Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 30 de abril de 2018

NI CARNE NI PESCADO
Nada hacía presagiar que la llegada de una dionaea muscipula, más conocida como venus atrapamoscas, fuera a sembrar el pánico. Fue Yeison quien introdujo la maldita planta carnívora, empeñado en darle un aire diferente al edificio y argumentando que las moscas y mosquitos se ponen pesados ahora que llega el verano y que la susodicha se los come sin rechistar.
-Es horrible. Lo peor que ha entrado por esa puerta después de doña Monsi. Mira esos tallos y esos pelos. Si es que parece que tiene barba de tres días -protestó Úrsula.
-Ay, niña, pues así es como me gustan -suspiró María Victoria.
-No sabía que te gustaran las plantas.
-Me refiero a los hombres.
Los problemas empezaron ese mismo día cuando Yeison le comunicó a Carmela que tenía que ser ella la encargada de cuidarla porque había comprobado que, en su contrato, el riego también estaba dentro de sus cometidos de limpieza.
-Ni de coña me acerco yo a esa cosa -dijo con la fregona marcando distancia.
-Pero si lo único que come son bichitos y tú eres una biutiful guoman -dijo él poniendo morritos.
-No es no -sentenció ella.

Y así fue. Carmela se negó y fue Evaristo, el hombre para todo en este edificio, quien asumió la peligrosa misión. Eso sí, pidió hacerlo a distancia y Yeison aceptó enchufar una manguera a uno de los lavacabezas de la peluquería. Desde la misma puerta, Evaristo lanzó el chorro en dirección a la maceta. Acertar fue lo complicado y, antes de que el agua llegara a la venus atrapamoscas, remojó medio cuerpo de Yeison y el pelo entero de la Padilla, que, en ese momento, llegaba del supermercado.
Al día siguiente, cuando apenas despuntaba el amanecer, Yeison nos despertó totalmente disparatado.
-¡Camin jier! ¡Camin jier!
-¿Pero qué son esos gritos? -le reprochó doña Monsi a través del hueco de la escalera.
-Margarita ha engordado kilo y medio o más -dijo él.
-Oye, niñato. ¿Tú te crees que estas son formas de despertarnos? -se quejó Eisi dentro de un pijama indescriptible.
-¡Ha engordado! -no paraba de repetir mientras se llenaba los cachetes de aire para describirnos cómo había quedado la tal Margarita.
Solo cuando doña Monsi le hizo un gesto de levantamiento de ceja a Evaristo para que enchufara la manguera y disparara, Yeison se calló.
-Ahora que ya estás más calmado y fresquito, habla -le ordenó la presidenta-. ¿Quién es Margarita?
-Ella -dijo, apuntando a la planta carnívora.
Todas las miradas confluyeron en aquella cosa verde, roja y con pelos que, efectivamente, había aumentado su volumen.
-Madre del amor hermoso, dios del universo y padre de todas las criaturas que pueblan la tierra desde el inicio de los tiempos...
-Bueno ¡Basta ya! -le espetó doña Monsi a Brígida, que no paraba de agitarse a sí misma como si fuera un bote gigante de Ketchup.
-¡Aléjense de ella! -gritó Carmela, que, a esa hora, entraba a trabajar-. He visto en las películas que son capaces de devorar elefantes enteros.
Yeison volvió a chillar cuando encontró algo tirado en el suelo.
-Son los leggins de María Victoria -aseguró.
-Se la ha tragado entera -sollozó Brígida.
-Sí, con sus 75 kilos uno detrás de otro -comentó la Padilla.
-¿Tú estás segura? -preguntó Carmela extrañada-. Ella decía que no pasaba de 69.
-¡La muy mentirosa! -murmuraron ambas.
-Por favor, no hablen así de una muerta -lamentó Yeison.
-¿Y si buscamos dentro? Igual todavía no la ha digerido -propuso la Padilla.
-Tú, inspecciona -ordenó doña Monsi a Evaristo.
El pobre hombre no rechistó. Brígida empezó con la retahíla de rezos y el resto nos quedamos en silencio esperando lo peor. Con sigilo, se acercó a la planta asesina pero, justo cuando extendía los brazos, se abrió la puerta del ascensor y María Victoria, que estaba dentro, preguntó.
-¿Alguien ha visto mis leggins? Con este viento han salido volando desde la azotea.
Ya por la tarde, descubrimos que lo que se había comido Margarita eran las pelusas que pululan por las escaleras y, desde entonces, Carmela la riega, encantada, todos los días.







