Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

martes, 9 de junio de 2015

DE TODO UN POCO
A la espera del regreso de doña Monsi y con la Padilla como presidenta sustituta, en el edificio vivimos con el corazón en un puño, pensando que, en cualquier momento, algo va a ocurrir. Carmela es la más rebelde. Se ha negado a retomar la limpieza de las escaleras, a pesar de que la Padilla se lo ha ordenado por activa: "Tienes que limpiar las escaleras" y por pasiva: "Las escaleras tienen que ser limpiadas por ti", pero ni por esas. La mujer se pasa las horas metida en el cuartito de contadores que ha quedado convertido en una mercería, regentada por Úrsula.
-No voy a oponerme. Quiero demostrar a los vecinos que soy capaz de presidir la comunidad sin autoritarismo -le dijo el lunes la Padilla a María Victoria quien anda pensando en marcharse del edificio.
Todo iba bien hasta que el martes por la tarde Neruda dio la voz de alarma y subió al piso de la Padilla para contarle que, además de botones y alfileres, en la mercería también estaban vendiendo pastas y café. 
-Eso no puede ser. Te habrás confundido -le dijo ella mientras recogía un par de pelusas que, por su aspecto, debían estar caducadas.
-Que no; que lo he visto con mis ojos y lo he olido; que entre botón y botón, Úrsula y su hermana venden café a 2,50 y galletas a 1,90 la pieza -insistió el jefe de seguridad.
La cosa era mucho más grave de lo que contaba Neruda. Cuando esa noche entré de la calle, me encontré con un par de mesas y sillas ocupando todo el portal y con Carmela, envuelta en un delantal con mariposas de colores, sirviendo cafés a vecinos de la zona.
-¡Sale cortado largo para la tres! -gritó Úrsula desde el interior de la mercería.

Intenté atravesar las mesas para poder llegar a las escaleras y, entonces, fui testigo de una escena que pensé que podría ser fruto del impacto traumático que estaba sufriendo en aquel instante pero, enseguida, supe que aquello era real. Eisi, desmelenado, se paseaba entre las mesas tocando el "You shook me all night long" de AC DC.
-¿Pero qué es todo esto? -gritó María Victoria al salir del ascensor con su marido y sus dos caniches.
-Acabo de encontrarme con este panorama y no sé qué hacer -le dije elevando la voz para que me oyera.
-Esto es denunciable -volvió a gritar María Victoria, apretando a las perritas contra sus pechos, para evitar que oyeran aquel alboroto, y a punto estuvo de asfixiarlas si no llega a ser por su marido que metió la mano y se las arrancó de su seno.
-Bien te gusta tocar, pillín -le dijo ella con una caída de párpados insinuante.
-Si no van a tomar nada, me van liberando espacio que aquí no cabemos todos -ordenó Carmela, un poco chulita, y derramando más de la mitad de un barraquito de camino a una de las mesas.
La Padilla llegó en el siguiente viaje del ascensor y, al ver aquel espectáculo dantesco, pensó que se había equivocado de piso y que había descendido al infierno. Al otro lado, en lo alto de las escaleras, la nuera de doña Monsi no paraba de sacar fotos con el móvil. "Cuando vea esto le va a dar una subida de acetona", la oí murmurar.
Por fortuna, Eisi terminó su actuación y Úrsula le pidió que dejara la guitarra y cogiera la moto porque tenían un par de pedidos para llevar. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que también olía a pizza.
-¿No estarán cocinando en el cuarto de contadores? -preguntó alarmada la Padilla.
-Sí. Cuatro estaciones, Margarita, Carbonara y Caprichosa -respondió Úrsula. 
Sin decir palabra ni hacer ningún gesto, la presidenta sustituta abrió la puerta del edificio y se marchó como alma en pena calle abajo. Menos mal que no se dio cuenta de que, junto al recién estrenado cartel con luces de neón que lleva el nombre del edificio, habían colgado un cartelito que decía: "Mercería Cafetería Lavandería y Pizzas para llevar. Abierto de diez a diez". 

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