Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 19 de junio de 2017

ALGO HUELE A PODRIDO
El despido fulminante de Carmela dejó al edificio sumido en el más absoluto de los caos y en una falta de limpieza que empezaba a tener consecuencias para la salud. Aunque en menos de una semana habíamos logrado erradicar todas las pelusas que merodeaban por las escaleras, lo cierto es que no había sido con una finalidad higiénica, sino por puro egoísmo, ya que la presidenta decidió pagarnos por cada bola de polvo que hiciéramos desaparecer. Sin Carmela el edificio parecía más limpio. O eso creíamos. El martes, cuando vino el del butano a cambiarle la bombona a la Padilla, nos alertó del mal olor que había sentido al cruzar la puerta.
-Vaya, curioso que lo diga precisamente usted, que debe estar más que acostumbrado a ese olor a gas descompuesto -comentó Úrsula posando la mirada en las manchas de grasa de la camisa del hombre.
-¿Y se puede saber a qué le huele? -preguntó la Padilla con temor a que el culpable de aquel tufo fuera Cinco Jotas, al que lleva meses sin darle un baño.
-Pues, no sé... -dudó el butanero-. Es como si hubiera algo podrido.
-¡Qué asco! Los malos olores se están convirtiendo en un clásico de este edificio -gruñó Úrsula, algo preocupada por si se trataba otra vez de las tuberías, pero Luisito le aseguró que, después de la complicada extracción de los restos de fabada que se habían quedado atascados, los bajantes estaban funcionando de nuevo a pleno rendimiento.

Por si acaso, la Padilla corrió a comprobar que definitivamente no era su cerdo el causante de aquella peste. Al entrar en casa, un olor desagradable le tumbó "patrás", pero se tranquilizó al confirmar que provenía de la mezcla entre los gases de la nueva bombona y los que expulsa cada noche Cinco Jotas durante la digestión.
-¡En mi casa no es! Gritó aliviada por la escalera.
-Tenemos que encontrar de dónde viene ese tufo -avisó Úrsula al resto de vecinos.
-¿Y si es Balduino, el fantasma, que ha vuelto a morirse? -apuntó Brígida-. Como no lo vemos, ha podido pudrirse...
Su hermana le echó una mirada asesina y cerró la boca.
-Buscaremos por zonas. Mi primo Luisito y yo revisaremos las escaleras. Ustedes -se dirigió a las hermanísimas- se centrarán en el ascensor y la Padilla peinará el patio interior -organizó Eisi.
-No me peino ni yo y ¿pretendes que lo haga con el patio? Me niego -saltó la Padilla.
-Señoras, no empecemos -advirtió con cara de "Señor, llévame pronto".
Como perros sabuesos, nos pusimos a rastrear el edificio de abajo a arriba y de lado a lado. Todo iba bien hasta que Brígida apareció gritando.
-¡Ya lo tengo!
-Si es pegajoso no lo toques -le previno su hermana.
-¿Qué está pasando aquí? ¿Y qué es este olor? -interrumpió doña Monsi, que volvía de la peluquería.
-En eso estamos -contestó Úrsula.
-Acabo de confirmarlo. El olor viene de María Victoria -insistió Brigida.
-Lo sabía. Esa mujer se pasa el día de compras y luego no tiene tiempo para ducharse -protestó la presidenta.
-En realidad no es ella mismamente. Es su ropa y esa manía de la moda "animal print" -aclaró.
-Habla en cristiano -le reprochó la presidenta-. Que lleva dos días con unos pantalones de piel de mofeta que huelen que apestan.
-Échenla de aquí -ordenó doña Monsi sin contemplaciones.
-Lo que usted diga, pero una cosa: ¿por esto también nos va a dar algún dinerito como hizo con las pelusas? -preguntó Eisi.
-Qué usurero -murmuró Brígida.
El olor se hacía cada vez más intenso y doña Monsi empezó a sentirse mareada, por lo que decidió regresar a su piso.
-Ahí viene -avisó la Padilla señalando a María Victoria.
-¡Atrás! -se interpuso Eisi.
-Pero ¿qué pasa? -preguntó la mujer, ajena a lo que pasaba.
-Que hueles a mofeta. Sal de aquí antes de que te denunciemos por alteración higiénica -dijo Eisi con la esperanza de que, al final, doña Monsi le pagara por hacer el trabajo.
María Victoria dio un giro de película y salió despechada calle abajo, llevándose aquella pestilencia consigo.
De seguir a este ritmo, terminaremos con el edificio vacío. En apenas una semana, hemos perdido a Carmela, al ejército de pelusas y a María Victoria. Me da que el próximo va a ser Cinco Jotas. Me lo huelo.

