Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 28 de marzo de 2016

NOCHE DE CORNETAS Y TAMBORES
Nadie en el edificio confiaba en que doña Monsi y María Victoria aguantaran más de una noche bajo el mismo techo, pero, cuando aquella mañana las vimos salir juntas y sonrientes, nuestros prejuicios se cayeron uno detrás de otro, como las fichas de dominó.
Definitivamente, la presidenta ha encontrado en su vecina una compañera de piso a su medida. Ambas padecen de insomnio y se pasan las noches parloteando en la cocina vete-tú-a-saber-de-qué hasta bien entrada la madrugada. A tanto ha llegado su complicidad que el otro día, cuando doña Monsi fue a la procesión del Señor de las Tribulaciones, llevaba puestos unos "leggins" de piel de pantera negra y una chaqueta de pelo de cabra salvaje que le había prestado María Victoria. Como le quedaban es otro cantar.
-¡Guau! Qué moderna la veo, presidenta- comentó Eisi mientras entraba en el Lamborghini, que Neruda conduciría con destino a Playa de Las Américas para pasar la Semana Santa.
Como San Pedro, él negó hasta tres veces que se iba de vacaciones, insistiendo en que iba de visita oficial al sur. En ese momento, el gallo de la vecina del edificio de enfrente empezó a cantar.
Con Eisi lejos por unos días y con doña Monsi renovada, pensamos que la semana iba a estar más tranquila. Nos equivocamos. El martes, mientras Carmela le pasaba un trapito al ascensor, soltó un grito de tal magnitud y calidad que ya la quisieran en la Semana Santa de Sevilla para cantarle al Cristo del Gran Poder.
Con la cara desencajada, nos contó que la extraña pareja había logrado -no sabemos cómo- que la tradicional procesión del Encuentro se detuviera la noche del miércoles en nuestro edificio. Para la ocasión, María Victoria ya tenía una mantilla de seda de hormiga tejedora y estaba ansiosa por estrenarla.

-Eso supone más trabajo para mí- se quejó Carmela.
Úrsula también mostró su enfado y aseguró que tenía motivos para estar en contra.
-Soy saeta.
-Atea -le corrigió la Padilla.
-Vaya, yo siempre pensé que éramos canarias -comentó su hermana.
Fuera lo que fuera, la presidenta tuvo la última palabra y el día previsto doña Monsi ordenó a Carmela que colocara la alfombra roja en la entrada.
-Pero ¿qué alfombra? -preguntó con tal sofoco que Xiu Mei se ofreció a prepararle una tacita de valeriana.
-Esto calma, tú -le dijo con su mejor castellano.
Ya por la noche, Carmela, más sosegada -yo diría que traspuesta- colocó dos mantas a cuadros escoceses a modo de alfombra roja y un par de sillas en el portal para que doña Monsi y María Victoria pudieran disfrutar de la procesión. Pasadas las diez, la imagen de Jesús Nazareno y la de la Santísima Virgen de la Amargura llegaron al edificio. Las dos mujeres estaban emocionadas. María Victoria no podía contener las lágrimas debajo de su mantilla, mientras el resto de vecinos -salvo Úrsula, que se encerró en su piso- observábamos aquel momento histórico desde la escalera. 
El sonido lastímero de las cornetas, el redoble fúnebre de los tambores, el olor a incienso y al de la multitud que se agolpaba en aquellas cuatro paredes tensó el ambiente y Cinco Jotas, que llevaba tres días con un trancazo tremendo, salió corriendo en busca de aire. El animal bajó las escaleras, cruzó por debajo de uno de los pasos procesionales y acabó enredado entre las piernas de dos costaleros.
Al ver que el Jesús Nazareno se tambaleaba y estaba a punto de caer sobre ellas, Bernardo se lanzó al rescate de doña Monsi y María Victoria y las apartó con un golpe seco. Su esposa, Xiu Mei, estaba encantada pensando que aquello formaba parte de la tradición, hasta que se dio cuenta de que su marido tenía cinco costaleros, los dos pasos y seis señoras encima.
-¡La mantilla! -gritó María Victoria palpándose la cabeza.
-Pero si hace calor -exclamó Brígida.
-Me refiero a mi tocado.
En el suelo, en medio del portal, el manto de seda negro se revolvía como si llevara al mismísimo demonio de Tazmania dentro. El tumulto se apartó y, tras varios minutos de forcejeo, el hocico de Cinco Jotas surgió del guiñapo.
El tronar de los tambores y una corneta pusieron fin a aquella noche de pasión.

