Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 16 de octubre de 2017

TODO POR LA PATRIA
Ni el día que perdió 190 millones de euros en la Primitiva por culpa de un solo número. Ni el día que la rechazaron del "casting" de Operación Triunfo por sobrepasar el límite de edad en varias decenas de años. Ni siquiera el día en que la invitaron a marcharse de una fiesta en casa de la Preysler por criticar el sabor de los Ferrero Rocher. Ninguno de esos días, María Victoria se cogió un disgusto tan tremendo como el del pasado jueves cuando, al ponerse los "leggins" que se había comprado con los colores de la bandera española para celebrar el 12 de octubre, se dio cuenta de que se habían equivocado y le habían vendido unos con la bandera de cuadros de la Fórmula 1.
El grito que pegó llegó hasta el norte del archipiélago filipino, donde en ese momento se encontraba el vulcanólogo tinerfeño Nemesio Pérez, que a punto estuvo de regresar a la Isla alertado por las ondas vibrantes, pero, cuando confirmó que no iban acompañadas de emisión de CO2, decidió continuar con su trabajo.
-¿Y todo esto por unos pantalones ajustados que te hacen más cadera? -preguntó Úrsula con una toalla enrollada en la cabeza, pues aquel alarido le había sorprendido saliendo de la ducha.
-Mi corazón no resiste tanto dolor? -repetía sin consuelo la afectada, mirando una y otra vez aquellos cuadros blancos y negros- ¿Y ahora qué hago?
-Podemos jugar al ajedrez con ellos -dijo la Padilla para quitarle hierro. Ella también había acudido al auxilio de su vecina.
-O tú cambiarlos tienda -sugirió Xiu Mei.
-¡Imposible! No hay tiempo. Además, hoy es festivo y no abren -lamentó con tanta congoja que las últimas sílabas que pronunció cayeron al suelo antes de alcanzar nuestros oídos.
A susurros, Carmela nos explicó que María Vitoria había removido cielo y tierra hasta encontrar aquellos "leggins" que había previsto ponerse para ver el desfile por la tele.
-Qué estupidez supina -se quejó la Padilla-. Con la de desgracias que hay en este mundo? Por ejemplo, la mía que llevo más de tres meses sin saber nada de mi Cinco Jotas.
-¿No me estarás comparando con tu cerdo? -preguntó María Victoria, cada vez más inconsolable.
El panorama era complicado. Nunca antes nos habíamos enfrentado a un reto de esa magnitud.
-Si doña Monsi estuviera aquí -comentó Brígida-, seguro que sabría cómo resolver esto.
-Por supuesto. La presidenta haría lo que hace siempre: subir la cuota de la comunidad. Entonces, sí que tendríamos algo importante por lo que llorar -apuntó su hermana Úrsula.
Entre el llanto desgarrador de María Victoria y el volumen desatado de la tele, donde ya sonaba el himno nacional, el edificio parecía una casa de locos.

-¡Basta! -interrumpió la Padilla con los brazos como las aspas de un molino-. Hay que encontrar una bandera ya mismo. El vecino del edificio de enfrente tiene una colgada en el balcón. Carmela, acércate y dile que te la preste.
-¿Yo? Les recuerdo que es festivo y que, hoy, yo no debería estar aquí limpiando las escaleras.
-¿Es que acaso las limpias alguna vez, sea o no festivo? -preguntó Úrsula, pero, antes de que aquel comentario desembocara en un guión de Tarantino, Brígida se ofreció a ir en busca de la enseña nacional.
La espera se hizo interminable. Por fortuna, cuando apenas faltaba medio segundo para el comienzo del desfile, apareció ondeándola.
-Rápido, amárratela a la cintura como si fuera una falda -apremió la Padilla a María Victoria, que dejó de llorar como un bebé al que le ponen el chupete.
-Buen trabajo Brigi -felicitó Úrsula a su hermana.
-Oye, ¿y cómo convenciste al tipo para que te la prestara? -preguntó Carmela.
- Bah, fue fácil. Cuando me abrió la puerta, le di un rodillazo en? ya sabes.., corrí hacia el balcón y agarré la bandera.
Sin duda, aquello había sido un robo en toda regla, pero no estábamos preparadas para abrir un nuevo frente, así que hicimos como si no lo hubiéramos entendido.
Minutos después, cuando María Victoria disfrutaba del desfile al paso de la cabra de la legión, alguien aporreó la puerta.
Era la policía.
No hubo opción. Tuvimos que devolverle la bandera a nuestro vecino y María Victoria termino viendo el desfile en faja (color carne), mientras el resto acompañábamos a las hermanísimas a comisaría.

lunes, 9 de octubre de 2017

INTERFERENCIAS
Cuando la Padilla nos contó que había hablado con doña Monsi, a la que ya dábamos por desaparecida después de tres semanas sin saber de ella, nos quedamos más tranquilos, aunque esa sensación solo duró unos segundos: los que tardamos en descubrir la realidad.
-Sigue en Barcelona -dijo.
-¿Y tiene intenciones de volver? -preguntó Carmela, con más ganas de escuchar un no que el día que tanteó con su marido si quería ser padre.
-Hablamos de muchas cosas. Estuvimos juntas en la cama -respondió.
-¡Por Dios! ¡Calla! No quiero conocer los detalles -interrumpió María Victoria, llevándose las manos a los oídos y tarareando el himno de España.
-Entonces, la presidenta ha vuelto -dedujo Carmela, con la misma sensación que le invadió cuando su marido le contestó que sí quería ser padre.
-Mmm Vaya, vaya... No sabíamos que tú y ella... -comentó Brígida, con una sonrisita de medio lado.
La Padilla se dio cuenta de que estábamos malinterpretando sus palabras y quiso aclararlo cuanto antes.
-A ver, lo que estoy diciendo es que anoche, cuando estaba en la cama, entré en comunicación con ella. Por telepatía.

