Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

domingo, 28 de septiembre de 2014

EL ESCALÓN NÚMERO 13

Un fuerte olor a podrido nos alertó a todos el pasado jueves. La pestilencia entró por la puerta del edificio, subió en ascensor hasta la azotea y, desde allí, se precipitó en caída libre hacia el patio donde se transformó en algo mucho más desagradable, provocando que Úrsula cayera desmayada cuando iba a cerrar la ventana de la cocina.

Al verla tirada en el suelo, más decolorada que la tela del sofá de la tele, su hermana Brígida salió corriendo en busca de ayuda y fue entonces cuando todos los vecinos nos encontramos en el escalón número 13 que es, curiosamente, donde coincidimos siempre que sucede algún incidente en el edificio. Carmela es supersticiosa y dice que deberíamos quitarlo, como hacen las compañías aéreas con la fila que lleva ese número en los aviones.



Los primeros segundos tras el olor nauseabundo fueron de enorme confusión. No sé si porque el tufillo había actuado como una especie de anestesia o por los gritos exagerados de Brígida que generó una alarma añadida.

-¡Ah!, entonces de ahí venía el olorcillo ese -dijo la Padilla con un tonito de guasa y como si no le importara la trascendencia de aquellas palabras.

-Por favor, qué falta de tacto -le recriminé.

-Si este olor fuera Úrsula, significaría que llevaría muerta varios días pero yo la vi hace una hora en la azotea -aclaró Carmela.

Cuando Brígida consiguió tranquilizarse y recuperar el estado normal de su glotis, comenzó a emitir sonidos guturales que traducidos al lenguaje normal compusieron la frase: "¡Que mi hermana no está muerta!".

Como era de esperar, Dolors, la presidenta de la comunidad, se quejó del escándalo que habíamos armado y le espetó a la hermanísima que lo del desmayo era un problema menor y que, en todo caso, no le incumbía al resto de vecinos, a los que nos pidió que nos dispersáramos. Antes de regresar a su piso le aconsejó que mojara un pañuelo en colonia y se lo acercara a la nariz de Úrsula. "Así volverá en sí, aunque mejor sería que volviera en otra", le comentó. 

Mientras subía las escaleras, miró a Carmela de reojo y le ordenó que eliminara ese tufo porque su suegra estaba a punto de llegar para pasar una temporada en su casa.

Agobiada, Carmela nos pidió ayuda. Recoger pelusas y limpiar manchas incrustadas era lo suyo pero hacer desaparecer olores de ese calibre no estaba en su rutina. Después de más de veinte minutos dándole vueltas al problema optó por llamar a Chen-Yu, el dueño de la tienda china, y preguntarle si tenía algún producto milagroso. Bernardo, el taxista, se ofreció a recoger el paquete.

Carmela lo abrió, sacó una botella de color púrpura y echó tres chorros como si aliñara la ensalada. Horas después, el edificio seguía oliendo a podrido pero, además, a aquel líquido amargo que revolvía las tripas. Poco antes de las cinco de la tarde, volvimos a escuchar voces en el portal. Bernardo bajó a ver qué pasaba y se encontró a la suegra de Dolors, que había llegado antes de lo previsto y preguntaba por su nuera a Carmela, que terminaba de pasar la fregona por el cuartito de contadores que era lo que peor olía. La señora abrió los ojos y las fosas nasales al unísono y aspiró.

-Vaya, cuántos recuerdos me trae este aroma. Así olía mi pescadería en el Palomar de Ribera de Arriba -suspiró nostálgica mientras cogía el ascensor.

Al mencionar lo de la pescadería, a Bernardo se le iluminó la mente. Se acercó a Brígida, que parecía más tranquila después de que su hermana se recuperara por el efecto de un clínex empapado en Chanel número 5, y le comentó que el italiano le había dicho algo acerca de montar una pescadería. 

Esa noche, en el escalón número 13 interrogamos a Salvatore que reconoció que mientras esperaba por la licencia para montar una pescadería, había decidido guardar la mercancía en el cuarto de contadores. El resto ya se lo imaginan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario