Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 29 de junio de 2015

ESTO ESTÁ QUE ARDE
El pasado martes estuvimos a punto de que el edificio acabase convertido en una auténtica mascletá cuando doña Monsi se empeñó en hacer una hoguera en la azotea para celebrar la víspera de San Juan. La alarma saltó en el momento en que Carmela vio cómo Neruda ayudaba a la presidenta a echar un baúl al fuego. Sin dudarlo, cogió el micrófono del hilo musical y empezó a gritar descontrolada.
-¡Nos van a quemar el edificio! 
Úrsula, que había subido a ver qué pasaba, cogió el extintor y lo lanzó desde la puerta de la azotea en dirección a la hoguera, con tan mala suerte que impactó directamente en la espalda de Neruda.
-Me da que eso no se usa así -le advirtió su hermana Brígida al ver el cuerpo inerte del jefe de seguridad al borde de la hoguera.
-Pues, entonces, que no lo llamen extintor -se justificó Úrsula.
Alertados por el olor y el ruido, el resto de vecinos subimos a ver qué pasaba. 
-Tú no entres hasta que nos aseguren que no hay peligro -apuntó María Victoria a su marido, mientras se colocaba a sus dos caniches debajo de una blusa de un amarillo huevo frito pasado de cocción. 
-Aquí huele a carne quemada -comentó Carmela a punto de vomitar. 
-Yo sabía que esta mujer era una asesina. Seguro que dentro de ese baúl hay un cadáver -susurró María Victoria a su marido. 
-Yo, anoche, encontré rastros de sangre en la escalera -dijo él, como si viera llover. 
-¿Cómo? ¿Y por qué no llamaste a la policía? Es que no sirves para nada, Alberto -se quejó ella, mientras las caniches gimoteaban asfixiadas.
Carmela escuchó la conversación y salió corriendo a llamar a su marido, Pepe, el policía.
-Ven corriendo. Doña Monsi ha matado a alguien y está destruyendo las pruebas. Ha tirado el cadáver al fuego -le adelantó por teléfono.

En menos de cinco minutos, Pepe y otro compañero ya estaban en el edificio. Subieron corriendo a la azotea y allí Carmela les señaló quién era la presidenta.
-Señora, saque de ahí ese baúl -le ordenó.
-Pero ¿usted está loco? No puedo interrumpir el ritual -respondió doña Monsi indignada.
-¿Ves? Esta mujer, además de asesina, tiene una secta -gritó María Victoria aterrorizada.
-Querida, tranquilízate. Se refiere al ritual de San Juan -le aclaró su marido, pidiendo disculpas a los policías con un gesto. 
-Y ese hombre ¿también esta muerto? -preguntó Pepe con el brazo extendido en dirección a Neruda, que seguía inmóvil en el suelo-. Ramírez, pida refuerzos. Esto es peor de lo que imaginaba.
La situación se liaba por momentos y el marido de María Victoria cogió el extintor y empezó a apagar el fuego. Los agentes consiguieron salvar el baúl, que no se había quemado del todo. Cuando lo abrieron comprobaron que allí dentro no había nada. 
-¿Y las manchas de sangre en las escaleras? -preguntó María Victoria incrédula.
-Eso. ¿Y la Padilla? No sabemos de ella desde ayer. Seguro que estaba ahí dentro, pero con el fuego se habrá desintegrado -explicó Carmela, mientras su marido, el policía, la miraba avergonzado. 
-Ramírez, mire a ver si la tal Padilla está en su piso -le indicó Pepe.
A los tres minutos, Ramírez regresó a la azotea con la desaparecida y con Cinco Jotas, el cochino, que llegó cojeando y con una de las patitas vendadas.
-¡Padi! Pensábamos que doña Monsi te había matado para quemarte en la hoguera -dijo Carmela abrazando a su vecina. 
-¿A mí? Pero si yo estaba en casa viendo la tele porque Cinco Jotas se ha hecho daño en una pezuña y, como le sangra, no podemos caminar mucho -explicó la mujer.
-Yo siempre supe que la sangre de la escalera no era humana -dijo Alberto, como si hubiera resuelto el misterio más complicado de la historia. 
Sin despedirse, los dos policías se marcharon. Doña Monsi nos miró a todos con cara de repugnancia y ordenó a Neruda que recogiera todo aquel desaguisado. 
-Pero Neruda está herido -le recordó Carmela, señalando al pobre hombre.
-Ya se le pasará -contestó la presidenta.

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