Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 26 de diciembre de 2016

EL SEÑOR Y LA SEÑORA LI

El Gordo de Navidad pasó de largo un año más por el edificio. Quienes también pasaron pero para quedarse fueron los suegros de Bernardo, el taxista, que viajaron desde China para estar estas fiestas con su hija, a la que no veían desde que se casó con nuestro vecino. Ellos no saben que Bernardo es taxista. Creen que es un médico de prestigio internacional. De hecho, hace unos meses él les contó que el Nobel que le habían otorgado a Bob Dylan era en realidad para él, por la delicadeza literaria con la que escribe sus recetas, pero que la Academia sueca decidió jugársela a cara o cruz en el último minuto.

-¡Los padres de Xiu Mei ya están aquí! -gritó Carmela, al verles llegar en un coche negro.

-¿Y tú por qué sabes que son ellos? -preguntó María Victoria, ansiosa por saludar a los huéspedes. Sobre todo, al señor Li, dueño de la cadena "Todo a cien", versión pija de las tiendas "Todo a un euro".

-Lo veo en sus ojos -le aclaró Carmela, mientras se acercaba para ofrecerles ayuda con el equipaje.

-No hace falta tú. Él lleva -le indicó el magnate y dejó caer la cabeza hacia atrás para señalar a su guardaespaldas, un tipo con cinco maletas en cada mano.

Al oír el aviso de Carmela, Bernardo bajó volando las escaleras. Estaba nervioso porque se había olvidado de decirnos que no comentásemos nada sobre su profesión. Para sus suegros, él era el prestigioso médico con el que se había casado su hija.


-Oiga, ¿en sus tiendas los "leggins" de piel de leopardo son made in China? -preguntó María Victoria cuando los Li entraban al edificio. Él puso la cara de Jackie Chan cuando daba una de sus patadas.

-Tendrán que subir a pie -advirtió Carmela, y, al ver la ristra de escalones, la pareja abrió los ojos tanto que por unos segundos parecieron occidentales.

-No poder ser. Mi mujer duele rodilla -dijo Li.

-No problema. Yo cargar pela mujer -dijo Eisi, levantando en peso a la señora.

-Vaya... Qué suerte que Eisi hable tan bien el chino -comentó María Victoria.

Como estaba previsto, los Li pasaron la Nochebuena en casa de Bernardo y Xiu Mei.

La cena fue copiosa, más bien excesiva, y comieron de todo varias veces. El patriarca chino se tragaba los polvorones como peladillas. Y su esposa, los langostinos como pistachos.

De madrugada, un quejido nos sacó a todos de la cama. Maria Victoria pensó que había sido la Virgen María, que por fin había parido al Niño Jesús, pero, cuando salimos a las escaleras, nos encontramos a Xiu Mei en el rellano con cara de angustia. Su madre se había puesto indispuesta por culpa del atracón de langostinos.

Entramos a su piso a ver cómo estaba.

-Yo puedo hacerle un caldito -se ofreció la Padilla.

-Calla, en estos casos lo mejor es llamar a un médico -propuso Brígida.

-No llamar. Él ser médico -dijo el señor Li, señalando a su yerno.

-Pobrecillo. Todavía no domina el idioma. Se dice taxista. Repita conmigo: ta-xis-ta -vocalizó María Victoria y Bernardo se puso más rojo que los 32 langostinos que se había zampado su suegra. Temía que descubrieran la verdad.

Xiu Mei nos llevó a una esquina del salón y nos advirtió de que sus padres aún no sabían que él era taxista, que pensaban que era médico.

-No me puedo creer que les hayan mentido -se lamentó Brígida.

-Es lo que se conoce como un cuento chino -dijo Eisi.

En la otra esquina del salón, el señor Li insistía:

-Tú, médico. Tú dar medicina mi mujer.

-El anís es bueno para los gases -comentó la Padilla, y Bernardo salió corriendo a rebuscar en la cocina.

María Victoria aprovechó que tenía al señor Li al lado para preguntarle otra vez por los "leggins", pero Bernardo llegó enseguida con una tacita de anís. Santo remedio. A la mujer se le pasó el dolor y también la vergüenza porque no paró de cantar y bailar toda la noche.

Al día siguiente nos enteramos de que Bernardo se había equivocado y, en lugar de anís del estrellado, le había dado a su suegra del espirituoso. A Dylan también le hubiera pasado

lunes, 19 de diciembre de 2016

EL ALMUERZO DE NAVIDAD
En el edificio desconocíamos lo testaruda que podía llegar a ser Carmela hasta que lo comprobamos en carne propia cuando el pasado martes empezó a exigir sin solución de continuidad que quería una comida de Navidad como hacen todas las empresas por estas fechas. La Padilla le aclaró que ella no trabajaba en ninguna empresa, sino en una comunidad de vecinos, y que nosotros no organizamos almuerzos, sino cenas en Nochebuena, pero que eso era otro tema que tenía que ver con una empresa creada hacía más de dos mil años.
-Esto es lo que me molesta de este país. Luego se extrañan de que la cantera como yo se marche a buscar empleo fuera. ¡Desagradecidos! -gritó por el hueco de la escalera mientras echaba doble ración de lejía al cubo.
-Lo de la cantera lo dirá por la cara dura que tiene porque la señora ya está cascadilla -comentó Eisi, que está de un faltón que tumba pa'trás. 
Tras el incidente, Carmela se pasó todo el día amulada y pringando las escaleras con lejía, con lo que, a media tarde, a María Victoria le dio un vahído y tuvimos que abrir de par en par la puerta de entrada a ver si se ventilaba el ambiente.

