Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 28 de diciembre de 2015

DE OTRA GALAXIA
Estas navidades serán inolvidables. Jamás podré borrar de mi mente la tarde del pasado día 24, cuando montamos el portal viviente en el edificio. A Eisi, que aprovecha cualquier ocasión para sacar tajada, se le ocurrió cobrar cinco euros por visita. Junto a Neruda y Torito, hacía de Rey Mago, pero eso no fue lo único que lo mantuvo ocupado.
Nada más empezar, nos sorprendió que hubiera una cola que daba la vuelta a la esquina. La Padilla se extrañó de que tanta gente quisiera entrar a ver nuestro portal pero, pronto, descubrimos que Eisi había hecho otra de las suyas.
-Oiga, ¿y Darth Vader? -preguntó una señora, acompañada de un niño que debía de ser su nieto.
-A ese no lo he visto -contestó la Padilla, ataviada de pastorcilla, y pensando que el tal Darth debía ser el caganer, por aquello de que doña Monsi es catalana.
Eisi no tardó ni un segundo en contarle a la señora que Cinco Jotas era en realidad Darth Vader, ya que, en la nueva película, se convertía en cerdo para luchar contra el claroscuro de las galaxias.
-¡Qué maravilla de guión! Anda niño, ponte ahí y te saco una foto con él -le dijo la señora a su nieto, después de pagar tres euros más y al tiempo que Eisi agarraba a Cinco Jotas, que, vestido de pastorcillo, se resistía.
-Ay, mi madre, el Eisi la ha vuelto a liar -le susurró Carmela a María Victoria, que había aceptado hacer de buey solo porque quería estrenar el abrigo de piel marrón que se había comprado por internet.
-¿Qué ha hecho ahora? -preguntó echándole el aliento, como buen cabestro, a una de las mellizas que hacía del niño Jesús.
-Ha colgado un cartelito anunciando que los protagonistas de Star Wars están en el belén y, claro, está todo el barrio haciendo cola -le contó.
-Hay que parar esta farsa -ordenó Úrsula.
-De eso nada, yo llevo ya cinco fotos y cuatro autógrafos como princesa Leia -dijo emocionada su hermana Brígida, que, para parecerse a la protagonista galáctica, se había colgado en las orejas dos de los rosquetes que le habían traído de Buenavista.
La que estaba encantada de ver a tanta gente era doña Monsi, aunque desconocía que aquella multitud no iba a ver el belén, sino a los protagonistas de la nueva entrega de la saga cinematográfica. Animada por los aplausos, la presidenta se lanzó a cantar "Jesucristo Superstar".
-Esta loca me va arruinar el "bisnes" -gritó Eisi, mientras le hacía gestos desesperados a Walter, que era el único que se mantenía firme en su papel de San José.
-Qué bien canta mi hermana -dijo orgullosa doña Eulalia.
-¿Es Yoda? -preguntó un chico de la cola.
-No, es María; bueno, en realidad es Monsi; bueno hoy es la virgen -intentó aclararle la mujer.
-¡No lo enrede más, señora! Es Yoda y punto -la cortó Eisi, gritando un desesperado "¡Código rojo total!" que era la señal para que Neruda y Torito le ayudaran a sacar a doña Monsi de allí.
-Los tres Reyes Magos cogieron en peso a la presidenta y la metieron en el cuartito de contadores. De la impresión, doña Eulalia cayó desmayada junto al pesebre como si fuera el recién nacido Jesús, pero a lo bestia. Carmela aprovechó la coyuntura para llevarse un ratito a las mellizas que estaban impertinentes y gaseosas.
-Doña Eulalia sustituye a las mellis un rato -le dijo Carmela a Walter, al que no dejaban de hacer fotos, pensando que era un caballero Jedi.
A las nueve de la noche, en medio del barullo, apareció un policía que pidió hablar con la presidenta.
-Está ocupada -dijo Eisi sin pestañear- ¿Qué pasa?
-Pues que, aparte del escándalo que están armando, también han colapsado la calle y hay un caos de tráfico que ni en carnavales, y me preguntaba si tienen permiso para todo este montaje -preguntó el agente.
Obviamente, la respuesta fue negativa, así que en ese mismo momento se acabó la fiesta y el portal quedó clausurado. Eisi pagó la multa con lo que había recaudado. Todavía le sobraron 57 céntimos. Antes de irse, el policía se sacó un selfi con Darth Vader (Cinco Jotas).
Neruda fue a liberar a doña Monsi del cuartito, pero seguía cantando y volvió a cerrar la puerta.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

