Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 24 de abril de 2017

CONFUSIÓN
Que doña Monsi se diera cuenta de que la empresa que había contratado no había cambiado las viejas escaleras por unas de caracol, tal y como ella ordenó en su momento, era cuestión de tiempo. El martes, cuando la presidenta bajaba para ir a la peluquería, montó en cólera al comprobar que el único cambio que habían sufrido los escalones era la colocación de una barrera antipelusas, idea de Carmela que contravino las órdenes de la presidenta.
-Esto es muy grave -advirtió doña Monsi.
-Y tanto que es grave. ¿Usted se ha visto cómo tiene el pelo? -comentó la Padilla mirando aquella masa capilar con forma de cotufa.
-Estoy hablando en serio. Lo que han hecho es un auténtico acto de sedición y no voy a tolerar este tipo de actitudes bajo mi presidencia. Si yo digo que hay que poner unas escaleras de caracol, se ponen y punto.
Eisi estaba al borde de soltar algún improperio, pero, por suerte, llegó Carmela y la discusión paró porque, al abrir la puerta de la calle, con ella también entró una niebla londinense que invadió todo el portal.
-Pero ¿qué es esto? -preguntó Úrsula asustada.
-Y yo qué sé. Me encontré con el panorama cuando bajaba en guagua. Toda la ciudad está igual -explicó Carmela, que hablaba al vacío porque la visibilidad se había reducido y era imposible ver a nadie a menos de medio metro.

La niebla se había apoderado del interior del edificio de tal forma que María Victoria, que no había estado atenta a la conversación, se empezó a poner nerviosa cuando se vio envuelta en aquella nube blanca. Creyó que había muerto y que estaba subiendo a los cielos.
-Ha debido de ser algo fulminante -dijo resignada-. No me ha dado ni tiempo de ver la luz al final del túnel.
En medio de aquella bruma espesa, Úrsula advirtió a Eisi.
-Ni se te ocurra aprovecharte.
-¿Nos va a meter mano? -preguntó en voz baja Brígida a su hermana.
-Sí, pero no te hagas ilusiones. Si lo hace será en la cartera.
De repente, un golpe seco nos alarmó a todos.
-¿Qué ha sido eso? -preguntó la Padilla abanando los brazos en busca de uno de nosotros al que abrazarse.
-Imposible saberlo. No se ve nada -dijo Úrsula.
-Lo mejor será que hagamos un repaso para ver si estamos todos bien -propuso Bernardo-. Que cada uno diga su nombre y la ubicación en que se encuentra.
-Soy Úrsula y estoy al lado de los buzones.
-Brígida y estoy pegada a mi hermana.
-Eisi, en el flanco oeste del ascensor.
-Neruda. Yo, al este.
-Carmela. En las escaleras. Y me ha rozado una pelusa.
-Padilla. Ni idea.
-Faltan María Victoria y doña Monsi -apuntó Brígida.
-Yo estoy muerta, pero lo que no entiendo es por qué sigo escuchando sus voces -dijo María Victoria en un tono conformista a la par que esperanzado.
-Bueno, entonces está claro que el golpe ha sido doña Monsi. Hay que localizarla -señaló Bernardo.
-Pues con esta niebla no sé cómo -recordó Úrsula.
A tientas, empezamos a buscar el cuerpo de la presidenta.
-¡Aquí! -gritó la Padilla tocando algo con la punta del pie.
Mientras nos acercábamos hacia el lugar del que provenía la voz, la niebla comenzó a disiparse. Carmela había puesto en marcha la aspiradora y el aparato se estaba tragando aquella nube blanca y espesa. Enseguida, volvimos a vernos unos a otros y, allí, en medio del portal, encontramos tirada e inconsciente a doña Monsi.
María Victoria, que seguía pensando que había pasado a mejor vida, nos preguntó si habíamos visto la luz.
Por suerte, doña Monsi volvió en sí. Estaba algo aturdida pero peor estaba su pelo.
-¿Y las escaleras de caracol? -fue lo primero que preguntó.
-Ay, pobrecilla. Con el golpe debe haber perdido la memoria -le dijo Carmela aprovechando la situación-. ¿No se acuerda? El otro día se cayó por ellas y casi se mata. Fue entonces cuando nos ordenó quitarlas.

