Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 15 de diciembre de 2014

EL TONITO DE CARMELA
Desde que doña Monsi nombró a la Padilla subpresidenta de la comunidad del edificio tiene el ego tan subido que ha ganado unos cuantos centímetros de altura y ahora ya no tiene que ponerse de puntillas cuando pulsa el botón de la azotea en el ascensor. De todas formas, tampoco tendría que hacerlo, porque su hijo Tito, que ha regresado a casa por Navidad, se pasa el día encerrado en el aparato, subiendo y bajando y cobrándonos la entrada. La tarifa es según el piso y el peso. Así que, con los gastos que generan estas fiestas, de nuevo, volvemos a tener colapso en las escaleras y Carmela no da abasto.
-¿Otra vez a la calle? -le preguntó a Bernardo con el mismo tono de "yastabién" que le pone el presentador de "la Sexta noche" a sus contertulios.
-Trabajo, ¿sabes?, y me ha salido un servicio al aeropuerto. Usaré las escaleras las veces que necesite. Lo que faltaba ahora, hombre -le recriminó el taxista.
Harta de que le ensuciáramos lo que limpiaba, a Carmela no se le ocurrió otra cosa que echar bote y medio de cera por cada cubo de agua y el miércoles tuvimos el primer accidente. Don Alberto, el príncipe, bajó a comprar dos muslitos de pollo para el caldo que, de cara a Nochebuena, está ensayando su mujer, María Victoria, que de cocina sabe lo que yo de física cuántica, y, de repente, un golpe seco y estentóreo dejó en silencio a todo el edificio. Enseguida, salimos a ver qué había ocurrido.

-El príncipe se ha caído -dijo Carmela con el mismo tono que nos da los buenos días y golpeándole en la cadera con la fregona para que iniciara el levantamiento.
-¿Pero no ves que está malherido? -le apuntó Brígida, al ver al hombre con las piernas colocadas en dos direcciones imposibles en relación a su cuerpo.
-¿Le duele algo? -le preguntó Carmela con el mismo interés que el camarero del bar de la plaza cuando dice "¿con gas o sin gas?".
-No -respondió don Alberto.
-¿Ven? Tanto drama, tanto drama y el hombre está perfecto.
Yo, que no suelo meterme en nada, les recordé que don Alberto no era de fiar, en el sentido de su problema expresivo tras el golpe que recibió con el palo de golf.
-Yo creo que ha querido decir que sí -se lanzó a decir Brígida.
Carmela se enfadó aún más y dijo que aquello era territorio suyo y que nos metiéramos en nuestros asuntos. Para entonces, Úrsula ya había ido a buscar a María Victoria, que, al ver a su marido tirado en el suelo, dio un grito que yo pensé que había sido el rugido del león que llevaba serigrafiado en su camiseta.
A riesgo de cargarse al herido, entre las hermanísimas lo levantaron del suelo y el hombre recobró la postura normal de sus piernas.
-Exagerados que son todos -nos echó en cara Carmela al ver cómo don Alberto regresaba sin problemas a su casa. Esta vez lo dijo con un tonito de "váyanse por ahí".
Con este panorama: un ascensor que no recaudaba porque los vecinos se niegan a pagar por trayecto y con una escalera que más parecía la pista de patinaje del Rockefeller Center, doña Monsi se replanteó la situación y anunció que hasta el 1 de enero el ascensor volvía a ser gratis. Úrsula, que no soporta las manías de la presidenta, lleva tres días subiendo y bajando.
-A esta le cobro yo todo lo que se ha ahorrado en una semana -dijo, mientras pulsaba el dos, el tres, el cuatro.
El viernes, don Alberto y María Victoria salieron a pasear un rato y se tropezaron a Carmela en el portal.
-¿Qué? ¿A jugar al golf? -les preguntó, mientras guardaba los botes de cera que ya no necesitará, y lo dijo con un tonito, como si en realidad lo que quisiera decirles fuera: "Tanto escándalo con la caídita y ahora te vas a jugar. ¡Pijo!".
-Encima, bromitas -le recriminó María Victoria-. El palo es para apoyarse porque tiene un esguince de tobillo y se le ha disparado la flebitis.

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