Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

domingo, 27 de julio de 2014

EL ITALIANO

Desde que Tito ha empezado a hacerse cargo de la limpieza de las escaleras, el tráfico de salida y entrada al edificio se ha reducido considerablemente, ya que el pobre chico no pasa de escalón hasta que el anterior está seco del todo, no se vayan a quedar marcados con las pisadas. Para más inri (como decía mi profesor de Religión), el ascensor está inmovilizado porque la Padilla se ha empeñado en aprovechar la ausencia de Dolors para hacer algunos arreglos.

- Mira, niña. Como tú no lo usas- me dijo- vamos a suprimir el botón del tercero para que no haga parada en tu piso.

Intenté explicarle que eso era injusto porque tengo familia y amigos que vienen a verme y que sí usan el ascensor pero de nada sirvieron mis explicaciones porque al día siguiente un señor a lo Pepe Gotera y Otilio ya estaba desconectando el botón del tres. Todo por ahorrarse un par de céntimos de electricidad, si acaso. 

Pero lo más destacado de la semana no ha sido esto. Lo realmente impactante ha sido la llegada de un nuevo inquilino. Aunque, realmente, lo de nuevo es temporal porque ha venido a quedarse en el piso de Bernardo por tres semanas, mientras él se marcha a Italia a casa del recién llegado.

- Es un intercambio de casas por vacaciones. Lo encontré en internet- le explicó a Tito cuando se tropezó con él mientras esperaba en el escalón 38 a que se secara el 39.


El nuevo vecino se llama Salvatore y es de Calabria, en el sur de Italia. Llegó el lunes por la tarde y le pagó a Tito 20 euros por subirle las maletas. Cuando Úrsula -que acababa de llegar de su clase de batata que imparte Chano, que debutó en los inicios del mítico programa de TVE, Tenderete- se lo encontró en el portal se quedó paralizada y estúpidamente enamorada pero Brígida le advirtió de que se dejara de tonterías, que el “tipo ese” tenía más pinta de vividor que de otra cosa. 

- Ya estás temerosa de que me vaya con él y te deje sola. Eso es lo que te preocupa ¿no? Pues acostúmbrate porque un día te tendrás que quedar sola. Estoy en edad de casarme. Asúmelo- le dijo enfadada a su hermana.

El tal Salvatore parece agradable. Siempre viste de negro -con el calor que hace- y se pasa el día hablando por el móvil, al estilo “ma che cosa fai”, gesticulando en todas las direcciones como un limpiaparabrisas que ha perdido la conexión.

Durante varios días, Úrsula intentó provocar un encuentro fortuito programado en la escalera, por aquello de que -como dice el del butano- el ascensor sigue en modo convento. “Sí, hombre, si es que siempre está de clausura”, nos aclaró el otro día cuando subió una bombona al ático. 

Por fin, el jueves se tropezó literalmente con el italiano y, después de poner cara de no me lo esperaba, le pidió perdón por el despiste.

- Disculpe, usted. Si le he arrugado la camisa con este inesperado encontronazo, se la puedo planchar en dos minutos- le dijo con una seguridad que ni yo cuando me preguntan cuánto son dos y dos. 

- Non ti preoccupare- le contestó él pero ella, que no domina ni el castellano, entendió lo que quiso.

- Claro, claro, comprendo que esté preocupado. Ande, suba conmigo que yo se lo hago en minuto y medio.

Brígida, que en ese momento llegaba del mercado cargada con dos bolsas, escuchó la frase de su hermana fuera de contexto y gritó desaforada:

- ¡Úrsula, ni se te ocurra. En nuestra casa, no.

- Pe.. pero ¿qué haces? ¿Tú estás loca? Qué vergüenza señor. Solo voy a repasarle la camisa- le aclaró Úrsula.

- ¿La camisa? No soy tonta. Acabo de escuchar perfectamente tu insinuación. 

Sin pensárselo dos veces, cogió carrerilla y corrió como un galgo escaleras arriba, sobrepasó a su hermana y se atrincheró en la puerta, amenzándola con una cebolla a modo de granada a punto de ser lanzada. 

Úrsula le hizo un gesto a Salvatore como diciéndole: no-te-preocupes-italiano-mi-hermana-la-pobre-está-trastornada-pero-no-te-muevas-que-esto-lo-arreglo-yo-enseguida y, entonces, intentó abalanzarse sobre Brígida para apartarla de la puerta pero ésta le lanzó la granada (bueno la cebolla) en toda la cara y, al desequilibrarse la bolsa que llevaba en la otra mano, se le rompió y el kilo y medio de papas empezó a rodar escaleras abajo hasta que se escuchó el grito desgarrador de “¡Dios mío que salimos por los aires!” que tuvo tiempo de pronunciar el hombre del butano, antes de resbalarse e ir a parar al descansillo del segundo. Todo eso mientras Tito trataba de que la bombona no cayera al suelo.

En medio de todo este lío, Salvatore aprovechó para despedirse amablemente de las hermanísimas y se marchó a su piso como si nada de esto fuera con él. Lo que ocurrió en las escaleras, fue lo de siempre: gritos, reproches, llantos y la ambulancia que se llevó al del butano con una luxación de cadera provocado por el impacto de la bombona. Y todo "por culpa del Umberto Tozzi ese", como dice la Padilla. 



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