Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 10 de marzo de 2014

KILOS DE MÁS
(enero 2013)
Mientras cortaba los cien gramos de jamón y los doscientos de queso amarillo de plato, Chano, el dueño de la venta de la esquina, le contó a Úrsula que había escuchado en el telediario del mediodía que una universidad “de esas de Inglaterra” había averiguado que un kilo pesa ahora más de 1.000 gramos.
Maldita la hora en que se lo dijo porque la mujer, que ya estaba con la matraquilla de que había engordado en estas navidades, se obsesionó todavía más y empezó a decir por ahí que si esa investigación era cierta, entonces ella estaba más gorda de lo que pensaba y eso no se lo podía permitir como presidenta de uno de los edificios más reconocidos de la ciudad. ¿Qué tendrá que ver eso, señor? Me pregunto yo.
Como me temía, las medidas no se han hecho esperar y por decisión unilateral, Úrsula ha resuelto clausurar el ascensor hasta que logre bajar los cuatro kilos y no sé cuántos gramos más que le sobran.
Por culpa de esta situación, Francisco José, el botones, que se acaba de incorporar después de una baja por la fractura del dedo índice, se ha quedado –de momento y hasta la reapertura del aparato- a cargo de los buzones. Vamos, que se encarga de abrirlos y cerrarlos cada vez que viene el cartero. A los vecinos no les ha gustado nada esta nueva medida y ya han empezado las quejas. “Pues use la escalera que le viene bien para reducir el colesterol”, le contestó de malos modos la presidenta de la comunidad a la Padilla, cuando le tocó a la puerta indignada con la nueva resolución.
A mi, la verdad que me da un poco igual porque yo y el ascensor no somos compatibles pero entiendo que al del ático no le haga ninguna gracia tener que bajar y subir casi 700 escalones cada vez que sale a la calle. Otro que está que trina es Bernardo, el taxista, que está en el turno de tarde, desde que han instaurado el nuevo sistema de trabajo por horas en Santa Cruz. Y, claro, no lleva nada bien eso de llegar a las tres de la madrugada y no poder usar el ascensor. Además, nunca ha superado que desmontaran su taxi-ascensor, después de la visita de un inspector inmobiliario. Para desahogar su rabia, la primera noche, Bernardo hizo una escala en el piso de Úrsula y Brígida, a las que despertó, sobresaltadas por el timbre. “Es que no puedo más, por favor”, y les pidió un vaso de agua para poder continuar la ascensión. La presidenta le amenazó con llamar a la policía por alteración del orden público si volvía a levantarla de la cama a esas horas y, cuando el pobre hombre ya había reiniciado su camino hacia el quinto, le gritó: “y a usted también le viene bien hacer ejercicio que se pasa el día sentado”, y dio un portazo que nos despertó al resto de vecinos. 

En fin, que ya ha pasado una semana sin el ascensor y aquí nadie sabe si Úrsula ha bajado algún kilo y, si por suerte lo ha hecho, si son de los kilos de antes o de los que llevan más gramos, como dice la investigación de la universidad inglesa.

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