En apenas media hora, el primo de la Padilla estaba ya en la puerta del edificio. 



Antes de dejarle entrar, Carmela sometió al tipo a una desinfección extrema en la que el edificio perdió tres botes de gel hidroalcohólico en menos de diez segundos. 
 
- Ahí está- señaló María Victoria a Yeison que empezaba a parecerse a un croissant con el repliegue de las manos hacia arriba después de tocar fondo.
 
- Necesito una forja- dijo el escultor.
 
- No-no-no  No-no-no  No-no- gritó en un morse flojito Yeison temiendo que fuera a fundirlo.
 
- Tranquilo es solo para ponerme en ambiente. El calor del fuego me inspira en cada una de mis obras.
 
- Ay, mi madre- susurró temblorosa Carmela.
 
- Oiga ¿Ya que va a recomponer al niñato ese podría darle un toque más agraciado?- preguntó Eisi desde el sillón de su ascensor.
 
- Puestos a pedir ¿Podría ponerle más pectorales?- apuntó María Victoria estirando la licra de los leggins que se había atascado en uno de los pliegues del muslo.
 
- Por favor, un poco de respeto que estamos en una operación de vida o muerte- pidió la Padilla mientras creaba el ambiente que había solicitado su primo haciendo una pequeña hoguera con los cartelitos donde la presidenta había escrito las normas de la comunidad. 
 
El artista pidió que le acercáramos a Yeison. Lo hicimos como pudimos. Cerró los ojos, inspiró aire, acercó las manos al fuego, las movió como Rosalía en Malamente y exhaló. A pesar de que llevaba la mascarilla puesta las mujeres se apartaron unos pasos y Carmela echó un poco de gel disimuladamente. 
 
- ¿Dijiste que era escultor o médium?- preguntó Brígida asustada. 
 
Sin pensárselo dos veces, el hombre agarró el cuerpo deformado y empezó a manosearlo -en el buen sentido- durante varios minutos hasta que Yeison fue recobrando su altura habitual.
 
- Ya está- dijo abriendo los ojos y extendiendo los brazos como si hubiera creado su mejor obra.
 
La fuerza del aplauso unánime avivó el fuego y su eco retumbó en todo el edificio, lo que alertó a doña Monsi que se asomó por el hueco de la escalera.
 
- ¿Qué está pasando ahí abajo?- preguntó.
 
- Nada, presidenta. Estamos dándole ánimos a la Padilla que está subiendo la bombona a su piso- contestó Carmela salvando la situación- ¡Venga, Padi, tú puedes!
 
A dos metros de distancia, la propia Padilla, María Victoria y Brígida observaban al nuevo Yeison que parecía emitir una tímida sonrisa. 
 
-Uf, qué vértigo verlo ahora todo desde tan alto- dijo el recuperado.
 
- ¿Puedes ver las pelusas desde ahí?- le preguntó Carmela que se llevó una mirada de reprobación del resto de vecinos.
 
- No se hable más. Ha quedado perfecto- dijo la prima del artista mientras acompañaba al escultor a la puerta. 
 
- Oye ¿Tú no notas que ha quedado un poco torcido hacia la derecha o son cosas mías?- preguntó en voz baja Brígida a Carmela.
 
- Hombre, recto, recto no ha quedado pero tú no digas nada que esta nos trae a un primo arquitecto y entonces a mi me echan porque ya he agotado la reserva de gel de este mes.
 
Brígida hizo un gesto cómplice llevándose el dedo índice a los labios que escondía bajo la mascarilla.  
 
 
 
 

jueves, 22 de octubre de 2020

CAUTELA 

La llamada telefónica a medianoche de la hermana de María Victoria que vive cinco calles más abajo para contarle que había dado positivo en covid le ha dado la vuelta a la tortilla de la queja en el edificio por las normas estrictas que ha puesto doña Monsi para evitar los contagios. Desde que saltó la noticia, a la mayoría de vecinos, ya ni siquiera el posible toque de queda les parece tan exagerado. Al contrario, ahora exigen que la presidenta sea incluso más contundente. 

