Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 15 de junio de 2015

CINCO JOTAS
Las aguas volvieron a su cauce cuando doña Monsi puso el pie en el edificio tras haber pasado dos semanas en Sant Cugat del Vallés arreglando un problema con su hermana, viuda tres veces. A pesar de las pesquisas, a Carmela le ha sido imposible, todavía, averiguar cuál es el misterio, aunque no tardará mucho en conseguirlo. Nuestra Agatha Christie particular mete la oreja en cualquier fregado y no de la escalera, precisamente.
Después del lío de pactos y presidentas sustitutas, nada más llegar, doña Monsi convocó una reunión de urgencia y restableció el orden anterior, con lo que Neruda vuelve a ser el Jefe de Seguridad y Carmela la que limpia las escaleras. Otra de las medidas que tomó fue clausurar el pequeño centro comercial en el que Úrsula había convertido el cuartito de contadores.
-¡Tú!, coge todos los botones cagones esos, la cafetera y las pizzas congeladas y sácalas de ahí antes de que yo lo haga a manotazo limpio -ordenó la presidenta a Neruda, que no tardó ni cinco segundos en vaciar el cuarto.
-¡Ños! Ni yo cuando robé la sucursal de mi barrio lo hice tan rápido -dijo Eisi con los ojos vidriosos por la emoción que le causó ver cómo el jefe de seguridad desvalijaba todo aquello en menos de un parpadeo.
En los días siguientes algunos vecinos de la zona siguieron entrando en nuestro edificio a por café y pizzas, pero Carmela les aclaró que ya no despachaban y que doña Monsi había decidido cerrar el negocio porque no podía prescindir de ella en las escaleras.
-Es que no se puede ser tan buena en todo -le dijo, con aires de "no-hay-otra-como-yo", al pescadero, un tipo bajito y pelirrojo que se había acostumbrado a tomar un barraquito cada mañana en nuestro edificio. Parecía simpático, pero dejaba un tufo desagradable a sardinas en el portal que, extrañamente, a Carmela le aliviaba las náuseas del embarazo.
Sin embargo, la gran novedad de la semana no ha sido el regreso de doña Monsi, que, en su caso y en el nuestro, ha sido volver a más de lo mismo, sino la llegada de Alegría, una sobrina de la Padilla que ha venido desde Taguluche en La Gomera. Su madre la ha mandado una temporada con su tía a ver si se le pasa la idea de querer ser monja. La chica llegó el jueves al edificio y María Victoria, que venía de comprarse una blusa a lo oso panda, se la encontró esperando el ascensor con dos maletas y un cochino.

-¿No pretenderás subir en el ascensor? -le preguntó con gesto de repugnancia.
-Pues pensaba hacerlo porque voy a casa de mi tía y no creo que pueda con estas dos maletas. ¿Es que está estropeado? -preguntó.
-Por el momento, no. Pero todo se andará. Lo que pasa es que, en este edificio, está prohibido subir animales en el ascensor -le dijo cuando toda ella parecía un dálmata por culpa de un traje a manchas negras y blancas.
-Vaya, pues tendré que pedirle a Cinco Jotas que suba por las escaleras -dijo empujando al cochino escalones arriba con la consiguiente mirada fulminante de Carmela que se puso en posición de "aparta-cerdo-de-aquí-no-se-te-ocurra-pasar".
Por suerte, Neruda, que hacía la ronda de tarde, se ofreció a subir al cerdo en brazos, aunque estoy segura de que él hubiera preferido mucho más subir a la aspirante a madre superiora.
Por lo que sabemos, la Padilla está encantada con su sobrina, pero no tanto con Cinco Jotas, que, a todas horas, la sigue por la casa y, como Alegría se pasa el día en la calle visitando iglesias, el cochino le ha cogido cariño a la mujer y ya no se quiere quedar solo ni un minuto. Así que, cada vez que sale, tiene que llevarlo con ella. Carmela está que trina porque el animalito le deja las marcas y alguna otra cosilla en las escaleras.
-Como doña Monsi se entere de que tienes un cochino en el edificio, hace jamón con los dos -le advirtió Neruda, que, como le gusta la chica, está haciendo la vista gorda y no le ha dicho nada a la presidenta.
Temerosa de la amenaza, la Padilla está enseñando a ladrar al cochino, por si acaso.

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