Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 29 de febrero de 2016

TRES EN UNO
El presidente sustituto lleva toda la semana de visita oficial a otros edificios porque está empeñado en que conozcan cómo gestionamos nuestra comunidad, que, visto lo visto, es un buen ejemplo de lo que no se debe hacer. De todas formas, y para ser sinceros, a lo que realmente aspira Eisi es a pasar a la historia como el verdadero artífice de los cambios.
-Pero ¿de qué cambios? Yo alucino con este hombre. Si lo único que ha logrado cambiar desde que es presidente es que ahora no hay dinero para nada. Se lo ha gastado en caprichos -dijo Carmela indignada.
Bueno, ir de mal en peor es, de alguna manera, un cambio, pensé yo, pero lo dejé en un simple pensamiento interior para no echar más leña. Desde el pasado martes, Eisi no ha regresado a su ático. La ronda de visitas oficiales con las que está recorriendo la Isla, de punta a punta, le obliga a tener que quedarse cada noche en un lugar diferente, según nos contó Neruda, a través del chat de la comunidad. Él está de chófer con el Lamborghini.
-Este tío se ríe de nosotros en la cara -dijo la Padilla, hecha una furia.
-Hasta aquí hemos llegado. Hay que tomar cartas en el asunto -apuntó Úrsula.
-Chica, estamos pasando un mal rato y tú, pensando en jugar -comentó Brígida, que, al momento, recibió la mirada matadora de su hermana.
-Nunca pensé que llegaría a decir esto, pero echo mucho de menos a doña Monsi -lamentó María Victoria, enfundada en un polar de color rosa chicle fluorescente que no se quita desde que nevó en el Teide.
-Estoy hablando en serio. Se acabó ya -insistió Úrsula-. A partir de hoy me hago cargo de este edificio.
Aquellas palabras provocaron que aquel día se produjera un hecho histórico. Por primera vez el edificio tenía tres presidentes al mismo tiempo: una presidenta que hibernaba en su piso, un presidente sustituto, de viaje oficial por la isla y una presidenta sustituta del presidente sustituto que no se andaba con chiquitas.
-Brígida, llama para que vengan a arreglar el ascensor. Carmela, hay que hacer una limpieza a fondo en las escaleras. Bernardo, tienes que cambiar la lámpara del portal -ordenó más combativa que Isoroku Yamamoto, almirante jefe de la Flota Combinada de la Armada Imperial Japonesa cuando planificó el ataque a Pearl Harbor.
-Ursi, cariño, yo sé que tu intención es buena, pero te recuerdo que no queda ni un céntimo en las arcas de la comunidad -comentó la Padilla.
-Me da igual. Ya se verá cómo lo pagamos..., si es que lo pagamos.
A Bernardo no le gustó nada el descontrol que estaba tomando la situación y, sobre la marcha, nos reunió en el cuarto de contadores para decirnos que teníamos que recuperar a doña Monsi. Esa misma noche, Carmela, María Victoria, la Padilla, Bernardo, su esposa y yo entramos de forma clandestina en el piso de la presidenta y fuimos hacia la cama donde yacía aletargada. De lado, la pobre mujer parecía una tortilla a la francesa recién dobladita. No sé si eso me dio más pena que hambre. A la de tres, empezamos a hacer toda clase de ruido, la zarandeamos de un lado a otro pero nada, ni se inmutó.

De repente, vi cómo Xiu Mei le susurraba algo al oído a su esposo hasta que él se dirigió a la Padilla.
-Rápido, trae a Cinco Jotas.
-No. No voy a sacrificar a mi cerdo -se alarmó la mujer.
-No es eso. ¿No decías que llevabas sin bañarlo más de una semana por culpa de la tosferina? -preguntó el taxista-. Pues igual el pestazo hace que doña Monsi vuelva en sí.
-¡Qué horror! -exclamó María Victoria subiéndose el cuello del polar rosa para evitar el tufo.
En tres minutos, la Padilla regresó con Cinco Jotas. Bernardo levantó al cerdo y lo acercó a la nariz de la presidenta, que, súbitamente, volvió en sí.
Sin duda, el sueño había sido reparador porque doña Monsi regresó con más fuerza que nunca. De momento no nos atrevemos a decirle que Eisi está de presidente sustituto y que se encuentra de viaje oficial ni que Úrsula es también presidenta. 
Temo el día en que se entere.