Como era de esperar, el único que no está de acuerdo es Eisi que sigue haciendo lo que le da la gana, algo que ya ha generado el primer enfado de Úrsula y Brígida que, por primera vez y para sorpresa de todos, han confesado voluntariamente su verdadera edad y lo han hecho para recordar que ambas son de riesgo.
 
- Pues claro que son de riesgo extremo, señoras, y no solo por la edad sino por su lengua viperina. Ustedes ni con mascarilla se callan- dijo Eisi con la suya por debajo de la nariz.
 
- Súbetela- le espetó Yeison rociándolo de gel de arriba abajo.  
 
- ¿El qué? 
 
- ¡La mascarilla!- gritamos todos al unísono. 
 
- Es lo único que ya puedes subir- musitó Brígida y su hermana Úrsula, a su lado, le dio un codazo en todo el costado izquierdo.
 
Carmela, que ha decidido dejarse el suéter de Epi como uniforme de limpieza, levantó la fregona cual heroína de Marvel y empurró a Eisi contra la pared. 
 
- No te hagas el listillo. Aquí se respetan las normas- le amenazó- Tengo dos hijas a las que alimentar, una suegra que me hace la vida imposible, se me acaba de estropear la nevera, la lavadora solo centrifuga si le doy ánimos y, a todas estas, me ha salido un flemón y tengo más canas que el puma…
 
- Tranquila, Carmela que te estás viniendo arriba- intentó calmarla la Padilla.
 
Eisi se zafó como pudo y corrió hacia el ascensor.
 
- Stop!- gritó Yeison interponiéndose entre él y la puerta al tiempo que hacía un gesto para que extendiera las manos. Acto seguido, le echó una dosis extrema de hidrogel.
 
Eisi se frotó las manos con rabia y entró en el ascensor refunfuñando. 



Esa misma tarde, doña Monsi anotó una norma más en el papelito de las 34 que, por ahora, están colgadas en la pared de los buzones.
 
-Niño, dime qué pone ahí- le dijo en tono despectivo María Victoria a Yeison que hacía guardia.
 
- Pone que, desde este mismo instante, in dis veri moument, Eisi no podrá usar las escaleras sino el ascensor. Es el único que incumple las medidas de seguridad y doña Monsi, Misis presiden, no va a permitir que este tipo ponga en riesgo nuestra salud. 
 
- ¿Eso quiere decir que el resto no podremos usar el ascensor?- preguntó Bernardo. 
 
- Esto es como todo en la vida. Los que cumplimos nos llevamos la peor parte- se quejó la Padilla que entraba con la compra del supermercado.
 
- Por un módico precio se la subo- dijo Eisi que salía del ascensor.
 
- ¿El qué?
 
- La compra, señora. Después soy yo el mal pensado. Si es que están ustedes todas en una edad que guárdame un cachorro.
 
- ¡Qué imbecilidad de hombre!- lamentó la Padilla echándose las dos bolsas a la espalda y expirando un "ay" al subir cada escalón.
 
Mientras tanto, descubrimos a María Victoria en un amago de ir a ver a su hermana, por lo que doña Monsi y el resto de vecinos le recordamos que no podía porque está en cuarentena. 
 
- Es que mi cuñado no sabe cocinar y quería llevarle este compuestito de potas que acabo de hacer- se excusó ella.
 
Por si las moscas, la presidenta ordenó a Yeison que la vigilara de cerca y que si veía que salía con un caldero calle abajo la detuviera.
 
- Señora, no es por llevarle la contraria pero aparte de que estoy exastueishon total con tanto encargo que me ha hecho usted últimamente, yo no tengo autoridad ni potestad para detener a nadie y menos en la calle- le aclaró Yeison.
 
