Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 28 de septiembre de 2015

QUIÉN TE HA VISTO Y QUIÉN TE VE
La caída de Eisi por las escaleras, cuando encarnaba al superpolicía Berni en una persecución sin parangón en la filmografía canaria, pudo ser mortal, pero, por fortuna, las únicas pérdidas que hubo que lamentar fueron cuatro dientes y su memoria. La Padilla no tardó ni un segundo en aprovecharse de la situación y se hizo con la Presidencia sin consultar con nadie. "No podemos dejar el edificio sin control", dijo con tanta seguridad que todos empezamos a mover la cabeza como el Elvis de los salpicaderos. Lo bueno es que no será por mucho tiempo, ya que doña Monsi regresa mañana de Cataluña, a donde viajó para votar en las elecciones. 
El día de la escandalosa caída, Eisi tardó en volver en sí o en quienquiera que ahora sea. Cuando empezó a balbucear algo, Carmela lo atiborró a preguntas y fue ahí cuando nos dimos cuenta de que el golpe había tenido otros efectos colaterales. 

-¿Qué acontece? -preguntó, abriendo la boca y dejando ver un hueco en la encía superior.
-¡Dios Santo! Le faltan dientes -gritó Carmela aterrorizada. 
-Pues de esa guisa no puede ser presidente -sentenció la Padilla sin un ápice de corazón.
-Pero ¿qué tiene que ver una cosa con la otra? -pregunté.
-Niña (qué agradecida me quedé de que me llamara así) ¿Acaso has visto a un presidente sin dientes? -dijo la Padilla, y yo, aunque lo pensé con todas mis fuerzas, no recordé a ninguno.
El médico tardó en llegar y, durante ese tiempo y con las preguntas de Carmela, llegamos a la conclusión de que Eisi creía que era su propio bisabuelo.
-¿Cómo dice que se llama? -preguntó María Victoria. 
-Sansón -contestó Úrsula.
-Vaya, como el vino dulce -apuntó su hermana Brígida. 
El nuevo Eisi no tiene nada que ver con el que conocíamos. Ahora, es un auténtico caballero de finales del siglo XIX, exquisito, amable, educado. Sin dientes pero elegante. Le ha pedido a la Padilla, a la que llama "la condesa", un sombrero.
-Señora, es menester que usted pueda proporcionármelo tan pronto como le sea posible. Sin él no podré salir a la calle -dijo Eisi, bueno..., Sansón.
Neruda está bastante preocupado. Dice que el edificio necesita al Eisi de antes, el que era capaz de arreglar una tubería, un cable y defendernos ante cualquier imprevisto o ladrón.
-Yo he perdido mis gafas y no veo bien por lo que no garantizo la seguridad de este edificio -confesó.
Mientras se busca una solución, la Padilla ha decidido que María Victoria se haga cargo de la seguridad.
-¿Yo?
-Sí, con esas ropas que usted siempre lleva, que simulan animales, asusta a cualquiera. Es una medida de urgencia. ¡No ponga peros! -le exigió la presidenta accidental. 
La mujer aceptó el encargo y, además de enfundarse los leggins de serpiente Taipan, la que tiene el veneno más letal del mundo, ha puesto a sus caniches a vigilar la entrada del portal. 
El médico nos ha dicho que esta pérdida de memoria y confusión puede ir para largo y no nos garantiza que vuelva a ser el mismo.
-Yo lo que veo es que mientras no tenga sus dientes, no va a poder ser el mismo -dijo Carmela, a quien le entran náuseas cada vez que el pobre hombre abre la boca. 
Esa misma tarde pedimos cita con el dentista para que arreglase el desaguisado bucal, pero la Padilla se niega a que la comunidad corra con los gastos, así que a Neruda se le ocurrió pedir ayuda a los colegas con los que Eisi estuvo en la cárcel. Dicho y hecho. El jueves, ocho de ellos vinieron al edificio y Neruda y Carmela les explicaron que necesitábamos recaudar fondos para reponerle la dentadura a Eisi. 
-No hay problema -dijo el mayor de todos-. Tenemos una banda.
-¡De eso nada! -gritó Carmela-. Lo queremos hacer de forma legal. 
-Señora, un respetito, que somos gente decente. Nuestra banda es de rock. 
La banda ya se ha puesto manos a la obra y cada tarde ensaya en la azotea para el concierto que ofrecerá el próximo sábado para recaudar fondos. Lo malo es que el nuevo Eisi no soporta la música. 