lunes, 12 de junio de 2017

TRATO HECHO 
A pesar de las súplicas, nada pudimos hacer para evitar que doña Monsi acabara cumpliendo su amenaza. Tal y como había anunciado, el martes a las ocho en punto de la mañana, ni un minuto antes ni un minuto después, le comunicó a Carmela que estaba "totalmente" despedida.
-¿Es que acaso se puede estar despedida por trozos? -preguntó Úrsula, indignada con la presidenta, que lo hizo con una frialdad inusitada y sin remordimiento alguno.
Aquella escena fue mucho más lacrimógena que la de Meryl Streep bajo la lluvia en "Los puentes de Madisson". En el momento en que Carmela cruzó la puerta del edificio y se marchó calle abajo, la Padilla casi muere asfixiada porque se le atragantaron unas cuantas palabras malsonantes en la garganta que no llegó a pronunciar por temor a que la presidenta se enfadara y decidiera subirle la cuota de la comunidad.
La despedida fue un verdadero drama. María Victoria cayó desmayada al suelo del disgusto y, en la caída, se partió una de las paletas, con lo que se ha dejado puesta, de forma permanente, su inseparable máscara antigás, por lo menos hasta que le den cita en la consulta del dentista. De los nervios, Xiu Mei empezó a hablar en chino y Bernardo, su marido, tuvo que darle un beso en toda la boca para ver si se callaba. Santo remedio. Ella no volvió a hablar más, pero se pasó todo el rato mirándole con cara de "vamos-a-casa-que-te-voy-a-enseñar-chino-mandarín".
La más afectada de todos era Brígida. La pobre mujer no podía parar de llorar y su hermana estuvo a punto de echarle en cara que lo estaba dejando todo hecho un asco con tanto moco, pero, al final, se contuvo porque no quería hurgar en la herida.
-No sé por qué se ponen así. Yo avisé. Dije que si no terminaba con las pelusas, se iría a la calle. Y eso es lo que ha pasado. Bastante paciencia he tenido con ella -se justificó doña Monsi.
Al final, todo el lío se montó por culpa de Balduino, el fantasma okupa que llegó al edificio desde el más allá, atraído por el polvo de las pelusas, y Carmela, aterrada por su presencia, había sido incapaz de entrar al cuartito de la limpieza a coger la fregona, con lo que doña Monsi declaró la alerta roja por suciedad extrema.
-Pero ¿no se da cuenta de que esto se va a poner peor? -le advirtió Úrsula-. ¿Quién va a limpiar ahora?
-Ustedes -anunció doña Monsi.
-Lo que nos faltaba por oír. ¿Pretende que los vecinos nos hagamos cargo? ¡Vamos, hombre! -se quejó la Padilla.
-No empiecen con la retahíla porque acabarán haciéndolo. Ya verán.
-Por encima de mi cadáver. Nunca traicionaríamos a nuestra Carmela, todavía de cuerpo presente. ¿Verdad, compañeros? -nos preguntó Úrsula.
-Pago a 15 euros la pelusa -interrumpió doña Monsi.
Nadie contestó. Había que decodificar aquellas seis palabras.
-No se hagan los tontos. Han oído bien. Por cada pelusa que eliminen se llevarán un dinerito -aclaró mientras se alejaba de vuelta a su piso.

-No podemos hacerle esto a Carmela -avisó Brígida.
No hubo respuesta.
-Señoras, apártense -dijo Eisi, que se lanzó al suelo a la caza de dos pelusas que merodeaban por la zona.
-No puedo creer lo que estoy viendo -se indignó Brígida, y, en ese mismo momento, como si alguien hubiera gritado "preparados, listos, ya", todos salimos corriendo en busca de las codiciadas pelusas.
-¡Ursi, ya tengo una! -gritó Brígida a su hermana.
-¿Eres imbécil? Ponte las gafas -le recriminó la Padilla-. ¿No ves que es un adorno de mi chola?
En medio de aquel barullo de gritos y codazos, Bernardo y Xiu Mei llegaron en ascensor.
-Vecinos, nos vamos a pasar nuestra segunda luna de miel a Fuerteventura -dijo el taxista, besando a su esposa, que ya no hablaba en chino ni en nada. Mantenía los labios sellados para recibir los constantes besos de su amado.
-Ahora entiendo por qué la llaman de miel ¡Qué empalagosos estos dos! -dijo Úrsula con cara de repugnancia.
Y así nos hemos pasado toda la semana: recogiendo pelusas, con Balduino, el fantasma, pisándonos los talones.
El edificio está como los chorros del oro y mañana es día de pago.

