Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 10 de abril de 2017

EL GIRO DEL CARACOL
El viaje secreto de doña Monsi a Barcelona para visitar a sus amigas de la infancia la dejó inmersa en una angustia contenida que le aprisionó el alma o lo que quiera que fuera aquello que notaba por encima del estómago y que no era la faja. Más bien era una pesadez como la que se le instala cuando come judías. Aquel viaje le hizo darse cuenta de lo mal que las había tratado el paso del tiempo, aunque a ella le consolaba ver que el deterioro era más patente en unas que en otras. Por supuesto, ella se consideraba en el grupo de las otras.
La presidenta decidió que lo mejor para no caer en la degradación corporal era abrir la mente y desarrollar nuevas ideas, así que, nada más empezar la semana, nos sorprendió a todos con el anuncio de que iba a darle un giro al edificio. Ninguno podíamos imaginar que no hablaba en sentido figurado, sino al pie de la letra. Su intención era dar un auténtico viraje, de hasta 360 grados en algunos tramos, a las escaleras, sustituyéndolas por unas de caracol.
-Pero ¿estamos locos o qué? -preguntó Úrsula de forma retórica.
-Tenemos que impedir que cometa tamaña locura -dijo María Victoria, bastante angustiada, pensando que su cuerpo no podría contorsionarse tanto para bajar las nuevas escaleras y, menos, embutida en sus tradicionales "leggins".
-Si yo hasta me mareo cuando me doy la vuelta en la cama -comentó la Padilla.
-Ya lo que nos faltaba. Me niego. Pero ¿usted es consciente de lo que cuesta limpiar unas escaleras de caracol? -planteó Carmela, y yo estuve a punto de preguntarle si de verdad ella sabía lo que era limpiar.
-Bueno, me da igual lo que opinen sobre mi fantástica idea -interrumpió doña Monsi-. Esta tarde vienen los de la empresa de escaleras y punto. Soy la presidenta y se hace lo que yo digo.

Aquel deje dictatorial no nos sorprendió a ninguno. Lo que sí nos llamó la atención fue su nueva imagen más rejuvenecida. Llevaba unos pantalones vaqueros rotos, un tono caoba en su nubecilla capilar y algo de maquillaje entre las arrugas.
El encargado de montar las malditas escaleras llegó al edificio media hora antes de lo previsto, con lo que doña Monsi, que había salido a comprar un móvil para instalarse Facebook, aún no había regresado.
-Buenas tardes. Yo soy la presidenta -dijo Carmela, que no dudó en suplantar a doña Monsi.
-Vengo a tomar medidas y a echar un vistazo a las escaleras que quiere cambiar.
Carmela, envuelta en su desagradable aroma "eau" de lejía, acompañó al tipo, moviéndose como si fuera la dueña del edificio.
-Estas son -dijo ella.
-Perfecto. Le voy a mostrar el catálogo para que usted elija. Aquí tiene varios modelos -dijo señalando unas fotos-. El que más trabajamos es el "Caracol gigante africano".
A María Victoria casi le da algo cuando escuchó aquello. Se imaginó bajando por las entrañas del molusco gasterópodo y le vino un sofoco.
-Sí, muy bonita, pero verá..., le he dado vueltas y creo que las escaleras de caracol son demasiado lentas para este edificio. Aquí, siempre vamos con prisas.
-¿Entonces? -preguntó él.
Entonces, vamos a cambiar. Quiero unas escaleras que no se ensucien.
-Pero eso es complicado.
-Pero yo soy la que pago.
-No, tú eres la que limpias -le recordó María Victoria al oído, y la pobre mujer terminó con un codazo en el estómago.
Después de diez minutos de negociación, el hombre encontró lo que Carmela buscaba, se dieron la mano en señal de acuerdo y él le aseguró que al día siguiente volvería para iniciar la obra.
Cinco minutos después, doña Monsi regresó al edificio. Llevaba unas gafas de sol con cristales de espejo. Nos miró y todos quedamos atrapados en el reflejo de su mirada.
-¿No han venido los de la empresa de escaleras? -preguntó.
-Sí -le confirmó Carmela-. Mañana empiezan la obra.
-Ya verán qué bonitas van a quedar -dijo la presidenta.
-Sí, muy bonitas... Pero, más que nada, limpias -masculló Carmela, que había logrado dar un giro a la idea inicial de doña Monsi sin que ella se enterara.
No nos queda nada cuando vea que al final no hay caracol. Solo nos queda confiar en que la juventud le cambie el humor.

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