Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 27 de junio de 2016

DERECHO OBLIGADO
La presión a la que nos ha sometido doña Monsi en estos días no tiene nombre. Como estaba previsto, la presidenta viajó el viernes a Barcelona para votar en su colegio electoral, pero, antes, dejó programados unos mensajes de voz que han estado sonando de forma insistente en el hilo musical del edificio todo el fin de semana. "Queridos vecinos, este domingo tienen que ir a votar. Si no lo hacen, tomaré medidas drásticas", dejó grabado con un tonito de amenaza.
-¿Esta señora es tonta o qué? -preguntó Eisi, que tenía claro que no iría a votar porque nunca ganan los que él quiere.
-Pues yo pienso hacerlo desde primera hora, que es cuando va la tele -dijo María Victoria, marcando silueta con un modelito que acababa de comprarse para estrenar ese día.
La que estaba amulada era la Padilla, porque le había tocado ser presidenta de una mesa electoral y ella, desde que se quedó sin Cinco Jotas, no quiere salir de casa.

-Me niego a ir -nos aseguró.
-¿Tú estás loca? Si no vas, te meterán en la cárcel. Además, ¿tú no querías ser presidenta? -le preguntó, tratando de animarla.
-Sí, pero no de una mesa y custodiando una caja de cristal con sobres.
El sábado, cuando todos estábamos de reflexión, Úrsula se encontró en la puerta del edificio con un señor raro y le preguntó si buscaba a alguien.
-Eso me lo tendrá que decir usted, señora.
-El forastero se pasó todo el día al sol. Después de hacer un par de preguntas, Eisi averiguó que doña Monsi había contratado al tipo como portero automático.
-No me lo puedo creer. Otro gasto inútil -lamentó Carmela mientras le echaba lejía al cubo con un cuentagotas.
-Pues a mí me parece una idea genial -dijo María Victoria, que se pasó el día haciendo uso del pobre hombre cada vez que volvía de la calle.
-¿Qué piso? -le preguntó él cuando, por la tarde, ella regresaba de comprarse unos zapatos para estrenar también el día de las elecciones.
-El que quieras -le contestó inflando el pecho y mostrando una ristra de botones que le bajaban desde el canalillo hasta la cintura.
El domingo, los mensajes de doña Monsi, recordándonos que teníamos que ir a votar, empezaron a resonar desde las cuatro de la madrugada.
-¡Ya está bien! -se quejó la Padilla, que, con tal de no escucharla más, decidió acudir a su colegio electoral y actuar como presidenta de la mesa.
Las hermanísimas y Bernardo también optaron por ejercer su derecho al voto y acabar con aquella tortura cuanto antes. Todos coincidieron en el ascensor, que, de repente, se paró en seco. El sonido del botón de alarma y unos gritos enlatados nos despertaron al resto.
-En calzoncillos, Eisi les pidió calma: "Hay tiempo. Los colegios electorales no cierran hasta las ocho".
-Sácanos de aquí -gritó Úrsula, mientras la voz de la presidenta seguía sonando a través del hilo musical en un bucle sin fin.
-Eisi se pasó toda la mañana intentando abrir el aparato pero no había manera. A las diez en punto, María Victoria salió embutida en un vestido de seda rojo.
-Vaya, qué pena que no puedan ver lo espectacular que estoy, pero, tranquilos, que saldré en la tele -les dijo a través de la puerta del ascensor.
Eisi con la ayuda de dos colegas más seguía intentando el rescate, pero fue imposible, y solo cuando faltaba media hora para que cerraran los colegios electorales, decidió llamar a los bomberos, que, al llegar, le pidieron al portero automático que les dejara pasar. El hombre se negó hasta que no le dijeran a qué piso iban.
-No sabemos. Es una emergencia.
-Lo siento, solo puedo pulsar si tienen claro a qué piso van.
La discusión se prolongó durante más de veinte minutos hasta que, por fin, nuestro portero automático les dejó entrar.
A las ocho en punto consiguieron abrir la puerta del ascensor.
-Padilla, me da que vas a ir a la cárcel -le advirtió Eisi.
-Más me preocupa cuando doña Monsi se entere de que no fuimos a votar -dijo ella y, en ese momento, el hilo musical volvió a escupir la voz de la presidenta; esta vez, con un mensaje nuevo: "Espero que hayan cumplido".

lunes, 20 de junio de 2016

ESTO ME SUENA RARO

La cercanía de las elecciones el próximo domingo ha puesto nerviosa a doña Monsi que tendrá que volver a viajar hasta su colegio electoral en Barcelona para depositar, otra vez, el voto. Antes de comprar el billete, la presidenta le mandó una carta al Gobierno de España, quejándose del trastorno que le ocasionaba todo esto y preguntando a los responsables si no les valía con el que ya había dejado en la urna en diciembre y que seguro que podrían localizarlo sin problema porque llevaba el aroma de unas gotitas de Chanel nº 5. 