lunes, 21 de marzo de 2016

LA CUADRATURA DEL CÍRCULO
Hasta hace unos días no creía en los fantasmas, pero ahora ya no sé qué pensar. No voy a obsesionarme. Prefiero imaginar que lo que ha ocurrido esta semana en el edificio ha sido magia o el sueño de una noche de invierno. Aunque intento convencerme a mí misma de que esto no ha pasado, necesito encontrar una respuesta que explique lo que empezó la tarde del jueves, cuando Carmela subió a buscarnos para contarnos que el marido de doña Monsi había desaparecido. 
-Pero si el pobre hombre murió hace más de una década -recordó Úrsula. 
-Sí, ya sé que murió, pero ahora ha desaparecido -dijo temblorosa. 
-¿Han profanado su tumba? -preguntó Brígida. 
-No, eso ocurre en el próximo capítulo del Walking Dead ese. No te digo... -se burló su hermana. 
Carmela insistía en la desaparición y empezamos a pensar que se había quedado un poco tocada, mentalmente, después de que esa misma tarde el pediatra le dijera que se estaba pasando con el amamantamiento descontrolado de las mellizas.
-Señora, sus niñas van camino de convertirse en auténticas pelotas de lactosa -le advirtió el médico.
-¿Qué se cree el tipo este? Yo no soy Hacendado, que tiene leche desnatada, semidesnatada y sin lactosa. A mí que no me agobie más este hombre, que bastante tengo con las nenas, mi marido, la escalera y las pelusas -se desahogó al llegar de la consulta. 
Como no nos quedó claro qué había pasado realmente con el marido de doña Monsi, decidimos subir a su piso y averiguarlo "in situ". Allí, encontramos a la presidenta con la mirada perdida. 
-Se han llevado a mi Andreu. 
-Uy, pobrecita. A mí me da que empieza a desvariar -comentó Brígida en voz baja y con cara de pena, mientras le pasaba la mano por la cabeza embadurnada de laca. 
La mujer se levantó y nos señaló un cuadro en la pared del comedor. Nos acercamos temerosos, como si aquello fuera un lobo a punto de atacar y, efectivamente, allí, junto a doña Monsi vestida de boda, intuimos el borde decolorado de una silueta que debía ser la del difunto, aunque de él no había ni rastro.

Doña Monsi nos juró que, hasta hoy y durante cincuenta años, en ese cuadro habían estado los dos. 
Eisi, que acababa de regresar de su estancia en el Parador, ordenó cerrar a cal y canto puertas y ventanas para que Andreu no pudiera escapar. 
-Esto me huele a pelea de pareja. ¿Han discutido últimamente? -preguntó Brígida, que, esta vez, prefirió pasarle la mano tranquilizadora por la espalda. 
Carmela, cada vez más aterrada, comentó que lo mejor era avisar a la policía o, en todo caso, a un cazafantasmas, pero Úrsula se negó, alegando que Iker Jiménez se pondría las botas y nos sacaría en su programa. Eisi propuso hacer guardia permanente hasta que apareciera el difunto. La Padilla se ofreció a hacer el primer turno y, después de darle la cena a Cinco Jotas, bajó al portal, donde Eisi había colocado una garita con un termo de café.
-Y si lo veo ¿qué hago?
-Gritas. 
La noche transcurrió tranquila. La Padilla se dejó dormir viendo los últimos vídeos de Wismichu, pero, a las tres de la madrugada, el chillido aterrador de María Victoria la despertó. Salió de la garita y, mientras subía las escaleras, recordó lo que le había dicho Eisi y comenzó a gritar. Al llegar, ya estábamos todos en el piso. Sordos de tanto grito. 
-En la pared... Ese cuadro... -titubeó María Victoria, señalando una reproducción de "La siesta" de Van Gogh. 

