Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 24 de octubre de 2016

CUESTIÓN DE TIEMPO
Lo que alertó a Carmela no fue que doña Monsi se rascara la cabeza como si buscara un número premiado debajo de esa nubecilla de algodón deshilachado que tiene como pelo. Lo que realmente empezó a mosquearle fue que la presidenta no paró de hacerlo durante siete horas, veintitrés minutos y ocho segundos. Al principio pensó que podía tratarse de un simple tic nervioso pero, luego, empezó a temer que fuera algo más grave como, por ejemplo, una banda de piojos que había acampado a sus anchas.
-Ni se le ocurra pasar de esa línea. Lo que me faltaba ahora es que uno de esos parásitos llegara a la cabeza de mis mellizas -dijo Carmela, imaginándose a los bichos en faena en medio de la pelambrera de las niñas que, cada vez más, me recuerdan a Bob Marley después de sufrir un susto tremendo. 
Mientras Carmela acorralaba a la presidenta contra la esquina del cuarto de contadores, ella intentaba explicarle que aquella rascadera no era provocada por piojos sino por un sarpullido que le había brotado, después de haber salido a la calle con gorro de lana.
-No te digo... ¿A quién se le ocurre salir tan abrigada con el bochorno que ha hecho en los últimos días? -criticó María Victoria, encantada, porque el veranillo inesperado de los últimos días le permitió rescatar del armario un top de piel de serpiente con fibra refrescante.

-La culpa la tiene el periódico -se quejó doña Monsi con la nubecilla de algodón más revuelta que la sala del Congreso.
-¿Y eso? -pregunté.
-Porque decían que iba a helar -contestó mientras se echaba una laca especial para evitar picores.
-¿Helar? ¿En Santa Cruz? Yo no leí eso en la página del tiempo -le comenté.
-¿Pero quién ha hablado de página del tiempo? Yo solo miro la de los horóscopos y, el martes, el mío anunciaba que iba a ocurrir algo que me iba a dejar helada. Por si acaso, me abrigué -aclaró la presidenta, agitando el bote como si fuera ketchup.
-Madre del amor hermoso... yo es que todavía no sé cómo esta señora ha llegado viva a la edad que tiene -comentó Carmela más tranquila, tras confirmar que no eran piojos.
Esa misma tarde me tropecé con la Padilla y Cinco Jotas en el portal. Al parecer, el médico le ha recomendado al cerdo que camine 32 minutos diarios para evitar los gases, algo que le va a venir bien al edificio porque lo de las últimas semanas ha sido insoportable.
-Pues a mi me da pena doña Monsi. A su edad ya no entiende las cosas. Fíjate que confundir el horóscopo con la previsión del tiempo -comentó la Padilla apenada y mirando el cronómetro que marcaba solo 25 minutos, con lo que estaba claro que el cerdo nos iba a dar la noche otra vez.
La Padilla se tomó tan en serio lo de la presidenta que, horas más tarde, nos contó que había hablado con un sobrino suyo, aficionado a la meteorología, que se ha ofrecido a darle el parte del tiempo a doña Monsi, tempranito por las mañanas. "Así sabrá cómo vestirse y no meterá la pata otra vez", comentó.
-Más bien es por nosotros porque, entre los gases del cerdo y los gases invernadero que emite la laca que se echa la señora, vamos de cabeza al cambio climático -advirtió Carmela.
-Uf, qué miedo. ¿Has visto cómo se le ha quedado el pelo? Ahora es cuando debería ponerse el gorro de lana -comentó María Victoria que sigue embutida con su top de serpiente, aunque hayan bajado las temperaturas.
-Oye, y ¿eso lo hace gratis tu sobrino? -preguntó Carmela. 
La Padilla aprovechó la pregunta, como Mesi un pase de Luis Suárez, para soltarnos que el servicio nos iba a costar 20 euros mensuales por cabeza. Obviamente se armó una tangana monumental pero, al final, nos convenció de que era por nuestra propia salud. Desde entonces, todos los días a las 04:45 horas, doña Monsi llama al meteorólogo, pone la cafetera al fuego y empieza a preguntar por el tiempo que hará ese día en cada municipio. En mitad de la madrugada, ese vozarrón que tiene nuestra querida presidenta nos deja a todos helados.

