Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

miércoles, 28 de octubre de 2020

HECHO A MANO

Se veía venir. La sobrecarga a la que la presidenta ha sometido a Yeison desde el desconfinamiento terminó causándole un latigazo cervical de tal calibre al pobre chico que se pasó más de seis días sin poder moverse de la postura en la que se quedó atascado. Los intentos para devolverle a su estado bípedo habitual no sirvieron de nada y menos las súplicas de todos los vecinos para que lo viera un médico. Doña Monsi no quiere que nadie ajeno al edificio se acerque a menos de tres metros y medio. 
 
-Pues acabo de pedir una bombona de butano. Me dirá usted entonces qué hago con ella- le gritó la Padilla por el hueco de la escalera a la presidenta.
 
Las palabras de la pregunta formulada por la Padilla bajaron una detrás de otra por las escaleras, bien pegaditas a la pared como si no quisieran pisar lo mojado, llegaron al portal, entraron por la oreja derecha de doña Monsi, cruzaron a la de la izquierda sin tropezar con nada, salieron y se estrellaron contra la pared de los buzones donde se mezclaron unas con otra y cayeron al suelo justo detrás de la presidenta que, al darse la vuelta, las pisó y se las llevó arrastrándolas escaleras arriba. 



 
La postura de Yeison fue emperorando con los días y para hablar con él teníamos que agacharnos. Eso, en un edificio donde la media de edad ronda los 60, es un auténtico peligro. El pobre chico para todo estaba tan encorvado que a Carmela no se le ocurrió otra cosa que pedirle el favor de que le avisara cada vez que viera alguna pelusa.  
 
- Yo no me lo tomaría a broma. Creo que deberíamos llamar a un médico- insistió Brígida pasándole la mano por la curvatura dorsal como si fuera un caballo.
 
El sonido que emitió Yeison me pareció un relinche pero creo que se debió más a una asociación de imágenes. En realidad, soltó una mezcla de consonantes impronunciables que, según él, al vomitarlas de golpe le aliviaban el intenso dolor. 
 
- Deberías acostarte y descansar- le recomendó María Victoria haciendo contorsionismo dentro de sus leggins estilo Halloween para poder verle la cara.
 
- ¿Acostarse? ¿Pero tú has visto cómo está el pobre hombre? Si lo hace va a parecer un grillo patas arriba- apuntó Eisi sin levantar la vista mientras recontaba la recaudación del día de los viajes en ascensor. 
 
¡Se acabó!- interrumpió la Padilla- Ahora mismo llamo a mi primo para que le eche un vistazo.
 
- ¿Es médico?- preguntó Carmela.
 
- No. Es escultor. Tiene unas manos increíbles.
 
Nadie se atrevió a llevarle la contraria. Los quejidos en código morse que emitía un Yeison cuya cara se acercaba peligrosamente cada vez más a sus pies nos impulsó a tomar una decisión, aunque fuera equivocada, impruedente e incluso mortífera.
 
En apenas media hora, el primo de la Padilla estaba ya en la puerta del edificio. 



Antes de dejarle entrar, Carmela sometió al tipo a una desinfección extrema en la que el edificio perdió tres botes de gel hidroalcohólico en menos de diez segundos. 
 
- Ahí está- señaló María Victoria a Yeison que empezaba a parecerse a un croissant con el repliegue de las manos hacia arriba después de tocar fondo.
 
- Necesito una forja- dijo el escultor.
 
- No-no-no  No-no-no  No-no- gritó en un morse flojito Yeison temiendo que fuera a fundirlo.
 
- Tranquilo es solo para ponerme en ambiente. El calor del fuego me inspira en cada una de mis obras.
 
- Ay, mi madre- susurró temblorosa Carmela.
 
- Oiga ¿Ya que va a recomponer al niñato ese podría darle un toque más agraciado?- preguntó Eisi desde el sillón de su ascensor.
 
- Puestos a pedir ¿Podría ponerle más pectorales?- apuntó María Victoria estirando la licra de los leggins que se había atascado en uno de los pliegues del muslo.
 
- Por favor, un poco de respeto que estamos en una operación de vida o muerte- pidió la Padilla mientras creaba el ambiente que había solicitado su primo haciendo una pequeña hoguera con los cartelitos donde la presidenta había escrito las normas de la comunidad. 
 
El artista pidió que le acercáramos a Yeison. Lo hicimos como pudimos. Cerró los ojos, inspiró aire, acercó las manos al fuego, las movió como Rosalía en Malamente y exhaló. A pesar de que llevaba la mascarilla puesta las mujeres se apartaron unos pasos y Carmela echó un poco de gel disimuladamente. 
 
- ¿Dijiste que era escultor o médium?- preguntó Brígida asustada. 
 
Sin pensárselo dos veces, el hombre agarró el cuerpo deformado y empezó a manosearlo -en el buen sentido- durante varios minutos hasta que Yeison fue recobrando su altura habitual.
 
- Ya está- dijo abriendo los ojos y extendiendo los brazos como si hubiera creado su mejor obra.
 
La fuerza del aplauso unánime avivó el fuego y su eco retumbó en todo el edificio, lo que alertó a doña Monsi que se asomó por el hueco de la escalera.
 
- ¿Qué está pasando ahí abajo?- preguntó.
 
- Nada, presidenta. Estamos dándole ánimos a la Padilla que está subiendo la bombona a su piso- contestó Carmela salvando la situación- ¡Venga, Padi, tú puedes!
 
A dos metros de distancia, la propia Padilla, María Victoria y Brígida observaban al nuevo Yeison que parecía emitir una tímida sonrisa. 
 
-Uf, qué vértigo verlo ahora todo desde tan alto- dijo el recuperado.
 
- ¿Puedes ver las pelusas desde ahí?- le preguntó Carmela que se llevó una mirada de reprobación del resto de vecinos.
 
- No se hable más. Ha quedado perfecto- dijo la prima del artista mientras acompañaba al escultor a la puerta. 
 
- Oye ¿Tú no notas que ha quedado un poco torcido hacia la derecha o son cosas mías?- preguntó en voz baja Brígida a Carmela.
 
- Hombre, recto, recto no ha quedado pero tú no digas nada que esta nos trae a un primo arquitecto y entonces a mi me echan porque ya he agotado la reserva de gel de este mes.
 
Brígida hizo un gesto cómplice llevándose el dedo índice a los labios que escondía bajo la mascarilla.  
 
 
 
 

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