Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

jueves, 22 de octubre de 2020

CAUTELA 

La llamada telefónica a medianoche de la hermana de María Victoria que vive cinco calles más abajo para contarle que había dado positivo en covid le ha dado la vuelta a la tortilla de la queja en el edificio por las normas estrictas que ha puesto doña Monsi para evitar los contagios. Desde que saltó la noticia, a la mayoría de vecinos, ya ni siquiera el posible toque de queda les parece tan exagerado. Al contrario, ahora exigen que la presidenta sea incluso más contundente. 

Como era de esperar, el único que no está de acuerdo es Eisi que sigue haciendo lo que le da la gana, algo que ya ha generado el primer enfado de Úrsula y Brígida que, por primera vez y para sorpresa de todos, han confesado voluntariamente su verdadera edad y lo han hecho para recordar que ambas son de riesgo.
 
- Pues claro que son de riesgo extremo, señoras, y no solo por la edad sino por su lengua viperina. Ustedes ni con mascarilla se callan- dijo Eisi con la suya por debajo de la nariz.
 
- Súbetela- le espetó Yeison rociándolo de gel de arriba abajo.  
 
- ¿El qué? 
 
- ¡La mascarilla!- gritamos todos al unísono. 
 
- Es lo único que ya puedes subir- musitó Brígida y su hermana Úrsula, a su lado, le dio un codazo en todo el costado izquierdo.
 
Carmela, que ha decidido dejarse el suéter de Epi como uniforme de limpieza, levantó la fregona cual heroína de Marvel y empurró a Eisi contra la pared. 
 
- No te hagas el listillo. Aquí se respetan las normas- le amenazó- Tengo dos hijas a las que alimentar, una suegra que me hace la vida imposible, se me acaba de estropear la nevera, la lavadora solo centrifuga si le doy ánimos y, a todas estas, me ha salido un flemón y tengo más canas que el puma…
 
- Tranquila, Carmela que te estás viniendo arriba- intentó calmarla la Padilla.
 
Eisi se zafó como pudo y corrió hacia el ascensor.
 
- Stop!- gritó Yeison interponiéndose entre él y la puerta al tiempo que hacía un gesto para que extendiera las manos. Acto seguido, le echó una dosis extrema de hidrogel.
 
Eisi se frotó las manos con rabia y entró en el ascensor refunfuñando. 



Esa misma tarde, doña Monsi anotó una norma más en el papelito de las 34 que, por ahora, están colgadas en la pared de los buzones.
 
-Niño, dime qué pone ahí- le dijo en tono despectivo María Victoria a Yeison que hacía guardia.
 
- Pone que, desde este mismo instante, in dis veri moument, Eisi no podrá usar las escaleras sino el ascensor. Es el único que incumple las medidas de seguridad y doña Monsi, Misis presiden, no va a permitir que este tipo ponga en riesgo nuestra salud. 
 
- ¿Eso quiere decir que el resto no podremos usar el ascensor?- preguntó Bernardo. 
 
- Esto es como todo en la vida. Los que cumplimos nos llevamos la peor parte- se quejó la Padilla que entraba con la compra del supermercado.
 
- Por un módico precio se la subo- dijo Eisi que salía del ascensor.
 
- ¿El qué?
 
- La compra, señora. Después soy yo el mal pensado. Si es que están ustedes todas en una edad que guárdame un cachorro.
 
- ¡Qué imbecilidad de hombre!- lamentó la Padilla echándose las dos bolsas a la espalda y expirando un "ay" al subir cada escalón.
 
Mientras tanto, descubrimos a María Victoria en un amago de ir a ver a su hermana, por lo que doña Monsi y el resto de vecinos le recordamos que no podía porque está en cuarentena. 
 
- Es que mi cuñado no sabe cocinar y quería llevarle este compuestito de potas que acabo de hacer- se excusó ella.
 
Por si las moscas, la presidenta ordenó a Yeison que la vigilara de cerca y que si veía que salía con un caldero calle abajo la detuviera.
 
- Señora, no es por llevarle la contraria pero aparte de que estoy exastueishon total con tanto encargo que me ha hecho usted últimamente, yo no tengo autoridad ni potestad para detener a nadie y menos en la calle- le aclaró Yeison.
 
- ¿Te recuerdo lo que te pago?- le espetó doña Monsi mientras llegaba al segundo 29 del lavado de manos antes de sentarse a comer.
 
-
Sí porque hace tanto que no me paga que ya ni me acuerdo- dijo tímidamente Yeison pero al ver la mirada terrible de la presidenta regresó a su puesto de guardia.
 



Con la nueva norma, el tráfico en las escaleras se ha intensificado de tal manera, que Gallardo ha tenido que venir dos veces al día a organizar cómo podemos movernos para evitar aglomeraciones.
 
- Como te hagan el mismo caso que con lo de las consonantes… -se cachondeó Eisi sentado en su viejo sillón verde que ha metido en el ascensor para hacer los trayectos más cómodos.
 
- A ver- dijo Gallardo haciendo caso omiso a las palabras de Eisi y dando sus dos palmaditas habituales para reclamar nuestra atención. Carmela permanecía en pie a su lado apoyada en la fregona como una escudera.
 
Cada uno de nosotros se colocó en su escalón establecido y separados a dos metros unos de otros.
 
- Para facilitar el tránsito por las escaleras he diseñado un dispositivo de aviso inmediato que nos permitirá saber cómo está el tráfico en ese momento. 
 
- Ay, qué prodigio de cabeza tiene este hombre. Seguro que ha trabajado con la DGT- le dijo María Victoria a la Padilla colocada en el escalón por debajo de ella. 
 
- ¡Bah! Nada complicado. Seguro que es una aplicación móvil o algo así. Enfocas el teléfono a las escaleras y se pone en verde o en rojo- comentó Bernardo con algo de chulería. 
 
Gallardo volvió a dar dos palmas.
 
- No se me distraigan. Aquí -dijo extendiendo los brazos a un lateral- tienen el nuevo dispositivo anti congestión.
 
El grito para dentro que el propio Gallardo nos ha enseñado a hacer no se escuchó pero María Victoria que no lo ha practicado lo suficiente se ahogó y empezó a toser para afuera, así que todos retrocedimos un escalón. 
 
Los brazos de Gallardo apuntaban a Yeison.
 
- Él les avisará cuándo pueden pasar o no.
 
No puedo confirmar qué cara puso el pobre Yeison porque obviamente llevaba mascarilla pero estoy segura de que no era de alegría. A Carmela tampoco le hizo mucha gracia la solución pero al menos aquello reduciría el tráfico, y le aliviaría la tensión del lío de la lavadora, la suegra, el flemón… 
 
Apoltronado en su sillón verde y con la puerta del ascensor entornada para ventilar, Eisi sonreía debajo de su mascarilla. Lo puedo asegurar en un 99 por ciento. Pobrecillo.  
 
 
  

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