lunes, 17 de octubre de 2016

NO ME GRITES QUE NO TE VEO
El corazón me latía tan rápido que parecía que había corrido la maratón de Nueva York de los próximos dos años, una detrás de otra. Aquellos gritos desoladores me dejaron sentada en la cama, mirando a todas partes y con miedo a que el monstruo de Bayona hubiera venido a verme. Encendí la luz. El reloj de la mesilla marcaba las tres. Todo estaba en silencio y no percibí nada raro. Bueno, sí: las cortinas. Tengo que cambiarlas. No puedo seguir dilatando más la decisión. Esos encajes ya no se usan. También me di cuenta de que el techo necesita una manita de pintura y el suelo, algo de brillo. En medio de aquella angustia, decidí apagar la luz. Me conozco bien y, de haber continuado en esa línea, hubiera terminado encontrando manchas, pelusas y algún cisco rebelde. Cuando recuperé la calma, deduje que los gritos habían ocurrido en mis sueños, así que no le di más importancia y volví a dormirme.
A la mañana siguiente, me desperté con la sensación de haber sobrevivido a una pesadilla. Necesitaba salir de casa. De camino al portal, en medio de las escaleras, escuché cómo Úrsula le contaba a Carmela que ella tampoco había podido dormir esa noche por culpa de unos quejidos desagradables.
- Eran algo así como ah, ah, ah ah...
- Bueno, chica, igual alguien tenía plan -comentó Carmela mientras vaciaba el bote de lejía en el cubo.
- Yo también los oí pero pensé que estaba soñando -apunté.
- Una vez vi en la tele que dos personas pueden soñar lo mismo al mismo tiempo -explicó Carmela, ahogando la fregona.
Eisi apareció en ese momento y aseguró que él también había escuchado los quejidos.

- Dios mío, para mi que es un espíritu maligno que vaga perdido -temió María Victoria que se había unido a la conversación y a mi brazo.
Cuando estuve en la cárcel pasó algo parecido, pero le tendimos una trampa y el tipo cayó. Llevaba más de un siglo entre rejas -explicó Eisi.
- ¿Un espíritu en el edificio? -preguntó Úrsula.
- Yo por si acaso voy a poner doble de lejía -dijo Carmela- He oído que el ese olor les repele.
Esa noche, decidimos quedarnos de guardia para ver si podíamos atrapar al supuesto espíritu. Carmela, que es una novelera, dejó a las mellizas en casa de una vecina y preparó varias cafeteras para hacer frente al sueño.
María Victoria seguía aterrada ante la idea de encontrarse cara a cara con aquella cosa y seguía agarrada a mi brazo que ya empezaba a quedarse dormido. El brazo.
Hasta las tres de la madrugada no escuchamos los gritos aterradores.
- Vienen de ahí arriba -señaló Úrsula asustada.
- Vaya con la Watson. Eso es lo único que tenemos claro, señora -le soltó Eisi con desprecio- Lo que tenemos que hacer ahora es intentar que baje para acorralarlo entre todos.
- Eso será complicado. Los espíritus se escapan como el barro entre las manos. Lo vi en Ghost -recordó Carmela.
- ¿Alguien me puede sacar un selfie antes de que muramos? -pidió María Victoria.
- Por favor, un poco de interés en el asunto. Qué falta de profesionalidad más grande -se quejó Eisi que le hizo una seña a Carmela con la ceja izquierda para que fuera a buscar al espíritu y lo mandara escaleras abajo.
- ¿Y por qué yo? Tengo dos niñas a las que apenas he destetado -se lamentó.
Eisi bajó la ceja y le clavó la mirada. Carmela entendió la orden y empezó a subir sin rechistar. Toda ella olía a lejía, con lo que si era cierto lo que nos dijo que había escuchado en la tele, el espíritu trataría de escapar y la única salida era el portal. Cuando llegó al punto del que provenían los gritos, una puerta se abrió en medio de la oscuridad y, tras ella, apareció la Padilla en bata y con algo envuelto entre los brazos.
- ¡Lo ha atrapado ella sola! -anunció Carmela por el hueco de la escalera.
- ¡Déjame pasar! Tengo que ir a urgencias. Cinco Jotas lleva dos noches con cólicos de gases.
Lo que se oyó y olió después no sé cómo describirlo.
El pobre cerdo no paraba de quejarse y esos gritos me recordaron que tenía que cambiar las cortinas, pintar el techo y sacarle algo de brillo al suelo de mi habitación.

