Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 5 de diciembre de 2016

15 METROS
Nuestra indescriptible presidenta ha perdido el norte y la poca cordura que, hasta hace unos días, le quedaba. Nosotros, la paciencia. No nos extraña demasiado porque, como dice Carmela, se veía venir por el andar de la perrita, pero confiábamos en que no iba a ocurrir tan pronto ni de esa manera.
Todo empezó el jueves por la mañana cuando unos golpes atronadores provenientes de las escaleras nos pusieron a todos en alerta. La Padilla fue la primera en asomarse a la ventana que da al patio para preguntar si alguno sabíamos qué estaba pasando.
-No sé. Yo llegué de la calle hace veinte minutos y todo parecía tranquilo. Carmela estaba terminando de pasar la fregona al portal. Lo único raro fue que tenía mala cara -dijo Úrsula.
-Pues claro, lleva unos días con una tos de perro que guárdame un cachorro -comentó, nunca mejor dicho, María Victoria, que está obsesionada con que alguien le va a pegar la gripe, por lo que se ha encasquetado una mascarilla tuneada con florecillas de pascua (antes muerta que sencilla) para evitar el contagio.
Enseguida, Eisi averiguó qué eran aquellos taponazos.
-Están desmontando el ascensor.
-Lo que nos faltaba -se quejó la Padilla, visualizando un cero más en la próxima cuota de la comunidad.
-Pues que lo arreglen pronto porque yo no estoy para hacer esfuerzos subiendo por las escaleras. Eso me bajaría las defensas y, entonces, mi organismo sería un perfecto caldo de cultivo para los virus -argumentó María Victoria.
-A esta le falta algo y le sobra la mascarilla, ¿no? -dijo Eisi en voz baja, pero se le escuchó perfectamente y, además, dos veces, porque el patio hace eco.
En menos de cinco segundos todos volvimos a encontrarnos; esta vez, en las escaleras. Los golpes habían cesado y, en medio de un silencio que se agradecía, nos topamos con el inmenso hueco que había dejado el ascensor.
¿Y cuándo lo vuelven a poner? -preguntó la Padilla a uno de los cuatro hombres que habían sacado el aparato de allí.
-Eso se lo pregunta usted a su presidenta. A nosotros solo nos dijeron que nos lo lleváramos -contestó con tres toses entre cada palabra, por lo que María Victoria huyó despavorida a encerrarse en su piso.
-En ese momento, doña Monsi, que vigilaba la operación desde el portal, miró hacia arriba y nos encontró a todos alongados.
-¿Qué? Luego dicen que este país no levanta cabeza. ¿Aquí nadie trabaja o qué?
-¿A dónde se llevan nuestro ascensor? -preguntó la Padilla nerviosa.
-Ni lo sé ni me importa. No trabajo en esa empresa.
-Pero ¿no piensan poner otro? -se angustió Carmela, temiendo que las escaleras empezaran a tener más colapso que la TF-5.
Doña Monsi nos miró con desprecio y se giró hacia el hueco.
-Vamos a poner un árbol de Navidad de 15 metros -soltó sin anestesia.

A Carmela aquella revelación le agitó el pecho aún más y empezó a toser como una posesa. Úrsula intentó calmarla dándole golpecitos en la espalda y, en la lejanía, escuchamos un "te he dicho que te pongas la mano en la boca, que me vas a pegar el catarro", seguido de un "qué falta de respeto" y del sonido del fechillo en la puerta del piso de María Victoria.
-¿Un árbol en el hueco del ascensor? -preguntó la Padilla como si hubiera recibido un crochet de derecha en todo el hígado.
-Veo que lo han entendido. Efectivamente, este año, nuestro edificio no tendrá nada que envidiar al Rockefeller Center de Nueva York -dijo la presidenta, más orgullosa que si le hubieran dado el Nobel de Literatura.
Al día siguiente, empezó el montaje del árbol. Una grúa paralizó toda la calle para introducir, a través de la azotea, un abeto gigante en el hueco del ascensor. Carmela no dejaba de llorar y de toser, pensando en las colas que se iban a formar en la escalera en hora punta.
-No se queden ahí parados mirando como tontos, que hay que adornar el árbol -gritó doña Monsi, señalando a una montaña de cajas llenas de bolas y luces de colores.
-¿Nosotros? -se asustó Úrsula.
-No querrán que lo haga todo yo.
Han pasado cinco días y aún no hemos terminado. Llevamos 537 bolas y 240 golpes de tos de Carmela. Y lo que nos queda.

1 comentario:

  1. pero se le ¿escuchó? OYÓ perfectamente. Está muy extendido el uso incorrecto del verbo escuchar, dándole el significado de oír

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