EL NÚMERO SECRETO
Después de hacer una cola de más de tres horas en la legendaria administración de loterías de "Doña Manolita", por fin, la prima segunda de la Padilla, que vive en Madrid, consiguió un décimo para el sorteo de Navidad y nos lo mandó por correo postal al edificio. Antes de firmar el papelito que daba fe de que ese décimo era para todos los vecinos, sin diferencia de edad, sexo, raza o forma de ser, la Padilla nos reclamó a cada uno la parte correspondiente, a la que añadió cuatro euros más por los gastos de envío y de crema para calmar el dolor de pies de su prima.
Padi decidió entregarle a Neruda el sobre con el décimo, para que lo custodiara. Temía que Cinco Jotas se lo comiera. Al pobre cochino le ha entrado una rabia indómita al ver a varios familiares suyos en anuncios navideños de la tele y le ha dado por comérselo todo: cortinas, papeles, guirnaldas y hasta sus propias pezuñas.
-¿Pero por qué se lo has dado a Neruda? -preguntó Úrsula, que desconfía hasta de su propia voz, tanto que un día estuvo a punto de ir a comisaría a denunciar que se la habían robado pero menos mal que su hermana le recordó que estaba afónica.
-Porque él es el que se encarga del papeleo en este edificio, es un hombre serio y responsable -le dijo la Padilla, con ganas de añadir que ella hacía lo que le daba la gana, pero, afortunadamente, en el minuto de descuento, se contuvo.
A quien tampoco le pareció buena idea fue al propio Neruda que anda bastante liado con doña Eulalia, hermana y alter ego de doña Monsi, y que se pasa el día pidiéndole cosas imposibles.
-Este año nos va a tocar la lotería -dijo esperanzada María Victoria, pensando en un nuevo vestido de textura de trucha de arroyo minutos antes de ser pescada.
-Pues con los millones deberías comprarte un piso nuevo -le recomendó Carmela, pero ella estaba tan absorta pensando cómo le quedaría el modelito que no captó la indirecta.
Además de la expectación por el sorteo de la lotería, en el edificio también ha habido jaleo por el tema de las elecciones generales. A doña Monsi se le metió en la cabeza que el domingo no podíamos ir a votar todos al mismo tiempo porque si no el edificio se iba a quedar solo.
Esta vez el elegido fue Walter.
-Encárgate de repartir los horarios y los equipos. No pueden ir a votar más de dos personas juntas -le dijo la presidenta que, en un gesto acorde con las fechas en las que estamos, puso a Ambrosio y su coche a disposición, para que nos llevara al colegio electoral.
Como era de esperar, Eisi se negó a tamaña tontería. María Victoria fue la única que aceptó. Le hacía ilusión que un señor de traje chaqueta y con sombrero le abriera la puerta y que todo el vecindario le viera cómo llegaba a votar. Para ese día, eligió unos leggins del Rey León.
La Padilla se pidió la última hora porque Cinco Jotas había cogido el sobre donde guardaba su voto y estaba intentando convencerlo de que no se lo comiera. Carmela fue la más madrugadora y se acercó a votar con las mellizas que, cada día, pesan más y a punto estuvo de dejarlas a ellas en la urna. Las hermanísimas fueron las últimas en ir. Brígida intentaba convencer a Úrsula de que el voto era secreto, pero su hermana se echó a llorar diciendo que, jamás en la vida, entre ellas había habido secretos.
Al final, todo salió bien y todos votamos. Pero esta mañana nos hemos llevado un susto de muerte al escuchar los gritos de la Padilla, y yo pensé que Cinco Jotas se había comido a sí mismo.
-¡Neruda ha perdido el décimo del sorteo de Navidad de mañana! -nos explicó Brígida.
-No lo he perdido. Creí que era el sobre con mi voto y ayer lo metí en la urna -se justificó el pobre hombre.
-¡Buff! a esta hora debe estar entre montañas de papeles -dijo Walter.
A la Padilla le dio tal crisis de ansiedad que arrambló un trozo de guirnalda que Cinco Jotas estaba mordisqueando y se lo tragó sin masticar.

martes, 15 de diciembre de 2015

CUESTIÓN DE CLASE 
Cuando la Padilla se encontró con una mujer envuelta en un abrigo de piel de algo raro, a punto de coger el ascensor, le preguntó a qué piso iba. Ella, que debía tener más de 70 y la misma voz que Eisi cuando se levanta, le contestó de mala gana que a ver a un familiar. Nada más cerrarse la puerta, corrió a avisar a Carmela, que andaba por las escaleras haciendo sus ejercicios para bajar barriga y le pidió que averiguara a dónde iba la intrusa.
-Se ha parado en casa de doña Monsi -le susurró.
-Lo que nos faltaba; otro ejemplar raro de la familia en el edificio -se quejó la Padilla.
-Pues viene con dos maletas y la doña no es muy agraciada que digamos -apuntó sin dejar de hacer las abdominales.
Esa misma tarde, doña Monsi le ordenó a Neruda que nos convocara a todos en el portal; en el de siempre, porque el de Belén todavía no lo hemos hecho. Todos menos Eisi, que no hay quien lo saque de su siesta, bajamos bastante temerosos.
-¿Qué se le habrá ocurrido a esta ahora? -se quejó Úrsula, con su hermana pegada al brazo como una garrapata.
Doña Monsi llegó acompañada de la señora misteriosa.
-A ver, que no tengo tiempo que perder, y menos con ustedes. Esta es mi hermana Eulalia, que ha venido a pasar las Navidades conmigo y quiero que su estancia en el edificio sea inolvidable -dijo, achicando los ojos para darle un tono de amenaza a la frase.
-¿Inolvidable? ¿Para ella o para nosotros? -me soltó la Padilla dentro de mi oreja izquierda para que nadie más lo oyera.
-Neruda, tú serás el responsable de que a mi hermana no le falte de nada -le indicó la presidenta.
-Pero doña Monsi, ¿no se acuerda que le había pedido unos días libres para ayudar a mi primo, que va de candidato suplente a las Elecciones del día 20?
-No, no lo recuerdo. Y no cambies de tema -le espetó, y dio por terminada la reunión.
A la mañana siguiente, doña Eulalia bajó temprano y, en la entrada, se encontró con Eisi, que estaba manipulando otra vez las tuberías.
-Usted debe ser el tal Borges ese al que mi hermana le ordenó que se encargara de mí -dijo cerrando los párpados con desaire.
-Mire, señora, imposible por no decirle que ni de coña -le respondió él sin mirarla porque, de haberlo hecho, se hubiera tragado el cigarro de la impresión al ver a aquella mujer con un abrigo de gallinacea alborotada.
La nueva inquilina no se esperaba la respuesta desagradable de Eisi y estiró el cuello para responderle, justo en el momento en que apareció Neruda y le sacó del error.
-Disculpe, señora. Yo soy a quien busca, pero mi nombre no es Borges, sino Neruda.
-Qué más da cómo te llames. Poeta, al fin y al cabo. Y bien, ¿dónde está el coche?
-¿Coche?
Neruda le explicó que él no tenía coche y menos con el sueldo que cobraba, cuando lo cobraba, aunque eso último no se lo dijo. "Mejor vamos caminando", le sugirió.
Al oír voces, María Victoria se asomó a las escaleras y dio un grito de alarma.
-¡Alberto, corre, rápido, ven!
Su marido apareció en calzoncillos pensando que a su mujer le había pasado algo grave.
-Mira cuchifritín mío, ¿ves el abrigo que lleva la hermana de doña Monsi? Quiero uno igualito para Reyes.
A Alberto se le encogió el estómago al pensar que ningún camello se ofrecería a traer una cosa así desde Oriente.
Doña Eulalia, enfadada, volvió a coger el ascensor y regresó a casa de su hermana, que, en menos de un minuto, llamó a Neruda para decirle que si no tenía coche que alquilara uno.
-El problema es que no tengo carné de conducir -se justificó él y ella le cerró la puerta en las narices.
Esa misma tarde, al edificio llegó un señor vestido de negro con sombrero y corbata. Carmela dedujo que era el cobrador del frac y le preguntó que a quién buscaba.
-A doña Eulalia.
-¡Ajá! Ya sabía yo que la urraca esa no era trigo limpio.
Pero cuando subía a contarle el chisme a la Padilla, escuchó a doña Monsi decir: "Ambrosio, mi hermana baja ya, arranque el coche".