jueves, 20 de abril de 2017

PROCESIÓN DE MADRUGADA
Nunca había vivido una Semana Santa de tanto recogimiento como esta. Durante varias horas del jueves no pudimos salir del edificio. A medianoche, un escándalo inesperado nos despertó a todos y corrimos a la escalera a ver qué estaba pasando.
-Pero ¿qué son esos golpes? -preguntó Brígida, aún entre sueños.
-Será una procesión de esas que pasan a estas horas -dijo la Padilla.
-Pues no creo que sea la del Silencio -comentó Úrsula.
Mientras tratábamos de averiguar qué era aquello que nos había despertado, Eisi llegó con la cara desencajada, como si aquel fuera el último día que iba a estar entre nosotros.
-Vienen a por mí.
-Entonces ¿no es una procesión? -dijo desilusionada María Victoria, que había ido a por la mantilla que le dejó su abuela en herencia.
-Abajo hay ocho tipos que han venido a matarme -confesó Eisi, buscando refugio entre nuestros cuerpos.
-¿Matarte? -gritó la Padilla.
-Ay, Señor. Esta noche vamos a morir todos -empezó a lloriquear María Victoria, envuelta en aquella mantilla de encaje.
-No adelantes acontecimientos y quítate eso de encima, que parece que ya estás de entierro -se quejó Úrsula.
Los golpes en la puerta del edificio eran cada vez más intensos. Los ocho tipos aquellos parecían trescientos y empezamos a temer por nuestras vidas.
-Voy a llamar a la policía -decidió Bernardo-. Van a tirar la puerta abajo.
-¡Ni se te ocurra! -le rogó Eisi, arrodillado y con las manos juntas en un gesto inédito en él.
-Pero ¿por qué quieren matarte? -preguntó Úrsula.
-Tengo un negocio con ellos que no ha salido bien.
-Lo sabía. Has vuelto a meterte en líos. Creía que, después de estos años fuera de la cárcel, te habías rehabilitado, pero veo que no.
-Ahora echarán la puerta abajo y nos matarán por tu culpa, imbécil -le espetó María Victoria o la propia mantilla porque las dos eran ya una misma.
Ante la imposibilidad de salir del edificio, decidimos tranquilizarnos para sobrellevar aquel encierro de la mejor manera. Los matones no bajaban la guardia. Confiaban en que tarde o temprano se abriría la puerta y podrían entrar a por Eisi.
La Padilla se ofreció a preparar un caldito para sentar las madres y María Victoria propuso ver el último programa de Sálvame.
-Lo tengo grabado.
Úrsula dijo que esa sería la última opción.
Todo estaba controlado hasta que alguien se dio cuenta de que la presidenta doña Monsi no estaba entre nosotros.
-¿La habrán cogido como rehén? -preguntó María Victoria.
-Imposible. Todo el mundo sabe que no daríamos ni un duro por ella -comentó Úrsula.
-Me temo que es peor. Doña Monsi salió a la procesión de la Esperanza Macarena y aún no ha regresado -apuntó la Padilla.

-Pues como vuelva, estamos perdidos porque abrirá la puerta -avisó Bernardo.
-Hay que localizarla para decirle que no venga -propuso la Padilla cogiendo el móvil, pero, después de cinco intentos desesperados, no obtuvo respuesta-. Debe de estar cantando una saeta y no oye la llamada.
-Yo creo que hay que tomar una decisión antes de que ocurra una masacre -propuso Úrsula, tomando el mando-. Eisi tiene que salir del edificio y, entonces, dejaremos que los tipos entren y comprueben que no está. Les diremos que te has ido fuera de la Isla.
-Pero ¿estás loca? Es imposible salir de aquí sin que me vean.
-No si sales con María Victoria.
-¿Conmigo? ¿Por qué tengo que sacrificarme yo si soy la que mejor se conserva de todas nosotras? Sería una gran pérdida.
No hubo opción. En diez minutos, Eisi y María Victoria estaban listos para cruzar la puerta. Iban de negro riguroso.
-¿A dónde van? -preguntó uno de los tipos cuando se abrió la puerta de entrada.
-A la procesión de madrugada con mi señora madre -respondió María Victoria, agarrada al brazo de Eisi, que caminaba encorvado y con la mantilla cubriéndole la cabeza.
Los hombres, respetuosos, las dejaron pasar y, sin esperar más, subieron las escaleras en busca de Eisi. Revisaron el edificio pero no estaba. Les dijimos que nos había llamado desde una isla en medio del Pacífico.
Cuando ya se habían marchado, llegó doña Monsi. Al vernos a todos allí, nos miró desconfiada. Eran más de las tres. Para no levantar sospechas, le dije que estábamos esperándola para que nos contara cómo había ido la procesión.