-¿Telepatía? ¿Pero a esa hora lo que echan no es la teletienda? -comentó Brígida, totalmente desconcertada.
-Esto es lo que nos faltaba. ¿Cuánto te paga Iker Jiménez? Confiesa -le echó en cara Carmela.
-Ese tipo de juegos del más allá son bastante peligrosos -advirtió María Victoria-. Conozco a una señora que hacía ocultismo hasta que su marido la descubrió.
-¿Con otro? -se interesó Carmela.
-No. En el armario.
-Tú eres boba, ¿verdad?
-Señoras, por favor. Templen nervios. Lo importante es que la Padilla ha podido contactar con doña Monsi, a la que dábamos por perdida -recordó Úrsula-. Venga, cuéntanos ¿qué te dijo? ¿Está bien?
-Está guapísima.
-Eso ya lo dijiste. Ahora, dinos la verdad.
-Me ha dicho que no va a volver hasta que se arregle la situación política de Barcelona.
-¡Bingo! -gritó Carmela que para disimular su alegría le dio un golpe a dos pelusas que pasaban por allí.
En su conversación telepática, la Padilla terminó confesándole a la presidenta que, ante su ausencia y aconsejada por un abogado, ella había asumido su cargo. Ese detalle no le había gustado nada.
-¿Se enfadó la vieja? -preguntó Carmela que, esta vez, ardía en deseos de escuchar un sí.
-No lo sé porque empezaron unas interferencias y perdí la conexión telepática.
-Eso también suele pasar con la teletienda. Cuando están explicando las propiedades de la súper mega faja que acaba por asfixia con los michelines, cortan y te ponen un capítulo repetido de MacGyver -se quejó Brígida.
Como no quería causarle más tensión a doña Monsi, que bastante tiene en Barcelona, la Padilla dijo que esa noche se acostaría un poco antes para intentar contactar con ella y tranquilizarla, comprometiéndose a devolverle su cargo de presidenta tan pronto como regrese. Pero, justo en ese momento, empezó a sentir algo extraño en su cabeza.
-Ay, mi madre -temió María Victoria-, esa es la vieja que te está llamando.
-Pon el manos libres para que escuchemos todas -pidió Brígida y se llevó tal codazo de su hermana Úrsula que deseó haber comprado la faja anti michelines que, al menos, hubiera atenuado el golpe.
La Padilla estaba mareada y pidió una silla. Permaneció unos segundos con los ojos cerrados y los dedos en las sienes hasta que por fin conectó con la presidenta.
-Doña Monsi, no esperaba hablar con usted antes de la medianoche -dijo sin levantar los párpados.
-Dile que el ascensor sigue estropeado -le susurró Brígida y volvió a llevarse otro codazo.
-No interrumpas, imbécil -le gritó su hermana.
Durante varios minutos, la Padilla se quedó inmóvil.
-Igual es que no coge la wifi -comentó María Victoria.
De repente, abrió los ojos, se puso en pie de un brinco y gritó como poseída.
-¿Qué pelusas son esas? -le echó en cara a Carmela-. Ponte a sacarle brillo a las escaleras de una maldita vez.
No había duda. La que hablaba era doña Monsi que se había apoderado del cuerpo de nuestra vecina. Lo peor no es que empezara a dar órdenes y a quejarse de todo sino que al día siguiente volvió a subirnos la cuota de la comunidad.
En el edificio, hemos apagado la wifi a ver si se corta la conexión telepática pero ni con esas.

