Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

domingo, 20 de julio de 2014


ALGO HUELE MAL




Que Carmela no pudiera venir a limpiar las escaleras convirtió al edificio en un auténtico vertedero, así que la Padilla se puso a buscar un voluntario entre todos los vecinos para que pasara la fregona un par de días a la semana pero ninguno nos dimos por enterado. Úrsula le hechó en cara que su forma de actuar se parece cada vez más a la de Dolors, la presidenta de la que -por cierto- no tenemos noticias desde que dijo que se marchaba por unos días. Ya va para dos semanas.

- Limpiar las escaleras es un trabajo profesional, así que es mejor que contrates a alguien que sepa hacerlo- le dijo la hermanísima cuando se la encontró en la azotea. 

El caso es que Carmela era la persona que, actualmente, tenía ese contrato pero desde el accidente de la anciana Lili Wei, pidió unos días para quedarse con ella a cuidarla. 

- No quiero dejar en la estacada a Chen-Yu que siempre ha estado ahí cuando lo he necesitado y, mucho menos, quiero que se entere de cómo se partió la cadera su madre- le explicó a la Padilla cuando la llamó para preguntarle si la baja iba a ser por mucho tiempo. 

Como no había fecha para la vuelta de Carmela, lo de las escaleras lo fuimos solucionando en equipo: cada uno se encargaba de limpiar sus diez escalones los martes y los jueves. Las hermanísimas empezaban a las cuatro de la tarde y nos íbamos pasando la fregona y el cubo de unos a otros, como si fuera el testigo en la carrera de los 1.500. A alguno se le cayó y armó la de Troya, cuando el agua se desparramó escaleras abajo con lejía y todo. Un desastre.

El problema se planteó al llegar al portal. Nadie quiso hacerse cargo pues, según las hermanísimas, “es un sitio común: de nadie y de todos”. Como se veía venir la discusión interminable, la Padilla decidió atajarlo pidiéndole al barrendero del barrio que se hiciera cargo -excepcionalmente- de su limpieza hasta que se reincorporase Carmela. 

A todos nos pareció una verdadera chapuza la solución pero el hombre no tardó ni dos segundos en aceptar los 20 euros con 32 céntimos semanales por limpiar dos tardes la entrada del edificio. Aunque, la verdad que calificar de limpieza lo del barrendero es ser demasiado generosa: dos pasaditas (ras, ras) con la hoja de la palmera y hasta la próxima. Lo del ascensor, mejor no comentarlo. Para encontrarte en el espejo tienes que buscar entre marcas de dedos de todos los tamaños y el olor no tiene nada que envidiar al que sale del contenedor de la esquina de casa cuando levanto la tapa para tirar la basura. 

Carmela, que no tiene nada que envidiarle a la CIA, se enteró del apaño de la Padilla y se puso de los nervios al pensar en el estado en que podía encontrar las escaleras a su vuelta. 

- Cuando regrese no voy a poder recuperar el brillo del suelo- se quejó a Brígida en la farmacia, donde la encontró cuando compraba dos cajas de ibuprofeno para el dolor de cabeza porque, por culpa de la caída, a Lili Wei le ha dado por repetir la misma nana china desde que se despierta hasta que se duerme. 

Por suerte, este viernes, Carmela pudo descansar algo porque un primo de Chen-Yu se ofreció a cuidar de la señora para que ella pudiera tomarse la tarde libre. 

- Muchas gracias Joaquín, te debo una- le dijo mientras se arreglaba el pelo, se pintaba los labios y marcaba el teléfono de su marido Pepe al que lleva más de una semana sin ver.

- Yo no llamo Juaquín, señora- le dijo el chino enfadado- yo llamo Kuan-Yin- pero Carmela ya se había marchado, dejando al pobre hombre allí con su nombre cambiado y la anciana cantando el estribillo de su nana favorita. 

Cuando creíamos que todo se había calmado un poco, el sábado Pepe, el policía y marido de Carmela, apareció por el edificio y subió a ver a la Padilla para comentarle que el ayuntamiento había sancionado con empleo y sueldo al barrendero, al haber aceptado un contrato de estraperlo

- Y tenga cuidado. La próxima vez será usted la que pague las consecuencias- le advirtió Pepe.

- Imbécil este. Seguro que lo ha hecho para que nadie le quite su puesto a Carmela, como es su mujercita. Pues te vas a enterar- dijo la Padilla cuando el policía se había marchado ya.

Al día siguiente, le encargó a Tito, su hijo, que limpiara las escaleras.

- ¿Puedo hacerlo mañana? Es que he quedado con Fiti y los del monturrio- le preguntó Tito.


- ¿Como que si puedes mañana? Claro. Hoy, mañana, pasado, el otro y el otro. Desde ahora, eres el encargado de la limpieza del edificio. Ya no necesito a la Carmela. Se ha quedado sin trabajo. Y tú, ni rechistes. ¿Me oyes? De lunes a domingo, a dejar las escaleras como los chorros del oro.

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