Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 10 de marzo de 2014

TRAS EL RASTRO
(octubre 2013)
La Padilla lleva cinco días desaparecida y nadie sabe dónde puede estar. Me enteré de casualidad cuando vi cómo la policía interrogaba a Loli, su cuñada, a la que un día antes había medio contratado para limpiar la escalera del edificio, dada la situación de insalubridad insostenible a la que habíamos llegado, tras la marcha de Carmela y del fracaso de Lin Yao. A mí también me hicieron un par de preguntas pero poco pude aportar a la investigación. Yo no vi nada. Mejuto, que no quiere que sus vecinos de clase alta y que se encuentran acogidos temporalmente en nuestro edificio pasen un mal trago, se convirtió en portavoz de todos ellos y declaró que tampoco sabían nada ni habían visto nada. Tito es el único que no para de hablar con los agentes. El hijo de la Padilla está desquiciado. Piensa que la han secuestrado para pedir un rescate y Úrsula, que ha vuelto a sacar el rejo, dice que lo más probable es que se haya largado para no tener que hacer frente a la enorme deuda que acumula el edificio, después de que su propietario regresara a Venezuela. 
Ante tanta palabra cruzada, Bernardo y yo hemos tenido que tranquilizar a los vecinos que piensan que si no aparece la Padilla (heredera amantísima de Terencio) nos quedaremos en la calle. Úrsula, aprovechando la situación, le ordenó a su hermanísima Brígida que redactara un escrito que luego colgó en la puerta del ascensor anunciando que, hasta la reaparición de la Padilla, ella se hará cargo del edificio y, por tanto, recupera las funciones de presidenta. Obviamente, se armó el lío y más por parte de Tito que le lanzó la dramática frase de: “No hemos encontrado el cuerpo y ya la estás enterrando”. Como siempre intenté calmar los ánimos apelando a que lo importante ahora era encontrarla cuanto antes y que lo peor que podíamos hacer era enfadarnos entre nosotros. Úrsula me echó una mirada mortal y Brígida me clavó el codo en la boca del estómago. El jueves la situación empeoró aún más porque los vecinos acogidos del edificio de enfrente decidieron regresar de nuevo a sus viviendas, a pesar de que están precintadas por riesgo de derrumbe. Dicen que no soportan tantas tonterías y enfrentamientos, que ellos están acostumbrados a otra cosa. 

Los agentes que siguen el caso de la desaparición de la Padilla dieron parte a comisaría y esa misma tarde fueron desalojados a la fuerza y reubicados otra vez en nuestro edificio. “Nosotros tampoco estamos acostumbrados a vivir con delincuentes”, le espetó Bernardo a Mejuto. A estas alturas no hay rastro de la desaparecida y me temo lo peor. Con tanto río revuelto, Úrsula ha cogido los mandos y ha puesto de nuevo a Carmela a limpiar las escaleras a pesar de que la policía dijo que no tocásemos nada. “Tú limpia. Estos se creen los del CSI ese de Miami y no se enteran de nada”. Pero ayer, Carmela subió a mi casa con la cara desencajada y me contó que mientras fregaba había descubierto algo que podría llevarnos hasta la Padilla.

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