lunes, 21 de septiembre de 2015

LA SAGA BERNI
Llevamos sin presidenta desde hace una semana, porque doña Monsi decidió marcharse a su pueblo natal para poder votar en las elecciones catalanas del próximo domingo. La Padilla pensó que la dejaría a ella a cargo del edificio, pero nada más lejos de la realidad. A todos nos sorprendió cuando nos comunicó que esta vez sería Eisi el presidente accidental.
-¿Pero qué le pasa a ésta con el exconvicto? Primero lo nombra jefe de seguridad, después médico y, ahora, lo deja al mando. Esto no puede seguir así -gritó Úrsula, dejando ver los nuevos descolgamientos que le han salido en el cuello desde que Eisi le dio un par de sesiones con la pistola de silicona como si fuera botox.
-Este hombre es un vendemotos y nos va a meter en un lío -apuntó María Victoria que ha denunciado al médico que le operó de apendicitis porque la cicatriz que le dejó tiene forma de lombriz roja californiana y ella las detesta.
El lunes por la tarde, el nuevo presidente convocó una reunión en su piso-consulta, para comentarnos los cambios que pensaba llevar a cabo. Antes, le pidió a Neruda, al que ha nombrado jefe de Encargos, que trajera unas aceitunitas y un par de cervecitas.
-Buenas tardes vecinos. Como ustedes sabrán la productora de la película de "Bourne" no me ha dejado ser uno de los extras, así que he decidido hacerle la competencia. Desde hoy empezaremos a rodar "Berni". Queda cortado el acceso por las escaleras y esta noche unos colegas vendrán a montar los focos -dijo, como si fuera Steven Spielberg.
-¿Qué van a cortar las escaleras? -se asustó Carmela.
-Sí, tendrán que subir por el ascensor. Por cierto, señoras, mañana, a primera hora, haré un casting para elegir a la protagonista.
-Pero yo solo estoy contratada para limpiar las escaleras. ¿Me van a dejar en la calle con mis dos mellizas a punto de nacer? -lloriqueó Carmela.
-No te preocupes, puedes limpiar el ascensor -le tranquilizó Eisi, alongando la mirada por encima de las gafas de Neruda que se las ha quedado definitivamente, porque dice que le dan aspecto de serio, con lo que el jefe de Encargos se va dando golpetazos por todos lados.
Al día siguiente, cuando empezaba a amanecer, Úrsula, Brígida, la Padilla, Alegría y Carmela coincidieron en el portal, donde Eisi iba a realizar el casting. Tuvieron que esperar más de dos horas a que llegara.
-¿Y tú no tienes trabajo? El ascensor está que apesta -le recriminó Úrsula a Carmela con la esperanza de quitarse una contrincante de encima.
-Señoras, tranquilas que es temprano -dijo Eisi, cuando apareció acompañado de Neruda y cargando una silla de la cocina en cuyo espaldar había pintado "Director".
Después de dos horas de pruebas, y contra todo pronóstico, Carmela fue la elegida. Según nos explicó Neruda, "la protagonista tiene que ser una mujer sufrida".
-¿Sufrida? Si ésta vive mejor que una condesa. Limpia cuando le da la gana y así tiene el edificio, apto para inquilinos como Cinco Jotas -se quejó Úrsula.
No hubo nada que hacer.
El rodaje empezó el miércoles con la primera escena de acción. El protagonista era el propio Eisi, caracterizado del superpolicía Berni que, tras una pelea en la azotea, iniciaba una persecución por todas las escaleras.
-Esa parte es muy peligrosa ¿no quieres que la haga un doble? -le aconsejó Neruda.
-¿Acaso dudas de mí? -preguntó enfadado y, cuando el mismo gritó ¡Acción!, se lanzó escaleras abajo al puro estilo Bourne, pero él era simplemente Berni.
Bajó los escalones de tres en tres, sorteó una silla que habían atravesado en medio del piso de la Padilla y saltó por encima de dos extras pero, al llegar al rellano de María Victoria, resbaló y cayó rodando hasta el portal.