martes, 8 de diciembre de 2015

SÁLVESE QUIEN PUEDA
La chapuza de Eisi para coger agua desde su piso sin pagar ni un euro originó la rotura de una de las tuberías y el edificio quedó convertido en un auténtico chorro de aguas termales que corría escaleras abajo. Neruda fue el primero en percatarse y nos alertó a todos. 
¡Titanic! -gritó, asomándose por el hueco de la escalera, como si con aquella simple palabra pudiéramos descifrar que lo que quería decirnos es que se había roto una tubería, que el edificio se estaba inundando y que, si no salíamos corriendo de allí, íbamos a morir todos ahogados como Di Caprio. 
La Padilla se enfadó porque los gritos despertaron bruscamente a Cinco Jotas. El pobre cochino no había pegado ojo en toda la noche, traumatizado con el jamón de Jabugo pata negra que le habían regalado a su dueña y que él estaba casi seguro de que se trataba de un primo suyo.
María Victoria tampoco se dio cuenta de la gravedad de la situación y, al escuchar aquella palabra tan peliculera, pensó que Walter había montado otro casting y salió con aires de diva, avisando que, esta vez, ella sería la protagonista. Solo cuando sintió que sus zapatillas de piel de zorro ártico se llenaban de agua, regresó a su casa. 


-Pero ¿qué pasa hoy aquí? -preguntó Carmela, tratando de calmar los gases casi lacrimógenos de las mellizas. 
-¡Dios mío! Estamos atrapadas -dijo Úrsula abrazándose a su hermana, que perdió el equilibrio, provocando que las dos cayeron al suelo.
-Señoras, por favor, déjense de tonterías y suban a la azotea -les ordenó Neruda. 
Walter temió por las mellizas y fue a buscarlas, pero también tuvo que cargar con Carmela porque, para aplacar el llanto de las niñas, la mujer se las había enganchado cada una a un pecho. 
-Que alguien avise a Eisi para que nos ayude a salvar a las mujeres -gritó Walter sin aliento, y en ese momento María Victoria pidió auxilio.
-Socorro, que alguien me ayude -gritó mientras arrastraba tres maletas. 
-Pero ¿qué hace? Suba a la azotea ya -insistió Neruda. 
-No voy a dejar que mis modelitos se mojen -se enfadó. 
Asustado por los gritos, Eisi salió de su piso y, al ver aquel desastre, no pensó que todo había sido por su culpa.
-Ños, mano, chiquito parque acuático -exclamó, y, aunque le entraron ganas de ir a buscar el bañador, se contuvo.
Hasta ese momento nadie se había acordado de doña Monsi, pero es que, desde que fue elegida para encarnar a la Virgen en el portal viviente del edificio, no sale de casa y se pasa las tardes viendo "Jesucristo Superstar". 
-Tiene que salir o morirá ahogada -le advirtió Neruda, golpeando su puerta. 
-Qué más da morir si mi hijo lo hizo por toda la humanidad -contestó ella, metida de lleno en el papel de María. 
-Esa mujer es imbécil -comentó Úrsula. 
Sabiendo que le traería consecuencias, Neruda forzó la puerta, le dio un golpe seco a la presidenta y la cargó a hombros. 
Otro de los momentos críticos fue cuando, ya en la azotea, la Padilla se dio cuenta de que Cinco Jotas se había quedado encerrado en el piso y pidió que alguien fuera a por él. Por sorpresa, Eisi, que odia al cochino, se ofreció a rescatarlo. Fueron minutos de angustia hasta que, por fin, le vimos cruzar la puerta.
-¡Ese no es! -gritó la Padilla al ver que Eisi salía con el pata negra al hombro. 
Walter, enfadado, dejó a Carmela y a sus cachorras a salvo y bajó corriendo, casi nadando, a rescatar a Cinco Jotas. María Victoria creyó que el hombre venía en su ayuda y, en medio de las escaleras, le soltó las tres maletas.
-Toma. Rápido, hay que salvar la ropa -le dijo.
Walter no daba crédito a lo que estaba viendo y, sin pensárselo dos veces, le dio una patada a las maletas que, en medio de un ruido ensordecedor, rodaron hasta el primer piso. Después, se abrió paso entre el agua y fue en busca de Cinco jotas. 
En dos minutos, Walter salió con el cochino en brazos y a mí me pareció escuchar a la orquesta del Titanic, pero eran los bomberos. 

lunes, 30 de noviembre de 2015

EL PORTAL ANUNCIADOR
Tenía claro que la respuesta iba a ser un rotundo no, pero, aun así, me atreví. Lo que nunca hubiera imaginado era que la combinación de dos letras en la voz de doña Monsi pudiera ser tan repulsiva y desagradable. Cuando le pregunté si este año podíamos poner un arbolito de Navidad en el edificio, acompañó su negativa con un bufido tan fuerte que llevo toda la semana resfriada de la ventolera que levantó la mujer.
-Pero ¿cómo se te ocurre preguntarle eso? Ella le ordena a Neruda que quite la bombilla del ascensor y vas tú y le planteas si podemos poner un arbolito con luces de colores -se carcajeó la Padilla, atufándome con un aliento a café que me llegó hasta lo más profundo de las fosas nasales.
-Pues yo no le veo la gracia. Con la ilusión que me hacía que mis mellizas disfrutaran de sus primeras navidades -se lamentó Carmela, que ha vuelto a tomar el mando de las escaleras.
A Walter le dio mucha pena escuchar aquellas palabras porque le ha cogido cariño a las niñas, así que se le ocurrió que, para mantener las tradiciones y darle algo de alegría al edificio, podíamos hacer un portal viviente. Sin luces.