lunes, 2 de octubre de 2017

Seguimos sin noticias de nuestra presidenta doña Monsi. Desde que viajó a Barcelona a resolver unos "asuntillos familiares" no ha regresado. Tampoco sabemos nada de Eisi que se marchó a su encuentro tras una llamada misteriosa que ella le hizo. A fecha de hoy, ninguno de los dos ha contactado con nosotros y, ante la falta de alguien que lleve las riendas del edificio, la Padilla decidió tomar el mando.
- Soy la más antigua -argumentó.
- Ha dicho que es la más vieja ¿verdad? -preguntó Úrsula y yo asentí. Sabía que era la única forma de que aceptara aquella imposición.
La que sale ganando con esta situación de confusión es Carmela que se ha dejado ir -aun más- con la limpieza y hemos llegado al punto de que en las pelusas se puede intuir que hay escaleras.
-No es normal que hayan pasado tantos días sin saber nada de ellos. Yo avisaría a la policía- comentó Brígida.
- Tranquila. Si en 48 horas no se ponen en contacto con nosotros, se considerará negligencia en el desempeño de funciones y la presidencia pasará a ser mía por ley. Así me lo ha confirmado mi abogado- explicó la Padilla, más preocupada por su nuevo cargo que por nuestros vecinos desaparecidos.
- A mi me da igual quien nos gobierne -se sinceró Úrsula- Esté quien esté al frente, en este edificio, las cosas no cambian. Las escaleras siguen atestadas de polvo; el ascensor, estropeado y la puerta de la azotea más abierta que las de una iglesia.
- Eso. El día menos pensado va a entrar alguien y se va a llevar el ascensor. Si es que lo veo venir -vaticinó Brígida- Lo veo venir y lo veo irse.
- A Carmela no le gustaron nada las quejas acerca de la falta de limpieza en las escaleras.
- Señoras, como veo que mi trabajo no les gusta, he decidido abandonar el edificio- anunció- y, como si fuera una estrella de telenovela despechada, entregó la fregona a la nueva presidenta.
- Pero, Carmela, no puedes quedarte sin tu sueldo -le recordó Brígida- Tienes dos hijas. Y un marido. Y una nevera que pagar. Y una hipoteca. Y un coche. Y a tu suegra.
- Bueno, vale ya. Tampoco era necesario ser tan explícita- interrumpió de mala gana mientras recuperaba la fregona.
Estábamos a punto de entrar en nuestro bucle de discusiones absurdas cuando, por fortuna, algo llegó volando, procedente de las escaleras y cambió el centró de nuestra atención. Era de color verde luminoso y se posó en los buzones.
- ¡Qué es eso? -gritó aterrada María Victoria.
- Tranquilas. Es un mero loro- dijo la Padilla.
- ¿Un mero o un loro?

- Un loro. Mero como sinónimo de simple. ¿Es que tengo que explicarlo todo?
- Pues va a ser que sí. Eres la presidenta -le recordó Brígida.
- Bueno, al grano -pidió Úrsula- ¿Qué hace un loro aquí?
- ¿Y si es una señal que nos envía doña Monsi para avisarnos de que está en peligro? -apuntó Brígida.
- ¡Un whatsapp en forma de loro! -exclamó María Victoria, buscando la aplicación en su móvil.
- Seguro que trae un mensaje. Compruébenlo -ordenó la Padilla.
- Solo trae polvo -indicó Úrsula, después de una inspección ocular a distancia.
- Luego dicen que soy yo la que no limpia. Si es que aquí entra basura por todos lados -se quejó Carmela.
La Padilla se rascó la cabeza y achicó los ojos para pensar. No tardó en dar otra orden.
- Háganle hablar.
Carmela se lanzó.
- Tú, cosa verde ¿Quién eres, quién te ha enviado, por qué y qué quiere?
- Por favor, que es un loro no Google -se quejó la presidenta.
- Lo mejor será preguntarle poco a poco -propuso Brígida.
- ¿Te envía doña Monsi?
- Sí -dijo el loro.
- ¿Está en peligro?
- Sí- volvió a decir.
- ¿Necesita nuestra ayuda?
- También afirmó
- ¡Alto! Este loro no sirve. A todo dice que sí -se quejó la Padilla y le preguntó:
- ¿Doña Monsi es la cosa más bonita que has visto?
- Sí- volvió a decir.
- ¿Lo ven? No sabe lo que dice.
- Igual es que viene con spam -sugirió Brígida.
La Padilla interrumpió el interrogatorio y nos ordenó volver a nuestra rutina.
María Victoria decidió quedarse con el loro. Ahora se pasa todo el día preguntándole si le gusta cómo va vestida o si cree que es la más inteligente del edificio. Él no la defrauda.

lunes, 25 de septiembre de 2017

BAJO SOSPECHA
Todavía no sabemos en qué lío anda metida doña Monsi en Barcelona, pero grave debe de ser cuando, coincidiendo con el estreno de Gran Hermano Revolution, se atrevió a llamar a Eisi, que a esa hora fijaba la mirada en la tele como si nunca antes hubiera visto aquel aparato. Al día siguiente, sin darnos ninguna explicación, se marchó con lo puesto hacia tierras catalanas. Carmela, que está al quite de todo lo que se mueve menos de las pelusas, nos contó que había escuchado a Eisi hablar por teléfono con la presidenta y que dijo algo relacionado con una urna.
-No puedo creer que doña Monsi esté traficando con las urnas del referéndum del próximo domingo -comentó preocupada la Padilla.
-Ay, mi madre. Seguro que ha llamado a Eisi para que le eche una mano de extranjis. Qué fuerte -se lamentó Brígida.
Aquello nos dejó preocupadas, pero tratamos de no darle más importancia hasta que tocaron en el portal. Carmela, que por fin había logrado arrinconar un par de pelusas, abrió la puerta y un hombre con una nariz interminable y resfriada entró. Levantó las cejas a modo de saludo y dejó una caja en el suelo.
-¿Y esto qué es? -preguntó Carmela.
-Un paquete -contestó.

