Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 8 de agosto de 2016

QUÉ MOSQUEO
Tres botes de insecticida, dos vasos de vinagre y cinco lanzamientos de almohada contra la pared no pudieron con el mosquito que desquició a doña Monsi la noche del pasado miércoles. La batalla fue tan dura que, a la mañana siguiente, la presidenta nos reunió a todos de urgencia para organizar una batida en busca del forajido, que debía andar (más bien volar) por el edificio. 
-Lo quiero vivo -dijo con el párpado izquierdo más hinchado que el bíceps de Rafa Nadal sacando bola.
Sin duda, el insecto se había pegado un buen atracón de hemoglobina. 
-Tenemos que atraparlo antes de que haga un estropicio mayor -comentó María Victoria mientras se ajustaba una media de color carne en la cara. 
-Nosotros aquí con una emergencia de nivel "código rojo" y tú, preparándote para robar. No tienes perdón -se lamentó la Padilla.
-Pero ¿qué dices? Intento evitar que el bicho me pique -le aclaró. 

Carmela, que llevaba una semana sin venir a limpiar el edificio porque, desde el susto que se llevó al ver cómo llenaban las escaleras con arena de playa, seguía creyendo que era Hillary Clinton, regresó el jueves. Se había recorrido la Isla en busca de votos acompañada de don Vito, el nuevo inquilino que ella cree que es "su marido" Bill (Clinton). Por no desanimarla, él le sigue el juego. Cuando la vio entrar en el portal, doña Monsi se lanzó contra ella. 
-La culpa de que esto parezca una jungla es tuya, que tienes las escaleras abandonadas. 
-Pero ¿cómo se atreve a hablarme en ese tono? ¿No sabe quién soy? -se quejó-. Vámonos de aquí, Bill. Se ve que esta señora le vota a Trump. 
Y se marcharon, cerrándole la puerta en las narices. 
-Esto te va a costar el puesto. Pero ya lo hablaremos otro día porque, ahora, lo más importante es encontrar al mosquito. Y lo quiero vivito y aleteando -volvió a insistir doña Monsi. 
Eisi, al que le gusta más montar un dispositivo que comer, empezó a diseñar el plan para darle caza. 
-¡Atención, todos! Las hermanísimas peinarán la parte norte del edificio. Bernardo, la zona sur. María Victoria se centrará en el ascensor. La Padilla, vigilará el portal. El padre Dalí, la azotea y tú, lo cuentas en el periódico -dijo, distribuyendo el trabajo. 
-Una cosa, jefe, cuando lo encontremos ¿cómo sabremos que se trata del mosquito que picó a doña Monsi? -preguntó Brígida. 
-Le haremos un análisis de sangre -vaciló la Padilla. 
A las cinco de la tarde, empezó la cacería. Cada uno se marchó a su puesto de vigilancia. María Victoria fue la primera en ver algo y, embutida en la media de licra, nos avisó como pudo. 
-¡Lo he vidto zalir del azenzod en el tedced pizo. Va hacia al podtal! 
Eisi dio la orden y, a la de tres, todos bajamos a la zona zero. Parecíamos la pandilla Baygon. 
-Ahí, en los buzones -gritaron las hermanísimas al unísono. 
Eisi se lanzó como un lagarto contra la pared, pero el mosquito logró escapar y salió zumbando en dirección a la puerta de la calle, que, en ese momento, se abrió porque entraban "los americanos".
Desorientado, el insecto se estrelló contra el párpado de Carmela, que, del encontronazo, perdió el equilibrio y empezó a tambalearse. Don Vito solo pudo gritar: "¡Hillaaaaary!".
Tras unos segundos de confusión, la mujer se repuso y se dirigió al cuartito de la limpieza, cogió la fregona y le asestó un golpe seco.
Sin duda, Carmela había vuelto en sí misma. 
-Pero ¿qué has hecho? -se enfadó Eisi, mientras el mosquito yacía en el suelo 
Al escuchar el alboroto, doña Monsi bajó al portal. 
-Lo ha matado ella -acusó María Victoria a Carmela. 
Doña Monsi pegó su cara a aquella cosa despatarrada y anunció: "Este no es. El mío tenía una mancha en el ala derecha. 
-Imposible. No hay vista humana que perciba eso -se quejó Eisi. 
-¿Me vas a decir tú a mi que no? Te recuerdo que fui yo quien se pasó toda la noche peleando con él. Me sé de memoria cómo es, así que de aquí no se mueve nadie hasta que lo encuentren. Quedan suspendidas todas las vacaciones hasta que aparezca. ¡Sigan buscando!