-¿Y cesta de Navidad? -preguntó, por ver si colaba, cuando pasó doña Monsi, que venía de comprobar cómo iba la decoración del árbol de 15 metros que ha incrustado en el hueco del ascensor.
-A ti se te va la cabeza, ¿no? -le espetó la presidenta-. Pero ¿tú tienes idea de lo que he pagado por este abeto? ¿Sabes cuánto me costará mantener las mil bombillas LED? 
Al escuchar aquel comentario, la Padilla estuvo a punto de saltar a la yugular de la presidenta, pero, por fortuna, Úrsula logró frenarla a tiempo. 
-Tendrá cara. Claro que sabemos lo que nos va a costar a todos el caprichito de la señora. Lo ponen los recibos que nos pasará este año, el próximo y el siguiente -se quejó.
-Eh, tranquilas, que igual no vamos a tener que pagar nada de nuestros bolsillos -comentó Eisi, haciendo un gesto con las cejas para que mirásemos a dos señores que acababan de entrar al edificio, aprovechando que habíamos dejado la puerta abierta para airear el fuerte olor a lejía.
Al ver el árbol se quedaron maravillados, pero Eisi le dijo que las visitas al abeto gigante no eran gratis. Sobre la marcha colgó un cartelito con el precio de entrada y, sorprendentemente, no pusieron pegas. En menos de cinco minutos, la cola para ver aquel gigante verde y luminoso daba vuelta a la esquina. 
Sin embargo, justo cuando más necesitábamos que el edificio estuviera decente, Carmela anunció que se iba a poner en huelga hasta el año que viene. 
-Si no hay cena ni cesta, esta que está aquí no limpia -aseguró, y le endosó el cubo y la fregona a María Victoria. Asustada, la mujer los tiró al suelo y subió corriendo a su piso a desinfectarse las manos.
Bernardo, el taxista, fue el primero en mostrar su preocupación. Los padres de su esposa, Xiu Mei, llegarán en los próximos días para pasar la Nochebuena con ellos en el edificio y no quería causarles mala impresión.
Después de darle vueltas a la crisis de salubridad que se nos había montado, Úrsula propuso que la única forma de convencer a Carmela para que retomara la limpieza de las escaleras era hacer un almuerzo de empresa para ella. Todos estuvimos de acuerdo y, por supuesto, no se lo comentamos a doña Monsi.
Sobre la marcha, Eisi montó una mesa y sillas en la azotea. Úrsula preparó una carne, riquísima, con salsa de almendras. Bernardo nos sorprendió con cinco postres. La Padilla compró el pan y María Victoria, las bebidas. Yo me encargué de los adornos navideños. El padre Dalí bendijo la mesa y Neruda pinchó villancicos. Cuando llegó Carmela, se llevó una sorpresa tremenda y empezó a llorar. Fue muy emotivo. Y un poco cursi. 
La fiesta se prolongó todo el día. Pasada la medianoche, dos agentes de policías, acompañados de doña Monsi, aparecieron en la azotea alertándonos de que una marabunta colapsaba la calle ansiosa por ver el árbol. 
-¿De quién fue la idea? -gritó desaforada la presidenta.
Todos levantamos la mano.

lunes, 12 de diciembre de 2016

UN POQUITO DE CARIÑO
A pesar de todos los esfuerzos por evitar la gripe, María Victoria cayó enferma, y vaya semanita nos dio. No solo por los estornudos, que a más de uno despertaron en plena madrugada, sino porque le entró una mimosería insoportable. Carmela propuso no prestarle mucha atención, como suele hacer ella con las mellizas cuando se ponen impertinentes, pero esa táctica no funcionó. Al contrario, nos puso en un aprieto bastante desagradable.
-¡Policía! Abran la puerta -gritó un agente desde la calle y todos bajamos al portal asustados.
-¿Qué pasa? -preguntó la Padilla, temiendo que viniera a comunicarle la fatal noticia de que habían encontrado a su cerdo, Cinco Jotas, en una cesta de Navidad y quisieran devolverle, al menos, una parte de su cuerpo.
-Buenos días. Hemos recibido una llamada en comisaría de una señora enferma que dice que sus vecinos la están dejando morir en la cama y no hacen nada por ella -explicó el hombre.
-¿Está vacilando? -preguntó Eisi, más sorprendido que el día que le dieron la condicional.
En medio de aquella conversación surrealista, apareció María Victoria. Iba en pijama y el pelo le brillaba de tanta grasa acumulada. Su aspecto era tan horrible que el policía sacó el arma.
-¿Eso es la enferma? -preguntó.
-Sí -respondimos todos al unísono, como si aquella imagen mugrienta en 3D no fuera suficiente para que lo tuviera claro.
-Ay, agente, deme un abracito que estoy necesitada de cariño -dijo María Victoria, entre toses, estornudos y mocos.
El hombre le apuntó con la pistola.
-Atrás, señora.
-¿Qué?
-Es una orden. Vuelva a su casa y enciérrese.
-Eso, aunque ya habrás expandido los virus por el edificio -le echó en cara la Padilla.
-Pues más vale que no caiga nadie más porque todavía quedan tres cuartos de árbol por adornar y nos van a dar las uvas -comentó la presidenta doña Monsi, recorriendo con la vista los quince metros de abeto que había incrustado en el hueco del ascensor.

María Victoria se negó a regresar a su piso.
-¿Me van a dejar morir así? Yo solo quiero un poco de cariño.
-Señora, es una simple gripe. Métase en la cama. Ya verá que en dos días está mucho mejor.
-¿Mejor? Ejem..., agente, yo entiendo que es la primera vez que usted la ve, pero esta señora ni cuando está normal hay por donde cogerla -le aclaró Eisi.
En ese momento, la puerta del portal se abrió y entró el cartero, un señor menudo y apocado. María Victoria se abalanzó sobre él y se lo llevó al borde de la escalera.
-Señora, ¿qué está haciendo? -gritó el policía.
-Lo estoy secuestrando.
-Suéltelo o tendré que detenerla -le advirtió.
-Lo dudo. ¿No tenía miedo de que le pegara algo?
El cartero, que no entendía de qué iba aquello, le rogó que le dejara marchar porque tenía un montón de cartas que repartir.
-Cartas estúpidas. ¿Para qué está el tú a tú? -preguntó María Victoria, abrazando a su rehén.
El agente de policía sugirió que alguien hiciera de negociador para resolver aquella situación lo antes posible. Ninguno se dio por aludido.
-Yo creo que debería detenerla -sugirió la Padilla.
-Soy grupo de riesgo y no me he vacunado -confesó el policía.
En medio de la desesperación, el cartero recordó que una de las cartas que traía era para ella. Rebuscó y se la entregó.
-¿De quién es? -preguntó Carmela, sacando su lado más cotilla.
Mientras leía aquel papel, a María Victoria se le iluminó la cara. Liberado de sus brazos, el cartero logró escapar sigilosamente.
-¡Soy millonaria! ¡Ni que pocos ceros! -gritó.
Lo cierto es que no esperábamos aquella noticia y, sin pensarlo, tuvimos el impulso irrefrenable de correr a su lado. Era tanta la alegría que hasta el policía se acercó a darle la enhorabuena.
-Vaya regalo de Reyes -comentó Carmela pero justo en ese momento María Victoria carraspeó.
-Ay, no, perdón. La carta es del banco. Es que la fiebre me nubla la vista. Ya decía yo que tantos ceros...
De la impresión, hicimos un "mannequin challenge" sin querer y, luego, todos empezamos a toser y a estornudar. No había duda: nos habíamos infectado, así que allí nos quedamos, abrazaditos unos con otros, un poco mimosos porque, al igual que María Victoria, ahora, también nosotros necesitábamos un poquito de cariño.