lunes, 10 de abril de 2017

EL GIRO DEL CARACOL
El viaje secreto de doña Monsi a Barcelona para visitar a sus amigas de la infancia la dejó inmersa en una angustia contenida que le aprisionó el alma o lo que quiera que fuera aquello que notaba por encima del estómago y que no era la faja. Más bien era una pesadez como la que se le instala cuando come judías. Aquel viaje le hizo darse cuenta de lo mal que las había tratado el paso del tiempo, aunque a ella le consolaba ver que el deterioro era más patente en unas que en otras. Por supuesto, ella se consideraba en el grupo de las otras.
La presidenta decidió que lo mejor para no caer en la degradación corporal era abrir la mente y desarrollar nuevas ideas, así que, nada más empezar la semana, nos sorprendió a todos con el anuncio de que iba a darle un giro al edificio. Ninguno podíamos imaginar que no hablaba en sentido figurado, sino al pie de la letra. Su intención era dar un auténtico viraje, de hasta 360 grados en algunos tramos, a las escaleras, sustituyéndolas por unas de caracol.
-Pero ¿estamos locos o qué? -preguntó Úrsula de forma retórica.
-Tenemos que impedir que cometa tamaña locura -dijo María Victoria, bastante angustiada, pensando que su cuerpo no podría contorsionarse tanto para bajar las nuevas escaleras y, menos, embutida en sus tradicionales "leggins".
-Si yo hasta me mareo cuando me doy la vuelta en la cama -comentó la Padilla.
-Ya lo que nos faltaba. Me niego. Pero ¿usted es consciente de lo que cuesta limpiar unas escaleras de caracol? -planteó Carmela, y yo estuve a punto de preguntarle si de verdad ella sabía lo que era limpiar.
-Bueno, me da igual lo que opinen sobre mi fantástica idea -interrumpió doña Monsi-. Esta tarde vienen los de la empresa de escaleras y punto. Soy la presidenta y se hace lo que yo digo.

Aquel deje dictatorial no nos sorprendió a ninguno. Lo que sí nos llamó la atención fue su nueva imagen más rejuvenecida. Llevaba unos pantalones vaqueros rotos, un tono caoba en su nubecilla capilar y algo de maquillaje entre las arrugas.
El encargado de montar las malditas escaleras llegó al edificio media hora antes de lo previsto, con lo que doña Monsi, que había salido a comprar un móvil para instalarse Facebook, aún no había regresado.
-Buenas tardes. Yo soy la presidenta -dijo Carmela, que no dudó en suplantar a doña Monsi.
-Vengo a tomar medidas y a echar un vistazo a las escaleras que quiere cambiar.
Carmela, envuelta en su desagradable aroma "eau" de lejía, acompañó al tipo, moviéndose como si fuera la dueña del edificio.
-Estas son -dijo ella.
-Perfecto. Le voy a mostrar el catálogo para que usted elija. Aquí tiene varios modelos -dijo señalando unas fotos-. El que más trabajamos es el "Caracol gigante africano".
A María Victoria casi le da algo cuando escuchó aquello. Se imaginó bajando por las entrañas del molusco gasterópodo y le vino un sofoco.
-Sí, muy bonita, pero verá..., le he dado vueltas y creo que las escaleras de caracol son demasiado lentas para este edificio. Aquí, siempre vamos con prisas.
-¿Entonces? -preguntó él.
Entonces, vamos a cambiar. Quiero unas escaleras que no se ensucien.
-Pero eso es complicado.
-Pero yo soy la que pago.
-No, tú eres la que limpias -le recordó María Victoria al oído, y la pobre mujer terminó con un codazo en el estómago.
Después de diez minutos de negociación, el hombre encontró lo que Carmela buscaba, se dieron la mano en señal de acuerdo y él le aseguró que al día siguiente volvería para iniciar la obra.
Cinco minutos después, doña Monsi regresó al edificio. Llevaba unas gafas de sol con cristales de espejo. Nos miró y todos quedamos atrapados en el reflejo de su mirada.
-¿No han venido los de la empresa de escaleras? -preguntó.
-Sí -le confirmó Carmela-. Mañana empiezan la obra.
-Ya verán qué bonitas van a quedar -dijo la presidenta.
-Sí, muy bonitas... Pero, más que nada, limpias -masculló Carmela, que había logrado dar un giro a la idea inicial de doña Monsi sin que ella se enterara.
No nos queda nada cuando vea que al final no hay caracol. Solo nos queda confiar en que la juventud le cambie el humor.