lunes, 1 de agosto de 2016

ESTAMOS UNIDOS
Cuando Carmela vio ante sus ojos cómo una cuadrilla de señores esparcía sacos de arena por todo el edificio, casi se desmaya en plena escalera, pero logró mantener el equilibrio, como el día que se subió por primera vez a unos tacones. La diferencia era que, ahora, iba en cholas y olía a lejía. En aquella ocasión, era treinta años más joven, había quedado con un señor de Burgos y olía como se huele cuando te echas litro y medio de Chanel nº5 encima.
Esta vez, Carmela tampoco llegó a caerse al suelo; la Padilla dice que eso es porque tiene bien afianzada la trompa de Eustaquio. Pero, de la impresión de ver cómo miles y miles de diminutos granos de arena rubia iban ocultando los escalones por los que ella antes había pasado la fregona, se empezó a tambalear y a decodificar y terminó hablando como si fuera Hillary Clinton.
-Bill, date prisa, que llegamos tarde a la convención -gritó por el hueco de las escaleras.
-Pero, Carmela, ¿qué te pasa? Estás muy rara, chica -le comentó María Victoria mientras le devolvía la fregona, que se le había caído al suelo.
-Ay, que se ha trastornado -advirtió la Padilla.

-Pero ¿qué demonios está haciendo? Aparte esa cosa de mí. ¡Seguridad! -dijo ella mirando a Eisi con cara de "desaloja inmediatamente a esta gente de aquí".
-¿Lo de seguridad es a mí? Porque yo de seguro tengo lo mismo que un río lleno de cocodrilos -le aclaró él.
La arena que seguía derramando la cuadrilla iba adquiriendo un espesor importante y los escalones quedaron convertidos en dunas como las de Maspalomas. Solo cuando doña Monsi salió vestida con un pareo lleno de flores hasta en el pespunte y una sombrilla de Seven Up, descubrimos quién era la causante de aquel caos.
-No se podrán quejar, que les estoy montando una playa en la puerta de casa.
-Oh, qué detallazo por su parte -dijo la Padilla, más falsa que la imagen del "ecce homo" pintado en los muros del santuario de Misericordia de Borja.
-Sabía que me lo agradecerían -comentó doña Monsi mientras extendía una toalla en el rellano del quinto piso.
Las hermanísimas se quejaron. Sobre todo Úrsula, que alegó que era alérgica a la arena y amenazó diciendo que como empezara a estornudar toda aquella arena se iba a "tomar por culo". Así lo dijo y así lo escribo yo.
-Sí, mucha playa, pero lo que no veo es el mar -comentó don Vito, el nuevo inquilino que, en bañador, tenía pinta de helado de vainilla derretido.
Enseguida, Eisi le comentó que, por un módico precio, él se ofrecía a llevarle a Las Teresitas para que se diera un bañito. El hombre se lo pensó y, cuando notó cómo la enésima gota de sudor le recorría la espalda, aceptó.
Mientras, en el portal, Carmela seguía metida en su papel de candidata a presidenta de Estados Unidos. Para no contrariarla, María Victoria había optado por seguirle el juego.
-Misis Hillary, you want yo le prepareishon un cafesito hot?
-Pero ¿qué estás diciendo? Ya deberías saber que yo lo que tomo es Coca Cola, que es la chispa de la vida.
En ese momento, Eisi y don Vito llegaron al portal en el ascensor.
-¡Bill! -gritó Carmela-. Llevo media hora esperándote. Tienes que entender que ahora yo soy la futura presidenta y tú el primer caballero. No puedes hacerme esperar. Y, por la patria americana, ¿a dónde vas con esas pintas?
Don Vito se echó un vistazo a sí mismo y no le vio nada raro al bañador a cuadros, tipo mantel de guachinche, pero sin ciscos de pan, que llevaba puesto.
-Señora, yo no soy Bill -le aclaró.
-Lo mismo dijiste cuando lo de Mónica. Tú -dijo Carmela señalando a Eisi-, acompaña a mi marido a que se ponga algo decente. Vamos a llegar tarde.
María Victoria miró a los dos hombres como diciéndoles: "Tengan compasión y síganle la corriente". A los pocos minutos, ambos regresaron; esta vez, vestidos de punta en blanco. Carmela/Hillary sonrió.
-Ahora solo falta Obama ¿Alguien lo ha visto? -preguntó.
-María Victoria me miró desesperada y yo le dije que en el edificio todos estábamos demasiado blancos.