El grito desgarrador de Carmela nos alertó a todos y, aunque nos había prohibido asomarnos mientras se estuviera grabando, salimos corriendo y vimos a Eisi tirado en el suelo en una postura imposible. En ese momento, Neruda, que pensó que el accidente formaba parte del guión, accionó el dispositivo de fuegos artificiales para simular explosiones.
Todo terminó con los bomberos en el edificio, aunque eso no estaba en el guión. 

miércoles, 16 de septiembre de 2015

EL DOCTOR MARAVILLAS
Debido a los últimos achaques de salud de algunos vecinos, incluyendo al cochino Cinco Jotas, doña Monsi ha decidido habilitar el bajo izquierdo como centro de atención médica y ha invertido buena parte de las cuotas de la comunidad en dotar al piso con los aparatos más modernos del mercado.
Carmela está encantada, sobre todo, porque en unos meses se pone de parto y dice que con tantas pruebas se está gastando un pastón.
-¿Pero tú te crees que esto va a ser gratis? La verdad es que, a veces, eres demasiado ingenua -le espetó Úrsula.
En la tarde del miércoles, la presidenta nos reunió a todos en el portal para decirnos que, después de haberse gastado todo el dinero en aparatos, ya no quedaba para un médico, por lo que preguntó si entre nosotros había alguno.
-¿Pero qué se cree? ¿Que este edificio es como un avión que pides un médico y siempre hay uno? -se quejó la Padilla, que todavía anda tocada por culpa de la casi muerte por ahogamiento de Cinco Jotas.
En medio del revuelo, vimos un brazo en alto y una voz dijo: "Yo me encargo". El asombro de saber que había alguien entre nosotros que se ofrecía a ponerse al frente de la atención médica no fue nada comparado con descubrir que se trataba del mismísimo Eisi.
-¿Qué sabes tú de medicina salvo empastillarte? -le largó en toda la cara María Victoria, sentada en la silla de ruedas que le ha comprado su marido porque todavía le molestan los puntos de la reciente operación de apendicitis.
-Mire, señora, ni tantas pastillas me han dejado esa pinta tan hortera que tiene usted con esos leggins de serpiente despellejada. Y para que lo sepa, cuando estuve en la cárcel, le salvé la vida al Flaco, que intentó fugarse por los barrotes de la ventana. 
-¡Vaya! ¿Y qué hiciste? -preguntó Carmela apretándose la barriga como si temiera que una de las mellizas fuera a hacer lo mismo.
-Le miré a los ojos y le dije: Flaco, tú por ahí no cabes.
-¿Entonces? -preguntó Brígida.
-Desistió.
Doña Monsi no entendió bien la historia, porque, en cuanto Eisi terminó de hablar, le entregó la llave del consultorio y le nombró médico oficial del edificio hasta que se pueda pagar a un profesional de verdad.
María Victoria se negó en rotundo a utilizar el consultorio médico y menos con Eisi al frente. 
-Acabará vendiendo los aparatos en el rastro. Ya verás -le comentó María Victoria a su marido, Alberto, que tenía la cara desfigurada por un dolor machacón en la espalda de tanto cargar a su mujer para sentarla en la silla.

Esa noche, Carmela fue la primera en requerir los servicios de Eisi por un dolor intenso de cabeza.
-Tómate esta pastilla cada media hora -le recetó, envuelto en una bata blanca y con las gafas de Neruda puestas.
Un poco más tarde, Alberto fue quien se acercó al consultorio. No aguantaba más el dolor de espalda.
-Te voy a poner una inyección que te va a dejar como nuevo -le dijo.
Neruda, que había ido a recuperar sus gafas, le comentó al perchero, pensando que era Eisi, que no le parecía nada bien que estuviera recetando pastillas y poniendo inyecciones alegremente.
-No te enteras. A Carmela le di una caja de juanolas y al marido de la hortera le hice un pinchazo con la aguja pero sin más. Es un placebo pero ellos se sentirán mejor. Es el poder de la mente.
Neruda puso la misma cara que el día que su hermano le desveló el secreto de los Reyes Magos. A la mañana siguiente, Carmela recorrió el edificio contando que Eisi le había curado y Alberto se pasó todo el día cambiando a su mujer de la cama al sillón, del sillón a la silla y de la silla al váter como si nada.
Al enterarse de las maravillas curativas del nuevo doctor, Úrsula se atrevió a visitarle y le preguntó si podía hacer algo para quitarle unas arruguitas. Por lo que nos ha contado Carmela, Eisi la ha citado para el próximo lunes. Lo que me tiene preocupada es que le ha pedido la caja de herramientas a Neruda.

