Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 28 de mayo de 2018

LO QUE SE LLAMA UN PUCHERAZO
Cuando encontramos a Brígida sudando como un pollo en medio de la escalera y preguntando si habíamos visto a su hermana pensamos que sufría un sofoco menopáusico pero María Victoria, desconfiada, hizo un cálculo digital y, tras agotar los dedos de las dos manos, confirmó que nuestra vecina habría superado esa etapa hacía una década. Yeison insistió en que tenía que haber una explicación científica y generó un debate que desembocó en una situación de pánico incontrolado.
-Esto no es normal -comentó Carmela con la barbilla clavada en el escote y tratando de despegarse la camiseta mojada de una masa de grasa en el abdomen con la que convivía desde las últimas navidades.
-Parecer fuego dragón chino -se quejó Xiu Mei que se abanicaba sin parar.
-Esto es culpa del cambio climático -aseguró María Victoria.
-Pues no me extraña, ¿ustedes han visto la cantidad de laca que se echa la presidenta para sujetarse los cuatro pelos que tiene? -se quejó Eisi mientras encendía un cigarrillo.
-Por favor, alguien ha visto a mi hermana -volvió a preguntar Brígida destilando cada vez más sudor.
La Padilla intentó tranquilizarla pero sin acercarse mucho a ella que empezaba a oler a rancio.
-Perdón que les interrumpa, señores -preguntó de repente un desconocido que bajaba las escaleras envuelto en un traje chaqueta y con la cara empapada-. ¿Les interesa una enciclopedia?
-¿Y usted quién es? -preguntó María Victoria.
-Vendo a domicilio. Vi la puerta abierta del edificio y pensé: aquí seguro que me compran el tomo que me queda.
Yeison nos miró con los brazos en modo excusa: "No puedo estar en todo".
-¿Y qué tomo le queda?
-El que va de la P a la T
-¡Que suerte! ¿Podría mirar un segundo en la ese de sudores a ver qué dice? -le pidió la Padilla.
-Por favor, eso lo podemos mirar en gugel -le recordó Eisi haciendo eses con el humo del cigarro.
-¡Ni se les ocurra encender el ordenador! -gritó María Victoria-, he oído decir que es lo peor para el calentamiento.
-¿Alguien ha visto a mi hermana? -insistió Brígida.
Todos negamos con la cabeza pero un grito inesperado nos obligó a parar en seco. Era la voz de Carmela.
-¡Aquí! Rápido. He encontrado a Úrsula.
Salimos corriendo como hordas desbocadas hacia el rellano del primero.
-¿Dónde? -preguntó su hermana desquiciada.
-Ahí -señaló Carmela.
-Pero si eso es un charco -dijo decepcionada María Victoria.
-Es ella. Se ha derretido con este calor horroroso.
Al escuchar aquello, la Padilla sintió que un fuego interno le recorría el cuerpo y le arrancó el abanico a Xiu Mei.
-Rápido -apremió Carmela al vendedor de enciclopedias-, busque ahí cómo se puede pasar a una persona del estado líquido al sólido.
-¿Y eso por qué letra lo busco? -preguntó agobiado.
-Por la I de imposible -respondió Eisi.
-Pero es que este es el tomo de la P a la T -recordó él.
-Pues, entonces, tenemos que recuperar el tomo de la I. ¿A quién se lo vendió? Intente acordarse -le ordenó Carmela mientras lo zarandeaba.
-A una señora que encontré antes de entrar al edificio -confesó temblando de tanto meneo.
La temperatura era cada vez más alta y Xiu Mei cayó desplomada.
-¡Vamos a morir todos! ¡Wi gona dai! -vaticinó Yeison.
-¡Basta ya! -gritó doña Monsi que, en ese momento, entraba de la calle con un libro en las manos.
-Ella fue la que me compró el tomo -la identificó el vendedor.
-Sí. Quería ver si la imbecilidad tiene cura pero acabo de comprobar que no -sentenció al ver cómo Brígida le hablaba a un charco de agua.
La tensión crecía por momentos. De pronto, el sonido del ascensor atrajo nuestras miradas. El aparato se detuvo y esperamos ansiosos a ver quién salía de allí.
-¡Úrsula! -gritó Brígida al ver a su hermana de cuerpo entero.
-¿Pero dónde demonios estabas? -preguntó Carmela.
-Ay, niña, que me pasé por el banco a firmar las políticas de privacidad y he estado más de dos hora con el lío ese. Estaba ya desesperada y vine corriendo porque me dejé el puchero al fuego. ¿No notan el calorcito?

