Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

domingo, 23 de noviembre de 2014

VISITAS A DOMICILIO 

Tenemos nueva incorporación. No es un inquilino pero se ha convertido en un asiduo de este edificio. Se llama don Julián, es cura y viene todos los días a las seis de la tarde al tercero izquierdo, que es donde vive doña Monsi. Carmela fue quien lo trajo, harta de que la actual presidenta de la comunidad la utilizara, desde que se partió la cadera, de suplente para ir a escuchar misa por ella. 

- Pero señora es que yo no creo. Si la primera vez que entré en una iglesia fue el año pasado cuando me quedé en paro –se excusó Carmela.

- ¿Ves? Algo debías creer cuando entraste a pedirle al Señor que te ayudara –le dijo doña Monsi sentada en una silla de ruedas que le tiene alquilada la Padilla a 3,50 euros la hora.

- ¿Qué pedirle a ningún señor ni que nada? Si yo entré porque en mi barrio me dijeron que el párroco estaba buscando a alguien para limpiar y, como yo estaba a dos velas, pues fui, hasta que me echaron porque, según decían, gastaba demasiada agua y eso era un pecado.

Por pena, Carmela le hizo el favor de suplirla en misa dos tardes pero a la tercera le dijo que, del empacho de hostias, había desarrollado una intolerancia alimentaria grave que le había perforado el esófago y que el médico le había prohibido que volviera a probarlas. Así que, por prescripción médica, dejó de ir a misa. Cuando se lo contó, a doña Monsi le entró una crisis aguda de pánico y ese día no pudo levantarse de la cama pero la Padilla siguió cobrándole el alquiler de la silla. La pobre señora se pasó toda la mañana rogando que Bernardo, el taxista, la llevara por favor al Sagrado Corazón pero él se hizo el sueco.

Carmela, que tiene un corazón que no le cabe en el pecho, se sintió tan mal que a las dos horas regresó con un señor cogido del brazo al que presentó como el padre Julián. Desde entonces, cada tarde a las seis menos diez entra en el edificio y sube a darle misa. Para que no estuviera trayendo las ostias, Brígida -que está haciendo un curso navideño de repostería -se comprometió a cocinarlas cada semana. Doña Monsi le pidió, por favor, que evitara darle forma de estrellitas porque el primer día don Julián casi se atraganta cuando, a punto de dar la comunión, vio ante sus ojos una de color verde brillante con un gorrito de papa Noel de azúcar glas. 



La que peor lleva esta situación es la Padilla porque no solo el cura viene al edificio cada tarde. Desde el jueves, tres señoras más del barrio, que se enteraron por Carmela de que había misa a domicilio, se han apuntado también y eso supone colapso en el ascensor. Ante este panorama, Brígida se ha visto obligada a redoblar la ración de hostias y hemos tenido que conseguir un par de sillas extras para que las señoras se puedan sentar. 

Mientras tanto, el italiano sigue su romance con la abogada a la que todavía no le ha dicho que trabaja en una pescadería. 

- Ella odia il pescato y e aleryica al marisco –me comentó bastante preocupado.

La cosa se puso un poco fule, como diría mi madre, cuando la chica apareció el viernes por el edificio preguntando por él. Brígida se encontró con ella a mitad de la escalera, mientras bajaba con una nueva ración de hostias recién horneadas para llevarle a doña Monsi y se ofreció a acompañarle hasta el piso del italiano. Él -que no podía ni imaginar que era ella quien tocaba el timbre- abrió la puerta con un delantal que ya quisieran los de Micolor para su próximo anuncio y con un mero descabezado entre las manos. La joven abogada se llevó tal impresión que cayó desmayada sobre la bandeja de hostias que sostenía Brígida. 

Esa tarde no hubo misa. 

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