Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 10 de marzo de 2014

HAN PERDIDO EL JUICIO 
(junio 2013)
El lunes Carmela llegó con la intención de dejar el edificio pero, a su edad, es consciente de que no va a encontrar otra cosa mejor por mucho que su cuñada le insista en que presente su currículum en la nueva tienda de chinos que acaba de abrir en la Rambla Pulido.
Tras el terrible accidente en el que estuvo a punto de envenenar a Tito, el hijo de la Padilla, creyendo que le servía un gin-tonic cuando en realidad era lejía, se siente vigilada. Y eso que todavía no se ha enterado de que en el barrio ya la conocen como “la bruja de la escalera”.
Después de una semana, Tito ya ha empezando a emitir sonidos, aunque prefiero no repetir lo que se le oye decir todas las mañanas por la ventana del patio cuando se despierta y trata de que el café con leche le pase por la garganta. Menos mal que Carmela a esa hora está limpiando las escaleras y no puede escucharlo que, con lo sensible que es, se quedaría de piedra.
El problema está en que la Padilla, y actual presidenta de la comunidad, quiere denunciarla por intento de homicidio y ha pedido a don Matías, el sacrificado médico contratado por el edificio, que le haga un informe cuanto antes para poder llevárselo a su abogado. Bernardo, el taxista y yo hemos intentado convencerle de que no lo haga, que fue un accidente y que la pobre Carmela se equivocó de botella. Pero la anciana no entra en razones y ya se presentó en comisaría.
Por otro lado, y con tal de enfrentarse a la nueva presidenta de la comunidad, las hermanísimas se han metido también en el ajo y Úrsula, que hace unos años hizo un curso a distancia de Derecho Comunitario (en el más estricto sentido vecinal) se ha ofrecido a defender a Carmela y le ha ordenado a Brígida que recupere todos sus apuntes para ir preparando el caso. El jueves la Padilla se cruzó con Carmela en la escalera mientras esta pasaba el trapo por el pasamanos y le comunicó que, en breve, recibiría una citación judicial porque un amigo suyo que trabaja en los juzgados había colocado su expediente el primero de una tonga inmensa que tiene el juez en su mesa. “Así que pronto te llamarán a declarar”, le amenazó. “Y ten cuidado ese día no te vayas a echar insecticida en lugar de perfume que se ve que no distingues entre lo bueno y lo malo”.

Carmela se puso tan nerviosa que empezó a subir y bajar las escaleras y, antes de que levantara la madera del pasamanos de tanto frotar, Bernardo y yo decidimos llevarla a tomar aire fresco a la calle. No sé si fue peor el remedio porque, a la vuelta, colgado en la puerta del ascensor, vimos un cartel que decía: “Siga en directo la retransmisión del juicio de la presunta asesina de la escalera” y, en el bordillo de la escalera, el nieto de la Padilla que ya terminó las clases, nos grababa con la cámara de vídeo que le habían dejado por su cumpleaños.

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