lunes, 5 de diciembre de 2016

15 METROS
Nuestra indescriptible presidenta ha perdido el norte y la poca cordura que, hasta hace unos días, le quedaba. Nosotros, la paciencia. No nos extraña demasiado porque, como dice Carmela, se veía venir por el andar de la perrita, pero confiábamos en que no iba a ocurrir tan pronto ni de esa manera.
Todo empezó el jueves por la mañana cuando unos golpes atronadores provenientes de las escaleras nos pusieron a todos en alerta. La Padilla fue la primera en asomarse a la ventana que da al patio para preguntar si alguno sabíamos qué estaba pasando.
-No sé. Yo llegué de la calle hace veinte minutos y todo parecía tranquilo. Carmela estaba terminando de pasar la fregona al portal. Lo único raro fue que tenía mala cara -dijo Úrsula.
-Pues claro, lleva unos días con una tos de perro que guárdame un cachorro -comentó, nunca mejor dicho, María Victoria, que está obsesionada con que alguien le va a pegar la gripe, por lo que se ha encasquetado una mascarilla tuneada con florecillas de pascua (antes muerta que sencilla) para evitar el contagio.
Enseguida, Eisi averiguó qué eran aquellos taponazos.
-Están desmontando el ascensor.
-Lo que nos faltaba -se quejó la Padilla, visualizando un cero más en la próxima cuota de la comunidad.
-Pues que lo arreglen pronto porque yo no estoy para hacer esfuerzos subiendo por las escaleras. Eso me bajaría las defensas y, entonces, mi organismo sería un perfecto caldo de cultivo para los virus -argumentó María Victoria.
-A esta le falta algo y le sobra la mascarilla, ¿no? -dijo Eisi en voz baja, pero se le escuchó perfectamente y, además, dos veces, porque el patio hace eco.
En menos de cinco segundos todos volvimos a encontrarnos; esta vez, en las escaleras. Los golpes habían cesado y, en medio de un silencio que se agradecía, nos topamos con el inmenso hueco que había dejado el ascensor.
¿Y cuándo lo vuelven a poner? -preguntó la Padilla a uno de los cuatro hombres que habían sacado el aparato de allí.
-Eso se lo pregunta usted a su presidenta. A nosotros solo nos dijeron que nos lo lleváramos -contestó con tres toses entre cada palabra, por lo que María Victoria huyó despavorida a encerrarse en su piso.
-En ese momento, doña Monsi, que vigilaba la operación desde el portal, miró hacia arriba y nos encontró a todos alongados.
-¿Qué? Luego dicen que este país no levanta cabeza. ¿Aquí nadie trabaja o qué?
-¿A dónde se llevan nuestro ascensor? -preguntó la Padilla nerviosa.
-Ni lo sé ni me importa. No trabajo en esa empresa.
-Pero ¿no piensan poner otro? -se angustió Carmela, temiendo que las escaleras empezaran a tener más colapso que la TF-5.
Doña Monsi nos miró con desprecio y se giró hacia el hueco.
-Vamos a poner un árbol de Navidad de 15 metros -soltó sin anestesia.

A Carmela aquella revelación le agitó el pecho aún más y empezó a toser como una posesa. Úrsula intentó calmarla dándole golpecitos en la espalda y, en la lejanía, escuchamos un "te he dicho que te pongas la mano en la boca, que me vas a pegar el catarro", seguido de un "qué falta de respeto" y del sonido del fechillo en la puerta del piso de María Victoria.
-¿Un árbol en el hueco del ascensor? -preguntó la Padilla como si hubiera recibido un crochet de derecha en todo el hígado.
-Veo que lo han entendido. Efectivamente, este año, nuestro edificio no tendrá nada que envidiar al Rockefeller Center de Nueva York -dijo la presidenta, más orgullosa que si le hubieran dado el Nobel de Literatura.
Al día siguiente, empezó el montaje del árbol. Una grúa paralizó toda la calle para introducir, a través de la azotea, un abeto gigante en el hueco del ascensor. Carmela no dejaba de llorar y de toser, pensando en las colas que se iban a formar en la escalera en hora punta.
-No se queden ahí parados mirando como tontos, que hay que adornar el árbol -gritó doña Monsi, señalando a una montaña de cajas llenas de bolas y luces de colores.
-¿Nosotros? -se asustó Úrsula.
-No querrán que lo haga todo yo.
Han pasado cinco días y aún no hemos terminado. Llevamos 537 bolas y 240 golpes de tos de Carmela. Y lo que nos queda.