Obviamente, la carta no obtuvo respuesta y, después de echar todo tipo de palabras malsonantes por la boca, fue a la agencia de viajes y sacó el billete en preferente. Se marcha este viernes y estará fuera solo tres días. Suficientes para respirar algo de tranquilidad sin ella.

En realidad, lo malo no es que vuelva sino que se vaya porque, cada vez que viaja, la presidenta se pone a centrifugar ideas para el edificio, como si pensara que no va a regresar y quisiera dejar su huella bien profunda para que la recordemos siempre. Lo que ella no sabe es que nunca la vamos a olvidar.

- Hay que darle vida a este edificio. Lo veo bastante soso -nos comentó la otra noche cuando, al bajar la basura, todos coincidimos en el portal. 
- Soso y apestoso -se quejó Brígida- Tenemos que organizarnos para bajar por turnos o un día de estos moriremos asfixiados.

- ¿Y qué idea tiene para animarlo? -le preguntó María Victoria, tratando de evitar que nos diéramos cuenta de que el pestazo provenía de una de sus bolsa que contenía los restos de unas potas descompuestas después de tres semanas.

- Yo creo que hay demasiado silencio aquí dentro.
    -¿Silencio? -saltó Bernardo pensando en lo que le cuesta pegar ojo cada noche por culpa del volumen que le ponen sus vecinas a la tele.

    La conversación se quedó ahí hasta que, el jueves, doña Monsi nos comentó que ya tenía la solución para terminar con la monotonía silenciosa del edificio.
    - Voy a cambiar los timbres.
    - ¿Qué timbres? -preguntó Úrsula desconcertada.

    - Los de la puerta, aunque tampoco estaría mal que fuera el de tu voz -contestó la presidenta con un tonito desagradable.

    A Carmela aquello le pareció un gasto inútil y se quejó de que no hubiera dinero para comprar lejía pero sí para despilfarrar en la “chorradita” de los timbres”.

    - No te quejes que, por lo menos, todavía, te dejo coger agua. Vete pensando cómo vas a fregar las escaleras cuando te corte el grifo -le amenazó.

    - A mi las escaleras me importan un bledo; lo que me preocupa es que no podamos ducharnos si nos quita el agua porque eso, unido al olorcito de las bolsas de basura, va a convertir esto en una pocilga -advirtió Bernardo. 

    Aquella expresión espontánea provocó que la Padilla soltara alguna lagrimilla, pues se acordó de Cinco Jotas, su adorado cochino que ahora vive con una desconocida en Vilaflor.

    La discusión tenía todas las papeletas para acabar mal, así que doña Monsi dio unas palmaditas para centrar la atención.

    - A ver -dijo sacando un papel- He mandado a pedir los timbres a una empresa japonesa y voy a dejar que cada uno elija la melodía que quiera para el suyo.

    - Ños, qué moderna la señora -comentó Eisi que ya tenía claro que la suya sería algún tema de AC DC. 

    Aunque tuvo dudas al principio, por la nostalgia, la Padilla terminó decantándose por la música de la serie de dibujos de Pepa Pig, mientras María Victoria escogió un tema de Bertín Osborne. El problema llegó con las hermanísimas ya que Úrsula se empeñó en la sintonía del telediario y Brígida, en un bolero. Al final, el técnico tuvo que colocar dos timbres para la misma puerta.

