Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 10 de marzo de 2014

CALIENTE, CALIENTE
(agosto 2013)
El calor está haciendo estragos este verano en la Isla y más en el edificio que se ha convertido en un auténtico horno. La abuela Padilla se ha obsesionado tanto con la temperatura que ha colocado un termómetro en el portal y, cada media hora, manda a su hijo Tito a que lo consulte, “no vaya a ser que se caliente demasiado”. Lin Yao, la recién contratada para limpiar la escalera dice -en un castellano todavía un poco maltratado- que en su país sí que hace calor. “En Pekín, suda mucho, suda más”, repite cada vez que se encuentra con la Padilla pero esta lo único que hace es mover la cabeza como si le diera la razón a un loco y, luego, le hace un gesto de: “Ya, ya, déjate de conversar y limpia que para eso te pago”. Yo creo que el día menos pensado, el padre de la chica, el señor Chen-Yu, se llevará a su hija porque, aunque el taxista Bernardo y yo nos preocupamos de enseñarle algunas palabras en castellano, el resto de los vecinos la ignora y ese no era el trato al que había llegado con la Padilla. 
Las hermanísimas llevan unos días calladitas y eso también me preocupa. Bernardo dice que están tramando algo. Puede ser y no sé si tendrá que ver que se hayan hecho muy amigas del señor Chen-Yu. Según Carmela, -que ahora trabaja en su tienda- Úrsula y Brígida van todos los días a comprar algo y, cuando se van, le dan las gracias en su idioma a Chen-Yu. Bueno, para ser exactos, Carmela no sabe si en realidad lo que le dan son las gracias, dicen adiós o cualquier otra cosa. “Es que a mí todo me suena igual”, me confesó avergonzada. Ella es tan despistada que la primera semana en la tienda estuvo despidiéndose con un chao, chao, porque pensaba que así se decía adiós en chino.

Volviendo al termómetro del edificio, el jueves a mediodía, llegó a los 40 grados. Al enterarse, la Padilla ordenó a su hijo a que pulsara el timbre de alarma del ascensor para avisar a todos los vecinos. Enseguida, se formó un caos hasta que escuchamos los gritos de Tito y todos bajamos corriendo al portal temiendo lo peor. Una vez allí, la presidenta nos dijo que, a partir de ese momento, quedaba prohibido encender el horno, el termo, y cualquier secador hasta que no recuperásemos los 30 grados. Las hermanísimas montaron en cólera y, aunque nadie se dio cuenta, yo vi que el termómetro subió un grado más. Se marcharon diciendo de todo escaleras arriba. Cinco minutos después, Úrsula bajó y la vieron entrar en la tienda china. A todas estas, Lin Yao no se había enterado de nada porque estaba en la azotea y, al darse cuenta de cómo había quedado la escalera tras la avalancha vecinal, empezó a gritar: “Eso no se hace en mi país. Gente mala” y volvió a sacar el cubo y la fregona. Esa tarde, aproveché para enseñarle la expresión: “Lo siento”.

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