lunes, 28 de noviembre de 2016

EL INVITADO MISTERIOSO
A todos nos sonaba la cara de aquel tipo cuando lo vimos entrar en el edificio. Venía acompañado de Eisi, que, enseguida y como si quisiera ocultarnos algo, titubeó al decirnos que se trataba de un viejo amigo que venía a pasar una temporada en su piso. Nos resultó extraño que no llevara maletas y tampoco parecía el típico colega de nuestro vecino, más dado a rodearse de quinquis y echaditos pa'lante que de un señor amable, de edad incalculable y con barba de varios siglos.
-¿Y este de dónde sale? ¿Del Señor de los Anillos? -preguntó Úrsula, asustada por sus pintas, que le daban un cierto parecido con Gandalf.
-Nada, chica, que Eisi cambia de amigos como María Victoria de "leggins" -comentó Carmela, enfadada, porque aquel invitado le suponía tener que limpiar más pisadas en las escaleras y ya no le quedaba lejía. La presidenta doña Monsi ha decidido desviar el dinero destinado a los productos de limpieza a la compra de adornos navideños.
-Pero si odia la Navidad -recordó María Victoria.
-Se nota ¿Tú has visto los adornos que ha comprado? -se quejó Úrsula.
La primera noche desde la llegada del misterioso amigo de Eisi al edificio fue movidita. Al día siguiente, mientras Carmela restregaba con las toallitas húmedas de las mellizas las huellas que había dejado incrustadas en todos los escalones, las hermanísimas se quejaron de que el tipo se hubiera pasado toda la noche bajando y subiendo las escaleras.
-Empezó cuando ya estábamos en la cama -dijo Úrsula.
-Bueno, pero a su favor hay que decir que lo hizo con sigilo -comentó su hermana Brígida, a la que aquellas barbas ya empezaban a seducirla.
En medio de aquel corrillo que se fue formando para comentar los andares de nuestro nuevo inquilino, la Padilla llegó gritando asfixiada y con algo en la mano.
-¡Es él!
-Pero ¿a ti qué te pasa, ahora? -preguntó Carmela, con un dolor en la muñeca de tanto frotar para borrar aquellas pisadas y con cierta nostalgia del olor a lejía que ya solo quedaba en su recuerdo.
La Padilla extendió el brazo y nos mostró una fotografía con un "Se busca" en letras rojas. No podía ser: el hombre de aquella foto era el amigo de Eisi.
-¡Nos ha metido un forajido en el edificio! -exclamó aterrada María Victoria.
-Hay que echarlo de aquí inmediatamente -dijo Úrsula sacando pecho.
-Ay, señor. Y tú borrando sus huellas -le recriminó María Victoria a Carmela, que empezó a recuperar las toallitas por si la policía las necesitaba como pruebas.
En ese momento, Eisi y su amigo bajaron al portal y allí fueron rodeados por las mujeres.
-¡Alto! ¿Qué se supone que están haciendo? ¡Ladrones! -les gritó Úrsula.
Los hombres no tenían escapatoria. Carmela intentó coger el teléfono para llamar a la policía, pero Eisi se abalanzó sobre ella.
-¿Están locas?
-Sí, de miedo. No queremos morir a manos de un delincuente -dijo la Padilla enseñándole la fotografía del "Se busca".
El hombre de la barba inmensa agachó la cabeza.
-¿Es que no tienen ni un fisco de sensibilidad? -les echó en cara Eisi-. Este señor no es un asesino. Es Melchor.
-Qué más da cómo se llame... Melchor, Pepito o Sursum Corda -gritó Carmela-. Es un a-se-si-no.
Viendo que las mujeres no entraban en razón, Eisi le hizo un gesto a su amigo y este metió la mano en el bolsillo de donde sacó algo dorado y brillante que se llevó a la cabeza.

-Mi amigo es Melchor. El rey mago -reveló Eisi.
De la impresión, Carmela cogió una de las toallitas con las que había restregado las escaleras y se la pasó por la frente, cara y cuello. No paraba de sudar.
-Ha escapado de sus compañeros porque está agotado de hacer siempre lo mismo. Gaspar está muy subidito, Baltasar se pasa todo el viaje hablando y los camellos huelen cada vez peor -nos explicó.
-Y entonces... ¿Mis regalos este año? -preguntó María Victoria, a la que no se le iba de la cabeza el chaquetón de piel de naranja exótica que había visto.
-Calma, señoras. Ha huido con el saco lleno.
Por interés o por caridad, lo cierto es que tras la revelación, en el edificio, tratamos a Melchor como si fuera un rey.


lunes, 21 de noviembre de 2016

CAMBIO DE GUIÓN
Después de casi veinte días de baja, con el cuerpo magullado a causa de un cortocircuito en el cuarto de contadores, que la hizo saltar por los aires, al más puro estilo descorche de sidra la noche de fin de año, Carmela se reincorporó al edificio la semana pasada. No es que se haya recuperado totalmente, pero dice que prefiere aguantar los dolores fregando que corriendo por toda la casa detrás de las mellizas. Volver a verla fue una alegría inmensa para todos. Bueno, para todos menos para la presidenta, doña Monsi, que, sin ningún tipo de consideración humana, ni siquiera animal, empezó a bombardearla con un rosario de órdenes y a quejarse de lo sucio que había dejado el edificio antes de que se la llevara la ambulancia.
-Está todo que da pena. A ver si aprendes a limpiar de verdad -le echó en cara.
La Padilla tampoco le preguntó a Carmela cómo estaba. En cambio, se pasó horas contándole el drama que estaba viviendo desde que un inspector de Sanidad se había llevado a su cerdo Cinco Jotas porque aseguraba que ponía en riesgo la salubridad del edificio.
-El animalito ya debe estar hecho lonchas y listo para meter en la cesta de Navidad de alguna empresa -comentó salvajemente Eisi y la pobre Padi empezó a llorar, emitiendo un sonido que a mi me recordó a los que hacía Cinco Jotas. Pasaron demasiado tiempo juntos.
-Bueno, basta ya. Déjense de chorradas que, en unos minutos, llegarán los de la tele para grabar -se quejó doña Monsi.
-Pues yo no voy a contar mi pérdida tan lamentable en la tele. Qué falta de tacto están teniendo conmigo -advirtió la Padilla, abrazando una foto bastante chuchurría de Cinco Jotas.
-¿Falta de tacto? Es que no estás tú como para que te toquen -masculló Eisi.
-A mi no me importa que me entrevisten -confesó María Victoria, mirándose de reojo en el cristal de la puerta y pensando que daba la talla para un cameo en Juego de Tronos.
-Aquí ninguno va a hablar de su vida porque lo único que tienen que hacer es seguir las indicaciones del director -explicó la presidenta.
En ese momento, un grupo de siete hombres, cargados con cámaras y cables, entró al portal como si aquello fuera el desembarco de Normandía. Carmela vio peligrar las escaleras y empuñó la fregona para defender su territorio.
-Señora, apártese que vamos con prisa -le espetó uno de ellos.
La puerta de la calle volvió a abrirse y entró una mujer, de unos ochenta y tantos y cara amable.
-¡Pero si es Carmina! La del anuncio de la lotería de Navidad -gritó María Victoria, más entusiasmada que si hubiera visto a Brad Pitt suelto por su casa.
-Qué pueblerina eres -le reprochó doña Monsi, al tiempo que le confirmaba al director que todo estaba listo.
El hombre, con una gorra de los Lakers, cogió el megáfono y pidió silencio. Detrás de él, Carmela iba pasando la fregona para evitar que se le acumulara el trabajo.