    La insuperable idea de doña Monsi rompió la tranquilidad sonora del edificio; sobre todo, porque Bernardo eligió el himno de España y, como está obsesionado con la Eurocopa y ha invitado a todos sus amigos a ver los partidos a casa, cada vez que suena el timbrecito, su mujer grita por todo el pasillo ¡Gooool!, creyendo que Iniesta acaba de marcar y el vecino del edificio de enfrente, un viejo militar retirado, se pone firme. 

    lunes, 13 de junio de 2016

    UN ARGUMENTO DE PESO
    La llegada de una báscula al edificio sembró el caos. No tanto porque se trataba del primer hurto de Eisi desde que salió de la cárcel como porque la maquinita nos sometió a todos a un estrés injustificado. Nada más verla en una esquina del portal, Carmela se lanzó a probarla y, al confirmar que aquella cosa fea y herrumbrosa marcaba más que cuando llevaba a las mellizas en el útero, entró en un estado de histerismo tal que el padre Dalí se preparó por si tenía que recurrir a un exorcismo. Por fortuna, antes de que cogiera el agua bendita y el crucifijo, Carmela se calmó tras la tremenda cachetada que le arreó Úrsula.
    -¡Ños! Le tenías ganas -comentó su hermana.
    -Yo lo que no entiendo es para qué quiere Eisi una báscula en el edificio -preguntó María Victoria, que dudaba si subirse o no.
    -Señoras, déjense de criticar y lean -recomendó él, al tiempo que colgaba un cartelito en la pared que decía: "Sube y pésate por un euro el kilo".
    -¿Estamos locos o qué? Chiquito sablazo -se quejó Úrsula.
    -A ver, señoras. Les estoy ayudando a afrontar la temida operación bikini ¿y me lo agradecen así? Hoy se llevarán el susto, pero, cuando vayan bajando esos kilitos, pagarán menos -explicó Eisi.

    - Tremendo caradura- dijo Maria Victoria que, por fin, se decidía a subir a la pesa, aunque, al ver cómo la aguja se movía más que la del coche de Fernando Alonso, cerró los ojos y pidió que alguien le dijera cuánto marcaba aquello.
    -¡Madre del amor hermoso! Salen tres cifras -le largó Carmela, sin anestesia y contenta por el "sorpasso" (uy, lo dije) de su vecina.
    -Imposible. Esto está trucado -gritó empujando los globos oculares hacia afuera y comprobando que, entre sus pies, había un uno y dos ceros.
    -Hay que ponerse a dieta -recomendó Brígida.
    -Sí, será lo mejor antes de que se vuelvan a cargar el ascensor -advirtió doña Monsi, y, sin esperar, ordenó a Neruda que clausurara el aparato.
    Desde ese momento, las escaleras se convirtieron en el mejor gimnasio para todas y todos porque también Bernardo se asustó al ver lo que pesaba.
    -Yo decirte siempre tú, barriga gorda pero tú no caso mí -le recordó su mujer, Xiu Mei, que, esa misma tarde, le sometió a la dieta aromática de la alcachofa, que consiste en solo oler las hojas de esta planta durante cuatro semanas. Lo bueno es que puede hacerlo tantas veces como quiera.
    Obsesionadas con el exceso de kilos, María Victoria le pidió a Carmela que le prestara las mellizas para subir las escaleras con una en cada brazo y Brígida se ofreció a bajarnos las bolsas de basura al contenedor todas las noches.
    Después de varios días intensos de ejercicio, María Victoria empezó a notar que perdía volumen, pero, antes de comprar el bikini de pelaje de león con melena corta, al que ya le había echado un vistazo, quiso comprobar que había dejado atrás la tres cifras. Como no quería que nadie se enterase, por si las noticias aún eran malas, el viernes tempranito bajó en silencio las escaleras para pesarse. Todavía dormida, tropezó con una de las bolsas de basura que esa noche Brígida se había dejado atrás y cayó rodando sin control hasta el portal.
    El taponazo que se dio contra la pared nos despertó a todos y bajamos a ver qué había ocurrido. Allí, en medio del suelo, encontramos despatarrada a María Victoria. Cuando fuimos a recogerla, Carmela se percató de que la báscula no estaba y empezó a gritar como si hubiera llegado el fin del mundo. Esta vez, fue el padre Dalí quien le dio la hostia.
    El resto de mujeres acorraló a Eisi.
    -¿Dónde está? -preguntó Úrsula.
    -En el ascensor -respondió doña Monsi.
    -Pero el ascensor está cerrado con llave.
    -Sí. Por eso. Ya está bien de tanta changada. Llevan atrasadas varias cuotas de la comunidad, pero ustedes se pasan el día gastándose el dinero en el aparatito ese. Señores, cuando me paguen lo que deben, se lo devolveré.
    La mayoría de vecinos ha decidido ahorrar en el súper, con lo que, ahora, en este edificio, ya no se come tanto, se generan menos bolsas de basura y huele mucho a alcachofa.

