Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

miércoles, 21 de octubre de 2020

MEJOR NO HABLAR

Apenas siete días después del desconfinamiento total del edificio, doña Monsi dejó caer que, "más pronto que tarde", decretará el toque de queda porque escuchó en la tele que algo se estaba cocinando al respecto y quiere ser la primera en ponerlo en práctica para que Antena 3 le haga un reportaje al que ella misma ya le ha puesto título: “La presidenta valiente”. 

La noticia del posible nuevo encierro cayó como un jarro de agua fría entre los vecinos que, después de haber pasado siete meses confinados, pusieron el grito en el cielo. Bueno, en el cielo, en el suelo, en las paredes y por todas las escaleras porque, en este edificio, las cosas se resuelven siempre gritando. Eso sí, de forma democrática: Todos.  
 
- ¿Encerrados otra vez?- se quejó María Victoria que ha aprovechado estos días para renovar sus leggins de estilo animal print y aprovisionarse de mascarillas de todos los colores existentes e inexistentes. 
 
- ¿A las ocho en casa?- remedó Úrsula a lo que intentaba que fuera una adolescente pero le salió la voz de Pocoyó el día que perdió su pelotita azul. 
 
- Pues va a ser que no. Yo me he apuntado en clase de zumba a las ocho y media los martes y jueves y no pienso faltar- dijo la Padilla y todos la miramos tratando de imaginarnos a aquella mujer moviendo algo de su cuerpo que no fueran las rodillas para sentarse a ver La isla de las tentaciones. 
 
Antes de que se le escapara de las manos y pudiera perder la oportunidad de salir también en el informativo de Piqueras, doña Monsi ordenó a Yeison, al que tiene acogido en su piso desde que se marchó la peluquera (su madre), que disolviera de forma inminente al grupo reunido en el portal.
 


- Go home!- gritó el joven pulverizando gel hidroalcohólico al grupillo, desde algo más de dos metros de distancia. 

¿Pero tú estás tonto, niño, o qué?- vociferó María Victoria tocándose el pelo donde habían aterrizado dos gotas.

No puede haber más de tres personas juntas en este portal- recordó él.

- ¿De dónde te has sacado esa norma?- preguntó Brígida. 
 
Son órdenes de Misis president.

Lo que nos faltaba- lamentó Bernardo que, después de un día intenso en el taxi, entraba de la calle haciendo ademán de quitarse la mascarilla hasta que recibió una mirada recriminatoria unánime. 
 
Yeison siguió pulverizando gel como si no hubiera un mañana, ni un pasado mañana y, entonces, el grupo empezó a desperdigarse hacia las escaleras. 
 
-¡Alto ahí!- chilló Carmela- Este es mi territorio y aquí mando yo. 
 
Todos se pararon en seco y la Padilla empezó a reírse.

 
- Pues con esas pintas poco impones, chica.
 
¿Cuándo empieza Barrio Sésamo?- se cachondeó Úrsula al ver a Carmela con un suéter idéntico al que llevaba Epi, el de Blas en el mítico programa infantil.

-
 En vez de burlarse de cómo voy vestida, deberían darme las gracias por tomar tantas medidas cuando vengo a limpiar las escaleras- dijo Carmela enfadada detrás de la mascarilla, una pantalla y un suéter a rayas azules, rojas y amarillas.
 
- Ah, ya entiendo. Se ha vestido de Epi para enseñarnos lo que es lejos y cerca- apuntó María Victoria en tono sarcástico y todos empezaron a reírse a carcajadas.
 
¡Basta ya, imbéciles!- gritó doña Monsi desde lo alto de la escalera- Le he dicho a Carmela que trajera un Equipo de Protección Individual para que no se contagie. No podemos permitirnos que se coja una baja ahora y estar otros siete meses sin nadie que limpie la escalera. 
 
Pues ese suéter a rayas no creo que la proteja mucho- aclaró la Padilla.

 



- Carmela ¿Dónde está tu EPI?- le gritó la presidenta.
 
Este es el único que encontré en la tienda de al lado de casa. Les pedí un Epi y esto fue lo que me dieron. Yo no tengo la culpa si no está homologado- lloriqueó.
 
-¡Dios mío, dame paciencia!- suspiró doña Monsi mirando al techo y el grupo, diseminado por las escaleras, dio un paso atrás. 
 
-Tranquila. Los suspiros son pa' dentro y eso no contagia le dijo Úrsula a su hermana.  
 
La presidenta carraspeó -también hacia adentro- y ordenó a Yeison que se agenciara “como fuera” y "lo antes posible" un equipo de protección para Carmela. 
 
En ese momento, entró en el edificio Gallardo, el experto que doña Monsi ha contratado para que nos vayamos adaptando a la nueva normalidad. Al ver la situación de barullo, dio dos palmadas y gritó.
 
¡Atención! Mascarillas bien colocadas y dos metros de separación entre cada uno. ¡Ya!

-
 Pues entonces me voy a la azotea porque el edificio da para lo que da- le reprochó la Padilla.

-
 Calma. Colóquense con tres escalones de distancia entre cada uno y escuchen atentamente porque hoy les voy a explicar la norma número dos. 
 
El grupo hizo lo que indicó Gallardo y María Victoria gritó desde su escalón en el quinto piso donde le había tocado situarse.
 
- ¡Gallardo, hable alto que de aquí no le oigo!
 
- Evribodis redi?- preguntó Yeison y tradujo al mismo tiempo antes de que Úrsula se lo echara en cara – ¿Todos preparados?
 
Gallardo se ajustó la mascarilla que se le había resbalado por la nariz y empezó a explicar la nueva norma.
 
- Presten atención a lo que voy a decirles porque es importante. A partir de hoy, vamos a desterrar de nuestro vocabulario dos consonantes que nos van a ayudar a evitar la expulsión de saliva. La P y la T.

-
 ¿Y entonces? Erdón ¿ Y en-onces?- preguntó Úrsula. 

-
 Ues exác-amen-e lo que usted ha hecho erfec-amen-e.

-
 ¿Está bromeando, no?- gritó María Victoria.
 
Al escucharla, Gallardo no lo dudó y le hizo un gesto a Yeison que corrió desbocado escaleras arriba con la hucha para que la mujer depositara su euro por haber cometido el error al pronunciar la t de "está". 
 
En ese mismo instante, se hizo el silencio más absoluto. Y, de momento, nadie ha vuelto a abrir la boca. 
Por si acaso. 


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