Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

domingo, 25 de mayo de 2014

LIBERTAD Y POCA FRATERNIDAD

La semana ha sido complicada. No tanto por la inminente boda de Carmela, que sigue siendo el tema sobre el que gira nuestro día a día, sino porque a Dolors, la propietaria, presidenta y dictadora del edificio, se le ocurrió la idea de obligarnos -así con todas las letras- a votar este domingo en las elecciones europeas. 

Nos lo comunicó en una reunión de urgencia que convocó el jueves en la azotea y en la que también nos entregó las papeletas ya cerradas. 

- Esto es lo que tienen que meter en la urna- nos dijo sin ningún tipo de reparo.

Obviamente, hubo comentarios de todo tipo y, después de varias semanas sin abrir la boca, la Padilla fue la primera que se reviró y le espetó en toda la cara que votar "no es una obligación sino un derecho" y que por ahí no iba a pasar. Dolors le amenazó con que si no lo hacía tomaría medidas muy drásticas como, por ejemplo, echarnos del edificio. Al escuchar esta amenaza, Úrsula saltó como un resorte y dijo que eso iba contra la ley y que no podía permitir que nos tratara así. Enseguida, todos nos unimos a sus palabras, levantamos los brazos y la voz y empezó un griterío que Dolors tuvo que llamar a su marido para que le echara una mano.

- ¡Bartomeu! Mira lo que me dicen los vecinos. Se niegan a ir a votar. ¿Verdad que la ley recoge que puedo echarles del edificio si no cumplen las normas?- preguntó con ese tonito que pone cuando quiere que le den la razón.

- Yo... esto... creo que bueno... yo no lo veo tan claro, querida. Es un país democrático y ellos pueden votar si quieren. Sería mejor que lo hicieran pero si no quieren no podemos obligarles- respondió y cerró los ojos como si, a continuación, esperara el golpe.

- ¿Ahora estás del lado de ellos? Desde luego, Bartomeu ¡no te reconozco!

Desde ese día, Bartomeu duerme en casa de Bernardo, el taxista, que le ha ofrecido cama y comida por un tiempo porque su mujer se negó a dejarle entrar en casa. “Me has desautorizado delante de esa panda de mequetrefes”, le escuché decir cuando fui a cerrar la ventana de la cocina. 

Lo que de momento no tiene solución es lo del traje de boda de Carmela. A pesar de que Chen Yu ha intentado en varias ocasiones quitarle el traje que se quedó incrustado en su madre, no ha podido y la pobre centenaria a punto ha estado de morir ahogada por sus propios gritos. 

Carmela cree que es necesario quitarle el traje a la pobre mujer pero no por recuperarlo sino porque ya lleva una semana con él puesto y no han podido bañarla. 

- Déjela, déjela -le dijo el otro día Carmela que ya no quiere recuperar su traje, después de que oyera a su prometido Pepe decir que era ridículo (el traje).

- Ella tiene que dal traje a ti- insistió Chen Yu que cuando llega por la noche no para de decir que la casa huele mal.

A Carmela le da pena decirle: "Sí, tiene razón. Lo que huele mal es tu madre".

Como el tiempo apremia -la boda es ya el próximo viernes- Fermina y las Bitels (las nuevas amigas de la madre de Pepe que hasta la boda vive en mi casa por decisión propia de ella) se han comprometido a resolver lo del traje de Carmela. 

- No puedo permitir que mi hijo no pueda casarse porque su novia no tenga vestido- me dijo la otra noche. 

Al día siguiente, las cuatro bitels -que más parecen las Iron Maiden por las locuras que hacen- tocaron en casa y entraron empujando una máquina de coser singer antiquísima que me dejó el suelo todo marcado. 

- Vamos a coser ese traje. ¿Dónde está la tela? -preguntó Antonia, una de las Bitels.

Fermina empezó a quitar el visillo de la ventana de mi sala. “Aquí está la tela”, dijo como si hubiera sacado un conejo de la chistera. Y empezaron a medir, a coser y a cortar. Yo estoy tan impactada con todo que todavía no les he podido decir nada. No me salen las palabras y menos mal porque he pensado tantas que mejor no decirlas. Pero estoy que trino así que procuro pasar el menor tiempo posible en mi propia casa que ha sido tomada por el comando costura. 

Para olvidarme de tanta tontería, hace un rato salí a votar y en el portal me encontré con las hermanísimas que iban a hacer lo mismo.

- Yo voy a votar por el Hugh Grant- me dijo Brígida- Todo el mundo piensa que es americano pero no, es británico. Europeo.

