Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

jueves, 20 de abril de 2017

PROCESIÓN DE MADRUGADA
Nunca había vivido una Semana Santa de tanto recogimiento como esta. Durante varias horas del jueves no pudimos salir del edificio. A medianoche, un escándalo inesperado nos despertó a todos y corrimos a la escalera a ver qué estaba pasando.
-Pero ¿qué son esos golpes? -preguntó Brígida, aún entre sueños.
-Será una procesión de esas que pasan a estas horas -dijo la Padilla.
-Pues no creo que sea la del Silencio -comentó Úrsula.
Mientras tratábamos de averiguar qué era aquello que nos había despertado, Eisi llegó con la cara desencajada, como si aquel fuera el último día que iba a estar entre nosotros.
-Vienen a por mí.
-Entonces ¿no es una procesión? -dijo desilusionada María Victoria, que había ido a por la mantilla que le dejó su abuela en herencia.
-Abajo hay ocho tipos que han venido a matarme -confesó Eisi, buscando refugio entre nuestros cuerpos.
-¿Matarte? -gritó la Padilla.
-Ay, Señor. Esta noche vamos a morir todos -empezó a lloriquear María Victoria, envuelta en aquella mantilla de encaje.
-No adelantes acontecimientos y quítate eso de encima, que parece que ya estás de entierro -se quejó Úrsula.
Los golpes en la puerta del edificio eran cada vez más intensos. Los ocho tipos aquellos parecían trescientos y empezamos a temer por nuestras vidas.
-Voy a llamar a la policía -decidió Bernardo-. Van a tirar la puerta abajo.
-¡Ni se te ocurra! -le rogó Eisi, arrodillado y con las manos juntas en un gesto inédito en él.
-Pero ¿por qué quieren matarte? -preguntó Úrsula.
-Tengo un negocio con ellos que no ha salido bien.
-Lo sabía. Has vuelto a meterte en líos. Creía que, después de estos años fuera de la cárcel, te habías rehabilitado, pero veo que no.
-Ahora echarán la puerta abajo y nos matarán por tu culpa, imbécil -le espetó María Victoria o la propia mantilla porque las dos eran ya una misma.
Ante la imposibilidad de salir del edificio, decidimos tranquilizarnos para sobrellevar aquel encierro de la mejor manera. Los matones no bajaban la guardia. Confiaban en que tarde o temprano se abriría la puerta y podrían entrar a por Eisi.
La Padilla se ofreció a preparar un caldito para sentar las madres y María Victoria propuso ver el último programa de Sálvame.
-Lo tengo grabado.
Úrsula dijo que esa sería la última opción.
Todo estaba controlado hasta que alguien se dio cuenta de que la presidenta doña Monsi no estaba entre nosotros.
-¿La habrán cogido como rehén? -preguntó María Victoria.
-Imposible. Todo el mundo sabe que no daríamos ni un duro por ella -comentó Úrsula.
-Me temo que es peor. Doña Monsi salió a la procesión de la Esperanza Macarena y aún no ha regresado -apuntó la Padilla.

-Pues como vuelva, estamos perdidos porque abrirá la puerta -avisó Bernardo.
-Hay que localizarla para decirle que no venga -propuso la Padilla cogiendo el móvil, pero, después de cinco intentos desesperados, no obtuvo respuesta-. Debe de estar cantando una saeta y no oye la llamada.
-Yo creo que hay que tomar una decisión antes de que ocurra una masacre -propuso Úrsula, tomando el mando-. Eisi tiene que salir del edificio y, entonces, dejaremos que los tipos entren y comprueben que no está. Les diremos que te has ido fuera de la Isla.
-Pero ¿estás loca? Es imposible salir de aquí sin que me vean.
-No si sales con María Victoria.
-¿Conmigo? ¿Por qué tengo que sacrificarme yo si soy la que mejor se conserva de todas nosotras? Sería una gran pérdida.
No hubo opción. En diez minutos, Eisi y María Victoria estaban listos para cruzar la puerta. Iban de negro riguroso.
-¿A dónde van? -preguntó uno de los tipos cuando se abrió la puerta de entrada.
-A la procesión de madrugada con mi señora madre -respondió María Victoria, agarrada al brazo de Eisi, que caminaba encorvado y con la mantilla cubriéndole la cabeza.
Los hombres, respetuosos, las dejaron pasar y, sin esperar más, subieron las escaleras en busca de Eisi. Revisaron el edificio pero no estaba. Les dijimos que nos había llamado desde una isla en medio del Pacífico.
Cuando ya se habían marchado, llegó doña Monsi. Al vernos a todos allí, nos miró desconfiada. Eran más de las tres. Para no levantar sospechas, le dije que estábamos esperándola para que nos contara cómo había ido la procesión.

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