Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 10 de marzo de 2014

¿QUÉ PASÓ?
(noviembre 2012)
Menudo susto me llevé el otro día cuando, al regresar del supermercado, me encontré con tres coches de policía y el vecindario entero apostado en la puerta del edificio. Por supuesto me temí lo peor: fuego, un asesinato o algún anuncio oficial de la presidenta de la comunidad. Estaba tan nerviosa que arranqué de cuajo la banda de seguridad de la policía y corrí hacia el portal hasta que uno de los agentes me paró en seco.
En la esquina vi al farmacéutico, y él me dio la mala noticia: “Han secuestrado al nieto de los Padilla”. Al parecer todo había ocurrido muy rápido. El pequeño se había quedado solo cuando la abuela subió a tender la ropa a la azotea y, en ese momento, alguien tocó a la puerta, el niño abrió y pasó lo que pasó. La policía interrogaba a la abuela del niño pero la pobre señora no acertaba a explicarse.
Contó que, cuando bajó de la azotea, intentó abrir la puerta de la casa que estaba cerrada por dentro; entonces, empezó a golpearla y escuchó a su nieto gritarle que tenía acorralado al ladrón y que fuera rápido a avisar a la policía. El tiempo corría en contra y los vecinos empezaron a arengar a la policía para que hiciera algo ya de una vez. Úrsula, la presidenta, le dijo al que debía ser el jefe que el edificio pagaba sus impuestos religiosamente y que era su obligación rescatar al niño con vida.
Dos de los agentes subieron por la escalera y bloquearon la entrada a la vivienda, al tiempo que otros dos salieron al balcón del quinto derecha y se dejaron caer como los hombres de Harrelson hasta una de las ventanas de los Padilla. Fue todo tan rápido que en menos de un minuto los cuatro policías regresaron a la calle con el “detenido”.
El asombro fue máximo cuando vimos que se trataba de Ramón, el cartero que hacía al menos año y medio que no pasaba por el barrio. El pobre trataba de explicar que lo único que había hecho era subir a dejar una carta. Úrsula, avergonzada, reprendió al niño por haber montado un escándalo que pronto sería la comidilla de toda la calle.
Él se disculpó y dijo que nunca antes había visto a un hombre tan raro, con esa chaqueta y esa gorra, que pensó que era un ladrón de guante blanco, y que por eso lo encerró y amenazó con el bastón del abuelo hasta que llegó la policía.

Por la tarde, cuando Andrés Padilla, el padre del pequeño secuestrador, regresó a casa del trabajo y se enteró de lo ocurrido, se llevó un disgusto monumental y mantuvo una conversación muy seria con su hijo en la que le explicó qué era un cartero: “Hijo es el que antes repartía los whatsapps”.

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