Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

domingo, 7 de diciembre de 2014

LAS CUENTAS DE NAVIDAD
Los recortes navideños han llegado al edificio y, este año, se ha cambiado el alumbrado de luces de colores por nueve velas blancas que sobraron en la tienda de Chen Yu de la temporada pasada. La decisión ha sido unilateral y sin vuelta atrás. La presidenta, doña Monsi, lo comunicó a todos los vecinos con nocturnidad y alevosía, a través del hilo musical de la escalera a última hora del martes y, temiendo que se formara una tangana, mandó a Neruda a vigilar su puerta durante toda la noche. Sin embargo, las hermanísimas y la Padilla se metieron en su piso cuando, al día siguiente, Carmela, entró a llevarle un caldito de pollo que le había preparado. Allí las tres le cantaron las cuarenta.
-¡Ya está bien, señora! -le gritó Úrsula-Se está pasando tres pueblos. 
-La Navidad ha sido siempre una cosa sagrada en este edificio, incluso en tiempos peores -le recordó la Padilla, enseñándole unas fotos que sacó su hijo Tito en las fiestas de 2009 en las que se veían las luces de neón que ese año colgamos en la entrada del edificio. 
Doña Monsi, que se ha vuelto una caprichosa por culpa de la maldita rotura de cadera, se llevó las manos a las orejas y empezó a cantar el "pero mira como beben los peces en el río" con los ojos cerrados y moviendo la cabeza para no escuchar los reproches de sus vecinas. Con el escándalo, Neruda que había bajado a limpiar los buzones a los que ya no llegan ni facturas del banco, subió corriendo y, al puro estilo Diego el Cigala, gritó: "¡Atrás!" y desalojó a las mujeres con la fregona que previamente le había cogido a Carmela, a la que lo único que le importaba era que el caldo no se enfriara.
-Ande, vaya tomándose un sorbito entre grito y grito -le dijo, mientras le hundía la cuchara hasta la campanilla. 

Doña Monsi acabó ahogándose; las hermanísimas y la Padilla, en medio de la escalera amenazando a Neruda y Carmela, tomándose el caldito casi frío. 
Por otro lado, el italiano ya no está con nosotros aunque sigue con su pescadería. De momento, está viviendo en una pensión cerca de la avenida marítima. Supongo que un día de estos quedaremos con él en el bar de Antonio para darle su décimo de Lotería de Navidad. Aquí somos todos muy creyentes. En la suerte. 
El piso del italiano ya está ocupado por los nuevos inquilinos. Tienen pinta de buena gente, pero solo es eso: pinta. María Victoria es de esas mujeres de la que no acertarías su verdadera edad ni con la llamada del público. La esconde (la edad) debajo de un centenar de retoques entre cara y cuello. Le gusta embutirse en pantalones de pitillo ajustados con manchas de leopardo, tigre o cebra y camisetas tres tallas menos con dibujos de temática animal, con lo que el primer día que me tropecé con ella en la escalera salí corriendo porque los ojos del león que caían justo encima de sus pechos parecían en tres dimensiones y pensé que se me venia encima. Salí escopetada y a punto estuve de coger una de las velas para asustar al animal. Por aquello de que el fuego ahuyenta a las bestias. 
Alberto es su pareja. Hace unos meses sufrió un golpe en la cabeza mientras jugaba al golf y, desde entonces, dice sí cuando quiere decir no y no cuando quiere decir sí. Es un problema porque el viernes, que hubo reunión vecinal, nos metió en un buen lío cuando tuvimos que decidir si este año hacíamos o no el árbol de navidad. La votación terminó en empate pero Carmela, que se dio cuenta enseguida, aclaró que si Alberto había votado que no, en realidad quería decir que sí, con lo que habría árbol. Doña Monsi, como si fuera Lázaro, se levantó de la silla de ruedas, dio dos pasos y dijo que, en este edificio, no es no.

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