martes, 4 de abril de 2017

ILUSIONISMO
La transformación de doña Monsi en paloma provocó que tuviéramos que adaptarnos a un nuevo ritmo de vida. La buchona se pasaba el día revoloteando por el edificio, y eso generó un estrés desmedido en Carmela, que no solo tenía que hacer frente a las pelusas que se habían organizado y actuaban en cuadrillas, sino también a los restos pastosos y corrosivos que iba dejando la presidenta en cualquier rincón. Una mañana casi se la carga de un golpe seco con la fregona, pero Úrsula estuvo al quite y le recordó que aquella era la presidenta. Mientras tanto, Eisi buscaba una solución para deshacer el hechizo o lo que quiera que hubiera ocurrido.
-¿Y si pedimos ayuda a algún profesional?- sugirió Brígida.
-El único que podría convertirla de nuevo en humana es David Copperfield, pero no tenemos dinero para pagarle -comentó la Padilla.
-A mí me da que más que un truco de magia esto es como lo de Kafka: una metamorfosis -apuntó Neruda.
-¿Y eso qué es? -preguntó María Victoria.
-Una enfermedad del metamorfo -afirmó Úrsula, y su vecina salió corriendo por si era contagioso.
-Calma a todos. He encontrado la solución -aseguró Eisi, mientras salía del ascensor acompañado de un tipo diminuto con un sombrero de copa enorme-. Les presento al Mago Tras Tras.

Era una versión cutre y reducida de Copperfield.
-Encantada -dijo la Padilla.
-Imposible, señora. Aún no he pronunciado las palabras mágicas -dijo él, abriendo un maletín para sacar una varita.
-Traigan a la buchona -ordenó Eisi.
-Pero si no hace caso a nuestras llamadas -recordó Carmela.
-Entonces, habrá que sobornarla -dijo el mago.
Brígida, que captó el mensaje, subió a buscar restos de pan y los esparció por el suelo del portal. En cinco segundos, doña Monsi llegó volando y se posó a comer.
El Mago Tras Tras se quitó el sombrero y con la otra mano extendió la varita mágica hacia la paloma, pero, antes, se dirigió a nosotros.
-Disculpen un segundo. Mi truco será más efectivo previo pago.
-Pero ¿este no era amigo tuyo? -se quejó la Padilla a Eisi.
-Sí, compartimos celda en la cárcel. Él salió unos meses antes que yo. Hizo escapismo.
A regañadientes, depositamos el dinero dentro del sombrero. Mientras el mago se guardaba los billetes en el bolsillo, doña Monsi no paraba de picotear las migajas.
-Oiga, señor mago, como ya ha cobrado, ¿podría encender la varita esa y devolvernos ya a la presidenta? -le apremió Úrsula.
El hombre cerró los ojos, como si estuviera tratando de conectar con el más allá, volvió a extender el brazo y pronunció la frase mágica.
-¡Que la suerte te acompañe!
-Eh, quieto ahí. Queremos a la presidenta, no a Darth Vader -interrumpió Carmela, pensando en la polvareda de pelusas que levantaría la respiración del villano.
Para nuestra sorpresa, aquella frase lo único que logró fue que la paloma cayera desplomada al suelo.
-¡La ha matado! -gritó Brígida.
-Pero, tío, ¿qué has hecho? -le largó Eisi a su amigo.
-Yo… No sé qué ha fallado -contestó mientras examinaba la varita.
-Está más tiesa que una mojama -confirmó Carmela.
-Pues ahora sí que tendremos que llamar a la policía. Se ha cometido un crimen -dijo María Victoria, que se había colocado la máscara antigás por si cogía la metamorfosis.
-¡Che! Quietos todos -gritó Eisi-. No ha sido él.
-¿Entonces? -exclamó Úrsula.
-Miren ese pan. Está más pasado que la ITV de mi coche. Ha sido Brígida. Ella la ha envenenado.
-Pero ¿qué dices? Yo no he hecho nada -y empezó a llorar.
En medio de aquel alboroto, se abrió la puerta del edificio y, ante nuestros ojos, apareció doña Monsi debajo de su nubecilla capilar. Al verla, el Mago Tras Tras suspiró aliviado y recogió sus cosas.
-Bueno, señores, me marcho con la satisfacción del deber cumplido. Les he devuelto a su presidenta.
-Pero ¿qué es todo este lío? -preguntó doña Monsi, dejando la maleta en el suelo-. Me voy dos semanas a Barcelona y la que montan.
Saber que Brígida no había matado a doña Monsi nos devolvió la tranquilidad, pero nos dejó una magua y la duda de saber si, en algún momento, aquella paloma albergó su alma o todo fue fruto de nuestra imaginación.
Lo que sí es una verdad irrefutable es que el Mago Tras Tras hizo caja.