-Yo solo veo dos personas ahí tiradas durmiendo -dijo Eisi.
-Ese es mi Andreu, pero ¿qué hace al lado de esa desconocida? -preguntó doña Monsi.
-Esto es un allanamiento de morada en toda regla -se quejó María Victoria.
-Pues me lo llevo a casa -dijo doña Monsi, que ordenó a Neruda que descolgara el cuadro.
María Victoria se negó en rotundo a que sacaran el cuadro de su casa y doña Monsi se resistió a dejar a su marido en una casa que no era la suya. Así que, ahora, las dos mujeres viven juntas. A ver lo que dura. 

lunes, 14 de marzo de 2016

VISITA INESPERADA
Llevábamos cinco días sin noticias de Eisi. Lo último que supimos de él fue que subía al Teide por La Esperanza para comprobar, según nos contó, si la carretera estaba apta para organizar una excursión del edificio a ver la nieve. A María Victoria le hizo mucha ilusión la idea porque tiene un abrigo con rayas de cebra de montaña que no ha estrenado y que, si no lo hace ya, lucirá el próximo fin de semana en la Feria de la Moda de Tenerife. Empezamos a preocuparnos por Eisi cuando un señor, más ancho que alto, entró en el portal y preguntó por él. Carmela respondió bruscamente.
-No sabemos nada de él. ¿Para qué lo quiere? 
El hombre se desabrochó la gabardina y una barriga, en la que podría caber él mismo tres veces, surgió de repente poniendo distancia entre ambos. 
-Habíamos quedado hoy -dijo, y giró la cabeza hacia la puerta donde esperaba una guagua con cincuenta personas ansiosas por entrar a nuestro edificio. Al verlos, Carmela cerró de un portazo.

-Aquí no entra nadie. Acabo de fregar -se excusó blandiendo la fregona como el Cid Campeador.
-El hombre parecía dilatarse por segundos y temí que explotara, pero, por fortuna, suspiró y perdió un poco de volumen, lo que aprovechó para apretarse el cinturón, evitando que la barriga se le derramara por todos lados.
-Somos un grupo de vecinos del otro lado de la isla y el señor Eisi nos invitó a visitar su edificio. 
-Pues él no está, así que mejor se vuelven a casa -sentenció doña Monsi, que llegaba en el ascensor. 
En el exterior, la temperatura había bajado y llovía. Los pasajeros de la guagua aporreaban la puerta para que les dejáramos entrar.
-Pobrecillos, voy a dejarles pasar -propuso la Padilla. 
-¡Ni se te ocurra! Este edificio tiene un límite de carga y con tu cerdo ya lo superamos.
-Pues no pienso moverme de aquí -aseguró el señor-. Hemos venido desde bien lejos. Le conmino a que abra esa puerta.
-A mí usted no me insulta -se enfadó doña Monsi y ordenó a Carmela que pasara el fechillo. 
Úrsula bajó las escaleras, que son de su responsabilidad tras el reparto de cargos presidenciales, y se quejó de los malos modos de doña Monsi.
-Caballero, disculpe a la "señora". Dígale a sus vecinos que pueden visitar nuestro edificio con mucho gusto. Carmela abre esa puerta. Ya me encargo yo de recibirles en "mis" escaleras. 
-Pero Úrsula, acabo de fregar.
-Nadie lo diría. Podría saludar a cada pelusa por su nombre.
A regañadientes, Carmela abrió la puerta y una marabunta entró atropelladamente. El señor de la barriga les indicó que subieran por las escaleras. Durante tres horas, Úrsula y su hermana enseñaron cada rincón del edificio y se hicieron selfis con todos ellos. 
-Qué asco. Esto huele a humanidad -se quejó María Victoria, vaciando el ambientador en el rellano de su piso justo cuando pasaba uno de los visitantes, un señor alto con bigote y envuelto en un abrigo de tartán escocés, que le dio las buenas tardes. Ella sintió el flechazo de Cupido y se quedó con la boca abierta tragándose el aroma a pino verde.
Ya al anochecer, el jefe de la expedición bajó las escaleras para regresar a la guagua, pero, al cruzar la puerta, se quedó atascado impidiendo que el resto pudiera salir. Avisamos a Bernardo, porque el portal superaba el aforo permitido, pero no pudo hacer nada. El hombre se había dilatado más que una pupila después de veinte gotas.
Como ya era la hora de cenar, Úrsula nos encargó que preparásemos unas tortillitas para los visitantes mientras esperaban a que su presidente fuera desencajado de la puerta. A Carmela se le ocurrió que si él suspiraba varias veces igual se desinflaba. La idea funcionó y, por fin, a las diez de la noche, la guagua se marchó calle abajo. María Victoria se despidió de su enamorado con una caída de párpados. 
Cuando nos íbamos a acostar, escuchamos entrar a Neruda en el edificio y corrimos de nuevo al portal para preguntarle, preocupados, si sabía dónde estaba Eisi.
-Sí, claro. Está pasando unos días en el Parador del Teide. He venido a buscarle algo de ropa. 

