Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 10 de marzo de 2014

LA SÁBANA SANTA
(marzo 2013)
A pesar de que ya no tienen cargo en el edificio, las artimañas de Úrsula y Brígida se mantienen, pues han logrado inocular sus ideas a don Justo, el hermano del propietario, lo que ha sumido a la comunidad en un auténtico calvario en plena Semana Santa.
Todo empezó el miércoles cuando Adelaida, la esposa de don Justo, recorrió uno a uno todos los pisos en busca de una sábana. Bernardo fue el primero en ofrecerle una pero no tuvo éxito porque era de flores y eso generó cara de repelús en la pobre señora. Al llegar al descansillo, la Padilla ya tenía la puerta abierta y le esperaba con una bolsa llena de sábanas de franela que pensaba tirar. “Aquí tiene. Son todas suyas. También le he puesto unas camisas viejas de mi marido. Lo que no le sirva lo tira al contenedor de ropa que ha colocado el alcalde Bermúdez en cada esquina de esta ciudad”. La mujer con la misma cara de repelús que había puesto hacía dos minutos le dijo que se lo agradecía pero que tenía que ser una sábana blanca.
Esta apreciación generó más rumores y Carmela, que estaba limpiando el ascensor, me comentó que se temía que lo que andaba buscando era la sábana santa pero que creía que esa estaba guardada bajo llave en Turín. El jueves por la tarde la cosa se lió un poco más cuando dos romanos entraron en el edificio. Yo, casi me caigo al suelo al darme cuenta de que se trataba del bombero que por la noche vigila las velas de la escalera y de Francisco José, el recién despedido botones del edificio. “Don Justo nos ha llamado para un trabajito esta noche”, dijeron. Carmela, que también estaba por los alrededores, subió corriendo a casa de los Padilla a contar lo que acababa de escuchar. El rumor que se extendió fue que lo más seguro era que iban a hacer una representación viva y real de la Pasión y que uno de nosotros sería el elegido. Todos pensamos en Bernardo. “No es que tenga 33 años, ni sea buena persona, pero es el que más se parece al protagonista”.

Como la cosa se estaba poniendo complicada decidí ir a hablar con don Justo y su esposa y advertirles de que no jugaran con fuego, que en el edificio no estábamos dispuestos a revivir la historia de Jesús de esa manera. El hombre me miró aturdido y me aclaró que lo único que pretendían era disfrutar de una Semana Santa de cine, proyectando la histórica Ben-Hur y que por eso había enviado a su mujer a buscar una sábana que colocarían en la azotea a modo de pantalla gigante. Lo de los romanos era para darle un poco de ambientación. De ahí que hubieran contratado por unas horas a Francisco José y al bombero. Ambos se encargarían de recoger el dinero de la sesión de cine. “Porque no va a ser gratis ¿no?”, me preguntó el nunca mejor apodado como el del puño.

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