- Pero él no se presenta a las elecciones. No puede votarle a él- le expliqué. 

- Ya estamos coartando la libertad de las personas- me dijo airada, abrió la puerta y se marchó.



















    domingo, 18 de mayo de 2014

    QUÉ 'TRAJETEO'


    En apenas unos días, Carmela y Pepe se estarán dando el sí quiero. O no. Todos deseamos, más que nada en este mundo, que llegue ya ese momento. No tanto por ver cómo se dan el beso en la iglesia o por probar la tarta, sino por terminar de una vez con el agobio que está generando la confección del traje de la novia y, en mi caso, porque ya no sé qué hacer con la madre de Pepe que se ha hecho dueña y señora de mi piso. Ahora, se ha empeñado en cambiar la decoración interna de los armarios. ¿Pero qué decoración si están pintados de blanco y además cerrados?

    En fin, que aquí los contratiempos no paran. Lo más grave ocurrió el jueves cuando Brígida, que se supone es la costurera oficial del traje de Carmela, fue a buscarla a casa de Chen Yu para que se probara el vestido. Con tanto ajetreo la novia ha subido dos kilos más y había problemas con el cierre de los 37 botones. Carmela se sorprendió al ver allí a la hermanísima, sobre todo porque Lili Wei, la madre centenaria de Chen Yu, se pone nerviosa cuando hay mucha gente a su alrededor. 

    - Pero qué haces aquí ¿por qué no me llamaste antes de venir?- le recriminó Carmela.

    - Es que no puedo esperar más. Tengo que comprobar si puedo rematar ya o tengo que añadir más tela- le explicó Brígida con un tonito de enfado.

    - Bueno, vale, está bien. Pero antes acompáñame a la cocina que le estoy preparando un caldito de soja a la señora. 

    A la vuelta de la cocina, las dos mujeres se quedaron impactadas, horrorizadas y petrificadas al ver aquella imagen indescriptible ante sus ojos. Lili Wei se había puesto (poner como sinónimo de incrustar) el traje de novia de Carmela y estaba dando vueltas sobre sí misma como Sissi emperatriz en la escena del vals. Cuando la mujer se dejó caer exhausta sobre el sillón, Carmela y Brígida recuperaron la movilidad y se abalanzaron sobre ella para quitarle el vestido pero hasta hoy eso ha sido imposible. Ya forma parte de su piel. No hay forma. Con el forcejeo, la anciana china empezó a gritar como una loca y los vecinos llamaron a la policía. Cuando sonó el timbre, Carmela abrió la puerta y, allí, delante de ella vio a Pepe, acompañado de otro agente.

    - Pero ¿qué haces aquí?- le gritó ella, interponiéndose entre su prometido y la puerta para que no pudiera ver nada. 

    - Hola, cariño, nos han dado un aviso desde la central y, como andaba por la zona, nos hemos acercado a comprobar qué pasaba- le respondió con la frente y los ojos regañados. 

    -Todo esta bien, es la señora que no quiere comer, pero ya está arreglado. 

    - Carmela, tengo que entrar, así que te pido por favor que te apartes de en medio. 

    Pepe empujó la puerta y allí, en medio del salón vio a la pobre mujer tirada en el sillón mareada por tanto baile y canturreando 'Orquídea Solitaria', canción tradicional china de la época de Confucio. 

    - Toño, apunta- le dijo a su compañero- falsa alarma; se trata de una señora vestida con un traje ridículo que no quiere tomarse la sopa. Regresamos a la central. 

    Cuando cerraron la puerta, Brígida y Carmela se miraron con una mezcla de tristeza y de rabia. El destino, o lo que fuera, había hecho que Pepe viera el vestido de novia de su prometida y, sin saber que lo era, lo había calificado de “ridículo”. 

    Brígida cogió su bolso y le dijo a Carmela que renunciaba a terminar su vestido, que se lo podía quedar y que ya le pasaría la factura por los gastos y las noches en vela que había pasado haciendo los casi cuarenta ojales. Se marchó dando un portazo.

    Así que, a fecha de hoy, todavía Carmela no tiene traje (bueno lo tiene pero con una señora dentro).  Anoche me confesó que si no consigue uno nuevo de aquí al día 30 de mayo, que es el día de la boda, le tendrá que decir a Pepe que no se casa. 