El problema empezó cuando María Victoria dijo que aquello le parecía una idea magnífica y que, por supuesto, ella sería la Virgen. 
-Cariño..., yo creo que tú... -empezó a decir su marido, Alberto, y enseguida ella le echó una mirada tan fulminante que el hombre se volvió pequeñito, pequeñito y se quedó sin voz para terminar la frase. 
La que no se quedó callada fue la Padilla. 
-¿Tú la Virgen? ¡Anda ya! Con tus vestidos de "animal prin" o como se diga eso, mejor te valdría ser el buey o la mula.
Calma, señoras. No se me desboquen. En este edificio no somos tantos y hay hueco para todos -les tranquilizó Walter, que hará de San José, ya que la idea fue suya.
-Bueno, lo que también parece estar claro es que mis niñas harán del niño Jesús -aseguró Carmela. 
-Como su propio nombre indica, el niño Jesús era un niño -le aclaró, con un tonito burlón, la Padilla.
-Lo sé, pero mis nenas son las únicas bebés que hay en este edificio y con el pañal nadie se dará cuenta. Además, son dos, por lo que habrá una de repuesto -le recordó mientras le daba el pecho izquierdo a la melliza morena.
-Me niego. Son muy quejicosas y, por si no lo sabías, el niño Jesús no lloraba -le contestó, como si ella hubiera vivido en aquella época. Siempre he dicho que tiene más edad de la que dice. 
En aquel momento escuché cómo Úrsula le susurraba a Carmela, que tanta negativa era porque la Padilla quería que Cinco Jotas hiciera del niño.
-Pero ¿qué sacrilegio es este? Lo que me faltaba ya por escuchar hoy. Un cerdo haciendo de niño -se enfadó Carmela, cambiando de pecho y de melliza. 
Walter volvió a pedir calma y, en poco más de una hora, logró alcanzar un acuerdo. Al final, las niñas harán del niño y Cinco Jotas, de uno de los pastorcillos. 
El resto de personajes también generó polémica.
Eisi, Neruda y Torito fueron elegidos como los tres Reyes Magos. El problema es que los tres quieren ser Melchor y no se bajan del burro, o del camello. Habrá que ir a una segunda eliminatoria. 
Pero lo más complicado de todo fue elegir a la Virgen María. Al personaje femenino optaban Úrsula, Carmela, la Padilla y María Victoria hasta que, a última hora y sin avisar, apareció doña Monsi. 
-Yo seré la Virgen -dijo, saliendo del ascensor. 
-Usted no puede ser. Es mala -le recordó Úrsula.
-Pero soy la única a la que se le ha aparecido la Anunciación -aseguró.
Todos nos quedamos paralizados al escuchar aquello y solo Brígida se atrevió a pronunciar un tímido "¿y eso?". 
Doña Monsi nos contó que Anunciación, una prima suya de Hospitalet del Infante, provincia de Tarragona, murió de unas fiebres extrañas cuando ella era una jovencita.
-Y, una noche, cuando estaba a punto de dormirme, se me apareció -recordó. 
Ante tal revelación, Walter dijo que no había más discusión. La presidenta será la Virgen. 

lunes, 23 de noviembre de 2015

VAYA GENTE MÁS RARA

Habíamos perdido toda esperanza de que doña Monsi se levantara de la cama, pero lo hizo el martes, sin avisar y con movimientos lentos como los de Neil Armstrong aquel julio de 1969 cuando pisó la luna. En el caso de la presidenta, no fue un gran paso para la humanidad, sino catorce hasta llegar al sillón de la sala, donde decidió quedarse unos días.
Neruda y Carmela fueron los únicos que se atrevieron a entrar en su casa. Él, porque es el encargado de llevarle la compra, y Carmela, porque se ofreció a controlar su higiene para así evitar un nuevo código rojo, pero, más que nada, para sacarse un dinerito extra al de las escaleras. 
Con este panorama, Walter sigue cuidando de las mellizas. El pobre hombre se pasa el día subiendo y bajando en el ascensor, que, por lo visto, es lo único que calma el llanto felino de las mellis, como las llamamos cariñosamente entre los vecinos. Las niñas han salido bastante gaseosas y llevan fatal lo de los cólicos, tanto, que el ascensor parece el local de prueba de los hermanos Toste. 
-Tan pequeñas y cómo huelen las cagoncillas esas -se quejó una mañana Eisi, mientras le entregaba una porra a uno de sus colegas, al que llaman Torito. 
María Victoria fue quien nos previno al ver la maniobra y la Padilla se encaró con él.
-¿Qué hace ese tipo con un arma en la puerta? 
-Vigilar que no entre nadie raro -contestó Eisi.
-¿Para eso no estabas tú, que eres el jefe de seguridad del edificio? -preguntó la Padilla.
-A mí no me gusta nada la pinta que tiene ese hombre -comentó María Victoria con su nueva blusa estampada con ojos de lechuza de campanario.
-Pues a mí me parece bien. El mundo está cada día más loco y yo, ahora, tengo dos niñas -recordó Carmela desde la sala de lactancia. 
Eisi estuvo a punto de darle un beso porque era la única que le apoyaba en su decisión, pero recordó el tufillo de las mellizas y pensó que mejor no acercarse a la "madre cloaca". 