lunes, 22 de febrero de 2016

CONSULTA 24 HORAS
Con Eisi al frente del edificio, las posibilidades de salir en algún informativo son elevadas; sobre todo, en la sección de sucesos, aunque es cierto que lo primero que hizo el presidente provisional fue devolver el fusil Mauser a sus dueñas bajo el argumento de que, a partir de ahora, todo se hará con diálogo y consenso. Sin embargo, este nuevo modelo de presidencia se está convirtiendo en una carga, ya que Eisi somete a consulta cada decisión. Solo la semana pasada tuvimos tres y para esta ya hay anunciadas cuatro más. 
-Mmm, qué raro. Un tipo que siempre ha hecho lo que le da la gana, ahora no se atreve a dar un paso sin consultarnos -desconfió Úrsula. 
-Para él todo esto es un chollo- explicó Carmela, que se había enterado de que el nuevo presidente había cogido parte del dinero de la comunidad para contratar a Neruda como chófer particular.
-¿Un chófer? Anda ya. Pero si solo va del sillón a la nevera y de la nevera al sillón -criticó la Padilla, sacando la nariz por una rendija de la puerta para no crear corriente de aire porque vuelve a tener a Cinco Jotas en cama; esta vez, con tosferina. El médico ya le ha dejado claro que los cerdos no tienen siete vidas y esta debe ser ya la quinta. 
Mientras tanto, y viendo que su mal de las palpitaciones musicales va a peor, las últimas fueron al estilo reguetón, Xiu Mei le propuso a doña Monsi que lo mejor para recuperarse sería hibernar un tiempo. Así que, después de darle una mezcla de hierbas orientales, occidentales y del más allá, la que hasta hace unos días era nuestra presidenta se ha quedado sumida en un letargo intenso. Ese sueño debe ser casi eterno, porque por la tarde la mujer ni se inmutó con el sonido insistente de una pita que provenía de la calle y que provocó que el resto de vecinos acudiéramos a ver qué pasaba. Abajo, frente a la puerta del edificio, Neruda esperaba a Eisi al volante de un Lamborghini rojo. 
-El muy... No hay dinero para arreglar el ascensor pero sí para el caprichito del niño -se quejó Úrsula-. Ya me parecía a mí que pagábamos demasiado de cuota. Si hasta le ha dado para comprarse ese cochazo.

Eisi bajó al portal, y cuando se abrió la puerta del ascensor, Bernardo, la Padilla y las hermanísimas le esperaban para echarle en cara el tremendo despilfarro que estaba haciendo con el dinero de la comunidad.
-¿Diálogo y consenso? ¡Sinvergüenza! -le soltó Carmela en toda la cara. 
-Qué listo eres. Cuando se trata de comprarte algo no referendas -dijo Brígida, y todos la miramos como si fuéramos policías de la Real Academia de la Lengua.
-Pero, por favor, queridos vecinos míos, un poquito de comprensión. Lo hago por el bien de todos. Estoy intentando devolverle el prestigio perdido a este lugar. Claro que si quieren lo sometemos a consulta o referéndum -aceptó Eisi de mala gana, aunque poniendo cara de estar totalmente de acuerdo.
El presidente provisional le dijo a Neruda que preparara las urnas y los sobres y, en menos de media hora, todo estaba listo. Por ser la de más edad, doña Monsi debía presidir la mesa, pero, dada su situación de hibernación, le tocó a Cinco Jotas, que, por esperanza de vida, es quien le sigue. La Padilla se resistió y Eisi decidió someter la propuesta a consulta a mano alzada, algo que no le gustó nada a Carmela, que tuvo que soltar la fregona. A los cinco minutos, Neruda estaba colocando en la mesa presidencial al pobre cerdo, envuelto en una manta y con cuarenta de fiebre.
La votación concluyó diez minutos después. Neruda fue el encargado del recuento.
-Ha ganado el sí a favor de que don Eisi tenga su coche. 
-¡Imposible! Eso está amañado -gritó Úrsula. 
-Señora, ¿duda de mí? Entonces, haremos otra votación para ver cuántos vecinos desconfían de mí y cuántos no -sugirió Eisi.
-Vamos, lo que me faltaba -dijo la Padilla, y, sin pensárselo, agarró a Cinco Jotas, que no paraba de tiritar de la fiebre y se marchó a su casa.
Hartos de tanta consulta, decidimos que se quedara con su coche. 

