Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

sábado, 12 de abril de 2014

CUANDO LA REALIDAD SUPERA LA FICCIÓN

A veces las cosas son más fáciles de lo que uno cree. Pero, claro, eso no parece tener lógica en este edificio donde todo se lía de forma natural. Después de casi dos semanas tratando de rescatar a Chicho de casa de los propietarios, ideando planes de todo tipo y con todas las letras del abecedario: plan A, plan B, plan R, plan Z..., el pasado viernes salió por la puerta como si nada. Carmela fue quien se lo encontró porque, en ese momento, restregaba las escaleras por orden de Dolors que se ha empeñado en que hay que quitar las manchas negras que tienen, a pesar de que todos le hemos dicho, por activa y por pasiva, que esas manchas no son de suciedad sino que forman parte del dibujo del propio mosaico. Ni caso. Ella, erre que erre. 

En fin, que al verle salir como Pedro por su casa, Carmela tiró el estropajo, se quitó los guantes rosa chicle y corrió a su encuentro para preguntarle cómo había logrado escapar de aquella casa. Chicho le contó que había sido fácil. “Le dije que -como era costumbre desde hacía varios siglos- tenía que ir a la procesión del viernes de dolores”. 

La Padilla, que se ha aficionado a escuchar escondida en la escalera y que sigue creyendo que Chicho es realmente un fantasma, llamó a gritos a su hijo para que lo detuviera antes de que saliera del edificio. Temiendo que lo lincharan, Chicho abrió la puerta del ascensor y se encerró dentro. Con el escándalo, todos salimos y bajamos corriendo al primer piso para averiguar qué pasaba. Una vez allí, Carmela nos explicó lo que había sucedido y Úrsula, desafiante, se acercó a la Padilla y le dijo que a ver si, de una vez por todas, se enteraba de que Chicho no era un fantasma y que todo había sido un farsa para asustar a los nuevos propietarios para que se marcharan del edificio. "¡Ha sido una invención nuestra!", le espetó en toda la cara.

Obviamente, la Padilla no se creyó ninguna palabra e insistió en que aquel hombre era un espíritu maligno que acabaría con todos nosotros. Mientras las mujeres discutían, Bernardo se acercó al ascensor y por la rendija le pidió a Chicho que saliera de allí, que no iba a pasarle nada pero el pobre hombre respondió que esa mujer era capaz de clavarle una estaca en el pecho. Carmela saltó enseguida y le aclaró que eso no se hacía con los fantasmas sino con los vampiros, así que no tenía nada que temer. Para evitar la sarta de tonterías que estaba escuchando, Chicho empezó a pulsar todos los botones del ascensor y el aparato se puso a subir y a bajar como loco. Alertada por los gritos, Dolors salió a la escalera y allí nos encontró a todos desquiciados. Sin pensárselo, Carmela silbó el 'Quinto Levanta', que es el tono de alarma que hemos acordado para avisarnos unos a otros cuando llega la Primera Dama. En menos de un segundo, se hizo el silencio.

- ¿Qué pasa aquí?- preguntó contrariada.

- Alguien se ha quedado trabado en el ascensor- explicó Brígida que, últimamente, tiene respuesta para todo. 

- Pues habrá que rescatarlo, digo yo ¿no? ¿o piensan dejarlo ahí para siempre? Tú, niño trae un destornillador- le dijo a Tito, que miró a su madre para que le diera el beneplácito. 

La Padilla asintió con la cabeza. Ella era la primera que quería atrapar a aquel “fantasma”. así que no lo dudó ni un segundo. 


Tito pulsó el botón y el ascensor bajó. Cuando llegó al primero, se detuvo. Entonces, cogió el destornillador, giró la tuerca y, mientras la puerta se abría, todos contuvimos la respiración. “Pobrecillo, ahora volverán a meterlo en esa casa”, me susurró Carmela poniéndose los guantes rosa de nuevo sin motivo alguno. 

Cuando Tito abrió la puerta, todos nos quedamos paralizados al ver que Chicho no estaba dentro.

- ¿Ven? ¡Es un fantasma! y ha desaparecido por culpa de todos ustedes. Ahora vagará por el edificio y se aparecerá por las noches. ¡Imbéciles!- gritó la Padilla, apretando los puños.

Úrsula, Brígida, Bernardo, Carmela y yo nos miramos incrédulos pero con cierto temor de que, al final, Chicho se hubiera convertido en un auténtico fantasma. Dolors se empezó a reír -por primera vez le vimos aquella dentadura que contenía dos piezas de oro- y nos dijo que no nos preocupáramos que el Duque de Abona había salido a la procesión de los dolores y que regresaría de madrugada. Se dio media vuelta, entró en su casa y cerró de un portazo, mientras podíamos seguir escuchando su risa malvada. 

Úrsula se había quedado blanca y Brígida trataba de reanimarla dándole aire hasta que tuvo que sentarse porque, de tanto soplar se mareó. Carmela no paraba de decir que aquello era imposible y se puso a inspeccionar el ascensor como si fuera una agente del CSI, envuelta en aquellos guantes rosa.


Bernardo, que suele ser el más sensato, aprovechó el silencio y nos dijo que, tal vez, Chicho sí era un fantasma y que, a partir de ahora, tendríamos que tener cuidado. Al escucharlo, Úrsula se desplomó. Y después, Brígida. 

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