Al final, como ocurre con todo en este edificio, Eisi se salió con la suya y Torito se quedó de guardia de seguridad permanente. 
-¿Eso no está penado? Me refiero a que el hombre no tenga ni un solo día de descanso -preguntó Brígida. 
-Más penado debería estar lo feo que es y ahí está -le respondió Úrsula con cara de repugnancia. 
A pesar de todo, la cosa iba más o menos bien hasta que, el sábado por la tarde, el llanto desgarrador de las mellis nos levantó el estómago. 
-¡Mis niñas! -gritó Carmela estrujando el bote de lejía. 
-No es por nada, pero acabo de ver a Walter subir con ellas en el ascensor con cara de desesperación -avisó Neruda.
Como cohetes, todos salimos disparados escaleras arriba temiendo lo peor. Al llegar al rellano del tercero encontramos a Torito con la porra en alto, amenazando a doña Monsi, que, por primera vez, en varias semanas se disponía a salir a la calle. 
-¿Pero qué haces? -le gritó Eisi.
-¿No me dijiste que tenía que vigilar que no entrara nadie raro? Pues mira esto -dijo Torito señalando a la presidenta. 
En ese momento, entre el llanto descontrolado de las mellizas, a las que Walter mantenía apretadas contra su pecho para que no fueran testigos de aquel disparate, todos nos fijamos en doña Monsi y, por un instante, pensamos que Torito tenía razón.
La mujer estaba horrible. Realmente rara. Después de tanto tiempo tirada en el sillón, había vuelto a perder el volumen del peinado y su aspecto era como el del traje de Armstrong pero sin el astronauta dentro. Vamos, una sinsustancia. Y, por si fuera poco, en medio de aquel absurdo, las mellis erupcionaron sin avisar y alguien gritó que nos dispersáramos, porque el tufillo podría ser letal. Torito fue el único que aguantó estoicamente y, a gritos por las escaleras, le hizo una pregunta a Eisi.
-A ver, ¿cuál es mi trabajo? ¿Vigilar para que no entre nadie raro o intentar que salga toda esta gente rara?
Se puso bravo el Torito.

lunes, 16 de noviembre de 2015

CÓDIGO ROJO
La alarma saltó cuando Neruda nos advirtió de que doña Monsi llevaba más de diez días sin levantarse de la cama. No era solo el temor a que sus huesos no respondieran al peso de su diminuto cuerpo cuando quisiera volver a ser un "homo erectus", sino, sobre todo, el aspecto físico insalubre que estaba desarrollando. De hecho, Neruda nos alertó del peligro que empezaba a suponer ya la grasilla que el pelo de la presidenta estaba destilando. 
-Una vez leí en National Geographic que la resina de poliuretano carboxilado de las lacas puede generar explosiones mortíferas en contacto con el sebo capilar -explicó y todos nos quedamos con la boca abierta. 
-Esto es un código rojo en toda regla. Hay que lavarle el pelo o saltaremos por los aires cuando menos lo esperemos -avisó Úrsula.
El problema era cómo hacerlo. La Padilla sugirió que lo más fácil era decírselo claramente. 
-Doña Monsi, su pelo es un riesgo inminente para este edificio -ensayó con un cojín. 
A María Victoria no le gustó mucho esa forma tan radical de estamparle la verdad en toda la cara a la pobre y menos cuando estaba pasando por un momento sentimental complicado, así que planteó hacerlo con un poco de tacto. 
Una de las más preocupadas era Carmela. Temía que si doña Monsi moría ahogada en su propia grasa se quedara sin trabajo y sin poder alimentar a sus niñas recién nacidas. Mientras buscábamos una solución, las dejó a cargo de Walter.
-A las nueve les toca el pecho. A una, el derecho y a la otra, el izquierdo -le explicó y subió corriendo a casa de la Padilla, donde había una reunión de urgencia. 
-Pero yo no tengo de eso -le gritó Walter sin éxito. 
Y si no teníamos suficiente, Eisi -que pasa del asunto y de la pobre mujer- sigue con sus negocios turbios. El martes envió un whatsapp masivo a sus colegas, ofreciéndoles una tarifa "minichiquitita" para el teléfono rojo, con lo que, ahora, el portal parece un cibercafé en hora punta. La que más uso hace de esta oferta es Onelia, una peluquera colombiana que todas las tardes llama a Medellín, donde vive su marido. Al verla, a Úrsula se le ocurrió pedirle que nos echara una manita con el pelo de doña Monsi.
-Solo tendrías que darle forma de nubecilla alborotada al peinado cuando se lo hayamos desinfectado- le explicó.
El jueves por la tarde fue el momento elegido para poner en marcha la operación limpieza. Sin avisar, subimos a la habitación de doña Monsi para acabar, de una vez por todas, con aquel riesgo en potencia. Úrsula fue directa al grano; bueno, a la grasa.
-Señora, esto apesta tanto que podrían quitarle el cargo de presidenta. Así que vamos a proceder -le advirtió.

En ese momento, hizo una seña para que Brígida, la Padilla y Carmela la sujetaran, mientras María Victoria y su marido, Alberto, que es fumigador, pudieran empezar a desinfectar la cabellera con una especie de manguera articulada. 
-Tienes que apuntar bien el pitorro porque la grasa es bastante densa ¡Dispara! -gritó María Victoria, vestida con un mono a rayas de cebra Grevy en peligro de extinción.
Doña Monsi se revolvió como un escarabajo moribundo y emitió toda clase de improperios.
El proceso de desinfección duró más de cuarenta minutos, pero terminó con éxito. Después, Onelia se quedó a solas con ella para darle forma a aquel matojo enredado y decolorado. 
A día de hoy, doña Monsi todavía sigue sin levantarse de la cama porque la peluquera le dio tanto volumen al peinado que el peso le impide incorporarse sin ayuda y, después de lo que hicimos, ninguno nos atrevemos a regresar a su habitación. Es una auténtica "homo enfadatus".
Pero, para miedo, el que nos está haciendo pasar Eisi con sus chanchullos telefónicos. Un timbre insistente nos despertó a todos en la madrugada del sábado. Walter bajó a toda pastilla pensando que era la alarma del edificio y temió que se hubiera regenerado la grasa capilar de doña Monsi. Pero el sonido era el del teléfono rojo y quien llamaba era el marido de Onelia para decir que el Independiente de Medellín había ganado esa tarde el partido de liga. 