lunes, 15 de febrero de 2016

TOQUE Y QUEDA
Desde el jueves, en este edificio ya no se puede hablar de política, de sexo, ni de fútbol. Así lo ha decidido doña Monsi, que continua con las sesiones de meditación profunda que le imparte Xiu Mei y que, lejos de sacarle lo bueno que lleva dentro, está fortaleciendo su lado más tirano. Carmela anda bastante preocupada con el asunto, no tanto porque ya no pueda contar con todo lujo de detalles cómo concibió a sus mellizas, sino porque duda de que la china esté capacitada para este tipo de terapias mentales.
-Si doña Monsi sigue con esas palpitaciones musicales lo que debería hacer es ir a un cardiólogo -se quejó Úrsula.
-Eso pienso yo también porque la oriental, antes que mentalista, es hija de uno de los magnates del "Todo a un Euro", donde la calidad brilla por su ausencia -apuntó Brígida.
-¿Y qué será lo siguiente? ¿Prohibirnos salir del edificio? Entonces ya no podré ver a mi Cinco Jotas -temió la Padilla que regresaba de visitar al cerdo, ingresado en una clínica por la picadura de un mosquito en la oreja derecha. Don Justo, su médico de toda la vida, le consiguió una cama, después de que ella le insistiera en que Cinco Jotas era como un hijo. "Un poco cochino pero hijo a fin de cuentas".
El presagio del toque de queda no se hizo esperar. Esa misma tarde, Neruda anunció que, a partir de las siete, ya no podríamos salir del edificio.
-Imposible. Yo bajo la basura a las ocho -recordó María Victoria, enfundada en un traje de pelo de oveja erizado en el momento de ver al lobo.
-Chiquito problema. Lanza la bolsa por la ventana como hago yo -le aconsejó Eisi.
-Esto se ha salido de madres -lamentó Carmela, mientras le daba el pecho a una de las mellizas.
-Y tanto que se ha salido -comentó Bernardo, asombrado por el tamaño de la niña aunque, por la cara que puso, más bien podría ser por el del pecho.
-Pues tú no te quejes, taxista, que todo esto es culpa de las estúpidas terapias de tu mujercita que han trastornando a doña Monsi -le soltó Úrsula.
La tensión crecía a medida que se acercaba la hora del toque. Por si acaso, una hora antes, María Victoria bajó a tirar la basura pero lo único que consiguió fue una multa que le puso un policía que hacía guardia en el contenedor.
A falta de dos minutos para las siete, doña Monsi se presentó en portal con Xiu Mei para cerrar la puerta de la calle.

-¡Espere! Yo tengo que irme a mi casa -protestó Carmela, acomodando a las niñas en el carrito.
-Pues, mala suerte. Esta puerta no se abre hasta las seis de la mañana -dijo impávida doña Monsi.
-Esto va contra la democracia -gritó Úrsula.
-Aquí no se puede hablar de política -le recordó la presidenta.
En medio de la discusión, el ascensor se abrió y apareció Brígida empuñando un fusil Mauser.
-Abra esa puerta de una maldita vez -amenazó.
-¿De dónde has sacado eso? -preguntó aterrada su hermana.
-Lo usó abuelo en la guerra de Cuba.
-Baja eso inmediatamente -exigió doña Monsi.
-Pues abra la puerta -insistió la mujer, mientras alguien desde fuera aporreaba para entrar.
-¡Basta! -gritó la presidenta.
-Eh, baje el labio, señora. A mi no me insulte -se defendió Brígida.
-No es un insulto. Es una orden -le aclaró la presidenta poniendo a Xiu Mei de escudo.
-Quiero salir de aquí -sollozó Carmela.
-Señoras, un poco de cordura -propuso Eisi, arrebatándole el arma de las manos a su vecina y apuntando de nuevo a la presidenta- Usted, abra esa puerta o no respondo.
A doña Monsi le empezaron las palpitaciones. Sintió como si tuviera la batucada entera de Joroperos dentro. Obedeció sin rechistar y abrió la puerta.
-Pero ¿qué pasa? Llevo media hora intentando que alguien me abra -se quejó la Padilla que entró con Cinco Jotas, ya recuperado, aunque lo vi toser un par de veces y para mi que de esperar a la intemperie, ahora, ha cogido un catarro.
Cuando estábamos a punto de regresar cada uno a su piso, Eisi con el Mauser aun en alto nos anunció que mientras la presidenta siga con su mal, él se queda al mando.

