Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 10 de marzo de 2014

LAS SUPERNANIS 
(septiembre 2013)
Suelo creer lo que me cuentan pero la tarde en que Bernardo tocó en mi puerta para decirme que Úrsula se había ofrecido a cuidar al bebé de Chaxi y Juanpe le pedí por favor que se dejará de bromitas. Sobre todo, porque me había interrumpido justo cuando le estaba empezando a coger el tranquillo al taladro, después de dos días de entrenamiento para intentar soportar su peso antes de lanzarme a perforar la pared. Insistió tanto en contármelo que dejé el arma sobre la mesa y me senté a escucharle con cara de falsa interesada.
Al parecer, todo empezó porque, después de varios meses en el dique seco tras haber sido relegada de su puesto de presidenta de la comunidad, Úrsula necesitaba sentirse útil y, viendo que en este edificio casi todos -menos Tito el hijo de la Padilla- trabajamos, tomó la decisión de ofrecerle sus servicios a la joven pareja. Por fortuna, ambos han pasado a ser dos de las 31 personas que redujeron las cifras del paro en agosto, según me enteré el lunes cuando Rajoy preanunció los datos. En fin que, desde hace una semana, Chaxi ayuda al señor Chen-Yu en sus charlas de cultura china y Juanpe encontró trabajo como conserje en el edificio de enfrente, algo que no ha gustado nada a la Padilla. Pero eso lo cuento otro día.
Total que, aprovechando que están ocupados, Úrsula les dijo que a ella y a su hermana no les importaba cuidar de su bebé por un módico precio. Como seguía sin poder creerme la historia, el jueves por la tarde hice guardia en la escalera y, cuando escuché que Chaxi subía a dejarles el niño porque era la hora de la charla china, lo confirmé con mis propios ojos. Aun así y como no pude reprimir mi curiosidad de ver a Úrsula con un bebé, subí a casa de las hermanísimas y toqué en la puerta con la excusa de pedirles un poco de azúcar. Después de insistir tres veces, por fin me abrieron y estuve a punto de no cruzar la puerta por culpa de un olor terrible que flotaba en el salón. 

Brígida, me hizo un gesto apurado de que entrara rápido y, sin más, egresó corriendo a la mesa del comedor donde tenían acostado al bebé que no paraba de llorar. “No sabemos qué hacer”, me dijo Úrsula angustiada, mientras analizaba al niño como si fuera un muñeco al que no le encontraba el botón para desconectarlo. “Y encima, de repente, ha empezado a oler mal”, añadió Brígida asustada y con cara de repugnancia. “Si sigue así terminará pudriéndose y ¿qué le vamos a decir a la madre?”. Como pude, contuve la respiración, me acerqué al bebé y le cambié el pañal. Las hermanísimas no daban crédito a lo que acababa de hacer. Pensaron que era magia o santería y, agradecidas, se ofrecieron a subcontratarme para que cada tarde hiciera lo mismo pero yo les dije que era imposible porque me había apuntado a clases de macramé de lunes a domingo. Mentí.

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