- ¿Te recuerdo lo que te pago?- le espetó doña Monsi mientras llegaba al segundo 29 del lavado de manos antes de sentarse a comer.
 
-
Sí porque hace tanto que no me paga que ya ni me acuerdo- dijo tímidamente Yeison pero al ver la mirada terrible de la presidenta regresó a su puesto de guardia.
 



Con la nueva norma, el tráfico en las escaleras se ha intensificado de tal manera, que Gallardo ha tenido que venir dos veces al día a organizar cómo podemos movernos para evitar aglomeraciones.
 
- Como te hagan el mismo caso que con lo de las consonantes… -se cachondeó Eisi sentado en su viejo sillón verde que ha metido en el ascensor para hacer los trayectos más cómodos.
 
- A ver- dijo Gallardo haciendo caso omiso a las palabras de Eisi y dando sus dos palmaditas habituales para reclamar nuestra atención. Carmela permanecía en pie a su lado apoyada en la fregona como una escudera.
 
Cada uno de nosotros se colocó en su escalón establecido y separados a dos metros unos de otros.
 
- Para facilitar el tránsito por las escaleras he diseñado un dispositivo de aviso inmediato que nos permitirá saber cómo está el tráfico en ese momento. 
 
- Ay, qué prodigio de cabeza tiene este hombre. Seguro que ha trabajado con la DGT- le dijo María Victoria a la Padilla colocada en el escalón por debajo de ella. 
 
- ¡Bah! Nada complicado. Seguro que es una aplicación móvil o algo así. Enfocas el teléfono a las escaleras y se pone en verde o en rojo- comentó Bernardo con algo de chulería. 
 
Gallardo volvió a dar dos palmas.
 
- No se me distraigan. Aquí -dijo extendiendo los brazos a un lateral- tienen el nuevo dispositivo anti congestión.
 
El grito para dentro que el propio Gallardo nos ha enseñado a hacer no se escuchó pero María Victoria que no lo ha practicado lo suficiente se ahogó y empezó a toser para afuera, así que todos retrocedimos un escalón. 
 
Los brazos de Gallardo apuntaban a Yeison.
 
- Él les avisará cuándo pueden pasar o no.
 
No puedo confirmar qué cara puso el pobre Yeison porque obviamente llevaba mascarilla pero estoy segura de que no era de alegría. A Carmela tampoco le hizo mucha gracia la solución pero al menos aquello reduciría el tráfico, y le aliviaría la tensión del lío de la lavadora, la suegra, el flemón… 
 
Apoltronado en su sillón verde y con la puerta del ascensor entornada para ventilar, Eisi sonreía debajo de su mascarilla. Lo puedo asegurar en un 99 por ciento. Pobrecillo.  
 
 
  

miércoles, 21 de octubre de 2020

MEJOR NO HABLAR

Apenas siete días después del desconfinamiento total del edificio, doña Monsi dejó caer que, "más pronto que tarde", decretará el toque de queda porque escuchó en la tele que algo se estaba cocinando al respecto y quiere ser la primera en ponerlo en práctica para que Antena 3 le haga un reportaje al que ella misma ya le ha puesto título: “La presidenta valiente”. 

La noticia del posible nuevo encierro cayó como un jarro de agua fría entre los vecinos que, después de haber pasado siete meses confinados, pusieron el grito en el cielo. Bueno, en el cielo, en el suelo, en las paredes y por todas las escaleras porque, en este edificio, las cosas se resuelven siempre gritando. Eso sí, de forma democrática: Todos.  
 
- ¿Encerrados otra vez?- se quejó María Victoria que ha aprovechado estos días para renovar sus leggins de estilo animal print y aprovisionarse de mascarillas de todos los colores existentes e inexistentes. 
 
- ¿A las ocho en casa?- remedó Úrsula a lo que intentaba que fuera una adolescente pero le salió la voz de Pocoyó el día que perdió su pelotita azul. 
 
