Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

sábado, 29 de marzo de 2014

FANTASMADAS

Tal y como estaba previsto, el lunes Chicho, el ‘billar’, entró en acción. Solo Úrsula y él mismo sabían con todos los detalles en qué consistía el plan ideado para asustar de muerte a Dolors, a la que nadie soporta en el edificio con tantas normas y prohibiciones. Por la mañana temprano, Bartomeu salió a su caminata diaria y Carmela puso en marcha la maquinaria. Con el corazón agitado por el miedo y la emoción, tocó en el piso de los propietarios y, cuando la Primera Dama abrió la puerta, le pidió (más bien rogó) que le acompañara al portal porque necesitaba que le diera el visto bueno a la nueva fregona que había comprado en la tienda de Chen Yu. La mujer, que nos ha dicho que ella tiene que autorizar cualquier dispositivo de limpieza que entre en el edificio, aceptó bajar. 

Mientras tanto, Úrsula, que aun conserva la llave del piso donde ahora vive la familia catalana, aprovechó la ausencia momentánea de los progenitores de la Neus, que debía estar dormida, para allanar la morada y meter a Chicho en la vivienda. En menos de cuatro minutos, Dolors regresó enfurecida; vamos, en su estado natural. “Ni se te ocurra utilizar esa fregona en las escaleras ¿me oyes?”, le dijo amenazante a Carmela, que no sabía cómo contener la risa y a punto estuvo de ahogarse.

Ya en su casa, la mujer dio un portazo y entró en la cocina donde encontró al ‘billar’ sentado en la mesa comiendo un trozo de bizcochón y preparando café. Aterrada por el hallazgo, Dolors abrió tanto los ojos que Chicho temió tener que agacharse a recogerlos pero, en realidad, lo más peligroso fue el grito -inmensamente superior a los decibelios permitidos en cualquier fiesta- que Dolors emitió por aquella boca acostumbrada a dar órdenes. Al momento, Neus apareció con el pelo alborotado, una bata azul de seda y una cara de "estaba-dormida-qué-ha-pasado-no-entiendo-los-gritos-mamá". 

Con un tímpano medio tocado, el intruso le pidió que se tranquilizara y tras unos segundos que parecieron horas, consiguió que la mujer cerrara la boca. Le explicó que no iba a hacerle daño, que él era un simple fantasma, un pariente lejano de Añaterve, el primer mencey reconvertido en duque de Abona tras la conquista, allá por 1500. Asomadas a la ventana que da al patio, Úrsula, Brígida y Carmela intentaban escuchar la conversación y cuando oyeron a la Dolors pedir encarecidamente a Chicho, ahora duque de Abona, que no le hiciera daño, que haría todo lo que él le pidiera, supieron que el plan había funcionado. 

-Ven, ahora le cogerá miedo. A la gente no le gusta las historias de espíritus y esta tía a pesar de ser una echadita palante, es más cagueta que Brígida cuando entra una mosca en casa- se burló Úrsula.

-Ahora no se oye nada. Deben haberse ido al salón- apuntó Carmela todavía con la fregona en la mano.

Durante diez minutos, perdieron la conexión auditiva con la casa de Dolors y dejaron de escuchar la conversación.

Preocupadas por que la Primera Dama hubiera sacado pecho al final y se hubiera enfrentado al fantasma, las tres mujeres bajaron las escaleras y esperaron en el rellano del piso de Dolors por si tenían que ir al rescate de Chicho. En ese momento, Bartomeu llegó a su casa, saludó a las mujeres que disimularon como si estuvieran bajando las escaleras. Carmela aprovechó que no había soltado la fregona y se puso a pasarla por el zócalo. Había más pelusas que debajo de la alfombra de su tía, la de Guamasa. Cuando el hombre abrió la puerta escucharon que Dolors le decía: “Cariño, mira, tenemos un invitado. Es el duque de Abona y me ha contado que vive en este piso desde hace más de cinco siglos. Le he dicho que puede quedarse con nosotros el tiempo que quiera”. 

Las tres mujeres no daban crédito a lo que acababan de escuchar. Chicho no solo no había conseguido asustar a los propietarios con su historia sino que había sido tan creíble, que lo habían aceptado como fantasma invitado. Carmela entendió entonces el porqué de llamarlo el 'billar'. "Qué bien mete las bolas", pensó aterrada por tanta pelusa.

La Padilla, que no sabía de qué iba la historia, también había mal escuchado la conversación de Dolors, escondida en las escaleras, dos pisos más arriba. Asustada y desconocedora de que se trataba de un montaje de sus vecinas, fue corriendo a buscar a Tito y le dijo que avisara a su amigo el cazafantasmas. Su hijo hizo la llamada. 


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