martes, 8 de septiembre de 2015

UN VECINDARIO DE PELÍCULA
Por fin el martes Cinco Jotas terminó la cuarentena y regresó a casa. Lo trajeron en una furgoneta que aparcó delante del edificio, justo donde la Padilla con la ayuda de Carmela había colocado unas alfombrillas del baño, emulando a la roja de los Oscar, para darle la bienvenida.
-Ha perdido algunos kilos -se lamentó Eisi, que sigue esperanzado en celebrar una chuletada con él. Bueno, más bien a costa de él.
La Padilla no pudo evitar las lágrimas al ver cómo el cochino la había reconocido nada más bajar del vehículo. Corrió hacia él y lo apretó con todas sus fuerzas.
-¡Qué asco! El animal infectado ese ha vuelto -se quejó María Victoria con una mascarilla en la boca y envuelta en el mono de la empresa de fumigación en la que trabaja su marido, Alberto. 
-Cariño, estás dando el espectáculo. El cerdo ya está curado del todo -le recordó él.
-¿Curado? -preguntó Eisi-. Curado debería estar pero en lonchas.
Carmela, sin embargo, estaba encantadísima de que Cinco Jotas estuviera de nuevo allí. 
-Ay, Padi, ya tienes al niño en casa -le dijo, dándole un abrazo del que se arrepintió sobre la marcha porque, después de cuarenta días sin bañarse, el pobre cerdo olía a sí mismo y había dejado a su dueña perfumada. 
Durante al menos diez minutos, fuimos el centro de atención de toda la calle, aunque no tanto como el día anterior, cuando los de "El Mito de Bourne" vinieron a grabar y tuvieron que parar una de las escenas del rodaje porque Eisi se metió en medio. Dos hombres de negro se abalanzaron sobre él y lo sacaron del plano mientras él gritaba "¡que soy un extra!".
-Saldré en la película sí o sí -les amenazó desde el balcón más tarde. 
La noche de regreso de Cinco Jotas, la Padilla quiso compensar el mal trago que había pasado el animal durante la cuarentena y le preparó un baño de sales para que se relajara. En ese mismo momento, cuatro pisos más abajo, María Victoria llamaba a gritos a su marido desde el cuarto de la tele. Se encontraba rara, le dijo.
-¿Pues no vas a estar mal, querida? Con 30 grados, las ventanas cerradas a cal y canto y envuelta en esa mascarilla y ese mono...
Minutos después, Alberto estaba llamando a una ambulancia porque su mujer se había desvanecido y no reaccionaba. 
-Esa obsesión que tiene con que se va a contagiar con cualquier cosa no es bueno -apuntó Úrsula-. Si ha superado vivir en este edificio no puede pasarle nada peor. 
El médico que vino decidió llevarla a urgencias porque no le gustó nada el color de la cara.
-Ahora entiendo por qué se pinta como una puerta -comentó Carmela-. Al natural es horrible. 
Cuando la estaban sacando de casa, Eisi apareció grabando con su móvil y le pidió al marido de María Victoria que repitiera la escena en que le abría la puerta al médico.
-Pero ¿tú eres imbécil o qué? -le recriminó la Padilla, que había bajado a enterarse de lo que había pasado, mientras Cinco Jotas seguía disfrutando de su baño espumoso. 
-Eh, señora, un respetito y no me hable así que estoy grabando una escena para el Bourne -se quejó el hombre. 
Todos, incluido el médico y el enfermero, nos quedamos mirándole como si lo que hubiera dicho fuera verdad. De hecho, no sé por qué extraño motivo todos regresamos a nuestros puestos iniciales y repetimos la escena hasta que Carmela empezó a gritar como una descosida que María Victoria estaba cada vez más verde. Así que se la llevaron corriendo al hospital. Eisi siguió grabando.
Una hora más tarde nos enteramos de que no había sido nada grave. Una apendicitis. 
La peor parte se la llevó, otra vez, Cinco Jotas, que, con el lío, a punto estuvo de morir ahogado en la bañera porque se resbaló y quedó patas arriba. Menos mal que la Padilla llegó a tiempo. El animalito estuvo tres horas echando espuma por las orejas. 
Esa misma noche, escuchamos a Eisi hablar por teléfono con no sé quién en un inglés acartonado. Carmela cree que intentaba vender las imágenes a la productora de Bourne. Habrá que esperar al estreno de la película. 