lunes, 8 de febrero de 2016

DE LIMPIEZA
La noche del jueves doña Monsi tiró la casa por la ventana, y esto dicho en el sentido literal de la expresión; o lateral, según se mire, porque la presidenta empezó a lanzar sus muebles y objetos al patio de al lado, donde se une nuestro edificio con el colindante. El enorme estruendo despertó a Eisi justo en el momento en que la mujer arrojaba un viejo tocadiscos, al que debió darle un geitito raro porque el aparato llegó ileso al suelo y, como llevaba incorporado un vinilo de Camilo Sesto, empezó a sonar su inolvidable "Vivir así es morir de amor".
-Un poquito de respeto con la gente que madruga, hombre -grito Eisi como gallo enfadado.
El golpe que se llevó el tocadiscos inmortal hizo presión sobre la aguja que se quedó enganchada eternamente al vinilo desde el que la voz lastimera de Camilo Sesto se empeñaba en recordarnos aquello de "por amor tengo el alma herida y no quiero más vida que su vida, melancolíaaaa".
En apenas cinco minutos, los vecinos nos encontramos asomados en las ventanas del patio lateral y en una circunstancia que ya se ha convertido en un clásico de este edificio: en pijama. Allí estábamos todos menos la Padilla, que anda atemorizada por el virus del zika y ha decidido sellar cualquier rendija de la casa por miedo a que entre el fatídico bichito. Para evitar que cualquier insecto ronde al cochino, se pasa el día bañando a Cinco Jotas, que ya huele mejor que mi jabón de marsella.
-Algo grave le debe pasar a doña Monsi, porque, con lo tacaña que es, no parece normal que se despoje de sus cosas -advirtió María Victoria.

Eisi y Neruda intentaron entrar en su piso y detener aquello, pero la mujer había puesto el doble fechillo a la puerta.
-Señora, déjenos pasar o llamó a la policía -amenazó Eisi, pensando que aquella iba a ser la primera vez en toda su vida que esperaría con alegría la llegada del cuerpo de seguridad.
-¡Largo! Esta es mi casa y hago lo que me da la gana -respondió agitada la mujer.
-Será su casa, pero el patio es de todos y no puede convertirlo en un basurero. Egoísta, mala persona, hija de... -logró decir Úrsula antes de que su hermana le tapara la boca.
-Solo hago lo que me recomendó Xiu Mei: limpiar mi interior y despojarme de lo que no me sirve -se justificó la presidenta.
-Pero, por favor, mi mujer se referiría al interior de su alma, no al de su casa -le aclaró Bernardo en defensa de su esposa a la que toda aquella discusión le sonaba a chino. Bueno, en su caso, más bien a ruso.
Después de veinte minutos lanzando objetos por la ventana, la audiencia había crecido. Ya no éramos solo los vecinos de nuestro edificio los que asistíamos a aquel espectáculo sino también los del contiguo.
-¡Qué vergüenza! ¡Gentuza! -gritó una señora que, por su aspecto adormilado y blanquecino, debía llevar muerta desde hacía años y aun no se había dado cuenta.
-¡Guau! temazo de Camilo Sesto para una noche de febrero -comentó nostálgico un señor.
En vista de la deriva que estaba tomando la situación, Eisi decidió subir al piso de la Padilla, que vive justo encima de doña Monsi, y dejarse caer hasta su ventana.
-Abre, Padi -le ordenó Eisi aporreando el cristal.
La mujer, envuelta en un mosquitero, abrió de mala gana y le dejó pasar pero cuando él le pidió que abriera la otra ventana que daba al patio lateral se negó en rotundo y Eisi tuvo que actuar por la fuerza. Ella chilló desesperada.
-¡Cinco Jotas no salgas de tu cuarto!
Recordando sus tiempos de prisión y el momento en que intentó fugarse, Eisi se deslizó como un perenquén hasta la ventana de doña Monsi, entró y logró reducirla antes de que lanzara el televisor.
Al día siguiente, ante la amenaza de una denuncia por parte de los vecinos del edificio de al lado, Carmela tuvo que bajar al patio común y limpiar aquel desaguisado. Cuando creíamos que todo había vuelto a la normalidad, la Padilla salió a la escalera como una loca: un mosquito había picado a Cinco Jotas en una oreja.
Todos nos quedamos sin palabras. Todos, salvo Camilo Sesto.