lunes, 21 de mayo de 2018

HAY FLECHAS Y NO SON APACHES
Fue ver a la nueva farmacéutica y Eisi empezó a sufrir los estragos del amor. Tanto es así que el miércoles una ambulancia se lo llevó a Urgencias, aquejado de un fuerte dolor en el pecho. Brígida le echó la culpa a Cupido y a su manía de atravesar corazones disparando flechitas, así que, temiendo que la siguiente fuera ella, corrió como alma que lleva el diablo para encerrarse en casa. Al parecer tiene verdadero pánico al amor. En medio de la huida, la mujer tropezó y rodó escaleras abajo como las pelusas. Quedó tirada en el suelo despatarrada de tal forma que, cuando vinieron los de la camilla, no sabían si hablarle a la cabeza o a la pierna derecha. En apenas cinco minutos se habían llevado a dos vecinos del edificio al hospital.
Ante semejante panorama, Yeison decidió activar el protocolo de emergencias.
-Halcón rojo a bestia parda -gritó a través de la megafonía del edificio.
-¿Pero qué pasa ahora? -gritó Carmela.
-Alguien voló sobre el nido del cuco -contestó él.
-¡Habla en cristiano, hombre! -protestó la Padilla.
-Tengo que hablar en clave por si nos escucha el enemigo. Estamos ante un código rojo extremo y por eso he activado el protocolo.
-¿Y quién te manda a activar nada? La presidenta soy yo -le recordó doña Monsi.
-Y yo, el encargado de la seguridad del edificio.
-¿Seguro? -preguntó la Padilla.
-De eso no tengo. Yo voy a la sanidad pública.
-Pues, chico, vuelve a pedir cita.
-Bueno, ¡basta ya! -interrumpió doña Monsi mientras le hacía un gesto a Yeison para que explicara la emergencia.
-Señoras, estamos cayendo como moscas. Primero Eisi y, después, Brígida. De continuar con este ritmo de bajas, no nos quedará más remedio que poner en marcha el plan de repoblación inminente. Si no lo hacemos, el edificio se quedará totalmente vacío y desaparecerá para siempre.
Aquellas palabras nos dejaron heladas. Bueno, no sé si fue eso o que la puerta del portal se había quedado abierta y entraba una corriente de aire que tumbaba patrás. María Victoria tragó saliva y preguntó.
-¿Y qué podemos hacer? ¿Reproducirnos?
-Esta tía solo piensa en eso -se quejó Carmela.
-Lo primero es encontrar al culpable de todos nuestros males. Se llama Cupido.
-¿Y cómo sabremos que es él? -preguntó María Victoria.

-Va desnudo -explicó Yeison.
-¡Vaya! -exclamó Úrsula.
-¡Vayamos! -exclamó María Victoria.
De pronto, un golpe seco llamó nuestra atención.
-Habrá sido una pelusa contra la pared. La nueva camada viene con fuerza -comentó Carmela.
Un suspiro volvió a captar nuestra atención.
-Ay, amor mío, qué guapo eres -le susurró la Padilla con voz enamorada a Yeison.
-¡Atrás! -alertó él, apartando a la mujer que le estaba poniendo morritos con los ojos entornados-. El diosito volador le ha disparado una de sus flechas a la Padilla.
-¿Dónde está? -preguntó Carmela con la fregona en alto a lo Star Wars.
-Déjate de tonterías. Hay que esconderse.
Alguien señaló el ascensor. Aunque costó encajarnos, al final lo conseguimos. La Padilla continuaba bajo los efectos de la flecha amorosa y no separaba sus labios de no sé qué parte del cuerpo de no sé quién de nosotros. En aquel aparato, todos éramos una masa común.
Allí permanecimos al menos tres horas. Cuando ya no quedaba oxígeno y aquello empezaba a oler a humanidad, Carmela propuso abrir la puerta y arriesgarnos a un disparo del niño alado. Con cuidado, asomó la cabeza y un corrientazo de aire le recordó que la puerta del portal seguía abierta. En el suelo, tres plumas, confirmaban que Cupido se había marchado.
-El pájaro ha abandonado el nido -anunció Carmela y salimos de allí disparados como el corcho de una botella.
La masa compacta de nuestros cuerpos terminó en el suelo. Unos sobre otros. Hubo un silencio que solo rompió la Padilla con un "te quiero amor mío".
-Un señor que pasaba por delante del edificio vio el desaguisado y avisó a una ambulancia. Por suerte no hubo que activar el plan de repoblación inminente porque, en ese momento, Eisi y Brígida regresaban del hospital.