-¡No lo toques! -gritó la Padilla como si aquella fuera la última frase que iba a pronunciar el resto de su vida.
-Pero qué exagerada eres, mujer. Ni que viniera el demonio de Tanzania dentro.
-Tasmania, señora.
-¿Ves? Él señor lo acaba de confirmar -se asustó Brígida buscando refugio.
-Yo no he confirmado nada. Solo he corregido un detalle y es que el demonio es de Tasmania, no de Tanzania -aclaró él con el brazo extendido para que alguien le echara una firma.
-Uf, a mí esto me huele mal -comentó la Padilla.
-Pues yo, con el resfriado que llevo, ya se puede estar pudriendo el mismísimo demonio de Tasmania que ni me entero -dijo el señor de la caja misteriosa, que, sin avisar, soltó un estornudo que las pelusas volvieron a campar a sus anchas por todo el edificio.
Carmela le echó una mirada tan asesina que el hombre se marchó como si hubiera visto al susodicho demonio.
-¿Y por qué no abrimos la caja? -preguntó María Victoria, que albergaba la esperanza de encontrar un abrigo de plumas de colibrí ecuatoriano que alguien le hubiera enviado como regalo.
-¿Tú estás loca? No quiero ser cómplice de un robo. Como se entere la policía, primero cae ella y detrás nosotras por encubrir el delito -advirtió la Padilla, que propuso deshacerse de la caja cuanto antes.
-Me temo que es imposible -avisó Brígida-. La anciana del edificio de enfrente se pasa toda la tarde en la ventana, vigilando la calle.
-Pues entonces habrá que esperar hasta la "urna" de la madrugada para hacerlo -bromeó Carmela.
-Tú eres tonta, ¿verdad? -lamentó la Padilla.
Mientras decidíamos la manera menos arriesgada de acometer la operación, alguien aporreó la puerta del edificio. Carmela abrió y entró un policía.
-Buenas tardes, señoras -saludó.
La Padilla le hizo un gesto a María Victoria para que se colocara delante de la caja.
-¿Y por qué yo? -preguntó en susurros.
"Porque eres la más voluminosa", le respondió ella sin abrir la boca y haciendo un gesto descriptivo con los brazos.
-¿En qué podemos ayudarle, señor agente? -preguntó Carmela.
-Vengo a por un paquete.
Aquellas palabras nos dejaron heladas. Alguien había dado el chivatazo. Solo por una vez, María Victoria deseó tener más caderas para que aquel poli no pudiera descubrir la caja.
-Ningurna de nosotras tiene nada -dijo Brígida y la Padilla empezó a toser.
-Discúlpela, es que el polvo nos atrofia la lengua -se excusó señalando a una de las pelusas.
Cuando todo parecía perdido, apareció Xiu Mei.
-Hola, inspectó, aquí tú tiene lollito primavela para comisalía -dijo entregándole un paquete grasiento y humeante.
-Gracias, Xiu. Mmm? Huele que alimenta. Vuelvo la próxima semana -dijo él, mientras atravesaba la puerta de la calle y se despedía con una sonrisa para todas.
Carmela cerró de un portazo y se giró hacia nuestra vecina china.
-¡A quién se le ocurre hacer rollitos de primavera en otoño!
Xiu Mei nos miró desconcertada y, por el rabillo del ojo, descubrió la caja que sobresalía de las caderas de María Victoria.
-¡Po fin llegó telmomix mía para lollitos! -gritó emocionada.

lunes, 18 de septiembre de 2017

ME SUENA TU CARA
Eisi sigue obsesionado con reforzar las medidas de seguridad. A tanto ha llegado su inquietud que, como presidente sustituto, envió un whatsapp a la multinacional Apple, solicitando que le prestaran la patente del iphoneX para poder aplicar el reconocimiento facial a la entrada de nuestro edificio. La idea no sentó nada bien entre los vecinos.
-Ni que fuéramos delincuentes -se quejó la Padilla.
-Señora, lo hago por su propio bien. Si la máquina no reconoce la cara del inquilino, la puerta se bloquea y aquí no entra ni San Pedro, con lo que estamos hipermegaultraseguros ante cualquier intruso. ¿Lo capta? -preguntó Eisi, mientras elevaba el tono de voz a medida que construía la frase.
-Eh, bájame el labio. A mí no me chilles -gritó ella aun más.
-Chicos, no se me vengan arriba -pidió Úrsula, en un intento de apaciguar el ambiente.
-La única dificultad que yo veo -dijo Bernardo- es que, cuando regrese a casa después de más de nueve horas en el taxi, el iphone ese no me va a reconocer. Tengo unos capilares muy activos y, aunque por las mañanas salgo recién afeitado, llego con una barba que ni un náufrago hipster.
-Si el problema con quien lo vamos a tener es con María Victoria -murmuró Carmela.
-¿A qué te refieres? -se molestó la susodicha al escucharla.
-Pues que con el ácido ilurónico ese que te echas por las mañanas para esconder las arrugas, la máquina se va a pensar que la quieres engañar, y este dispositivo no es como los tipos con los que sales.
Después de veinte minutos de comentarios despectivos por parte de unos y de otros, Eisi chistó y se llevó el índice a la boca para que nos calláramos mientras respondía una llamada.
-Yes, yes, mi ser Eisi. Jelou, señor Banana? Perdón, Manzana? esto? don Appel. ¿Yu com tumorro? Ok. Chacheishon.
Escucharle hablar aquel inglés tan? tan? Bueno, escucharle hablar aquel inglés nos dejó sin palabras.
Al día siguiente, dos señores vestidos de negro y con una gorra de color verde manzana aparecieron por el portal preguntando por Eisi. Sin dejar de emborronar el suelo con la fregona, Carmela gritó por él con tanta fuerza que no me extraña que esa fuera la causa de la desintegración de la sonda Cassini en la atmósfera de Saturno, diga lo que diga la NASA.
-Peró ¿qué pasa ahora? Ya he subido la cuota de la comunidad para que te puedas comprar ese producto mata pelusas rebeldes que anuncia la teletienda. 
¿Qué más quieres? -preguntó el presidente sustituto, pensando que el grito de Carmela era de queja.
-Pero ¿qué dices? Yo te llamaba porque los primos de Manzanita preguntan por ti.
-¡Los de Appel! -exclamó al verles-. Yu ar in yor jaus. Güelcome.