lunes, 7 de marzo de 2016

CUESTIÓN DE COMPETENCIAS
Ni doña Monsi, ni Eisi, ni Úrsula han querido renunciar a su cargo, y antes de que la situación corriera de boca en boca por todo el barrio, decidimos que lo más sensato era quedarnos con los tres. Lo complicado fue evitar el enfrentamiento entre los presidentes simultáneos a la hora del reparto de funciones, pero Bernardo hizo una labor impagable. Un encaje de bolillo.
-Chiquito lío. Desde que volví, no he hecho sino apagar fuegos -se quejó, preocupado además porque su mujer Xiu Mei, que todavía no entiende nuestro idioma, no se relaciona mucho y se pasa los días deambulando por el edificio.
Después de más de seis horas de dura negociación, por fin, el miércoles la presidencia tripartita quedó definida. 
Doña Monsi seguirá siendo la máxima presidenta de la comunidad y se encargará de cobrarnos las cuotas, así como de todo lo que tenga que ver con el ascensor y el portal. Eisi actuará de relaciones públicas. Su trabajo consistirá en representar al edificio por toda la Isla; para ello mantendrá el Lamborghini. La azotea y el garaje también dependen de él. Por último, Úrsula será la responsable de las escaleras y de controlar el mantenimiento del edificio. 
-Aquí hay mucho jefe y poco indio -criticó Carmela, que ha decidido dejar de darles el pecho a las mellizas porque asegura que el estrés le está desnatando la leche.
-Vaya chorrada sin base científica -le respondió la Padilla, con la cara descompuesta al escuchar el brutal eructo de una de las mellizas tras los golpecitos de Carmela. 
El reparto de cometidos iba bien hasta que, en la tarde del viernes, Xiu Mei se quedó encerrada en el ascensor. La mujer empezó a gritar como una descosida en chino estándar. Bernardo llegaba a esa hora de un servicio al aeropuerto del sur y, al enterarse del incidente, se puso tan nervioso que agarró el extintor y empezó a soltar espuma sin ton ni son contra la puerta del aparato. 
-Pero ¿qué haces? Que esto no es un incendio -le advirtió la Padilla. 
-Mi mujer va a morir ahí dentro. Ella no entiende nuestro idioma -se desesperó. Estaba descamisado y con el sudor cayéndole a borbotones. 
-Qué desagradable, por favor -murmuró María Victoria entre dientes-. Si ese sudor empieza a oler, vamos a tener que desalojar el edificio. 
En medio del jaleo, Cinco Jotas, ya recuperado de todos los males, se resbaló con la espuma, quedó patas arriba y empezó a emitir sonidos raros.

-Venga, otro que tampoco habla castellano -se burló Carmela, mientras un buche lácteo le impactaba en todo el pecho. Al ver aquello, María Victoria huyó como alma que lleva el diablo. 
-¿Puede alguien quitar de ahí al maldito cerdo ese? -vociferó Bernardo, que intentaba llegar al ascensor para tranquilizar a su esposa-. No muevas tú de ahí. Pronto yo rescatarte. Yo querer a ti. 
-Sosiégate. Porque le hables así no te va a entender mejor -dijo Úrsula, más preocupada por los desperfectos que estaba ocasionando con el extintor. Ella era la presidenta responsable del mantenimiento y limpieza del edificio. 
Después de todo el día fuera y, justo cuando más lo necesitábamos, apareció Eisi. Al toparse con Cinco Jotas al revés, creyó que por fin lo estaban preparando para hornear, pero cuando Carmela le resumió la situación en cinco segundos y medio, su sueño se esfumó. Sin pensárselo dos veces, se lanzó a darle patadas a la puerta del ascensor para abrirla.
-¡Alto! -gritó doña Monsi, alongada por el hueco de la escalera-. El ascensor es de mi competencia. 
-Señora, estamos intentando rescatar a la china -le aclaró Eisi. 
Doña Monsi, envuelta en una bata de felpa, bajó y se atrincheró delante del ascensor. 
-Por favor, déjese de tonterías. Mi mujer está dentro -suplicó el taxista. 
-Pues que espere a que se destrabe, porque yo no voy a permitir que me estropeen lo poco que me queda de control en este edificio -dijo mirando desafiante a sus contrincantes presidenciales. 
Tuvimos que esperar casi tres horas hasta que doña Monsi se marchó a dormir. Cuando lo hizo, Eisi volvió a patear el ascensor y por fin se abrió. 
Xiu Mei estaba pálida. Al vernos a todos, dijo en un canario perfecto: "¡Imbesileh!"