miércoles, 2 de septiembre de 2015

MÁS SE PERDIÓ EN CUBA
A Carmela le extrañó que doña Monsi la citara el martes a las seis de la mañana para que limpiara su rellano, alegando que ese mismo día iban a traer una escultura de alguien importante y quería colocarla allí. 
-No entiendo qué quiere decirme con que limpie su rellano. Lo hago todos los días. 
-Lo que tú haces es embadurnar el piso con agua y lo que quiero es que lo limpies a conciencia, que para eso te pago. 
Después de escuchar aquellas palabras tan desagradables, a Carmela le entraron ganas de agarrar la fregona y restregársela por toda la cara, pero el embarazo la ha hecho madurar y, después de contar hasta 134, decidió que ya encontraría el momento de hacerlo. 
-¿Y qué cosa dices que va a poner ahí? -le preguntó María Victoria, que este año no se ha podido ir de vacaciones y se pasa el día dándole vueltas a la cabeza, con lo que ha desarrollado de nuevo un brote de hipocondría-. A ver si nos va a generar una infección mortal. Lo de Cinco Jotas fue un aviso.
-Una estatua -dijo Carmela, restregando con rabia y fuerza el suelo.
A las cinco menos cuarto de la tarde, tocaron al portal y Neruda abrió la puerta a dos señores que entraron con una caja de madera. Como el ascensor lleva días averiado, tuvieron que subir por las escaleras. Eso ni lo cuento. Media hora después, la presidenta nos reunió a todos a la entrada de su piso.

-Este que ven aquí -dijo señalando a un hombre de no más de 1,50 centímetros- es mi abuelo, el coronel Abelardo Serrat dels Monjos. En 1895 participó en la guerra de la independencia de Cuba y fue el último en rendirse, así que hoy es un día especial para mí porque su presencia, aunque sea en bronce, me llena de orgullo -dijo con lágrimas en los ojos.
-¿Y? -preguntó la Padilla cuando doña Monsi entró en su casa emocionada y cerró la puerta. 
-Supongo que lo que quiere es que le rindamos tributo al coronel -dijo Brígida, que no calculó el comentario y se llevó una mirada fulminante de su hermana y otra de Eisi, para quien rendir tributo solo tiene sentido si es AC/DC. 
-Sí, pero lo peor de todo es que me ha encargado que cuide de él -se lamentó Carmela. 
-No habrás aceptado, ¿no? -dijo la Padilla. 
-Ños, chica, tengo dos bocas que alimentar en camino, no puedo renunciar a unos euros de más -se justificó. 
-¿Sí?, pues a ver cómo le explicas que a la estatua le falta el brazo derecho -apuntó Eisi, señalando al coronel de bronce. 
-Lo sabía. Ya dije que esa cosa no traería nada bueno. Seguro que está infectado y se está consumiendo poco a poco -dijo María Victoria, que salió aterrada escaleras abajo tapándose la boca. 
Esa noche Carmela no pegó ojo, pensando cómo le iba a explicar a doña Monsi que se había perdido el brazo de su abuelo. Estaba segura de que la despediría. 
A la mañana siguiente, un grito desgarrador nos levantó el estómago. Provenía del rellano de la presidenta y hasta allí subimos todos en tropel.
-¿Qué es esto? -preguntó doña Monsi. 
-Su abuelo -le recordó la Padilla.
-Eso ya lo sé.
Carmela se abrió paso entre los vecinos. Había decidido dar la cara y explicarle que no había más culpable que ella. Estaba dispuesta a decirle que, seguramente, el brazo se habría perdido cuando lo subieron por las escaleras, pero que no había rastro de él. Justo en el momento en que iba a abrir la boca, se dio cuenta de que el coronel tenía los dos brazos. A su lado, Eisi, con aires de "es que a mí no hay nada que se me resista", le susurró que no había sido difícil conseguir uno parecido. 
-¿Quién le ha puesto ese brazo a mi abuelo? -gritó enrojecida doña Monsi.
Todos nos miramos sin entender nada.
-Mi abuelo perdió el brazo derecho en la última batalla en Cuba. 
-Ah, bueno. Eso es fácil también -dijo Eisi, asestándole una patada y dejando al coronel como había llegado. Con un solo brazo.