-Atención, todos a sus puestos -ordenó el de la gorra- Vamos a grabar un final alternativo para el anuncio. No me gusta el que tiene. Usted -señaló a Eisi- cuando Carmina se acerque, la besa.
-¿Y eso lo pagan? -preguntó.
-Sí, con una pata de jamón -le contestó.
-Señor, por favor, llévame cuanto antes, que no soporto tanto dolor -clamó la Padilla con los ojos mirando al techo.
-Todos prevenidos. Tres, dos, uno... ¡Acción! -gritó el director y, acto seguido, cual galán de los 50, Eisi agarró a Carmina, la atrajo hacia su pecho y le estampó un beso en toda la boca.
-¿Pero, qué haces, insensato? -gritó doña Monsi.
-Ganarme un par de patas de jamón. Es que este año la cena de Nochebuena es en mi casa.
La actuación improvisada de Eisi nos obligó a llamar a los servicios de urgencia porque Carmina no volvía en sí después de aquel beso inesperado. Encima, Carmela tuvo que hacer horas extras por culpa de la llantina que le entró a la Padilla al imaginarse a Cinco Jotas, "acostadito", en la mesa de Eisi la noche del 24.
A pesar de todo, el director no dejó de grabar en ningún momento, así que creemos que la escena saldrá en el próximo pase del anuncio de la lotería de navidad.

lunes, 14 de noviembre de 2016

EL RETORNO

Hasta que Carmela se recupere, Eisi será el vigilante de las escaleras. Y ese, y no otro, es exactamente su cargo porque, lejos de coger el cubo y la fregona, ha decidido que lo mejor es no ensuciar y se pasa el día controlando que no dejemos marcas con los zapatos ni levantemos mucho aire para que las pelusas no se apalanquen en los escalones. A la que no le gustó nada la restricción fue a María Victoria que había empezado una tabla de ejercicios para reducir el volumen de los muslos porque vio en su tienda preferida unos pantalones de piel de melocotón recién recolectado pero solo quedaban de la XS.
- Pues yo necesito usar las escaleras para sudar -se quejó cuando Eisi le cortó el paso.
- Por aquí no pasa nadie -le insistió el super vigilante.
- ¡Insensible! Voy a conseguir entrar en esos pantalones -le gritó con desprecio.
Ante el jaleo que se había montando, doña Monsi que no cabe en sí de gozo desde que Trump salió elegido presidente de los Estados Unidos, prohibió terminantemente usar las escaleras y amenazó con construir un muro si desobedecíamos sus órdenes.
- ¿Para qué demonios está el ascensor? -nos recriminó la presidenta como si no lo usáramos por dejadez cuando la realidad es que no lo hacemos porque ella le puso un código de seguridad en la última revisión y nunca nos dio la clave.
La negativa de Eisi y la prohibición de doña Monsi a dejarnos pasar por las escaleras, obligaron a María Victoria a coger el ascensor muy a su pesar (nunca mejor dicho).
- El aparato ese tiene un límite de carga -le advirtió la Padilla que, desde que le requisaron a su cerdo por presunto atentado ecológico, lo ve todo negativo.
María Victoria no le hizo caso y entró en el ascensor. Probó varias combinaciones para intentar desbloquear el arranque y, en una de estas, la puerta se cerró y empezó a moverse. La Padilla esperó a que el aparato regresara al portal para, también ella, subir a casa. A los dos minutos, un golpe seco le indicó que el ascensor había llegado. Abrió la puerta y una joven con una melena dorada y cintura de avispa salió de aquella caja gris plata.

- Uf, qué mareo. Casi me vomito ahí dentro.
- Pues te vas y lo haces en tu edificio, niña -le afeó la Padilla.
- Ay, qué borde te pones, Padi.
- Perdona... ¿Acaso nos conocemos para que me llames Padi?
- Pues claro ¿Qué te pasa? Soy María Victoria -dijo la chica, mirando a Eisi y a Úrsula, que también la escudriñaban.
Sin duda, aquella voz que salía de unos labios sensuales era la de María Victoria y ella misma olía a la fragancia de triple ración de jazmín que se echa pero el cuerpo era 30 años más joven.
Por primera vez en tres días, Eisi apartó la vista de las escaleras para centrarla en su joven y atractiva vecina.
Extrañada, María Victoria se miró en el espejo del ascensor y pudo comprobar que aquel reflejo era ella pero mucho más joven y delgada.
- Fíjate, sus dos muslos juntos ahora no llegan ni a uno -chismorreó Úrsula.
- ¿Y cuándo te has operado? Pareces una niñata -comentó Úrsula con más pelusilla que las que vagan por nuestro edificio.
- No yo...no... yo solo entré en el ascensor y toqué los botones hasta que se desbloqueó el código de seguridad -aclaró ella.
- ¡Eso es! Al intentar desbloquearlo puso un código que le ha hecho retroceder en el tiempo -explicó Eisi.
- ¿Como la máquina de 'Regreso al futuro' pero al pasado? -preguntó Úrsula, sacudiendo a María Victoria para que le soplara la combinación mágica.
- Que no me acuerdo. Solo sentí como si cayera al vacío -se excusó.
- Jo, yo también quiero ser joven como ella -se quejó la Padilla.
Por ahora no ha podido ser. Eisi se ha pasado toda la semana intentando encontrar el código pero el ascensor no se mueve, con lo que doña Monsi ha tenido que levantar la prohibición de las escaleras. Ayer tarde, María Victoria las subió ágil como una gacela, con su melena al viento y con los pantalones de piel de melocotón ajustados a sus muslos veinteañeros. El resto vamos a otro ritmo.