lunes, 9 de noviembre de 2015

UN POQUITO DE SILENCIO, POR FAVOR
El auténtico Eisi reapareció como una mariposa, abandonando de golpe el capullo de Sansón. Que conste que lo de capullo lo digo en el más puro sentido descriptivo de la metamorfosis que experimenta la oruga para transformarse en lepidoptera. El taponazo que recibió contra el suelo del montacargas le hizo recuperar la memoria y convertirse de nuevo en el parásito y sacacuartos que conocemos.
Al constatar que, de esta forma, moría el caballero educado y atento del que se había enamorado, doña Monsi cogió un disgusto tremendo y lleva toda la semana sin quitarse el pijama. Solo se levanta de la cama para darle órdenes a Neruda. La primera fue que se deshiciera del montacargas y volviera a poner en uso el ascensor, con lo que Walter se quedó en paro.
-No te preocupes. Puedes vivir conmigo en el ático -le tranquilizó Eisi.
Úrsula averiguó que tanta generosidad no era gratuita.
-Por la cama no le cobra, pero le pide tres euros, o cinco dependiendo de lo que haga, por usar el baño -nos dijo haciendo gestos y, entonces, le pedimos que no diera tanto detalle.
Walter aceptó porque le gusta el edificio y porque también está sacando un dinerito de María Victoria que lo vuelve loco con sus encargos.
-Este hombre es una joya. El otro día, cuando venía de camino de la pescadería, él mismo, de moto propia, (entiéndase motu proprio) me compró unos calcetines de lana de oveja merina ibérica. Se nota que me conoce -dijo con un suspiro sospechoso.
Ha habido tantos cambios últimamente que ya no sé quién hace qué en este edificio. De momento, Neruda sigue limpiando las escaleras, aunque el jueves Carmela decidió volver, a pesar de que todavía no ha agotado su baja maternal.
-¡Qué vergüenza! Con lo que nos ha costado a las mujeres conseguir ese derecho -protestó la Padilla.
-Bueno, mujer -le tranquilizó Brígida- míralo por el lado positivo: ya no tendremos que estar esquivando las malditas pelusas, dijo mientras cazaba al vuelo una, tamaño XXL.
Pero Carmela no ha regresado para limpiar las escaleras. Lo ha hecho porque no puede más con su condición de cotilla y asegura que, desde que dio a luz, están ocurriendo demasiadas cosas en el edificio y no soporta enterarse por terceros. Así que, por ahora, Neruda seguirá al frente y ella solo se encargará de pasarle un trapito a los buzones. Además, como le está dando el pecho a las mellizas, le ha pedido a Eisi que convierta el cuartito de contadores en sala de lactancia.

Doña Monsi no se ha enterado del tinglado y, menos mal. La mujer sigue sin levantarse de la cama. Ya no lo hace ni para darle las órdenes a Neruda sino que lo cita en su habitación y le habla desde la cama.
-¿Cómo va la cosa ahí fuera?
-Bien -le contestó él.
-No sé por qué no te creo. ¿Qué está haciendo Walter? -preguntó la presidenta ahuecándose el pelo que de tanta almohada se le ha quedado tatuado al cuero cabelludo.
-Nada.
-Pues tengo un encarguito para él -le anunció.
El viernes por la mañana se montó el escándalo cuando la Padilla abrió la puerta de su casa para quejarse de que no tenía línea telefónica. María Victoria, Úrsula y Brígida salieron como descosidas, gritando que ellas, tampoco.
-Ni la tendrán -dijo Walter, sentado junto a una mesita con un teléfono rojo.
-¿Pero qué dices? -preguntó María Victoria mirándole la barba, cada día más descuidada.
Walter explicó que la presidenta había decidido cortar la línea de las viviendas y poner un teléfono de uso común en el portal.
-Esa mujer está de atar -gritó la Padilla.
-¿Y tú te has prestado a eso? No lo esperaba de ti -le echó en cara María Victoria dando un respingo despreciativo.
-Señoras, entiéndanlo, necesito dinero. ¿Saben cuántas veces voy al baño? -preguntó pensando en los cinco euros que le cobra Eisi cada vez que lo usa.
Nadie dijo nada. Ciertamente, no nos gusta hablar de ese tema.
Y así estamos. Entre el llanto de las mellizas y las peleas por usar el teléfono, aquí no se puede vivir. Y eso, sin mencionar lo de doña Monsi tirada en la cama... y en pijama.

lunes, 2 de noviembre de 2015

CALABAZAS, FANTASMAS Y DIFUNTOS
Que Walter haya vivido más de 30 años en Oklahoma, Estados Unidos, tenía que tener consecuencias y esta semana las hemos sufrido en carne propia. No es solo que haya desarrollado un castellano extraño, con caída libre de algunas sílabas finales, sino la que montó esta semana en el edificio a cuenta de Halloween. Al responsable del montacargas se le ocurrió dedicar una semana temática a esta festividad.
-A mi todo eso me da mucho yuyu. Yo no quiero -dijo Brígida, metiendo la cabeza entre los pechos de su hermana.
-Señoras, no teman. It's gonna be funny -dijo Walter.
-¿Qué? -preguntó Úrsula, como si oyera hablar en chino.
-Que digo que será divertido -explicó él quien, por su cuenta y riesgo, ya había tuneado el transportador con unas cortinas negras ensangrentadas.
A las reticencias de los primeros momentos, siguió una locura desenfrenada inexplicable. Sin duda, Walter tiene un no sé qué para convencer.
-Para la noche de Halloween voy a estrenar mi disfraz de bruja sexi -dijo María Victoria haciéndole morritos.
-Yo puedo preparar un puré de calabaza -propuso la Padilla, a la que no se le borra la sonrisa desde que la Organización Mundial de la Salud anunciara que la carne roja es cancerígena. "Ya no corres ningún riesgo, cariño mío", le dijo a Cinco Jotas.
La que no entró en razones fue doña Monsi. Se negó en rotundo a los adornos y a que celebrásemos Halloween.
-Por encima de mi cadáver -gritó enloquecida cuando Walter le contó la idea.
-No nos caerá esa breva -murmuró Úrsula.
A pesar de la negativa, Walter desobedeció a la presidenta y siguió adelante con el montaje de los actos. El jueves, el edificio no tenía nada que envidiarle al set de rodaje de "The walking dead". Entre la decoración, el sonido chirriante del montacargas y los leggins de piel de murciélago de María Victoria, daba miedo salir de la puerta de casa.