-Nosotros no hablamos inglés -lamentó uno de ellos.
Eisi cambió al español sobre la marcha.
-No les esperaba tan pronto. ¿Cómo ha sido el viaje desde California? ¿Les cogió el huracán?
-No, si nosotros vivimos en Taco. Hace lo menos diez años, Steve Jobs nos llamó para que le hiciéramos un trabajito y aquí seguimos con un contrato indefinido hasta que salga el iphone33.
-Bueno, menos cháchara y al tajo, ¿no? -les interrumpió Carmela-, que aquí yo tengo un contrato por horas y en cinco minutos cierro el quiosco y me largo.
No se habló más. Los dos tipos se pusieron a montar el dispositivo de reconocimiento facial en la entrada del edificio y, cuando terminaron, le pidieron a Eisi que reuniera a todos los vecinos para poder escanearnos la cara y activar el sensor.
Bernardo preguntó si era posible que a él se lo hicieran con barba en un lado y sin ella en el otro, pero la respuesta fue negativa. El problema llegó con María Victoria, que insistió en ponerse doble de maquillaje y tres ampollas de ácido hialurónico, con lo que esa misma noche, cuando bajó a tirar la basura ya con la cara lavada, la máquina no la reconoció y le impidió la entrada. La única solución que encontramos fue lanzarle por la ventana el neceser con sus cosas de maquillaje.
Por fin, a las dos de la madrugada, la maldita máquina le permitió la entrada.

lunes, 11 de septiembre de 2017

SEGURO NO HAY NADA
Por unanimidad consigo mismo, Eisi decidió que, hasta que regrese doña Monsi, él será quien se quede al mando del edificio. La noche del miércoles, la presidenta se comunicó con nosotros a través del chat comunitario y nos anunció que permanecerá en Barcelona hasta que se arregle la situación política. "No quiero marcharme, que igual después no me dejan entrar", escribió.
-Uf, yo preferiría que se recuperase, que si nos lo pega caemos todos como moscas -advirtió María Victoria, que piensa que el procés es un virus que ha cogido la presidenta.
-Pues si no vuelve mejor -comentó Carmela, mientras perdía la mirada en el infinito, imaginando que ya no tendría que escuchar más las quejas de doña Monsi por el gasto excesivo de agua cuando llena el cubo para limpiar las escaleras.
Esa misma noche, Bernardo nos confirmó que la ausencia de la presidenta iba para largo. Él lo sabe de primera mano porque se pasa todo el día en el taxi escuchando las noticias y discutiendo con los clientes, más que Marhuenda en las tertulias de la Sexta.
Aprovechando su nuevo cargo como presidente, Eisi nos reunió a todos en el portal para comunicarnos los cambios que quería poner en marcha.
-¡Qué bien! Ya era hora de hacer arreglos en el edificio. A mí me llega tan poca agua que me ducho en seco -relató la Padilla.
-Sí, es lamentable el estado de abandono al que hemos llegado. Fíjate que yo me miro al espejo y me asusto -suspiró Brígida.
-Es que todo está patas arriba. La puerta de la azotea solo se abre a patadas, aunque lo que peor está es el ascensor. Tiene tantas pelusas que ya supera el aforo permitido -advirtió María Victoria.
A Carmela no le gustó nada el comentario y -como quien no quiere la cosa- rozó con la fregona empapada en lejía los nuevos "leggins" de piel de lagarto gigante de El Hierro que llevaba puestos su vecina y le dejó estampada una mancha que ni el "Ecce Homo" de Borja en un día nublado.
-Bueno, déjenlo ya -ordenó Eisi-. Los cambios tienen más que ver con la seguridad.
-Eso es precisamente lo que queremos -interrumpió la Padilla-: seguridad de que se van a arreglar las cosas de una vez por todas.
Eisi dejó caer los párpados y apretó la mandíbula intentando evitar que se le escapara la palabra malsonante que tenía en la punta de la lengua. Respiró profundo y levantó el brazo derecho para que Vicente y Gilberto, los dos ancianos que hemos acogido temporalmente en el edificio, se acercaran a él. Iban vestidos con un mono de color verde y llevaban la palabra "STAFF" escrita a mano en la espalda.