domingo, 6 de noviembre de 2016

INSPECCIÓN OCULAR
La rotura de una tubería el lunes, seguida de un cortocircuito el miércoles, hizo saltar las alarmas en el edificio, aunque lo que realmente saltó fue el cuerpo de Carmela que, en ese momento, había entrado a guardar la fregona en el cuartito de contadores y, de la detonación, acabó estrellándose como un mosquito contra la puerta del ascensor. El golpe la dejó más doblada que una camisa de caballero recién comprada y con varias fracturas de las que sigue recuperándose en casa.
-Madre del amor hermoso; la pobre podría haber muerto electrocutada -comentó la Padilla esa tarde cuando la presidenta doña Monsi nos convocó a una reunión de urgencia en el portal.
-¿Y si Carmela no regresa más? -se preocupó Úrsula.
-¿Te refieres a la vida o al edificio? -preguntó su hermana Brígida, con temor a que algo inespecífico explotase en cualquier momento.
-Pues si no regresa tendrán que repartirse la limpieza de las escaleras entre ustedes -anunció la presidenta, mientras pasaba entre las sillas de madera que Eisi había colocado para la reunión e intentaba llegar al sillón presidencial, tapizado con un cojín de color granate.
A su lado, un señor con unas gafas de cristales más gruesos que los dos muslos de la Padilla juntos, nos miraba con desconfianza. Agarraba una libreta azul manoseada y jugueteaba con un bolígrafo rojo dando vueltas entre sus dedos, tan dispares unos de otros que cada uno parecía de una persona diferente.
Tras volvernos a contar con todo lujo de detalles, algunos bastante desagradables, cómo Carmela saltó por los aires esa mañana, doña Monsi nos presentó al desconocido.
-Este es don Braulio y ha venido a hacer una inspección ocular en el edificio.
-Ay, qué bien me viene -dijo Brígida, acercándose a él sin dejar que la presidenta terminará la explicación- Verá, señor, es que llevo varios meses con una molestia en el ojo izquierdo. Veo a mi hermana borrosa, como si no la hubieran terminado de hacer y tengo miedo de que pueda ser una riada -explicó Brígida, con la cara a menos de un centímetro de la del pobre hombre.
-Señora, supongo que usted se refiere a una catarata -le corrigió don Braulio- En ese caso, le recomiendo que vaya a un oculista.
-¿Ya empezamos a pasarnos la pelota de uno a otro? Porque ¿usted qué es? Ah, claro -dijo en tono sarcástico- el señor es oculista pero solo atiende a gente de postín no a una pobre desgraciada como yo. Qué decepción. Al final, son todos iguales.
-Señora, es que yo no soy oftalmólogo. Soy inspector técnico de edificios.
-¡Bueno, vale ya de tanta tontería! -se quejó doña Monsi con cara de pocos amigos y recordó que lo que había dicho era que el hombre que estaba a su lado había venido a hacer una inspección ocular de los hechos ocurridos esa mañana en el edificio.
Tras el estúpido incidente, don Braulio dedicó el resto de la tarde a examinar con lupa cada rincón para tratar de averiguar la causa del cortocircuito.
Después de hacer una batida en la azotea, en el sótano y en las escaleras, el inspector se encontró con la Padilla en el portal, cuando esta bajaba a pasear a Cinco Jotas. Se interpuso entre ella y la puerta.
-Alto ahí. ¿Quién es ese?
-Mi cerdo.
-¿Vive aquí?
-Pues claro. ¿Algún problema?
-Pudiera ser. ¿El animal presenta gases?
-Sí. Todo le sienta mal y no para de echarse unos...
-Suficiente, señora. No hace falta que me dé detalles. Es lo que me temía. El cerdo no puede seguir aquí. Sus gases causaron el cortocircuito.
-Eso es absurdo -protestó la Padilla.
-Hay antecedentes científicos con un cerdo en Massachusetts.
-Saquen a ese maldito cochino del edificio -no dudó en ordenar doña Monsi.
-¡No! -gritó la Padilla, abrazando al animal que, de repente, empezó a emitir un runrún estomacal y desembocó en una metralleta de gases.
Don Braulio se tiró al suelo y nos gritó a todos que hiciéramos lo mismo. En ese mismo instante, una explosión rompió la puerta del cuarto de contadores pero, por fortuna, el estampido nos cogió a todos en el suelo y no hubo que lamentar ninguna desgracia.
Esa noche, se llevaron a Cinco Jotas, entre gases y lágrimas.

martes, 1 de noviembre de 2016

ALERGIA METEOROLÓGICA
La borrasca que afectó la semana pasada a las Islas fue más intensa dentro que fuera del edificio. La culpa la tuvo la obsesión desmesurada de nuestra "querida" presidenta, doña Monsi, por la previsión del tiempo.
-Esta tarde va a caer una buena -gritó por el hueco de la escalera.
-Lleva cayendo desde que usted llegó a la Presidencia -murmuró entre dientes Carmela, a la que sorprendí echando en el cubo unas gotas de una colonia que, según me explicó, había heredado de una tía política con la que apenas tenía trato.
Al llegar al portal noté una corriente de aire. Me di cuenta de que la puerta estaba abierta porque dos hombres estaban descargando unas cajas. Uno de ellos estornudó varias veces.
-Disculpe, es que soy alérgico a la lejía.
-Será a la colonia -le corrigió Carmela.
-Más bien al agua -susurró María Victoria, con el dedo índice y pulgar haciendo de pinza en su nariz.

