Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

domingo, 6 de noviembre de 2016

INSPECCIÓN OCULAR
La rotura de una tubería el lunes, seguida de un cortocircuito el miércoles, hizo saltar las alarmas en el edificio, aunque lo que realmente saltó fue el cuerpo de Carmela que, en ese momento, había entrado a guardar la fregona en el cuartito de contadores y, de la detonación, acabó estrellándose como un mosquito contra la puerta del ascensor. El golpe la dejó más doblada que una camisa de caballero recién comprada y con varias fracturas de las que sigue recuperándose en casa.
-Madre del amor hermoso; la pobre podría haber muerto electrocutada -comentó la Padilla esa tarde cuando la presidenta doña Monsi nos convocó a una reunión de urgencia en el portal.
-¿Y si Carmela no regresa más? -se preocupó Úrsula.
-¿Te refieres a la vida o al edificio? -preguntó su hermana Brígida, con temor a que algo inespecífico explotase en cualquier momento.
-Pues si no regresa tendrán que repartirse la limpieza de las escaleras entre ustedes -anunció la presidenta, mientras pasaba entre las sillas de madera que Eisi había colocado para la reunión e intentaba llegar al sillón presidencial, tapizado con un cojín de color granate.
A su lado, un señor con unas gafas de cristales más gruesos que los dos muslos de la Padilla juntos, nos miraba con desconfianza. Agarraba una libreta azul manoseada y jugueteaba con un bolígrafo rojo dando vueltas entre sus dedos, tan dispares unos de otros que cada uno parecía de una persona diferente.
Tras volvernos a contar con todo lujo de detalles, algunos bastante desagradables, cómo Carmela saltó por los aires esa mañana, doña Monsi nos presentó al desconocido.
-Este es don Braulio y ha venido a hacer una inspección ocular en el edificio.
-Ay, qué bien me viene -dijo Brígida, acercándose a él sin dejar que la presidenta terminará la explicación- Verá, señor, es que llevo varios meses con una molestia en el ojo izquierdo. Veo a mi hermana borrosa, como si no la hubieran terminado de hacer y tengo miedo de que pueda ser una riada -explicó Brígida, con la cara a menos de un centímetro de la del pobre hombre.
-Señora, supongo que usted se refiere a una catarata -le corrigió don Braulio- En ese caso, le recomiendo que vaya a un oculista.
-¿Ya empezamos a pasarnos la pelota de uno a otro? Porque ¿usted qué es? Ah, claro -dijo en tono sarcástico- el señor es oculista pero solo atiende a gente de postín no a una pobre desgraciada como yo. Qué decepción. Al final, son todos iguales.
-Señora, es que yo no soy oftalmólogo. Soy inspector técnico de edificios.
-¡Bueno, vale ya de tanta tontería! -se quejó doña Monsi con cara de pocos amigos y recordó que lo que había dicho era que el hombre que estaba a su lado había venido a hacer una inspección ocular de los hechos ocurridos esa mañana en el edificio.
Tras el estúpido incidente, don Braulio dedicó el resto de la tarde a examinar con lupa cada rincón para tratar de averiguar la causa del cortocircuito.
Después de hacer una batida en la azotea, en el sótano y en las escaleras, el inspector se encontró con la Padilla en el portal, cuando esta bajaba a pasear a Cinco Jotas. Se interpuso entre ella y la puerta.
-Alto ahí. ¿Quién es ese?
-Mi cerdo.
-¿Vive aquí?
-Pues claro. ¿Algún problema?
-Pudiera ser. ¿El animal presenta gases?
-Sí. Todo le sienta mal y no para de echarse unos...
-Suficiente, señora. No hace falta que me dé detalles. Es lo que me temía. El cerdo no puede seguir aquí. Sus gases causaron el cortocircuito.
-Eso es absurdo -protestó la Padilla.
-Hay antecedentes científicos con un cerdo en Massachusetts.
-Saquen a ese maldito cochino del edificio -no dudó en ordenar doña Monsi.
-¡No! -gritó la Padilla, abrazando al animal que, de repente, empezó a emitir un runrún estomacal y desembocó en una metralleta de gases.
Don Braulio se tiró al suelo y nos gritó a todos que hiciéramos lo mismo. En ese mismo instante, una explosión rompió la puerta del cuarto de contadores pero, por fortuna, el estampido nos cogió a todos en el suelo y no hubo que lamentar ninguna desgracia.
Esa noche, se llevaron a Cinco Jotas, entre gases y lágrimas.

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