-Les presento a los agentes especiales que van a velar por nuestra seguridad.
-Es broma, ¿no? -sonrió Carmela.
-¿Has puesto a dos veteranos de la guerra del Vietnam a cuidar del edificio? -preguntó Úrsula.
-Más que agentes especiales habrás querido decir agentes espaciales, porque con la edad que deben de tener están más fuera de órbita que otra cosa -dijo Carmela.
-Qué poco respeto el suyo, señora -se lamentó uno de ellos-. Exijo una disculpa.
El anuncio impactante que Eisi acababa de hacer coincidió con el momento en que María Victoria descubrió la mancha en sus "leggins" y, a partir de ahí, se disparató por completo.
-¡Ha sido ella! -señaló a Carmela, que aún tenía el arma de hipoclorito de sodio en las manos.
Uno de los agentes especiales se abalanzó sobre la acusada.
-Bien hecho, Vicente -aplaudió Gilberto a su compañero.
-Pero ¿ustedes están locos o qué? -se asustó la Padilla y todos nos acercamos a separarles.
Carmela se recompuso enseguida, pero el anciano se quedó inmóvil en el suelo.
-¡Uf! Esto tiene mala pinta -comentó Brígida sin atreverse a tocarlo.
Con la cara descompuesta, Eisi se agachó a preguntarle si estaba bien.
-Sí? Bien partido -murmuró entre quejidos.
-¿Y estos son los que nos van a vigilar? -protestó Brígida.
El pobre Vicente lleva cuatro días en cama sin poder moverse y Gilberto le ha devuelto el mono verde a Eisi hasta que su compañero se recupere. Dice que ellos son como Starsky y Hutch. Inseparables. Así que aquí seguimos: sin vigilancia, con poca agua y con el ascensor a punto de reventar.

martes, 5 de septiembre de 2017

EL CORONEL Y SU TROPA
No fue por prescripción médica sino por vacaciones, pero haberme alejado del edificio durante unas semanas ha sido un bálsamo reconstituyente. La casualidad hizo que este año todos los vecinos coincidiéramos en agosto para poner tierra, mar o aire de por medio. Todos, a excepción de Eisi, que decidió no coger vacaciones con la excusa de que alguien tenía que quedarse a cuidar del edificio.
-No sé por qué me da que esconde algún interés en su decisión -murmuró la Padilla.
Deseábamos tanto escapar de aquellas cuatro paredes que nos marchamos con la tranquilidad de que, por lo menos, nuestro hogar estaría vigilado.
Pero el tiempo vuela y lo bueno se termina, así que hace unos días tuvimos que regresar de nuevo a la realidad. También por casualidad todos coincidimos en el portal a la llegada.
-¡Niña! Te veo más repuestita. Has subido unos kilitos, ¿no? -le dijo la Padilla a Carmela nada más verla.
-Algunos sí, pero al menos yo los he repartido por todo el cuerpo. No como tú, que los tienes de okupas en los muslos.
Mientras entrábamos las maletas al portal y seguíamos examinándonos de arriba a abajo, el ascensor se abrió y salió un señor de unos ochenta y tantos apoyado en un bastón.
-¿Y este quién es? -preguntó Úrsula, embutida en un traje floreado con volantes de gasa y con una pamela.
-Hemos estado en La Graciosa -comentó su hermana Brígida.
-¿Graciosa? Con esa pinta, esa lo que está es de risa -comentó entre dientes María Victoria.
Antes de salir a la calle, el señor se acercó a los buzones y abrió uno de ellos.

-Pero ¿qué hace? -saltó la Padilla como un perenquén-. Ese es mi buzón.
-Espero carta -explicó el hombre.
En medio de aquella confusión, un grito por el hueco de la escalera atrajo nuestra atención.
-¡Vicente! Voy contigo.
De pronto, esa voz gruesa y tenebrosa se convirtió en otro señor, también de unos ochenta años y enfundado en un chándal de los de toda la vida.
-Pero ¿esto qué es? ¿"Cocoon"? -preguntó Carmela.
-Venga, vámonos, ya que si volvemos tarde el coronel nos echa la bronca -le apremió el primero de los desconocidos.
-¡Alto ahí, caballeros! De aquí no sale nadie hasta que nos digan quiénes son -exigió la Padilla interponiéndose entre la puerta y los dos señores.
-Señorita, le ruego que se quite de ahí. Si no, me veré obligado a usar la fuerza -advirtió el del chandal.
Que le hubiera llamado "señorita" fue para la Padilla todo un halago y se apartó por las buenas y sin oponer resistencia.
-¿Estás loca? -le echó en cara Úrsula-. De aquí no salen estos dos hasta que nos cuenten quiénes son.
-Vivimos aquí.
-¡Mentirosos! -gritó María Victoria-. Nosotras vivimos aquí y no hay ningún piso vacío.
-Para mí que son de una banda de ladrones, de esos que aprovechan las vacaciones para entrar en los edificios a robar -apuntó Brígida.
-Con ese chándal tan llamativo no se puede ir a robar. Anda, llama a la policía -ordenó Úrsula a su hermana.
-Señoras, les repito que mi amigo Gilberto y yo residimos en este edificio. Él, en el cuarto derecha, y yo, en el primero derecha.
-Pero si ahí vivo yo -le aclaró la Padilla.
-Y el primero derecha es mi casa. Como me hayan revuelto el armario, se les va a caer el pelo -les amenazó María Victoria pensando en sus "leggins".
-Gilberto, llama al coronel.
-¿Cómo?
-A pulmón.
-¡Coroneeeeeel! -gritó.
En apenas dos segundos apareció Eisi.
-Estas señoras nos quieren echar del edificio -dijeron al unísono.
-¿Tú eres el coronel? -preguntó la Padilla.
-Bueno, en esta residencia hay normas que cumplir -se excusó Eisi.
-¿Residencia?
Eisi no tuvo más remedio que terminar confesando que, durante nuestra ausencia, había convertido el edificio en una residencia de ancianos en la que llegó a tener hasta diez. Del precio no dio muchos detalles.
-Han sido buenos pagadores -se limitó a decir.
-También nos contó que el día anterior se habían ido todos, pero que Gilberto y Vicente no tenían familia y le daba pena dejarlos en la calle.
A la espera de una solución, la Padilla y María Victoria aceptaron compartir su piso con los desconocidos.
Yo solo temo cuando llegue doña Monsi y se entere del lío.
No digo más.