-Dejen eso ahí -les ordenó doña Monsi desde lo alto de la escalera.
Los hombres hicieron lo que les indicó la presidenta y se marcharon. María Victoria, vestida con un chandal de piel de cordero, no pudo evitar la curiosidad y preguntó qué había allí dentro.
-Velas, mantas y un par de latas de conserva -dijo.
-¿Se va de excursión? -preguntó Carmela con más deseos de que doña Monsi le dijera "sí" que cuando le pidió a su ahora marido que se casara con ella.
-Pero ¿es que no han oído lo que ha dicho el hombre del tiempo? -se enfadó la mujer.
-¿Que va a llover? Eso es normal en otoño, señora -contestó Eisi, pegado a una de las cajas por si lograba agenciarse un par de latas.
-Qué poco informados les veo. ¿Se acuerdan de Noé? Pues lo suyo fue una llovizna comparado con la que se nos viene encima -advirtió doña Monsi.
De repente, otros dos señores entraron en el portal y ella les hizo indicaciones para que dejaran una gallina, un gallo, una ternerita, un par de conejos, un pato y una pareja de palomas a la entrada del ascensor. Al marcharse, uno de ellos estornudó también.
-Es que apesta a lejía -se quejó.
-Y dale. Que es colonia -aclaró Carmela.
Doña Monsi carraspeó para reclamar nuestra atención.
-Queridos vecinos, es hora de que suban a sus viviendas y cierren puertas y ventanas. El diluvio está a punto de llegar.
En medio del alboroto, el gallo empezó a cantar. Tenía un "nosequé" de Joe Cocker al final de cada nota. La ternerita se puso a temblar y las palomas estornudaron.
-Eso es por la lejía -apuntó Eisi.
-¡Que es co-lo-nia! -gritó Carmela.
-El Señor nos coja confesados. Ese canto indica que está llegando el fin del mundo -vaticinó María Victoria.
Extrañamente, sin rechistar, cumplimos la orden. Subimos a nuestros respectivos pisos y cerramos puertas y ventanas a cal y canto. Doña Monsi se había quedado con los animales y el avituallamiento en su piso y decidió usar la megafonía del edificio para seguir informándonos.
-Atención. Se espera que la lluvia comience en veinte minutos -anunció con voz enlatada.
-¿Y qué vamos a comer si no podemos salir de aquí? ¡Egoísta! -se quejó María Victoria, a través de la cerradura de la puerta y entre sollozos, abrazada a su chandal de piel de cordero.
A las cinco menos cuarto, doña Monsi se despidió de todos nosotros. Su voz retumbó en las paredes del edificio y lo último que le escuchamos decir fue la cuenta atrás.
-Tres, dos, uno...
Un silencio sobrecogedor nos envolvió durante ocho minutos eternos hasta que Carmela, que había decidido encerrarse de forma irresponsable en el ascensor mientras pasaba la supuesta tormenta, salió y pronunció un tímido "¿hola?".
Poco a poco fuimos abriendo las puertas y bajando al portal.
-Vecinos, hemos sobrevivido -comunicó emocionada doña Monsi.
-Vaya, qué pena -se lamentó Eisi, al ver cómo la mujer seguía vivita y coleando.
-Ah, y una cosa, que alguien saque de aquí a estos animales que no paran de estornudar -ordenó.
-Es por la lejía -comentó María Victoria recuperada del susto.
Harta, Carmela cogió el bote de colonia y lo derramó por el sumidero de la azotea. Desde entonces, el edificio no para de vibrar, como si estornudara. No sé yo.

lunes, 24 de octubre de 2016

CUESTIÓN DE TIEMPO
Lo que alertó a Carmela no fue que doña Monsi se rascara la cabeza como si buscara un número premiado debajo de esa nubecilla de algodón deshilachado que tiene como pelo. Lo que realmente empezó a mosquearle fue que la presidenta no paró de hacerlo durante siete horas, veintitrés minutos y ocho segundos. Al principio pensó que podía tratarse de un simple tic nervioso pero, luego, empezó a temer que fuera algo más grave como, por ejemplo, una banda de piojos que había acampado a sus anchas.
-Ni se le ocurra pasar de esa línea. Lo que me faltaba ahora es que uno de esos parásitos llegara a la cabeza de mis mellizas -dijo Carmela, imaginándose a los bichos en faena en medio de la pelambrera de las niñas que, cada vez más, me recuerdan a Bob Marley después de sufrir un susto tremendo. 
Mientras Carmela acorralaba a la presidenta contra la esquina del cuarto de contadores, ella intentaba explicarle que aquella rascadera no era provocada por piojos sino por un sarpullido que le había brotado, después de haber salido a la calle con gorro de lana.
-No te digo... ¿A quién se le ocurre salir tan abrigada con el bochorno que ha hecho en los últimos días? -criticó María Victoria, encantada, porque el veranillo inesperado de los últimos días le permitió rescatar del armario un top de piel de serpiente con fibra refrescante.

