Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 12 de diciembre de 2016

UN POQUITO DE CARIÑO
A pesar de todos los esfuerzos por evitar la gripe, María Victoria cayó enferma, y vaya semanita nos dio. No solo por los estornudos, que a más de uno despertaron en plena madrugada, sino porque le entró una mimosería insoportable. Carmela propuso no prestarle mucha atención, como suele hacer ella con las mellizas cuando se ponen impertinentes, pero esa táctica no funcionó. Al contrario, nos puso en un aprieto bastante desagradable.
-¡Policía! Abran la puerta -gritó un agente desde la calle y todos bajamos al portal asustados.
-¿Qué pasa? -preguntó la Padilla, temiendo que viniera a comunicarle la fatal noticia de que habían encontrado a su cerdo, Cinco Jotas, en una cesta de Navidad y quisieran devolverle, al menos, una parte de su cuerpo.
-Buenos días. Hemos recibido una llamada en comisaría de una señora enferma que dice que sus vecinos la están dejando morir en la cama y no hacen nada por ella -explicó el hombre.
-¿Está vacilando? -preguntó Eisi, más sorprendido que el día que le dieron la condicional.
En medio de aquella conversación surrealista, apareció María Victoria. Iba en pijama y el pelo le brillaba de tanta grasa acumulada. Su aspecto era tan horrible que el policía sacó el arma.
-¿Eso es la enferma? -preguntó.
-Sí -respondimos todos al unísono, como si aquella imagen mugrienta en 3D no fuera suficiente para que lo tuviera claro.
-Ay, agente, deme un abracito que estoy necesitada de cariño -dijo María Victoria, entre toses, estornudos y mocos.
El hombre le apuntó con la pistola.
-Atrás, señora.
-¿Qué?
-Es una orden. Vuelva a su casa y enciérrese.
-Eso, aunque ya habrás expandido los virus por el edificio -le echó en cara la Padilla.
-Pues más vale que no caiga nadie más porque todavía quedan tres cuartos de árbol por adornar y nos van a dar las uvas -comentó la presidenta doña Monsi, recorriendo con la vista los quince metros de abeto que había incrustado en el hueco del ascensor.

María Victoria se negó a regresar a su piso.
-¿Me van a dejar morir así? Yo solo quiero un poco de cariño.
-Señora, es una simple gripe. Métase en la cama. Ya verá que en dos días está mucho mejor.
-¿Mejor? Ejem..., agente, yo entiendo que es la primera vez que usted la ve, pero esta señora ni cuando está normal hay por donde cogerla -le aclaró Eisi.
En ese momento, la puerta del portal se abrió y entró el cartero, un señor menudo y apocado. María Victoria se abalanzó sobre él y se lo llevó al borde de la escalera.
-Señora, ¿qué está haciendo? -gritó el policía.
-Lo estoy secuestrando.
-Suéltelo o tendré que detenerla -le advirtió.
-Lo dudo. ¿No tenía miedo de que le pegara algo?
El cartero, que no entendía de qué iba aquello, le rogó que le dejara marchar porque tenía un montón de cartas que repartir.
-Cartas estúpidas. ¿Para qué está el tú a tú? -preguntó María Victoria, abrazando a su rehén.
El agente de policía sugirió que alguien hiciera de negociador para resolver aquella situación lo antes posible. Ninguno se dio por aludido.
-Yo creo que debería detenerla -sugirió la Padilla.
-Soy grupo de riesgo y no me he vacunado -confesó el policía.
En medio de la desesperación, el cartero recordó que una de las cartas que traía era para ella. Rebuscó y se la entregó.
-¿De quién es? -preguntó Carmela, sacando su lado más cotilla.
Mientras leía aquel papel, a María Victoria se le iluminó la cara. Liberado de sus brazos, el cartero logró escapar sigilosamente.
-¡Soy millonaria! ¡Ni que pocos ceros! -gritó.
Lo cierto es que no esperábamos aquella noticia y, sin pensarlo, tuvimos el impulso irrefrenable de correr a su lado. Era tanta la alegría que hasta el policía se acercó a darle la enhorabuena.
-Vaya regalo de Reyes -comentó Carmela pero justo en ese momento María Victoria carraspeó.
-Ay, no, perdón. La carta es del banco. Es que la fiebre me nubla la vista. Ya decía yo que tantos ceros...
De la impresión, hicimos un "mannequin challenge" sin querer y, luego, todos empezamos a toser y a estornudar. No había duda: nos habíamos infectado, así que allí nos quedamos, abrazaditos unos con otros, un poco mimosos porque, al igual que María Victoria, ahora, también nosotros necesitábamos un poquito de cariño.

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