Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 28 de noviembre de 2016

EL INVITADO MISTERIOSO
A todos nos sonaba la cara de aquel tipo cuando lo vimos entrar en el edificio. Venía acompañado de Eisi, que, enseguida y como si quisiera ocultarnos algo, titubeó al decirnos que se trataba de un viejo amigo que venía a pasar una temporada en su piso. Nos resultó extraño que no llevara maletas y tampoco parecía el típico colega de nuestro vecino, más dado a rodearse de quinquis y echaditos pa'lante que de un señor amable, de edad incalculable y con barba de varios siglos.
-¿Y este de dónde sale? ¿Del Señor de los Anillos? -preguntó Úrsula, asustada por sus pintas, que le daban un cierto parecido con Gandalf.
-Nada, chica, que Eisi cambia de amigos como María Victoria de "leggins" -comentó Carmela, enfadada, porque aquel invitado le suponía tener que limpiar más pisadas en las escaleras y ya no le quedaba lejía. La presidenta doña Monsi ha decidido desviar el dinero destinado a los productos de limpieza a la compra de adornos navideños.
-Pero si odia la Navidad -recordó María Victoria.
-Se nota ¿Tú has visto los adornos que ha comprado? -se quejó Úrsula.
La primera noche desde la llegada del misterioso amigo de Eisi al edificio fue movidita. Al día siguiente, mientras Carmela restregaba con las toallitas húmedas de las mellizas las huellas que había dejado incrustadas en todos los escalones, las hermanísimas se quejaron de que el tipo se hubiera pasado toda la noche bajando y subiendo las escaleras.
-Empezó cuando ya estábamos en la cama -dijo Úrsula.
-Bueno, pero a su favor hay que decir que lo hizo con sigilo -comentó su hermana Brígida, a la que aquellas barbas ya empezaban a seducirla.
En medio de aquel corrillo que se fue formando para comentar los andares de nuestro nuevo inquilino, la Padilla llegó gritando asfixiada y con algo en la mano.
-¡Es él!
-Pero ¿a ti qué te pasa, ahora? -preguntó Carmela, con un dolor en la muñeca de tanto frotar para borrar aquellas pisadas y con cierta nostalgia del olor a lejía que ya solo quedaba en su recuerdo.
La Padilla extendió el brazo y nos mostró una fotografía con un "Se busca" en letras rojas. No podía ser: el hombre de aquella foto era el amigo de Eisi.
-¡Nos ha metido un forajido en el edificio! -exclamó aterrada María Victoria.
-Hay que echarlo de aquí inmediatamente -dijo Úrsula sacando pecho.
-Ay, señor. Y tú borrando sus huellas -le recriminó María Victoria a Carmela, que empezó a recuperar las toallitas por si la policía las necesitaba como pruebas.
En ese momento, Eisi y su amigo bajaron al portal y allí fueron rodeados por las mujeres.
-¡Alto! ¿Qué se supone que están haciendo? ¡Ladrones! -les gritó Úrsula.
Los hombres no tenían escapatoria. Carmela intentó coger el teléfono para llamar a la policía, pero Eisi se abalanzó sobre ella.
-¿Están locas?
-Sí, de miedo. No queremos morir a manos de un delincuente -dijo la Padilla enseñándole la fotografía del "Se busca".
El hombre de la barba inmensa agachó la cabeza.
-¿Es que no tienen ni un fisco de sensibilidad? -les echó en cara Eisi-. Este señor no es un asesino. Es Melchor.
-Qué más da cómo se llame... Melchor, Pepito o Sursum Corda -gritó Carmela-. Es un a-se-si-no.
Viendo que las mujeres no entraban en razón, Eisi le hizo un gesto a su amigo y este metió la mano en el bolsillo de donde sacó algo dorado y brillante que se llevó a la cabeza.

-Mi amigo es Melchor. El rey mago -reveló Eisi.
De la impresión, Carmela cogió una de las toallitas con las que había restregado las escaleras y se la pasó por la frente, cara y cuello. No paraba de sudar.
-Ha escapado de sus compañeros porque está agotado de hacer siempre lo mismo. Gaspar está muy subidito, Baltasar se pasa todo el viaje hablando y los camellos huelen cada vez peor -nos explicó.
-Y entonces... ¿Mis regalos este año? -preguntó María Victoria, a la que no se le iba de la cabeza el chaquetón de piel de naranja exótica que había visto.
-Calma, señoras. Ha huido con el saco lleno.
Por interés o por caridad, lo cierto es que tras la revelación, en el edificio, tratamos a Melchor como si fuera un rey.


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