La esperada noche de Halloween llegó y, aprovechando que doña Monsi suele acostarse temprano, nos reunimos en el portal para disfrutar de una cena con un menú elaborado para la ocasión por la Padilla: puré de calabaza, calabaza rellena de calabaza y pastel de calabaza.
Nada más empezar la celebración, se fue la luz y, aunque solo fueron treinta segundos, aquello pareció eterno. Cuando regresó la claridad, el montacargas se activó solo y, al llegar al portal, descubrimos que dentro había un cuerpo inerte tirado en el suelo. 
-¡Es Eisi! -anunció la Padilla.
-¡Lo sabía! -gritó Brígida- Estas cosas de brujas y zombis no traen nada bueno.
-Alguien ha tenido que matarlo mientras se fue la luz. Que nadie abandone el edificio hasta que encontremos al asesino -ordenó Walter. 
-¿Está insinuando que uno de nosotros lo ha matado? -preguntó la Padilla.
-Sí, me temo -contestó.
Al oír aquella afirmación, a María Victoria le dio un ataque de histeria y empezó a cantar.
-Haga callar a su esposa -le pidió Walter a Alberto.
-Alguien tendrá que avisar a doña Monsi -dijo la Padilla- Está tan enamorada desde que él perdió la memoria y se convirtió en un caballero.
Entre tanto alboroto, la voz de la presidenta surgió desde lo alto de la escalera.
-Sansón, cariño. ¿Estás ahí?
Ninguno abrimos la boca. 
-¿Alguno de ustedes lo ha visto? Me dijo que iba a comprar tabaco pero no ha vuelto -insistió la mujer alongándose por el hueco del montacargas.
Walter miró hacia arriba y le aconsejó que se acostara tranquila que seguro que volvía pronto.
-¿Por qué le ha mentido? -se quejó Úrsula.
-Me ha dado pena y más al verla en pijama -reconoció él.
A pesar de los esfuerzos, Alberto no conseguía que María Victoria dejara de cantar y lo único que se le ocurrió fue meterle el pastel de calabaza en la boca. Entero. 
-Egoísta -rezongó la Padilla.
Mientras decidíamos qué hacer, alguien se percató de que el difunto había movido la cabeza. Nos acercamos al montacargas y allí lo vimos revolverse y gemir.
-¡No está muerto! -gritó Ursula. 
Walter ayudó a sentar a Eisi que, al vernos a todos, dijo: "¿Chas, qué pasó?".

miércoles, 28 de octubre de 2015

DOS EN UNO
Qué bonito es el amor aunque, como diría la Padilla, "y qué puñetero también". Desde que doña Monsi se volvió loca por Eisi, el edificio va de mal en peor. Temerosa de que su amado, cuya memoria le ha retrotraído siglos atrás, se impresionara al ver las modernidades del siglo XXI, la presidenta no solo decidió clausurar el ascensor de última generación que adquirimos hace ya un año, sino que, ahora, lo ha sustituido por un montacargas con polea manual y ha contratado a un señor muy raro para que lo maneje. Es tan raro que, el día que llegó, Úrsula preguntó quién de los dos era el montacargas. Cuando el hombre abrió la boca para responder, ella me susurró al oído: "Los montacargas no hablan ¿no?"
-¿Y eso cómo funciona? -preguntó la Padilla con la misma cara que puso el día que su hijo Tito, con apenas cuatro años, le decoró las cortinas de la sala con restos del compuesto de potas.
-Usted sube y yo voy tirando de la cuerda -explicó Walter, un tipo desgarbado con más barba que cara.
Los primeros días nadie quiso subir al aparato. Todos desconfiaban de la seguridad de aquello que hacía un ruido terrible y olía a hierro viejo. Brígida, que es una exagerada de la vida, llegó a decir que había soñado con la portada del periódico: "Una señora resulta aplastada por un montacargas". Yo, que suelo visualizar todo lo que me cuentan, me imaginé a la pobre mujer incrustada en el suelo y a los bomberos intentando rescatarla con un par de espátulas. Terrible.
Preocupado por perder su puesto de trabajo, el miércoles por la tarde, Walter nos sorprendió con un dos por uno. Explicó que, desde ese día, por cada viaje que hiciéramos en el montacargas nos haría un recado gratis. La primera en aprovecharse de sus servicios fue María Victoria que le encargó que recogiera un vestido de piel de cebra de montaña que había dejado en la tintorería. A cambio, ella se atrevió a subir a la azotea en el aparato pero se pasó todo el trayecto cantando una saeta para disimular el miedo.