lunes, 31 de julio de 2017

UNA DE JAMONES
Nunca antes había visto una cara tan atormentada como la que puso la Padilla el martes por la tarde, cuando dos agentes de policía entraron al portal preguntando si habíamos visto algún cerdo por la zona. Ella pensó que algo malo le había pasado a su añorado Cinco Jotas del que no tenía noticias desde hacía varias semanas, cuando se vio obligada a venderlo.
-Algún que otro cerdo anda por aquí -murmuró Úrsula mirando a Eisi con cara de asco.
-¿Por qué lo preguntan, agentes? -la Padilla fue directa al grano temiéndose lo peor.
-Hay un banda que asalta edificios -contestó el más joven.
-¡Cierren puertas y ventanas! -ordenó la presidenta que escuchaba la conversación desde la escalera.
-Ni de coña. Vamos, hombre... Con el calor que hace podríamos morir asfixiados -avisó Úrsula que llevaba dos días, tres horas y veinticinco minutos sin parar de abanicarse.
-Me da exactamente igual. Prefiero morir de calor que a manos de unos delincuentes -sentenció doña Monsi.
El policía de más edad levantó los brazos para pedir calma y a Úrsula casi le da un síncope al ver aquellos dos charcos en la zona de las axilas que ni Camacho después de un partido de España con prórroga y penaltis.
-A ver señora, necesitamos colaboración. Buscamos cualquier indicio que nos ayude a localizarlos. Dos casas más abajo, destrozaron el ascensor a patadas.
-¿Pero van fumados o qué? -dijo Eisi recordando su etapa rebelde.
-Desconocemos cuál es el motivo que les hace actuar así pero están sembrando el caos -apuntó el de las manchas axilares al que comenzaba a resbalarle una gota de sudor por la frente.
La Padilla se sentía cada vez peor. Temía que las malas compañías hubieran convertido a Cinco Jotas en un delincuente callejero.
Mientras los agentes nos explicaban lo que teníamos que hacer si la banda aparecía por allí, la puerta del portal se abrió de un golpe brusco y tres cerdos entraron al edificio. Solo les faltaba el pasamontañas pero no debieron encontrar ninguno a su medida.
-Atención central. Aquí Jamón... perdón, aquí Ramón. Los tenemos -susurró uno de los policías por su emisora.

-¡Dios mío! Es él -gritó la Padilla mirando al más gordo de los asaltantes.
-Si es que teníamos que habérnoslo comido en Navidad -recordó Eisi sin miramientos.
-Señora, ¿conoce a alguno? -le preguntó el agente joven.
-Sí. El más gordito es mi niño -reconoció la mujer.
-Qué esperpento, por favor -exclamó Úrsula mirando las lorzas del que había sido nuestro vecino.
-Ven con mami, chiquitín -dijo la Padilla para evitar que aquello fuera a más pero los tres cerdos se mantenían firmes y con cara amenazadora.
-Protejan el ascensor -insistió doña Monsi desde lo alto- No podemos permitirnos una derrama si lo destrozan.
-El agente sudoroso le hizo señas a la presidenta para que bajara la voz y no exaltara a la banda porcina pero, al percibir el olor que desprendían las manchas que le empapaban toda la camisa, los tres cerdos se abalanzaron sobre él.
-¡No! ¡Para! -avisó la Padilla a Cinco Jotas- Te van a meter en la cárcel.
Tras hacerle algunos rasguños al policía, los animales se dirigieron hacia el cuartito de la limpieza y, allí, hicieron un desaguisado tremendo. 
Carmela, que en ese momento llegaba en el ascensor de haber limpiado la azotea, se encontró con aquel panorama y empezó a golpear a diestro y siniestro con la fregona.
Los cerdos salieron huyendo del edificio. La Padilla corrió detrás intentando agarrar a Cinco Jotas. Él la miró y agachó la cabeza como si estuviera avergonzado pero siguió a sus compañeros calle abajo.
-¿Y ustedes son policías? -se quejó doña Monsi- Tanto coche patrulla, tanta central y los tres cerditos acaban de escapar impunes. Menudos lobos.
La Padilla se quedó inconsolable. No podía parar de llorar. Cinco Jotas, el cerdo que había cuidado con tanto cariño, se había convertido en un auténtico forajido.
Esa misma noche, doña Monsi anunció una subida sin precedentes de la cuota de la comunidad con la excusa de que había que arreglar el destrozo causado por la banda jamonera.
En fin. En lo que me toca, voy a descansar de las locuras de este edificio hasta septiembre.

