Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 10 de marzo de 2014

SE BUSCA PISO (II)
(enero 2013)
Cada vez estoy más convencida de que si algún responsable de Hollywood pasara por el edificio le daría a Úrsula el Oscar a la mejor interpretación femenina y a Brígida, el de actriz de reparto. Menuda semanita nos han dado a cuenta de la visita imprevista de don Prudencio. El propietario vino a rescatar uno de los pisos para su hija, que se casaba dentro de un mes, y dejó la decisión del desalojo en manos de las hermanísimas. No hizo falta que yo le contara a nadie que lo escuché por casualidad en la escalera porque a los diez minutos ya habían convocado una reunión “súper extraordinaria, urgente y de última hora” para comentar la noticia. Como no podía ser de otra manera, entre los vecinos saltaron chispas y nadie quiso ofrecerse de forma voluntaria, así que empezaron las justificaciones de defensa. 
Bernardo, el taxista se echó flores diciendo que el edificio no podía prescindir de alguien como él y, mucho menos, después de haber protagonizado la exitosa serie Taxi in the city que empezará a emitir Canal Capital la próxima semana. El tesorero y su mujer también se negaron a entrar en el mismo saco que el resto: “Mi marido es el único que sabe cómo están las cuentas de la comunidad y si quieren que siga habiendo transparencia y evitar desfalcos, nosotros debemos seguir en el edificio”, dijo ella. La Padilla intentó saltar como una leona pero su hijo -el de la empresa de camellos- la frenó en seco y fue él quien tomó la palabra. “Nosotros -dijo señalando a su madre- tenemos algo muy preciado que sabe lavar, planchar, cocinar y siempre está en casa. Es una garantía, así que si un día alguno de ustedes la necesita, saben que pueden contar con ella”.

Qué manera de venderla, señor. Cada uno se fue justificando para evitar el desahucio y al final todas las miradas quedaron centradas en mí como si yo fuera la candidata perfecta a abandonar el piso. Disimuladamente, Úrsula se acercó y me susurró que si no me ofrecía voluntaria, entonces ella tendría que tomar una decisión difícil. Me sentí como si mi abogado me estuviera diciendo: “Declárese culpable o le caerán diez años más”. En fin, que aquella tarde supe que yo era la escogida. El resto de vecinos también lo tuvo claro. Por fin el jueves, que era el día en que don Prundencio quería tener la respuesta, no salí de casa, temiendo que aquel fuera mi último día allí dentro. A las siete de la tarde sonó el timbre y al abrir, me encontré con las caras avinagradas de las hermanísimas pegadas a la puerta. “Entiendo” -les dije antes de que empezaran a hablar- “Ya sé que tengo que abandonar el piso”. Úrsula no me dejó terminar, empujó la puerta, entró y, mientras aprovechaba para curiosear en mi salón, me dio la buena nueva: “Has tenido suerte niña. Don Prudencio ha cancelado la boda. Descubrió a su futuro yerno haciendo desvíos contables a Suiza”. Un escándalo.

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