    domingo, 5 de junio de 2016

    EQUIPO DE ASALTO
    Desde que Eisi malvendió a Cinco Jotas en el mercadillo que montamos para recaudar fondos con los que poder hacer frente al arreglo del ascensor, el edificio está envuelto en una tristeza inmensa. La Padilla no para de llorar porque dice que ya no volverá a ver a su cerdo. Ha derramado tantas lágrimas que el oculista le advirtió que, de seguir así, entraría en sequía irreversible. 
    -Es que vaya faena más grande le ha hecho el caradura ese. No hay derecho -se lamentó Carmela, cuando nos encontramos en el portal. 
    -¿Faena? Señoras, esto es una auténtica cochinada y nunca mejor dicho -matizó Bernardo, que salía con su mujer a un casting de radio taxi, a pesar de que ella no domina el castellano.
    María Victoria, que ha radicalizado su ropa customizada con temática animal, llevaba esa misma tarde una camiseta con una foto impresa de Cinco Jotas y un "se busca" en letras brillantes. 
    -Tenemos que recuperarlo o la Padilla morirá de pena. 
    -Más bien deshidratada. Con tanta llantina... -comentó Úrsula. 
    -Pobrecilla. Hay que averiguar quién es el tipo ese que lo compró -sugirió Carmela-. Hombre más estúpido y feo no había visto jamás. Vamos que es un fantoche, un espantajo de mie... 
    -¡Freena! -le interrumpió Úrsula-. Cuando lo encontremos, ya si eso, se lo dices a la cara. 
    -¿Y si se lo comió? -preguntó María Victoria, y dio un suspiro tan grande que la foto de Cinco Jotas que llevaba en la camiseta se infló de tal manera que parecía que él se había comido a sí mismo. 
    En ese momento, escuchamos unos pasos y una carraspera desagradable. Era doña Monsi. 
    -Yo sé quién es el tipo que compró a Cinco Jotas. Se llama Salomón y tiene una tasca en el sur. 
    -¿Salomón? Pues, con ese nombre si no se lo ha comido ya, como mínimo, lo habrá cortado por la mitad -apuntó María Victoria. 
    Úrsula propuso localizar la tasca e ir a por él, inmediatamente. 
    Esa noche, María Victoria, Carmela, Úrsula y la mismísima doña Monsi se fueron a cenar al sur con un objetivo muy claro: recuperar a Cinco Jotas. Yo me quedé encargada de echarle lágrimas artificiales cada media hora a la Padilla porque, tal y como había anunciado el oculista, entró en sequía. Durante toda la noche, mantuvimos contacto permanente con la expedición a través de un grupo de whatsapp creado para la ocasión: "A cada cerdo le llega su San Martín". Poco acertado, lo sé pero fue idea de doña Monsi. 
    Cuando llegaron a la tasca, las mujeres se sentaron en la mesa más cercana a la cocina.
    -Lo primero que tenemos que hacer es comprobar qué hay de menú -propuso Úrsula. 
    -¡Alto! -le gritó Carmela a un camarero que llevaba una bandeja con un codillo. 
    -Haz el favor de sentarte, que vas a estropear el plan. Ese debe ser un familiar. Cinco Jotas no tenía tanto muslo -le reprendió Úrsula.
    -Pues yo no aguanto más -dijo María Victoria, y sin consultar con el equipo de asalto, entró en la cocina y preguntó al chef dónde tenían al cerdo. 
    -Señora, no sé de qué me habla. Haga el favor de salir de aquí -dijo el hombre mientras le hacía una seña al dueño, que se acercó para calmar los ánimos, pues el resto de mujeres ya había invadido la cocina. 
    -Ajá, usted debe ser el tal Salmón -dijo Carmela. 
    -Salomón -le corrigió Úrsula. 
    -Qué más da. ¡Asesino! Tenga compasión y, aunque sea, devuélvanos los restos de nuestro animalito. 
    -Pero ¿de qué habla? -gritó el dueño. 
    Doña Monsi, que era la más calmada, le explicó por qué estaban allí y al hombre le entró un ataque de risa. 
    -Bueno, ya está bien. Díganos dónde lo tiene o confiese si ya se lo han comido -le exigió Carmela. 
    -A ver señora, el cerdo está con mi madre para que le hiciera compañía. Ella vive sola en una casita que tenemos en Vilaflor de Chasna. Y, ahora, si me hacen el favor, desalojen la cocina o llamo a la policía. 
    Esa noche, ya de madrugada, la expedición regresó al edificio. Y yo, a esas horas, tuve que acercarme a una farmacia de guardia a por más lágrimas.