- Pues va a ser que no. Yo me he apuntado en clase de zumba a las ocho y media los martes y jueves y no pienso faltar- dijo la Padilla y todos la miramos tratando de imaginarnos a aquella mujer moviendo algo de su cuerpo que no fueran las rodillas para sentarse a ver La isla de las tentaciones. 
 
Antes de que se le escapara de las manos y pudiera perder la oportunidad de salir también en el informativo de Piqueras, doña Monsi ordenó a Yeison, al que tiene acogido en su piso desde que se marchó la peluquera (su madre), que disolviera de forma inminente al grupo reunido en el portal.
 


- Go home!- gritó el joven pulverizando gel hidroalcohólico al grupillo, desde algo más de dos metros de distancia. 

¿Pero tú estás tonto, niño, o qué?- vociferó María Victoria tocándose el pelo donde habían aterrizado dos gotas.

No puede haber más de tres personas juntas en este portal- recordó él.

- ¿De dónde te has sacado esa norma?- preguntó Brígida. 
 
Son órdenes de Misis president.

Lo que nos faltaba- lamentó Bernardo que, después de un día intenso en el taxi, entraba de la calle haciendo ademán de quitarse la mascarilla hasta que recibió una mirada recriminatoria unánime. 
 
Yeison siguió pulverizando gel como si no hubiera un mañana, ni un pasado mañana y, entonces, el grupo empezó a desperdigarse hacia las escaleras. 
 
-¡Alto ahí!- chilló Carmela- Este es mi territorio y aquí mando yo. 
 
Todos se pararon en seco y la Padilla empezó a reírse.

 
- Pues con esas pintas poco impones, chica.
 
¿Cuándo empieza Barrio Sésamo?- se cachondeó Úrsula al ver a Carmela con un suéter idéntico al que llevaba Epi, el de Blas en el mítico programa infantil.

-
 En vez de burlarse de cómo voy vestida, deberían darme las gracias por tomar tantas medidas cuando vengo a limpiar las escaleras- dijo Carmela enfadada detrás de la mascarilla, una pantalla y un suéter a rayas azules, rojas y amarillas.
 
- Ah, ya entiendo. Se ha vestido de Epi para enseñarnos lo que es lejos y cerca- apuntó María Victoria en tono sarcástico y todos empezaron a reírse a carcajadas.
 
¡Basta ya, imbéciles!- gritó doña Monsi desde lo alto de la escalera- Le he dicho a Carmela que trajera un Equipo de Protección Individual para que no se contagie. No podemos permitirnos que se coja una baja ahora y estar otros siete meses sin nadie que limpie la escalera. 
 
Pues ese suéter a rayas no creo que la proteja mucho- aclaró la Padilla.

 



- Carmela ¿Dónde está tu EPI?- le gritó la presidenta.
 
Este es el único que encontré en la tienda de al lado de casa. Les pedí un Epi y esto fue lo que me dieron. Yo no tengo la culpa si no está homologado- lloriqueó.
 
-¡Dios mío, dame paciencia!- suspiró doña Monsi mirando al techo y el grupo, diseminado por las escaleras, dio un paso atrás. 
 
-Tranquila. Los suspiros son pa' dentro y eso no contagia le dijo Úrsula a su hermana.  
 
La presidenta carraspeó -también hacia adentro- y ordenó a Yeison que se agenciara “como fuera” y "lo antes posible" un equipo de protección para Carmela. 
 
En ese momento, entró en el edificio Gallardo, el experto que doña Monsi ha contratado para que nos vayamos adaptando a la nueva normalidad. Al ver la situación de barullo, dio dos palmadas y gritó.
 
¡Atención! Mascarillas bien colocadas y dos metros de separación entre cada uno. ¡Ya!

-
 Pues entonces me voy a la azotea porque el edificio da para lo que da- le reprochó la Padilla.