lunes, 14 de mayo de 2018

RECUERDA LO MÍO
Cuando hace unos meses la presidenta nos informó de que había alquilado el bajo para una peluquería se nos pusieron los pelos de punta. A ninguno nos gustaba la idea de que el portal se convirtiera en un trasiego de gente ajena al edificio, pero, con los meses, nos hemos ido acostumbrando porque Rita, la peluquera, tiene una manera tan particular de lavar el pelo que pasas a otra dimensión. Tal es así que, el otro día, Brígida se quedó dormida en el lavacabezas y se perdió una de las semifinales de Eurovisión. Para evitar que montara una escenita, le dijimos que Kim Jong-un, líder supremo de la República Popular Democrática de Corea, había dado la orden de cargarse el programita de marras.
María Victoria, las hermanísimas, la Padilla y doña Monsi se han hecho adictas a la peluquería y acuden al menos un par de veces a la semana y, desde que se ha dejado barba, también Eisi ha empezado a ir. Él intenta pasar inadvertido pero el martes lo descubrimos entrando de puntillas como un vulgar fugitivo. Con disimulo, Carmela se acercó para tratar de averiguar qué se iba a hacer.
-Le ha pedido a Rita que le recorte la barba como a un hámster -nos contó cuando regresó de la expedición investigadora.
Desconcertada, Úrsula envió a su hermana para profundizar en aquella afirmación.
-Es hipster, no hámster -aclaró Brígida ya de vuelta.
Estábamos a punto de marcharnos, cuando vimos acercarse a María Victoria con cara de preocupación.

-Eh, chicas. ¿Alguna ha pasado por la pelu?
Todas levantamos la mano.
-¿Y no sienten que les falta algo?
-Sí. Un billete de 20. La Rita se está pasando con los precios -se quejó Úrsula.
-No. Me refiero a algo más personal, algo íntimo.
-¿La virginidad? -preguntó Brígida.
-No. Más arriba. Es como si hubiera perdido cosas de mi pasado. Cuando Rita me lava el pelo me restriega tanto que yo creo que me ha arrancado algunos recuerdos. Fíjate que ya ni me acuerdo cómo me llamaba mi ex cuando quería que le planchara las camisas -lamentó María Victoria.
-Te arrancó la memoria y, de paso, la poca cordura que tenías -farfulló Carmela mientras derramaba, sin control, lejía en el cubo.
Ante aquel extraño robo, hurto o lo que quiera que fuera, intentamos tranquilizarla.
-Respira profundo. Seguro que, de un momento a otro, te viene otra vez a la cabeza -dijo Úrsula.
María Victoria apretó los ojos con fuerza pero nada. Seguía en blanco.
-¿Qué hacen ahí paradas como cotorras? -preguntó la presidenta doña Monsi que subía de la peluquería con un tupé que ni Loquillo en la ladera del Tibidabo en un viejo Cadillac de segunda mano.
-Estamos buscando algo -le explicó Brígida apuntando con la ceja derecha arqueada a María Victoria-. No se acuerda de cómo le llamaba su ex cuando?
-Meloncito mío -interrumpió doña Monsi.
-¡Eso! Pero y usted? ¿Cómo lo sabe? -se extrañó María Victoria.
-Ni idea. Me salió sin pensarlo -dijo la presidenta tocándose la lengua con los dedos como si las palabras que acababa de pronunciar le hubieran dejado algún cisco.
No podíamos salir de nuestro asombro y Úrsula dedujo que no había ninguna duda: Rita era la culpable de aquel trasiego de recuerdos.
-Al frotar tan fuerte cuando nos lava el pelo arrastra los pensamientos y recuerdos de una cabeza a otra -afirmó rotunda.
-¡Dios mío! -gritó Brígida-. No me acuerdo del día de mi boda.
-¿Estás tonta? Nunca te has casado -le reprendió su hermana.
La primera dio un respingo y le echó en cara: "¿Quién es usted para gritarme así?"
-Brígida, por favor, déjate de tonterías.
-Eh? tú. Bájame el labio. Con mi hermana no te metas -le advirtió Eisi, que salía de la peluquería tocándose la barba hipster que en realidad parecía un hámster.
Estaba claro. Teníamos los recuerdos intercambiados así que esa misma tarde, bajamos todos juntos a la peluquería para que Rita colocara cada uno en su cabeza.
Por fin, ya está todo en su sitio pero, con tantos lavados, ahora Eisi lleva el peinado de doña Monsi.

