Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

domingo, 5 de junio de 2016

EQUIPO DE ASALTO
Desde que Eisi malvendió a Cinco Jotas en el mercadillo que montamos para recaudar fondos con los que poder hacer frente al arreglo del ascensor, el edificio está envuelto en una tristeza inmensa. La Padilla no para de llorar porque dice que ya no volverá a ver a su cerdo. Ha derramado tantas lágrimas que el oculista le advirtió que, de seguir así, entraría en sequía irreversible. 
-Es que vaya faena más grande le ha hecho el caradura ese. No hay derecho -se lamentó Carmela, cuando nos encontramos en el portal. 
-¿Faena? Señoras, esto es una auténtica cochinada y nunca mejor dicho -matizó Bernardo, que salía con su mujer a un casting de radio taxi, a pesar de que ella no domina el castellano.
María Victoria, que ha radicalizado su ropa customizada con temática animal, llevaba esa misma tarde una camiseta con una foto impresa de Cinco Jotas y un "se busca" en letras brillantes. 
-Tenemos que recuperarlo o la Padilla morirá de pena. 
-Más bien deshidratada. Con tanta llantina... -comentó Úrsula. 
-Pobrecilla. Hay que averiguar quién es el tipo ese que lo compró -sugirió Carmela-. Hombre más estúpido y feo no había visto jamás. Vamos que es un fantoche, un espantajo de mie... 
-¡Freena! -le interrumpió Úrsula-. Cuando lo encontremos, ya si eso, se lo dices a la cara. 
-¿Y si se lo comió? -preguntó María Victoria, y dio un suspiro tan grande que la foto de Cinco Jotas que llevaba en la camiseta se infló de tal manera que parecía que él se había comido a sí mismo. 
En ese momento, escuchamos unos pasos y una carraspera desagradable. Era doña Monsi. 
-Yo sé quién es el tipo que compró a Cinco Jotas. Se llama Salomón y tiene una tasca en el sur. 
-¿Salomón? Pues, con ese nombre si no se lo ha comido ya, como mínimo, lo habrá cortado por la mitad -apuntó María Victoria. 
Úrsula propuso localizar la tasca e ir a por él, inmediatamente. 
Esa noche, María Victoria, Carmela, Úrsula y la mismísima doña Monsi se fueron a cenar al sur con un objetivo muy claro: recuperar a Cinco Jotas. Yo me quedé encargada de echarle lágrimas artificiales cada media hora a la Padilla porque, tal y como había anunciado el oculista, entró en sequía. Durante toda la noche, mantuvimos contacto permanente con la expedición a través de un grupo de whatsapp creado para la ocasión: "A cada cerdo le llega su San Martín". Poco acertado, lo sé pero fue idea de doña Monsi. 
Cuando llegaron a la tasca, las mujeres se sentaron en la mesa más cercana a la cocina.
-Lo primero que tenemos que hacer es comprobar qué hay de menú -propuso Úrsula. 
-¡Alto! -le gritó Carmela a un camarero que llevaba una bandeja con un codillo. 
-Haz el favor de sentarte, que vas a estropear el plan. Ese debe ser un familiar. Cinco Jotas no tenía tanto muslo -le reprendió Úrsula.
-Pues yo no aguanto más -dijo María Victoria, y sin consultar con el equipo de asalto, entró en la cocina y preguntó al chef dónde tenían al cerdo. 
-Señora, no sé de qué me habla. Haga el favor de salir de aquí -dijo el hombre mientras le hacía una seña al dueño, que se acercó para calmar los ánimos, pues el resto de mujeres ya había invadido la cocina. 
-Ajá, usted debe ser el tal Salmón -dijo Carmela. 
-Salomón -le corrigió Úrsula. 
-Qué más da. ¡Asesino! Tenga compasión y, aunque sea, devuélvanos los restos de nuestro animalito. 
-Pero ¿de qué habla? -gritó el dueño. 
Doña Monsi, que era la más calmada, le explicó por qué estaban allí y al hombre le entró un ataque de risa. 
-Bueno, ya está bien. Díganos dónde lo tiene o confiese si ya se lo han comido -le exigió Carmela. 
-A ver señora, el cerdo está con mi madre para que le hiciera compañía. Ella vive sola en una casita que tenemos en Vilaflor de Chasna. Y, ahora, si me hacen el favor, desalojen la cocina o llamo a la policía. 
Esa noche, ya de madrugada, la expedición regresó al edificio. Y yo, a esas horas, tuve que acercarme a una farmacia de guardia a por más lágrimas. 

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