lunes, 10 de octubre de 2016

SOBRAN TRES
Cuando el martes me tropecé a mitad de escalera con la Padilla y su termo de tres litros rebosante de café, empecé a temer lo peor: la reunión de la comunidad no acabaría esa noche. No me equivoqué. A las dos y siete minutos de la madrugada estaba regresando a casa, después de más de ocho horas encerrada en el cuarto de contadores que la presidenta había mandado a habilitar como salón de actos, denominación excesiva para aquel cuchitril de apenas cuatro metros cuadrados. Entre gritos y discusiones absurdas, a las dos y seis minutos, doña Monsi dio un golpe en la mesa y ordenó que nos disolviéramos. Deseé con todas mis fuerzas poder hacerlo, pero en el sentido exacto de la expresión, y que cada partícula de mi cuerpo se desintegrara y yo pasara a un estado etéreo.
En una cosa sí que estuvimos todos de acuerdo, y fue en que no volveremos a perder más tiempo en reuniones mientras doña Monsi esté al frente de la presidencia porque, digamos lo que digamos, ella seguirá tomando las decisiones de forma unilateral, con nocturnidad y algunas veces de madrugada. En esta ocasión, dispuso que tres vecinos tenían que abandonar el edificio porque hay graves problemas con la capacidad portante y tenemos que aligerar peso.
-¿Cinco Jotas cuenta como vecino? -preguntó Eisi al día siguiente cuando quedamos en el portal para comentar la decisión de la presidenta.
La Padilla le aclaró que, antes que el suyo, saldrían otros "cochinos" de allí.
Bernardo, temeroso porque la mujer lo dijo con el pecho hinchado, con lo que, en vez de una parecía dos Padillas, le preguntó a Carmela, en confianza, si olía. Ella, acostumbrada a bregar con todo tipo de olores, no dudó en meter la nariz bajo su axila y, cuando regresó a la vida, le confesó que aquello no se podía calificar de olor y se quedó todo el día mareada con una penita en el estómago.

-Yo no puedo irme porque estoy sacando la ropa de invierno del armario -se excusó María Victoria.
-Yo creo que deberían marcharse los que más pesan -sugirió Úrsula.
-Pues entonces que se largue tu hermana que lleva un hijo dentro -comentó Carmela en referencia a Brígida que sigue sin hablar desde que pronunciara aquel enigmático "varón" antes de quedarse muda.
-Aún no está confirmado que esté embarazada -se quejó su hermana con cara de "vuelve a hablar con ese tonito que no lo cuentas".
Esa misma tarde, dos hombres vestidos de negro y con una placa en el pecho que decía "Por la fuerza" entraron en el edificio y nos anunciaron que venían a llevarse a tres vecinos.
-A mí no me miren -dijo Carmela, abrazada como nunca a la fregona-. Yo soy la artífice de que este edificio brille como los chorros del oro y si me voy esto será una pocilga.
En ese momento, una pelusa que por su forma me hizo recordar el corte de pelo de Cristóbal Colón (tal vez por la cercanía del 12 de octubre) bajó rodando las escaleras y se paró a los pies de Carmela, que, con disimulo, le dio una patada. La pelusa se lanzó a descubrir mundo y voló hasta el ojo izquierdo de Bernardo que cayó al suelo.
-Ahí está uno -gritó Carmela señalando al taxista.
-Qué mono él, que se ha ofrecido así, sin más -comentó Úrsula mientras los hombres de negro lo levantaban en peso y lo sacaban a la calle.
-Todavía sobran dos -dijo uno de ellos cuando regresó al portal.
Durante unos segundos, todos nos miramos como si aquello fuera la noche de expulsión de Gran Hermano. Carmela volvió a hablar.
-Ahí tienen dos más -y apuntó a Camello el porteador, que apenas llevaba una semana en el edificio.
-Señora, ese hombre es uno solo -le corrigió el más ancho de los de negro.
-Eso es lo que a usted le parece pero mire su espalda -dijo, mostrándoles la joroba del pobre hombre-. Ahí esconde a su hermano porque, antes de morir, le prometió a sus padres que lo llevaría siempre consigo.
Sin dudarlo, los hombres lo sacaron fuera y ya no regresaron más.
Todos nos quedamos en silencio, con una extraña sensación de culpa.
-Ha sido por nuestra propia seguridad -se justificó Carmela y guardó la fregona.