lunes, 23 de abril de 2018

MATARILE
Cuando doña Monsi abrió el bolso y vio que las llaves habían desaparecido, no pensó que se las hubiera dejado en casa o las hubiera perdido en cualquier sitio. Nada de eso. Ella, sin pruebas y sin atender a razones, aseguró rotundamente que alguien de nosotros se las había robado. Ese fue el comienzo de una caza de brujas en el edificio que nos tuvo toda la semana con el alma en vilo. De la noche a la mañana, la presidenta, con la ayuda de Eisi, Yeison y un ejército de nosecuántos hombres más, convirtieron el edificio en un verdadero Alcatraz.
La Padilla fue la primera en darse cuenta de que algo raro estaba ocurriendo. Nada más cruzar el portal, a su regreso del supermercado, dos tipos le arrancaron la bolsa de la mano y, de malos modos, la apartaron hacia un lado.
-Señora, tenemos que quedarnos con la bolsa para revisar lo que lleva dentro -le dijo Yeison, ascendido por doña Monsi a jefe de seguridad para la ocasión.
-¡Cómo! ¿Pero estamos locos o qué? Llevo un pulpo para preparar a la gallega.
-Señora, peor nos lo pone. No será fácil revisar uno por uno los ocho tentáculos -dijo el del pinganillo.
-Madre del amor hermoso, esto se les está yendo de las manos -se quejó la mujer.
-Y tanto -apuntó Yeison, mirando con cara de repugnancia cómo el molusco cefalópodo se le resbalaba entre las manos a su compañero.
-Por favor, señora apártese -ordenó otro de los hombres de seguridad que, en ese momento, llegaba con el cubo y la fregona que le acababa de confiscar a Carmela.
-Devuélvame mi cubo -dijo ella no muy afectada.
-Tenemos que tomar muestras. Estamos investigeitin -le explicó Yeison-. Esta máquina detectará si has estado en contacto con las llaves de doña Monsi.
-¿Y por qué no cogen también muestras de las pelusas? -propuso en un intento de que alguien terminara limpiando las escaleras por ella.

Resignada, la Padilla regresó a su piso y empezó a preparar la salsa para el pulpo a la espera de que le avisaran de que podía regresar a por él. Mientras, Carmela aprovechó para prepararse el quinto barraquito de la mañana.
A mediodía, María Victoria abrió la puerta del ascensor y, en el interior se encontró a Eisi y a dos hombres de negro. Más que el agobio por tener que compartir espacio, le molestó no poder mirarse en el espejo.
-¿A dónde vas? -preguntó Eisi.
No le gustó tanta intromisión en su intimidad pero contestó.
-Al dentista. Tengo que quitarme un empaste metálico que me hace daño -contestó y, enseguida, los dos de negro se abalanzaron sobre ella.
-¡Abra la boca, señora!
-Pero ¿qué hacen? ¡Socorro!
-Tenemos que analizar ese empaste. ¡Abra la boca!
Afortunadamente, el ascensor ya había llegado al portal y María Victoria se zafó como pudo. Allí, se encontró con el resto de vecinos, que acudimos alertados por los gritos y con la Padilla, que había bajado a ver si ya habían terminado con su pulpo.
-Voy a llamar a la Policía -amenazó Brígida, pero Eisi le arrebató el móvil y se lo entregó a uno de la cuadrilla de seguridad para que lo analizara.
El alboroto que se montó con todos gritando al mismo tiempo solo se cortó cuando doña Monsi apareció en medio de las escaleras y gritó su habitual ¡Basta!
La mujer se acercó a la multitud y pronunció cuatro palabras.
-He encontrado las llaves.
María Victoria apretó la mandíbula. Había salvado el empaste que ahora le quitaría el dentista. Carmela, miró desganada el cubo y la fregona y recorrió con la lengua cada recoveco del interior de la boca para disfrutar de los últimos restos de barraquito.
Solo un olor fétido y nauseabundo logró que apartáramos la mirada de la presidenta que agitaba aquel trozo de metal entre sus dedos como si hubiera cortado las orejas a un Miura.
-¡Mi pulpo! -gritó la Padilla, sosteniendo entre los brazos una cosa babosa en estado de descomposición.