Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 10 de marzo de 2014

SE BUSCA PISO (I)
(enero 2013)
Hacía años que no veía al propietario del edificio. En realidad pensaba que ya no existía y que el dinero del alquiler, que le ingreso religiosamente todos los meses, se estaba acumulando en su cuenta del banco y que un día explotaría como lo hizo la burbuja inmobiliaria y, entonces todas mis cuotas mensuales saltarían por el aire y caerían en las cuentas de otros clientes del banco. Sí, lo sé: demasiada imaginación. El caso es que esta semana, después de más de tres años, don Prudencio reapareció por el edificio. Lo vi cuando me asomé al balcón a comprobar si había probabilidad de que lloviera pues iba a salir y no tenía ganas de cargar el paraguas. Con su enorme bigote a lo Clark Gable, abrió la puerta del portal y entró como si el edificio fuera suyo, que lo es.
Me quedé preocupada porque cada vez que viene se monta el lío. La última vez que apareció fue cuando los Padilla alquilaron el piso, lo que terminó en una discusión muy desagradable con Úrsula que insistía en que aquella no era gente seria para un edificio tan prestigioso como el nuestro, sobre todo después de que alguien le contara que el padre de la susodicha familia era camello. Al enterarse de la grave acusación, la abuela de los Padilla saltó como un resorte y le dijo que cuando chismorreara por ahí, escuchara bien porque su yerno no era camello sino representante de una empresa de camellos. “Pero de esos que se usan para pasear a los turistas, insensata”, le recriminó. Pero a lo que iba, como no sabía a qué se debía la visita inesperada del propietario, salí a la escalera a poner el oído y escuché como el ascensor -que por cierto ya vuelve a funcionar de nuevo- se paraba en el piso de las hermanísimas.

Brígida fue la que abrió la puerta y entonces pude enterarme de la impactante noticia que, a día de hoy, todavía no le he contado a nadie. -¡Prudencio! ¿a qué se debe su visita? -le preguntó Brígida con un tono totalmente falso de alegría. -Tengo que comentarles algo importante que debemos solucionar en esta semana -le dijo como si se tratara de un chanchullo.- ¿Qué es? -Verá, mi hija se casa el próximo mes y necesito uno de los pisos del edificio para que se venga a vivir con su futuro marido. -Ya, pero ahora mismo no hay ninguno libre. Y eso debería saberlo usted que es quien los alquila ¿no? -Claro que lo sé. Y por eso vengo. Algún inquilino debe dejar su piso antes de que termine el mes. No podía dar crédito a lo que estaba escuchando. Quiere echar a uno de los vecinos para meter a su hija. Cerré la puerta y me quedé en casa como si me hubiera caído tremendo chaparrón encima. ¿A quién se lo dirán? No confío nada en las artimañas de Úrsula para decidir a quién echar.

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