lunes, 3 de octubre de 2016

NI UNA SOLA PALABRA
No fue la impresión que le causó ver al porteador lo que le quitó el habla a Brígida. Tampoco fue el corrientazo de aire que entró por el portal la causa de que se quedara sin voz. El verdadero motivo fue que se le gastaron las palabras de tanto usarlas, y, cuando quiso seguir hablando, ya no pudo. Todos pensamos que aquello había sido un milagro, pero el padre Dalí nos aclaró que "el Señor no está para estas cosas de andar por casa". Lo último que dijo, en un tono mezzosoprano, fue "varón" y coincidió con el momento exacto en que entraba el porteador que la presidenta ha contratado para trasladar a los vecinos arriba y abajo del edificio. María Victoria y Carmela llevaban una semana esperando por él y, al verlo, se sintieron desencantadas.
-¿Y tantos desvelos para esto? -preguntó Carmela con un tono parecido al que usó el día anterior cuando el carnicero le mostró un chuletón escuálido y seco.
Para ser objetivos, el hombre era normal; entendiendo por normal que llevaba gafas, tenía el pelo castaño y una barriga que se alongaba sobre el cinturón.
En la otra esquina del portal, Úrsula se había quedado preocupada por su hermana. No entendía por qué lo último que dijo antes de enmudecer fue: "Varón".
-¿No estarás embarazada a pesar de tu excesiva edad?
Ella no contestó. Había consumido todas las letras.

Mientras tanto, María Victoria y Carmela seguían digiriendo el chasco que se habían llevado.
-Yo paso de subirme en el espinazo de este tipo que parece que se va a descoyuntar a la primera de cambio -comentó María Victoria, más decepcionada que el día que fue a comprarse unos "leggins" y le dijeron que para su cadera no había licra que cediera.
-Bueno, alguien tendrá que explicarle al pobre hombre cuál es su trabajo -sugirió la Padilla, mientras lo miraba, dudando de que ella y Cinco Jotas encajaran en aquella espalda.
Nunca había habido un silencio tan grande en el edificio como el que siguió a la sugerencia. Temiendo que le hubiera pasado lo mismo que a su hermana (vaciarse de palabras), Úrsula se lanzó a hablar y, antes de decir lo que quería, hizo una prueba por si le fallaban las cuerdas vocales pero estas funcionaron perfectamente y fue demasiado tarde cuando quiso evitarlo. De su boca salieron sin pausa: "Caca, pedo, culo, pis".
"No ha cambiado. Eso también lo decía de pequeña", pensó Brígida a falta de poder emitir sonido alguno.
Eisi se encargó de hacer las presentaciones.
-Buenos días. Yo soy el jefe de seguridad del edificio y esos de ahí son los vecinos -dijo con el índice en dirección al corrillo donde estábamos todos.
-Encantado. Soy Camello.
-¿Quééé? Lo que nos faltaba -gritó espantada María Victoria.
-Hay que echarlo ya -ordenó Carmela pensando en sus mellizas.
- ¿No le da vergüenza? -le recriminó Eisi y le volvió a recordar, esta vez más despacito, que él era el j-e-f-e d-e s-e-g-u-r-i-d-a-d, por si no lo había entendido.
-Oigan, yo no sé qué estarán pensando, pero les aclaro que lo de Camello es un mote que me pusieron por aquello de que cargo a la gente sobre mi espalda -dijo el hombre mostrando una pequeña joroba.
Avergonzada, la Padilla le pidió disculpas en nombre de todos y le indicó quién vivía en cada piso. Camello parecía buen tipo, pero ninguno se atrevía a usar sus servicios.
-No quiero llegar al extremo de tener esas cartucheras. Me conviene subir a pie -se justificó la Padilla señalando a María Victoria.
Quien seguía cada vez más preocupada era Úrsula. Temía que su hermana estuviese esperando un niño del okupa. La tensión aumentó esa tarde, cuando Brígida bajó a tirar la basura y cayó desmayada en medio del portal.
-Lo sabía. Lleva un varón en su vientre -dijo recordando la fatídica última palabra de su hermana.
-A mí me da que más bien ha sido el pestazo que lleva la bolsa -se quejó Eisi.
Sin dudarlo, Camello corrió a socorrerla. El hombre se agachó, se la cargó a la espalda y subió los cuatro pisos hasta dejarla en su cama. Desde entonces, hay lista de espera para subir y bajar con él.