lunes, 24 de julio de 2017

VECINOS DE CAMPEONATO
Desde que el pasado martes, doña Monsi nos anunció que íbamos a participar en el campeonato nacional de comunidades de vecinos, el edificio se ha convertido en un centro de alto rendimiento. A pesar de la insistencia de Zebenzui, el comiuniti, en que era mejor comunicarlo por wasap, la presidenta se empeñó en que lo más efectivo era colgar un cartel en la puerta del ascensor, como siempre se ha hecho.
-¿Es que si vuelve a los papelitos, no entiendo para qué me contrató? -preguntó el chico y la Padilla no dudó en responderle.
-Eso digo yo porque a nosotros nos ha supuesto pagar más de cuota mensual para que te pague tu sueldo.
En ese instante, a Zebenzui le llegó un mensaje a su móvil. La presidenta le ordenaba que se tomara unas vacaciones hasta diciembre.
-Mira como la doña sí utiliza las nuevas tecnologías para informar -se vaciló Eisi, que llegó ataviado con un chandal de Barcelona 92 de un color indescriptible, tal vez, por el uso excesivo.
-¿Y tú qué haces con esas pintas? -le preguntó Brígida.
-Preparándome para el combate -respondió con un gesto a lo Roky Balboa.
-Eh, baja el labio que esto no va de violencia sino de ser los mejores -le aclaró la Padilla.
-Con nosotros no hay quien pueda. Voy a eliminar a todo el que se me ponga por delante -y lo dijo mientras levantaba la pierna derecha en modo patada directa al estómago.
-Qué belicoso se ha puesto. Pero si todavía no sabemos en qué consisten las ruebas -recordó Brígida.
-Yo sí -interrumpió Zebenzui.
-Pues escúpelo de una vez -le apremió Eisi, levantando alternativamente las dos piernas.
-¡Ni se te ocurra abrir la boca! -gritó doña Monsi que entraba en el portal- Aquí la información la doy yo.
-Señora, le repito que, entonces, no sé para qué me contrató -insistió el comiuniti.
-No te pago para que entiendas sino para que hagas lo que yo te diga.
-Carmela que, en ese momento bajaba las escaleras con el cubo y la fregona, escuchó esta última frase y, como no sabía de qué iba la historia y ante el temor de encontrarse con una escena subidita de tono, se dio la vuelta y corrió escopetada hacia la azotea.
-Si el enfrentamiento es por modalidades, me pido lucha cuerpo a cuerpo. A mi no hay quien me pare dando patadas -dijo Eisi mientras golpeaba con la rodilla derecha una de las paredes.

-¿Pero te has vuelto loco o qué? -se quejó la Padilla.
-¡Silencio! -ordenó doña Monsi que se acercaba a la puerta del ascensor para colgar un nuevo cartelito con toda la información del campeonato.
-Apenas respiramos hasta que se marchó. Solo cuando confirmamos que había entrado en su piso, nos acercamos a ver para qué teníamos que prepararnos.
-¿Pero qué cutrada es esta? -protestó Eisi.
-¡Qué pasada! -gritó Brígida- Hay un concurso de lanzamiento de bolsa de basura desde el balcón.
-En eso no hay quien me gane -comentó Bernardo con el pecho hinchado.
-También hay una prueba para ver quién pone la tele más alto -anunció la Padilla, repasando con el dedo el papelito que había colgado la presidenta-. 
Y otra de persecución de pelusas.
-¡Carmela! -gritó Brígida por el hueco de la escalera-. Baja, anda, que tienes que ver esto.
-No me interesa ver a doña Monsi liándose con nadie -advirtió, alongada desde el rellano de la azotea.
-Para evitar dar voces, Brígida cogió el ascensor y subió a buscarla. Estaba segura de que Carmela ganaría esa prueba con lo que, al menos, tendríamos una medalla asegurada.
En una esquina del portal, Eisi no hacía sino quejarse de que aquel campeonato era de auténtico patio de colegio.
-Pobrecillo, él que se estaba preparando como si tuviera que participar en Los Juegos del Hambre se ha quedado con las ganas -comentó Úrsula.
-Totalmente decepcionado, empezó a despojarse de aquel chandal histórico que en el verano del 92 había robado de la tienda de deportes de su tío Serafín. 
Justo en el momento en que se quitaba los pantalones, la puerta del ascensor se abrió y Carmela se topó de frente con Eisi. La mujer cerró los ojos y volvió a pulsar el botón de la azotea.
-Lo que me faltaba. Ver a la parejita en acción.