lunes, 5 de junio de 2017

POLVO ERES
La insistencia desmedida de Carmela fue lo que nos hizo pensar que tal vez podía llevar algo de razón en lo que nos estaba contando. Empezamos a tomarla en serio cuando repitió por vigésima tercera vez en menos de dos días que, en el edificio, había un fantasma y que ella se negaba a seguir limpiando las escaleras. Eso fue lo que nos preocupó, sobre todo porque ya hay más pelusas que escalones y algunas han tomando la forma de esas bolas enormes de matojos que ruedan por el oeste americano.
El martes por la tarde, una de ellas estuvo a punto de arrollar a doña Monsi y fue entonces cuando se montó el lío.
-Haz el favor de acabar con las malditas pelusas -le ordenó la presidenta a Carmela.
-No puedo. Todos los productos de limpieza están en ese cuartito donde he visto al fantasma -le explicó.
-No busques excusas -le espetó doña Monsi-. Nos están invadiendo. Si en una semana todo sigue igual, estarás de patitas en la calle.

Aquellas palabras amenazantes nos encogieron el estómago. No es que Carmela sea un dechado de virtudes con la fregona y el cubo, pero son muchos años con ella y ya la consideramos una más de la familia.
-Tenemos que hacer algo para que no la despida -dijo Brígida, que temía que doña Monsi cumpliera su palabra.
-Pues yo apoyo a la presidenta. Ya está bien. La tía esta se pasa el día cotilleando y sin hacer nada. Ha dejado la limpieza en un segundo plano y así estamos, asediados por las malditas pelusas -se quejó Eisi.
-Yo tengo tres tan grandes en mi casa que estoy pensando en forrarlas y hacer unos cojines -comentó la Padilla.
-Bueno, basta. Un poco de humanidad, que tiene dos niñas pequeñas que se comen todo lo que se mueve -recordó Brígida.
Un breve silencio nos invadió hasta que Úrsula lo rompió con una propuesta.
-Si el problema es el maldito fantasma, acabaremos con él para que Carmela pueda volver a entrar en el cuartito de la limpieza.
-¿Acaso vamos a matarlo? ¿Los fantasmas no están muertos ya? -preguntó asustada María Victoria, temiendo que si le dábamos un golpe certero, el espíritu emitiera algún tipo de efluvio contagioso.
Úrsula nos contó su plan. Llamaría a Retina del Carmen, una vidente que se anuncia en el periódico y que tiene contacto con el más allá.
Esa misma tarde, la señora, una mujer de unos cincuenta años, entradita en carnes y sin tiempo de ir a la peluquería, a juzgar por el encrespamiento capilar que mostraba, llegó al edificio.
-Gracias por atender tan rápido nuestra llamada -le agradeció Úrsula.
-No se preocupe. Estoy acostumbrada a este ritmo de vida.
-Se nota -murmuró la Padilla, observando que, además de su melena rebelde, la señora llevaba un zapato de cada color y la parte de arriba del pijama.
-¿Dónde está el fantasma? -preguntó sacando pecho.
-Vaya con la vidente. Si tenemos que decírselo, menuda gracia -se quejó María Victoria.
-En ese cuartito -indicó Brígida.
Retina del Carmen apretó los párpados, cogió aire y llenó todos los recovecos de su cuerpo. Luego lo soltó de golpe, causando una ventolera espantosa.
-Siento su presencia -dijo ella-. Noto cómo me roza la pierna.
-Pues no es el fantasma -le interrumpió la Padilla-. Son las pelusas.
Una maraña de polvo gigante se le había enredado en los tobillos.
-Buenas tardes, Balduino. Tienes que marcharte de este edificio -dijo la mujer.
-¿Quién es Balduino? -preguntó Úrsula.
-El fantasma. Fue un antiguo inquilino de este edificio que murió asfixiado por sobredosis de polvo.
-A mí no me miren -dijo Eisi.
-Polvo de ácaros -aclaró la vidente.
-¡Dios Santo! -exclamó Brígida.
La mujer seguía con los ojos cerrados y el pecho hinchado.
-Ha regresado atraído por ese polvo.
-¡Las malditas pelusas! -se quejó la Padilla-. Hay que acabar con ellas.
Sin pensarlo, nos pusimos manos a la obra con un zafarrancho de limpieza impresionante. Aquí seguimos. No está siendo nada fácil. Algunas pelusas se resisten y han formado un comando que actúa por el aire. Mientras, Retina del Carmen sigue en conversaciones con Balduino, que le ha dicho que se siente a gusto en el edificio y doña Monsi nos recuerda todos los días que mañana se cumple el plazo.