-La culpa la tiene el periódico -se quejó doña Monsi con la nubecilla de algodón más revuelta que la sala del Congreso.
-¿Y eso? -pregunté.
-Porque decían que iba a helar -contestó mientras se echaba una laca especial para evitar picores.
-¿Helar? ¿En Santa Cruz? Yo no leí eso en la página del tiempo -le comenté.
-¿Pero quién ha hablado de página del tiempo? Yo solo miro la de los horóscopos y, el martes, el mío anunciaba que iba a ocurrir algo que me iba a dejar helada. Por si acaso, me abrigué -aclaró la presidenta, agitando el bote como si fuera ketchup.
-Madre del amor hermoso... yo es que todavía no sé cómo esta señora ha llegado viva a la edad que tiene -comentó Carmela más tranquila, tras confirmar que no eran piojos.
Esa misma tarde me tropecé con la Padilla y Cinco Jotas en el portal. Al parecer, el médico le ha recomendado al cerdo que camine 32 minutos diarios para evitar los gases, algo que le va a venir bien al edificio porque lo de las últimas semanas ha sido insoportable.
-Pues a mi me da pena doña Monsi. A su edad ya no entiende las cosas. Fíjate que confundir el horóscopo con la previsión del tiempo -comentó la Padilla apenada y mirando el cronómetro que marcaba solo 25 minutos, con lo que estaba claro que el cerdo nos iba a dar la noche otra vez.
La Padilla se tomó tan en serio lo de la presidenta que, horas más tarde, nos contó que había hablado con un sobrino suyo, aficionado a la meteorología, que se ha ofrecido a darle el parte del tiempo a doña Monsi, tempranito por las mañanas. "Así sabrá cómo vestirse y no meterá la pata otra vez", comentó.
-Más bien es por nosotros porque, entre los gases del cerdo y los gases invernadero que emite la laca que se echa la señora, vamos de cabeza al cambio climático -advirtió Carmela.
-Uf, qué miedo. ¿Has visto cómo se le ha quedado el pelo? Ahora es cuando debería ponerse el gorro de lana -comentó María Victoria que sigue embutida con su top de serpiente, aunque hayan bajado las temperaturas.
-Oye, y ¿eso lo hace gratis tu sobrino? -preguntó Carmela. 
La Padilla aprovechó la pregunta, como Mesi un pase de Luis Suárez, para soltarnos que el servicio nos iba a costar 20 euros mensuales por cabeza. Obviamente se armó una tangana monumental pero, al final, nos convenció de que era por nuestra propia salud. Desde entonces, todos los días a las 04:45 horas, doña Monsi llama al meteorólogo, pone la cafetera al fuego y empieza a preguntar por el tiempo que hará ese día en cada municipio. En mitad de la madrugada, ese vozarrón que tiene nuestra querida presidenta nos deja a todos helados.

lunes, 17 de octubre de 2016

NO ME GRITES QUE NO TE VEO
El corazón me latía tan rápido que parecía que había corrido la maratón de Nueva York de los próximos dos años, una detrás de otra. Aquellos gritos desoladores me dejaron sentada en la cama, mirando a todas partes y con miedo a que el monstruo de Bayona hubiera venido a verme. Encendí la luz. El reloj de la mesilla marcaba las tres. Todo estaba en silencio y no percibí nada raro. Bueno, sí: las cortinas. Tengo que cambiarlas. No puedo seguir dilatando más la decisión. Esos encajes ya no se usan. También me di cuenta de que el techo necesita una manita de pintura y el suelo, algo de brillo. En medio de aquella angustia, decidí apagar la luz. Me conozco bien y, de haber continuado en esa línea, hubiera terminado encontrando manchas, pelusas y algún cisco rebelde. Cuando recuperé la calma, deduje que los gritos habían ocurrido en mis sueños, así que no le di más importancia y volví a dormirme.
A la mañana siguiente, me desperté con la sensación de haber sobrevivido a una pesadilla. Necesitaba salir de casa. De camino al portal, en medio de las escaleras, escuché cómo Úrsula le contaba a Carmela que ella tampoco había podido dormir esa noche por culpa de unos quejidos desagradables.
- Eran algo así como ah, ah, ah ah...
- Bueno, chica, igual alguien tenía plan -comentó Carmela mientras vaciaba el bote de lejía en el cubo.
- Yo también los oí pero pensé que estaba soñando -apunté.
- Una vez vi en la tele que dos personas pueden soñar lo mismo al mismo tiempo -explicó Carmela, ahogando la fregona.
Eisi apareció en ese momento y aseguró que él también había escuchado los quejidos.

- Dios mío, para mi que es un espíritu maligno que vaga perdido -temió María Victoria que se había unido a la conversación y a mi brazo.
Cuando estuve en la cárcel pasó algo parecido, pero le tendimos una trampa y el tipo cayó. Llevaba más de un siglo entre rejas -explicó Eisi.
- ¿Un espíritu en el edificio? -preguntó Úrsula.
- Yo por si acaso voy a poner doble de lejía -dijo Carmela- He oído que el ese olor les repele.
Esa noche, decidimos quedarnos de guardia para ver si podíamos atrapar al supuesto espíritu. Carmela, que es una novelera, dejó a las mellizas en casa de una vecina y preparó varias cafeteras para hacer frente al sueño.
María Victoria seguía aterrada ante la idea de encontrarse cara a cara con aquella cosa y seguía agarrada a mi brazo que ya empezaba a quedarse dormido. El brazo.
Hasta las tres de la madrugada no escuchamos los gritos aterradores.
- Vienen de ahí arriba -señaló Úrsula asustada.
- Vaya con la Watson. Eso es lo único que tenemos claro, señora -le soltó Eisi con desprecio- Lo que tenemos que hacer ahora es intentar que baje para acorralarlo entre todos.
- Eso será complicado. Los espíritus se escapan como el barro entre las manos. Lo vi en Ghost -recordó Carmela.
- ¿Alguien me puede sacar un selfie antes de que muramos? -pidió María Victoria.
- Por favor, un poco de interés en el asunto. Qué falta de profesionalidad más grande -se quejó Eisi que le hizo una seña a Carmela con la ceja izquierda para que fuera a buscar al espíritu y lo mandara escaleras abajo.
- ¿Y por qué yo? Tengo dos niñas a las que apenas he destetado -se lamentó.
Eisi bajó la ceja y le clavó la mirada. Carmela entendió la orden y empezó a subir sin rechistar. Toda ella olía a lejía, con lo que si era cierto lo que nos dijo que había escuchado en la tele, el espíritu trataría de escapar y la única salida era el portal. Cuando llegó al punto del que provenían los gritos, una puerta se abrió en medio de la oscuridad y, tras ella, apareció la Padilla en bata y con algo envuelto entre los brazos.
- ¡Lo ha atrapado ella sola! -anunció Carmela por el hueco de la escalera.
- ¡Déjame pasar! Tengo que ir a urgencias. Cinco Jotas lleva dos noches con cólicos de gases.
Lo que se oyó y olió después no sé cómo describirlo.
El pobre cerdo no paraba de quejarse y esos gritos me recordaron que tenía que cambiar las cortinas, pintar el techo y sacarle algo de brillo al suelo de mi habitación.