Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

domingo, 30 de noviembre de 2014

DULCES AMARGOS
Si esto sigue así, en Nochebuena montaremos un portal viviente en el edificio. Y es que desde que se da misa a domicilio, esto es un ir y venir de gente que hasta hemos tenido que quitar a Neruda de la gestión de los buzones para que se haga cargo de la puerta y del ascensor. La Padilla se ha cogido un berrinche porque -según dijo gritando como una descosida por las escaleras- está esperando una carta importante de su hijo que se ha marchado a Alemania a aprender inglés. Úrsula, que le gusta meterle el dedo en el ojo a su vecina más que un micrófono a Curri Valenzuela, le auguró que lo más probable es que el "pobre chico" termine aprendiendo ruso en Marbella.
Pero a lo que iba. El pasado miércoles se lió la cosa de tal manera que todos acabamos en el piso de doña Monsi para decirle que sus misas a domicilio estaban generando problemas con la parroquia porque venía más gente al edificio que a la iglesia del barrio. Al principio no se lo tomó nada bien pero Bernardo que, antes que taxista quiso ser psicólogo, habló con ella y la convenció de que tenía que acabar con este trasiego humano. 
- ¿Qué te ha dicho? -le preguntó Carmela, cuando Bernardo salió después de haber estado más de setenta minutos a solas con la presidenta.
- Le he hecho una propuesta y la ha aceptado: Hasta que se recupere de la fractura de cadera, le grabaremos las misas en un CD y así podrá verlas tranquilamente en su televisor- nos explicó. 
Esa misma tarde, Neruda volvió a encargarse de los buzones pero, también, de grabar las misas en la iglesia y de venir corriendo antes de las siete para ponerle la grabación en su televisor de plasma. Pobrecillo: él, que en lo único que cree es en que si alguien hizo el mundo fue para fastidiarle. 
Con esta solución, lo cierto es que el tráfico se ha reducido considerablemente en el edificio pero el jueves volvió la tensión cuando una pareja de unos setenta años (más él que ella, que los disimulaba con unos leggins de leopardo) entró en el portal mientras Carmela limpiaba. Buscaban a la presidenta. Con cara de desconfianza y con la pierna derecha apoyada en el cubo a rebosar de agua, les preguntó si habían quedado con ella. La mujer contestó que no, separándose una de las manchas del felino del muslo izquierdo. "Venimos porque vamos a comprar el tercero derecha", añadió el que debía ser su marido, un señor estirado con aires de príncipe.
Obviamente, la noticia corrió como la pólvora por todo el edificio; sobre todo, porque en el tercero derecha es donde vive el italiano.
- ¿Y allora? -preguntó con las manos ensangrentadas, después de abrir en canal un rodaballo en la azotea pues, últimamente, tiene tanto lío en la pescadería que se trae trabajo a casa.
- Que te quedas en la calle, "sulla Strada", para que lo entiendas- Le aclaró Úrsula sin anestesia.
Desde entonces, el italiano está que ni come, ni duerme. No es para menos: le quitan su piso de alquiler y, encima, su novia, la abogada alérgica al pescado, le ha pedido tiempo para repensar la relación que empezó la noche de Halloween; vamos, que no hace ni veinticinco días.
Como doña Monsi no se puede mover por lo de la cadera, le pidió a Neruda que le enseñara el piso a los nuevos inquilinos. Después de más de ochenta y siete minutos revisando cada rincón de la casa, se marcharon y quedaron en volver esta semana ya con sus maletas. 
- Vaya, el pescadero se va y llegan los maestros reposteros- dijo Úrsula burlándose sin piedad cuando el italiano bajaba un par de cajas para mudarse a una pensión.
- ¿Maestros reposteros? -preguntó Brígida a su hermana. 
- No te enteras de nada, mujer. Ella se llama María Victoria y él, que parece un príncipe, Alberto, como las tartas -le dijo señalando al buzón donde Neruda ya había escrito el nombre de los nuevos inquilinos.

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