Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

domingo, 24 de agosto de 2014

¡A MOJARSE!

Bernardo ya ha regresado de sus vacaciones en Calabria pero Salvatore, el italiano con el que había intercambiado su piso, no quiere marcharse. Dice que como aquí no se vive en ningún otro sitio y le ha pedido -de rodillas y todo- que “per favore” le deje quedarse un tiempo más con él. A cambio, se ha ofrecido a buscarle clientes para su taxi. Bernardo no ha podido decirle que no a ninguna de las dos cosas y, desde el martes, el taxista no da abasto para recoger señoras del supermercado, a las que Salvatore engatusa con su acento italiano, cada vez que va a comprar la marca blanca de limoncello.

Quien sigue sin volver a casa es Bartomeu, el marido de Dolors, la presidenta de la comunidad. Ella sigue disparatada y no para de imponer normas absurdas para controlar a los vecinos. Después de quitar los buzones y colocar a Neruda, se le ha ocurrido decirle a Carmela -que de nuevo es la encargada de limpiar la escalera- que lo haga con agua helada porque así refresca más. El problema es que, con el calor del verano, el agua que sale de la llave del cuartito de contadores está más caliente que el motor del coche de la autoescuela el día que Úrsula lo dejó después de su primera práctica; así que, ahora, todos en el edificio tenemos que entregarle a Carmela una bolsita de hielo cada vez que viene a limpiar. 

Lo que nadie se podía esperar fue lo que ocurrió el jueves en el descansillo del tercero, donde viven las hermanísimas. Mientras Carmela se afanaba con la fregona para quitar dos centímetros y medio de polvo de la escalera, Úrsula abrió la puerta de su piso y, a pesar de los gritos de Brígida que le pedía que no lo hiciera, cogió el cubo de agua y se lo echó encima.





- Pero, ¿tú estás loca?- le gritó anonadada Carmela que acababa de arrancar una pelusa a lo Bob Marley de uno de los zócalos- ¿Por qué has hecho eso?

Mientras el agua y los trocitos de hielo le resbalaban cabeza abajo y le recorrían el cuello y el torso hasta llegar a los pliegues de su abdomen, donde por fin el agua se detuvo, la mujer empezó a decir:

- Y ahora nomino a Dolors, a la Padilla y al Neruda.

-Dios mío, ha perdido la cabeza- dijo Carmela, que no entendía qué le había pasado a la mujer para hacer aquella locura.

- Es que está obsesionada con el reto ese del cubo de agua helada que todo el mundo se está echando por encima. Yo he tratado de explicarle que tiene un significado solidario pero ella no atiende a razones. Dice que no va a ser menos que el Casillas, el Bill Gates o que nuestra prima Angelita que colgó ayer en el chat de la familia un vídeo echándose el maldito cubo ese. 

La Padilla, que siempre tiene la oreja pegada a la puerta, salió al escuchar su nombre y gritó que aceptaba el reto.

- Vayan a buscar más hielo- dijo a los que nos habíamos acercado al tercero al escuchar el jaleo. Aceptaba el reto de Úrsula. 

En ese momento, Bernardo, que llegaba de trabajar después de más de siete horas ininterrumpidas recogiendo señoras del supermercado, intervino para poner calma.

- A ver, por favor, un poco de cordura. ¿Es que no se dan cuenta de que esto es un rollo que se ha salido de madre? ¿O es que, además de mojarse como patos, también van a aportar dinero? ¿Eh? 

- Eso. Dinerito para pagar el gasto de agua y de lejía- dijo Dolors, al tiempo que aprovechó para repetir su frase favorita- ¡Imbéciles todos!

Al decir la palabra lejía volvimos a mirar a Úrsula que seguía destilando agua por todos lados y que, además, había empezado a toser y a restregarse los ojos con tanta fuerza que me recordó a Vicentito, un compañero de Segundo de EGB cuando borraba las sumas que le habían salido mal. En medio del barullo, el italiano fue quien se dio cuenta del problema y, sin pensárselo dos veces, sacó su móvil y marcó el 112.

- ¡Andiamo, veloce, abbiamo un'emergenza!

Después del jaleo, y con Úrsula ya en casa con dos parches en los ojos, Dolors le dijo a Carmela que volviera a fregar como antes, con agua a temperatura normal. “Es más, si está caliente, mucho mejor. Así nadie tendrá la tentación de echársela por encima. Imbéciles todos”.


Impresionada por lo ocurrido y con la incertidumbre de no saber si su hermana se recuperará, Brígida ha colgado un cartelito en el ascensor que dice: “Si quieres contribuir en la lucha contra la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) puedes hacerlo en el siguiente número de cuenta: ES09 - 2038 - 1923 - 156200003135. Asunto: cubo hELAdo". 

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