Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

sábado, 15 de marzo de 2014

QUÉ DOLORS
El nuevo propietario del edificio, el señor Bartomeu, dejó en manos de los vecinos la decisión de que Carmela siguiera limpiando la escalera. La consulta o referéndum se celebró con absoluta normalidad y con el resultado previsto. Ganó el sí. Solo hubo un voto en contra que, sin ningún tipo de duda, todos pensamos que fue el de Úrsula. Por tanto, Carmela sigue entre nosotros y las escaleras también continúan con ese olor tan suyo a lejía de tienda china.
Dolors, “la señora de Bartomeu”, que es como la mujer del nuevo propietario nos ha pedido-exigido (ella lo dijo en catalán) que la llamemos, se ha convertido en una auténtica “primera dama”, que es como realmente la llamamos en petit comité. Sus malas intenciones superan con creces a las de las hermanísimas y a las de la mismísima Padilla, que ya es decir; y así estamos, viéndolas venir y sin saber cómo va a terminar todo esto que no ha hecho más que empezar. 
La familia catalana ya está en su piso. El pasado martes, nada más instalarse, Dolors le dijo a su marido que si ahora ellos eran los únicos propietarios del inmueble no parecía lógico que la presidenta de la comunidad fuera la Padilla. 
- ¿No crees que debería ser yo?- le preguntó con un tonito amenazante a Bartomeu. 
El pobre hombre, que es un santo y le complace en todo, no tardó ni cinco minutos en reunirnos a los vecinos en el portal donde en compañía de su hija Neus, que de momento no ha dicho ni mú, nos anunció que también someteríamos a consulta la continuidad de la Padilla como presidenta de la comunidad. Todos nos miramos con la misma cara que el emoticono de ojos saltones.   
Tras el nuevo referéndum, y van dos en menos de una semana, nos llevamos una sorpresa. Cuando Juanpe -que se ha auto ofrecido a ayudar a la nueva familia propietaria en todo lo que necesite- procedió al recuento, confirmó que esta vez había ganado el no. Obviamente, la Padilla montó en cólera y exigió que alguien imparcial, como por ejemplo su hijo, repitiera el recuento de votos y, aunque Dolors trató de evitarlo, Bartomeu le suplicó que no montara el numerito. 
- Acabamos de llegar y tenemos que llevarnos bien con esta gente- le dijo. 
Así que Tito se encargó de revisar las papeletas y no pudo sino confirmar el aplastante triunfo del no. Aquella palabra monosílaba y nasal en boca de su hijo fue un auténtico jarro de agua fría para la Padilla. Desde entonces, está recluida en su piso aunque antes hizo otra de las suyas y nos dejó sin ascensor. 
Ante la grave situación de incomunicación, Bartomeu -por orden de la primera dama- envió a Pepe, el policía del edificio, a confiscarle las llaves del ascensor pero la Padilla insistió a gritos en que ella no tenía nada que ver con la avería y, claro, una vez más, se montó un colapso en las escaleras que ni en la puerta de Primark el día de su apertura. Carmela, que salió reforzada tras su victorioso referéndum, ha decidido poner normas de uso y, desde ese mismo día, para subir o bajar por las escaleras, tenemos que pedir número, como en la carnicería, pero sin carne.
Más allá de todo este contratiempo, lo peor de todo lo que está pasando es la propia Dolors que hace honor a su nombre. Tras la derrota de la Padilla, redactó un expediente en el que explicaba que, por ley divina de los jueces, ella es ahora la presidenta de la comunidad y ya el jueves tomó posesión de su nuevo cargo en un pequeño acto en la azotea. Allí, con un discurso a lo Martin Luther King, nos adelantó que la noche anterior había tenido un sueño. "Soñé que este edificio se llenaría de cordura, de respeto, de gente limpia y comprometida" y, cuando empezábamos a parecernos de nuevo al dichoso emoticono, sacó su ya característico tonito amenazante para anunciarnos cambios inminentes y nuevas normas.
Lo triste es que a pesar de que fuimos nosotros mismos quienes decidimos que no siguiera la Padilla al frente de la presidencia, nunca imaginamos este final y todos estamos bastante preocupados; bueno, todos menos Juanpe y Chaxi que han encontrado trabajo en casa de los nuevos propietarios: ella, como cocinera y él, como chico para todo y lo que caiga. 

Sin decir ni una palabra todavía, Bernardo me ha contado que las hermanísimas, Úrsula y Brígida, se niegan a que el destino del edificio quede en manos de unos desconocidos y se han puesto en contacto con un tipo raro que lleva dos días entrando y saliendo de su piso. Esto no tiene buena pinta.

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