Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

domingo, 16 de noviembre de 2014

OJO AL DATO
Desde que la Padilla se fue a comisaría a denunciar que alguien con una capa a lo Darth Vader había entrado por la azotea y montó un escándalo en el edificio pidiendo que nos organizáramos en patrullas de defensa por cada piso, le han puesto gafas. Úrsula fue la que se dio cuenta de que el supuesto Señor Oscuro que amenazaba nuestra seguridad era el disfraz de vampiro que el italiano se había comprado para Halloween, que ondeaba al viento y que se había dejado tendido en la azotea desde el sábado. 


Doña Monsi, como presidenta de la comunidad, tuvo que pedir disculpas al comisario jefe y al agente Fernández, que aguantó durante más de dos horas la declaración de la Padilla, quien no solo detalló lo que "vio" (si así se puede definir), sino, además, las intenciones del presunto asaltante y su parecido con "el primo de la cuñada de Carmencita, la mujer de Sebas, el que se quedó huérfano por culpa de una disputa con unos del sur, que a su vez eran familia de ...".
-Señora, vaya al grano- le cortó el agente, y ella se quedó mirando la especie de verruga que tenía junto al bigote, pero se limitó a firmar la declaración cuando le pasó el papel. 
Los dos policías que acudieron al edificio en busca del ladrón se portaron muy bien y peinaron la escalera de arriba abajo, algo que no le gustó nada a Carmela porque acababa de terminar de limpiarlas con la nueva lejía de aroma a turrón que Chen Yu trajo a su tienda desde Taiwan en el reciente pedido navideño.
-¿Por qué no haces lo mismo en casa de tu madr...?- logró decir antes de que Bernardo le tapara la boca. 
Después de todo el barullo montado por el vampiro sin cuerpo presente, y una vez que el caso quedó archivado, Carmela se ofreció a acompañar a la Padilla al oculista. Allí se dieron cuenta de que no es que la mujer no viera ni tres montadas en un burro, es que tampoco sabía leer. Le suplicó a Carmela que no nos dijera nada pero al día siguiente, a las seis de la mañana, ya lo sabíamos todos: "Yo no firmé ningún papel y no puedo tener eso metido aquí dentro que me engorda", se excusó.
El jueves, la Padilla apareció con unas gafas de pasta color berenjena. Al principio nos dio un poco de miedo porque le hacían los ojos enormes como a los dibujos japoneses, pero ya nos hemos ido acostumbrando. La que no se adapta es Carmela. 
-En ese zócalo hay tres motas y media de polvo- le advirtió la Padilla cuando bajaba al súper.
Al enterarse de los poderes visuales que ahora ha desarrollado su vecina, doña Monsi, que sigue convaleciente de su cadera, decidió fichar a la Padilla como supervisora jefe de asuntos de limpieza. 
Mientras tanto, nos hemos enterado de que el italiano encontró novia la noche de Halloween gracias al disfraz de vampiro que, a la sazón, fue el que causó todo el lío policial y óptico. La chica es de Tegueste y trabaja como abogada. La cosa va en serio, según se desprende del interrogatorio al que Carmela sometió al pobre hombre cuando se enteró de la noticia la tarde que lo vio salir vestido de punta en blanco. 
-¿No irás así a la pescadería?- fue la primera pregunta de una ristra de sesenta y cinco más en las que el italiano manifestó que estaba profundamente enamorado de aquella mujer a la que conoció él disfrazado de vampiro y ella, de enfermera ensangrentada. Esa tarde era habían quedado para cenar a cara descubierta. 
Doña Monsi, que ha desarrollado un poder inusitado en el edificio a pesar de no poder moverse por culpa de su cadera, llamó a Bernardo a su casa y, mientras se levantaba el pelo a golpe de laca a modo de suflé, le ordenó que los siguiera. "Averigua quién es esa mujer: raza, sexo, afinidad política y qué programas de la tele ve. No podemos permitir que se líe con cualquiera".

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