lunes, 7 de mayo de 2018

EL CABALLERO DEL ZODIACO
El comportamiento de Brígida en los últimos días puso en alerta a Úrsula que achacó la extraña actitud de su hermana al efecto que le causaba no poder ver los programas del corazón, después de que un terrible enfrentamiento entre contertulios desembocara en la explosión del aparato de televisión. Para que pudiera superar la tremenda pérdida material, Úrsula le descargó una aplicación del móvil donde consultar cada día el horóscopo. Pero ha sido peor el remedio. Brígida se ha enganchado de tal forma a su nuevo entretenimiento que, aunque el técnico le ha devuelto la tele ya arreglada, no quiere saber nada de ella y se pasa el día consultando lo que le dice la voz del caballero del zodiaco.
"Hoy disfrutarás de una velada íntima con alguien muy especial", escuchó sentada en el váter mientras de reojo, a través del espejo empañado del baño, vislumbró un cuerpo desnudo que salía de la ducha.
Por fin, el señor del horóscopo le había puesto allí a su "alguien muy especial". Sin pensárselo dos veces, se lanzó contra aquel torso húmedo.
-Te voy a preparar unos espagueti carbonara que te vas a chupar los dedos. ¡Tigre, mío! -gritó ella.

-Pero, ¿qué haces? -se quejó Úrsula tratando de mantener el equilibrio para no caer enredada en la cortina del baño-. Estás obsesionada.
Cuando Brígida se dio cuenta de que aquella cosa empapada en agua no era su cita sino su hermana, huyó decepcionada a la habitación.
A la mañana siguiente, la voz de Carmela, avisando puerta por puerta de que Yeison y Brígida se estaban peleando en medio del portal, nos sobresaltó. Eisi bajó de tres en tres los escalones para coger sitio y la presidenta, doña Monsi, amenazó con empezar a poner multas para reducir los cada vez más frecuentes altercados en el edificio. Al llegar, nos encontramos con la escenita.
-Si yo digo que entra, entra -gritó él.
-Pues si yo no quiero, no entra -gritó ella.
-Qué vergüenza y, encima, a plena luz del día -gritó la Padilla, achicando los ojos por si al final lo que quiera que fuera entraba.
En medio del barullo, un señor con un carrito azul interrumpió para pedir que se decidieran de una vez.
-¿Y este quién es? -preguntó doña Monsi.
-El cartero. Ha venido a traer correo para evribodi pero Brígida no le deja entrar. Por el horóscopo -explicó Yeison.
-Pues yo soy Virgo -dijo Eisi.
-Y yo, Leo -comentó Carmela.
Doña Monsi miró incrédula a los dos.
-Aquí nunca hemos mirado el sexo, ni la raza, y mucho menos el horóscopo para dejar entrar -recordó la presidenta-. ¿Qué chanchullo es este ahora?
-Que no es eso. Es por lo que dice mi horóscopo de hoy -aclaró Brígida.
Desesperada, su hermana le arrancó el móvil de las manos y pulsó la aplicación zodiacal:
"Tendrás que tener cuidado: Alguien vendrá a darte una mala noticia", dijo la voz.
-No quiero que el tipo ese me entregue ninguna carta -lloriqueó.
Ante el estado de agitación extrema en que se encontraba la mujer, convencimos al cartero para que dejara el correo y se marchara, que ya nos encargábamos nosotros de repartirlo.
A primera hora del viernes, escuchamos de nuevo lío en las escaleras.
-¡Rellano del segundo piso! -avisó Carmela sin aliento mientras subía al lugar del escándalo seguida del resto de vecinos.
Allí encontramos a las hermanísimas.
-¿Y ahora qué pasa? -preguntó doña Monsi.
-Mi hermana, que quiere que avisemos al cartero -explicó Úrsula.
-Por favor, que venga urgentemente -nos rogó Brígida de rodillas.
-Qué detalle. Vas a pedirle perdón por lo de ayer. Veri güel fandango -aplaudió Yeison.
-Ni de coña -dijo Úrsula que le arrancó el móvil de las manos a su hermana para que escucháramos al caballero del zodiaco.
"Hoy vas a recibir una buena noticia".
-Yeison, sube la carta que dejó ayer el cartero para ella -ordenó la presidenta.
El chico regresó enseguida con la misiva. Desesperada, se la arrancó de las manos y leyó: "Mañana, día de la sama roquera en nuestra sección de pescadería. Grandes descuentos para toda la familia".