martes, 2 de febrero de 2016

NI EL MÉDICO CHINO
Después de casi un año fuera, pensé que ya no volveríamos a ver a Bernardo, pero el taxista reapareció el jueves a media tarde y nos confirmó que había regresado para quedarse. Carmela, a la que tanto le gusta hurgar en lo más profundo de las personas por si encuentra algo con lo que cotillear, le sometió a un interrogatorio inhumano. Cuando el pobre hombre entraba en el edificio cargado con maletas, cajas y con un jet lag de caballo, saltó sobre él a degüello. 
-Tengo noticias frescas -le contó a las hermanísimas después de haberle sacado toda la información y citándolas en el cuarto de contadores como si lo que les fuera a decir pusiera en peligro sus vidas-. Bernardo se ha casado y mañana llega su mujer.
-Ay -suspiró Brígida-. Con lo que me gusta este hombre. Más de una vez me hubiera gustado... ya tú sabes.
-Pero ¿qué dices, insensata? ¿Dónde has dejado la educación que te dio nuestra santísima madre? -le echó en cara Úrsula.
Carmela también les contó que la mujer de Bernardo era la hija de un empresario que tenía varias tiendas de una cadena conocida en todo el mundo. "Debe ser algo parecido a la hija del de Zara", supuso. Después de despedirse de las hermanísimas pasó la fregona para borrar cualquier huella de aquella conversación. 
Al día siguiente, tal y como estaba previsto, llegó la mujer de Bernardo. 

-¡Están aparcando! -gritó la Padilla por el hueco de la escalera, tras haber pasado toda la tarde de vigilancia en la ventana, tiempo que Cinco Jotas aprovechó para darse un festín con los restos de unas judías compuestas.
-¿Quién llega? -preguntó doña Monsi, que a esa hora salía de casa camino del médico porque llevaba días que el corazón le latía con la sintonía del telediario. 
-Bernardo, que se ha casado y viene a vivir con su mujer -respondió Carmela.
-Está bien saberlo porque, ahora, tendré que ajustar los recibos de la luz y el agua. Siendo dos gastarán más y eso tiene un costo -murmuró la presidenta.
No sé si fue como acto de cotilleo o porque en el fondo somos buenos vecinos, pero, al grito de la Padilla, todos bajamos al portal para recibir a la pareja y conocer a la hija del empresario. 
Bernardo entró precediendo a su esposa.
-Amigos, esta es Xiu Mei -dijo orgulloso y señalando a una mujer de mediana edad que apenas levantaba metro y medio del suelo, delgada y china.
-¿Su padre no era un empresario importante? -preguntó María Victoria, escaneando a la mujer de arriba abajo y bastante decepcionada por la ropa que llevaba.
-Y así es. Su padre es uno de los fundadores de las tiendas de "Todo a un Euro" -explicó Bernardo.
-Gran emporio -vaciló Úrsula.
Carmela trató de ser amable.
-Tú ser bienvenida a este edificio. Nosotros tratarte bien.
-Tú eres tonta, ¿verdad? -comentó la Padilla-. Es china, no india. 
-Les agradezco a todos el esfuerzo pero siento comunicarles que mi mujer no habla español -dijo Bernardo y se marcharon en el ascensor.
Por la tarde, un quejido lastimoso y constante nos alarmó a todos. 
-Es doña Monsi -dijo la Padilla sin inmutarse mientras esperaba sentada a que Cinco Jotas terminará de subir por décima vez las escaleras. El cochino sigue engordando y, antes de que se desbarate, le ha puesto una tabla de ejercicios.
Neruda, que tiene la llave del piso de la presidenta, entró sin pensárselo y, detrás, todos nosotros.
-Es que no se me quita la sintonía del telediario de aquí -dijo la mujer tirada en el sillón y aguantándose el pecho.
-Pobrecilla -dijo Bernardo-. Mi esposa puede ayudarle. Es experta en curar dolencias a través de la meditación profunda.
Esa misma noche, Xiu Mei empezó con una sesión de choque, pero, después de tres días de introspección intensa, doña Monsi lo único que ha conseguido es pasar de la sintonía del telediario a la de la Champions. La Padilla cree que el remedio chino no funciona y que lo que doña Monsi tiene que hacer es subir y bajar las escaleras con Cinco Jotas, a ver si él se olvida de comer y ella, de la musiquita.