-
 Calma. Colóquense con tres escalones de distancia entre cada uno y escuchen atentamente porque hoy les voy a explicar la norma número dos. 
 
El grupo hizo lo que indicó Gallardo y María Victoria gritó desde su escalón en el quinto piso donde le había tocado situarse.
 
- ¡Gallardo, hable alto que de aquí no le oigo!
 
- Evribodis redi?- preguntó Yeison y tradujo al mismo tiempo antes de que Úrsula se lo echara en cara – ¿Todos preparados?
 
Gallardo se ajustó la mascarilla que se le había resbalado por la nariz y empezó a explicar la nueva norma.
 
- Presten atención a lo que voy a decirles porque es importante. A partir de hoy, vamos a desterrar de nuestro vocabulario dos consonantes que nos van a ayudar a evitar la expulsión de saliva. La P y la T.

-
 ¿Y entonces? Erdón ¿ Y en-onces?- preguntó Úrsula. 

-
 Ues exác-amen-e lo que usted ha hecho erfec-amen-e.

-
 ¿Está bromeando, no?- gritó María Victoria.
 
Al escucharla, Gallardo no lo dudó y le hizo un gesto a Yeison que corrió desbocado escaleras arriba con la hucha para que la mujer depositara su euro por haber cometido el error al pronunciar la t de "está". 
 
En ese mismo instante, se hizo el silencio más absoluto. Y, de momento, nadie ha vuelto a abrir la boca. 
Por si acaso. 


miércoles, 14 de octubre de 2020

EL REGRESO 

Hoy, 14 de octubre de 2020, doña Monsi ha vuelto a abrir las puertas del edificio, después de siete meses totalmente confinados, en los que solo Eisi y yo hemos podido salir para hacer la compra al resto de vecinos y poco más. Fue lo que decidió, de forma unilateral, indiscutible e irrechazable, la presidenta en una junta de la comunidad celebrada minutos después de que el Gobierno de España anunciara el estado de alarma, allá por el mes de marzo. 



 

- ¿Y por qué solo pueden salir ellos dos?- preguntó airada María Victoria, abrazando a su recién estrenado caniche de un pedigrí que tumba patrás y regalo de su marido en las últimas navidades. 


- Ella es la más joven -dijo doña Monsi con la punta de su bastón a la altura de mi nariz. 


- ¿Y Eisi?- preguntó Brígida con los brazos en jarra o parecido.


- Eso. Por sus antecedentes y por su ritmo de vida, este hombre corre mucho más riesgo que cualquiera de nosotras- se quejó la Padilla al mismo tiempo que recorría con el índice una vena de su pierna izquierda más escarpada que el Annapurna. 

 

Doña Monsi tosió para aclararse la voz antes de responder y todos dimos un paso atrás. María Victoria dio tres y apretujó al caniche entre sus pechos.  


- Precisamente por eso.

 

Todos abrimos la boca, a pesar de las recomendaciones que ya por entonces se escuchaban en la radio.


- ¡Ños! Ahí se ha pasado tres pueblos, señora- le recriminó el propio Eisi. 


- ¡Qué falta de humanidad!- se quejó Brígida.


- En todas las sociedades alguien tiene que sacrificarse- recordó la presidenta.


- Sí, pero una cosa es ofrecerse al sacrificio y otra, lanzarlo directamente a la hoguera- aclaró la Padilla, tratando de esconder a Cinco Jotas no fuera que la presidenta decidiera sacrificar también al cochino.


- Bueno ¡Basta ya! No les he pedido opinión. Es lo que ha acordado la junta y punto- Gritó doña Monsi y todos volvimos a dar un paso atrás. 

 

Y así se hizo. Durante siete meses, solo Eisi y yo hemos podido salir a la calle. En este tiempo, he sentido músculos en mi cuerpo que nunca había movido y todo porque doña Monsi ordenó clausurar el ascensor para evitar que se convirtiera en foco de contagio, con lo que he tenido que subir la compra de cada uno de los vecinos, escalón a escalón. Eso, sin contar que a María Victoria todo le parecía mal. 