    Mientras, en el edificio, las cosas tampoco van muy bien. Terencio, forzado por Úrsula, tuvo una reunión con Bartomeu y Dolors -los actuales propietarios- para decirles que los vecinos estamos muy descontentos con ellos y que nos gustaría, “por las buenas”, que se fueran. Obviamente, esto no le gustó a Dolors que es la que maneja el cotarro y le dejó claro que no solo no se irán sino que, a partir de ahora, endurecerán las normas. "No nos conoce", le amenazó. 


    A mi lo que más me extraña es que la Padilla esté tan callada.  




    domingo, 11 de mayo de 2014

    COSAS DE SEÑORAS

    He estado tan liada estas últimas semanas que no he tenido ni tiempo, ni ganas -lo confieso- de escribir. Pero todo sigue igual. Líos por aquí, líos por allá, líos por todos lados. 

    La boda de Carmela y Pepe sigue adelante, aunque ya va contrarreloj. Brígida, que es la que le está haciendo el traje de novia (intentándolo al menos), no hace más que llamarla para que venga a probarse pero Carmela se ha comprometido a cuidar de la madre de Chen Yu para hacer la dieta china y apenas tiene tiempo. Como tenía 45 llamadas perdidas y 27 mensajes en el contestador, el lunes me pidió por favor que le echara una mano y, cuando volví del trabajo, me tuve que quedar con la señora un par de horas. Menos mal que la pobre centenaria se pasa el día durmiendo y no molesta mucho pero cuando se despierta se le activa algo en la mente y empieza a canturrear una especie de “Marinero de luces”, como el de la Pantoja pero en chino. Lo malo es que se me ha quedado grabado y me paso el día tarareando la cosa esa. Terrorífico, lo sé. 

    Mientras, la madre de Pepe, que ha venido un mes antes en avanzadilla para supervisar la boda de su hijo, sigue de autoinvitada en mi casa. Ya le aclaré que yo no soy Carmela, su futura nuera, pero a ella no le importa. Dice que como ya deshizo la maleta prefiere quedarse conmigo hasta que los novios se vayan de luna de miel. “¿Tú sabes lo que es volver a doblar toda esta ropa?”, me dijo el día que terminó de guardar los 58 vestidos y 24 pares de zapatos en mis dos armarios. Fermina, que así se llama la madre del novio, es la típica metomentodo y ya ha tenido los primeros encontronazos con Úrsula que -hay que reconocer- está un poco crecidita después de que su hermano Terencio regresara de Venezuela y se convenciera por sus propios ojos de que el edificio en manos de los catalanes ha ido de mal en peor. “Yo te lo advertí pero tú nunca me haces caso”, le recriminó la hermanísima cuando le explicó la tiranía a la que nos está sometiendo Dolors. 

    Con la marcha de Carmela, la escalera estuvo una semana sin limpiar y el edificio empezó a oler tan mal que el del butano se negó a entrar.

    -Si este pobre hombre que está acostumbrado a los malos olores del gas no puede soportarlo, quiere decir que tenemos todas las papeletas para que nos clausuren el edificio por falta de higiene- gritó el martes la presidenta de la comunidad, Dolors, por el patio desde la ventana de su cocina.

    Como nadie se dio por enterado, esa misma tarde nos citó a todos en el portal y allí nos repartió un paño y un bote de lejía a cada uno y amenazó con desahuciarnos si no limpiábamos de urgencia las escaleras. Bernardo se le encaró y le dijo que los únicos que pueden desahuciarnos son los bancos y ella, con la fregona a modo de escopeta, le recordó que aunque ya estaba jubilado, Bartomeu -su marido- fue director de una sucursal de la Caixa en Tarragona. 

    Ese día, todos menos Brígida, que se quedó descosiendo el traje de novia de Carmela, nos pusimos a fregar los escalones del edificio sin rechistar. Temimos que la fregona de la Dolors estuviera cargada. Así que los martes y jueves toca zafarrancho de limpieza. Nos hemos dividido por turnos: a mi me toca los jueves que es el día que Fermina aprovecha para invitar a merendar a MI CASA a cuatro señoras de las que se ha hecho amiga y a las que en el barrio conocen como las ‘Bitels’ porque tienen su punto de encuentro en el paso de peatones de la esquina, al más puro estilo Abbey Road.

    Solo espero que todo este lío de señoras chinas que cantan a lo Pantoja, señoras de Villagarcía de Arousa que se apropian de tu casa y de tus armarios y señoras presidentas de la comunidad que te obligan a limpiar la escalera a punta de fregona se acabe pronto porque si no, me cambio de edificio. Y no es una amenaza.