En apenas dos días, Walter se convirtió en una especie de "trending topic" en el edificio. Todos hablábamos de él. Pero, aquí, lo bueno dura poco. El viernes se montó el lío cuando la Padilla, María Victoria y Úrsula estuvieron a punto de llegar a las manos.
-¡Me toca a mi! -dijo Úrsula, dándole un empujón a la Padilla que ya llevaba tres viajes seguidos en el montacargas.
-¡Eh! El respetito es muy bonito -le recrimi-nó sacando pecho.
-Yo hoy no he subido y necesito que Walter vaya a la pescadería -se quejó María Victoria.
En medio, la estrella del elevador tuvo que poner orden entre ellas.
-Señoras, haya paz. Vamos a organizar esto -aconsejó el hombre tocándose un mechón de la barba, tan espesa que por unos segundos su mano desapareció entre toda aquella maleza.
Después de un rato discutiendo, Walter emitió un silbido gomero que retumbó en las paredes del portal y que Neruda tradujo como "o paran o las paro; ustedes dirán".
Las tres mujeres dejaron la algarabía al ver que hablaba, más bien silbaba, en serio.
-Hay que buscar una solución a esto -dijo, mientras volvía a meterse la mano en la espesa selva de su cara- Desde hoy, la prioridad en el montacargas la decidirá la edad.
-Perfecto: La más joven, primero. Y esa soy yo -señaló la Padilla, contorneando la cadera y abriéndose paso.
-No, ese orden no. Primero, la mayor -aclaró Walter.
Las tres mujeres se miraron de arriba a abajo y dieron un paso atrás.
-Entonces, mejor que pase María Victoria -dijo Ursula.
-Ay, no. Estás muy equivocada. Yo soy la más joven, así que usaré las escaleras.
Las otras dos mujeres aguardaron unos segundos pero, enseguida, también hicieron mutis por el foro.
Desde entonces, cada vez que se suben en el montacargas lo hacen de forma clandestina y Walter les regala los oídos a cada una diciéndoles que la otra lo cogió antes.
-Ya sabía yo que la Padilla me doblaba la edad -dijo María Victoria, entonando la saeta en medio del chirrido infernal del aparato.

lunes, 19 de octubre de 2015

VAYA CON LOS APARATITOS
Tanto rollo con el concierto benéfico en la azotea para poder restituirle a Eisi los cuatro dientes que perdió y va doña Monsi y, en una sola tarde, se gasta un pastón en una dentadura para su nuevo amado.
-Esto va a terminar como el rosario de la aurora -presagió Ursula. 
-Peor. ¿No ves que ella le sigue el juego? Hace todo lo posible para que él no recupere la memoria. Si fuera el auténtico Eisi, lo aborrecería -le aclaró su hermana.
Desde hace una semana, doña Monsi nos ha prohibido usar el ascensor porque dice que a Eisi le impacta cada vez que entra en ese aparato lleno de botones y luces, ahora que "es" un caballero de hace dos siglos.
En menos de tres minutos, Neruda que, además de limpiar las escaleras hasta que regrese Carmela de su baja maternal, es el mayordomo, chófer y lo que quiera que le pida la nueva parejita, puso un candado y le entregó la llave a doña Monsi. La decisión coincidió con el mismo día en que María Victoria y Alberto esperaban su lavadora nueva con lo que se armó buena cuando llegaron los chicos de la tienda con una caja inmensa.

-¿Y ahora cómo la subimos, señora? -preguntó uno de ellos, aterrado con la idea de tener que usar las escaleras.
-Alberto, busca una solución o no respondo de mí -amenazó María Victoria, embutida en un traje de piel de chinchilla que marcaba cada hueco de su galopante celulitis.
Alberto subió al piso de la presidenta y le pidió, por favor, que le dejara usar el ascensor para transportar la lavadora, pero doña Monsi se mostró inflexible y le confesó que Eisi había guardado la llave pero se había olvidado de dónde la había puesto.
Al volver al portal y transmitir la noticia, María Victoria puso el grito en el cielo y todos bajamos asustados pensando que algo trágico había pasado. Verla incrustada en aquel traje, era lo más parecido a una tragedia.
-Bueno, ustedes dirán que éste y yo tenemos un reparto en Buenavista. Además, por mucho que quisiéramos, por ahí no pasa. El hueco de la escalera es demasiado estrecho -comentó uno de los repartidores.
-Está bien. Ya nos encargamos nosotros -dijo Alberto, dándoles tres euros a cada uno.
-¿Encima les das propina? La verdad es que no sé qué vi en ti para casarme contigo -gritó María Victoria.
Mientras todos mirábamos la lavadora, como si por alguna razón mágica fuera a levitar para llegar al primero derecha, el silencio se volvió a romper.
-Me va a dar algo. No encuentro a mi niño -gritó la Padilla.
-Padi, tu Tito se fue de casa hace más de un año -le recordó Brígida.
-No, ese niño no; el cochino -dijo ella.
-¿Cinco Jotas? -preguntó Brígida, pensando que Tito tampoco era un dechado de limpieza. 
-¡Silencio! -mandó a callar Úrsula- ¿No oyen algo raro?
Un sonido extraño provenía del ascensor. Cinco Jotas se había quedado encerrado allí dentro.
-Hay que sacarlo antes de que se asfixie -suplicó la mujer.
-Tengo malas noticias, señora -dijo Alberto- la llave del candado se ha perdido.
La Padilla se dejó caer al suelo y las hermanísimas empezaron a darle aire.
Sin pensárselo dos veces, María Victoria subió corriendo a su piso y regresó con una escopeta.
-¿Pero tú estás loca? -le gritó su marido- ¡Suelta eso, insensata!
La mujer le dio un codazo, cerró un ojo, con el otro apuntó al candado y disparó. Entre todos abrimos aquella puerta que olía a pólvora y, en un rincón, enrollado como un chorizo, estaba Cinco Jotas.
Después de aquella escena de riesgo, Úrsula preguntó al matrimonio cómo era posible que tuvieran un arma en casa.
-Es de mi marido que es campeón de tiro al plato. ¿Algún problema? -justificó desafiante María Victoria.
Desde ese día, el portal del edificio parece un campo de batalla. El ascensor ha quedado inservible, ahora con motivo. Y, en la otra esquina, al lado de los buzones, María Victoria y Alberto han instalado su lavadora ya que, todavía, no saben cómo subirla al piso. La máquina se pasa el día centrifugando. Al menos, huele a Mimosín.