- Ay, qué lechuga más pocha. No, no, no. Así no la quiero. Vete y cámbiala por otra que tenga luz y se mueva más.

 

¿Qué se mueva más? ¿Con luz? Yo, por no escucharla, siempre volvía al súper a la búsqueda de la nueva lechuga. En uno de estos segundos viajes descubrí, por casualidad, que allí empleados y clientes me conocían como la Saturdeinai Fiver porque decían que buscaba el movimiento y la luz como Tony Manero en la pista. Al menos eso fue lo que me contó una de las cajeras en plan chisme hasta que, en medio del pi-pi-pi-pi de la compra, se dio cuenta de que era yo de quien estaba hablando. Cosas de la mascarilla. Ni ganas tengo de argumentarles los motivos para salvar mi reputación. 

 




Entiendo que ustedes se pregunten qué ha hecho Eisi en este tiempo, siendo uno de los que gozaba de libertad. Todos los días salía a las doce del mediodía y regresaba a medianoche. Siempre con mascarilla, eso sí. Para evitar que doña Monsi le quitara la venia, se inventó que estaba trabajando en urgencias de un centro de salud y eso provocó que, en el edificio, empezaran a tratarlo como un héroe. 


- Ay, estos tomates están chungos. No me sirven para el juguito que le hago a Eisi. Mira a ver si ves unos más animados- me pidió María Victoria un día. 

 

Doña Monsi también le dio la vuelta a la tortilla y decidió que tener un héroe daba más prestigio al edificio, así que ordenó colgar una pancarta en la fachada con la cara de Eisi. Yo seguí yendo y viniendo del supermercado, de la farmacia y, ya por último, del fisio. 

 

Pero bueno, lo he guardado todo en el baúl de los olvidos y por fin, hoy, en nuestro edificio empieza una nueva era después de que la presidenta, también de forma unilateral, indiscutible e irrechazable, haya decidido levantar el confinamiento total al resto de vecinos. Le he insistido en que, después de siete meses, es peligroso dejarles salir sin explicarles que ahora las cosas han cambiado y que hay normas que se tienen que cumplir para evitar la propagación del virus. 


- Lo tengo todo estudiado, niña. No te creas tan lista- me espetó en medio de la escalera.

 

Esta mañana nos citó a todos en la calle -por aquello de mantener la distancia de seguridad- y, allí, nos presentó a su nuevo fichaje: Gallardo, un “experto” que, en las próximas semanas, será nuestro guía para adentrarnos en la “nueva normalidad”.


- Señoras, señores, atención- dijo el hombre de casi dos metros, como la distancia obligada, moviendo sus enormes brazos para llamar nuestra atención- Lo primero y más importante: ponerse la mas-ca-ri-lla.


- ¿Al cerdo también?- preguntó la Padilla- levantando la mano.


- Por supuesto- dijo Gallardo con cara de revoltura al ver las pintas de Eisi y mientras la Padilla revolvía en su bolso en busca de otra quirúrgica para colocársela en el hocico a Cinco Jotas. 




 

En la calle nos encontramos con Carmela que, después de siete meses, regresaba para volver a la limpieza de las escaleras del edificio. Las hermanísimas, María Victoria, la Padilla, Eisi y Bernardo corrieron hacia ella para abrazarla y darle la bienvenida pero un ensordecedor ¡Noooooo! les paró en seco. 


Gallardo, con cara de "estamos locos o qué", sacó una hucha y pidió que cada uno depositara un euro. 


- Es lo que les va a costar cada error que cometan- explicó agitando el bote que empezaba a llenarse de monedas.

 

A su lado, doña Monsi como la Mona Lisa esbozaba una sonrisa. La de ella, escondida bajo su mascarilla.